Sección 'Anna Torv'
Olivia Dunham en
el mundo paralelo
En el universo paralelo de Fringe pasan cosas muy, muy extrañas. John Fitzerald Kennedy no fue asesinado, las Torres Gemelas están intactas, el café sólo se consigue en Hawaii, hay cientos de pelados con brújulas extrañas en el bolsillo y Elvis Presley está vivito y coleando.
Pero eso no es lo más importante.
Lo fundamental es que, en el mundo paralelo de William Bell, las agentes rubias del FBI se sacan fotos en pelotas para la revista Esquire (obviamente, para la edición del mundo paralelo).
Por lo tanto, si existiera una versión de este blog en el otro lado del universo, sin duda habríamos creado una sección llamada Espoiler Triple Equis.
Sería una sección gráfica, muy sobria, con escasas palabras.
Algo más o menos así:
Heroínas
de ayer y de hoy
Una tarde de 1978 mi padre llegó temprano de la oficina, descompuesto del estómago, y me vio frente al televisor mirando La Mujer Maravilla. Se quedó paralizado atrás del sofá: en ese momento Linda Carter se sacaba los anteojos, se soltaba el pelo, daba tres volteretas sobre sí misma y se quedaba medio desnuda en mitad del comedor, con una especie de bikini azul, roja y blanca estrellada, una sonrisa de yegua recién domada y dos tetas muy poco probables a las seis de la tarde de una dictadura militar.
—¿Y esto lo pasan por la televisión? ¿A esta hora? —preguntó Roberto, que jamás había estado en casa antes de la cena.
Mi madre asintió, mientras le tomaba la temperatura con una mano en la frente y lo mandaba a acostarse. Pero mi padre no se movía del sitio. Los ojos fijos en la mujer de la pantalla, que ahora pilotaba un avión invisible con las piernas al aire y la melena al viento.
—Con razón el pelotudo está todo el día ahí sentado —dijo.
El pelotudo era yo.
—No mira porque haya mujeres —me quitó méritos mi madre—. No se toca, no hace nada. Le da lo mismo esto, que El Increíble Hulk o que B.J y el mono.
—Un poco se tendrá que calentar —terció mi padre.
—El televisor se calienta. Él no.
Era verdad. En ese entonces yo le daba una importancia muy relativa a la belleza física de la mujer. Estaba enamorado de Laura Ingalls, una tabla de madera con dos trenzas, y los domingos la engañaba con Buddy Lawrence, la hija menor de Family, que a veces ni siquiera parecía mujer. Me gustaban las varoneras, las que se iban solas a pescar al río, y no tenía mayor predilección por las tetas o los culos de las heroínas mayores.
La testosterona me empezó a hervir un par de años después, con la llegada de La Mujer Biónica. Lindsay Wagner no andaba nunca en bikini, pero tenía un airecito angelical, una reminiscencia de maestra jardinera adorable, que me hacía latir el corazón bastante más fuerte que cuando miraba, por ejemplo, El Hombre Nuclear; esta certeza a mi padre le alivió muchas pesadillas.
Sin embargo mis primeras encerronas en el baño no fueron fruto del amor por la del oído biónico, sino por uno de los tres ángeles de Charlie. Yo era conocedor de que la mayoría de mis amigos se masturbaba con Farrah Fawcett en la cabeza, y que la minoría lo hacía con Jaclyn Smith. Por eso sospecho que elegí a Sabrina, a Kate Jackson, la menos exuberante de las tres. Me encerraba con ella en el baño, los sábados a la tarde, o la rememoraba debajo de la manta, antes de quedarme dormido, con la convicción de que no estaba compartiendo mi fantasía sexual con nadie más, por lo menos con ninguno de mi clase.
Cuando llegaron Los Dukes de Hazzard se me acabaron los elitismos onanistas. A mí y a todos los chicos de trece años del oeste de la provincia. La prima Daisy fue el mayor banco de esperma de los años ochenta y la razón final de que todavía, a algunos, nos guste un poco el folk. La bikini antigua de la mujer maravilla me parecía ahora un bombachudo norteño, en comparación con los pantaloncitos de jean de la prima Daisy, y las camisas desabrochadas con los faldones atados sobre el ombligo, una lujuria nueva de la moda, un descubrimiento religioso que nos hacía rezar cada noche, antes o después del homenaje manual, una oración a la Virgen Desatanudos.
Después de la prima Daisy hay un vacío profundo. Quizá fue entonces cuando llegaron las mujeres reales y la televisión dejó de ser una fábrica de fantasías, o quizá fue que llegaron las drogas y no me acuerdo de nada. Una de dos. Pero los finales de los ochenta y los noventa completos no fueron pródigos en heroínas de televisión. Al menos no para mí; habría que preguntar a los muchachitos que en esos tiempos tenían trece o quince años. Preguntarles si se desangelaban con la agente Dana Scully, o si homenajeaban con ahínco a Buffy Summers, o si entraban en trance con alguna de las anoréxicas de Friends.
Para mí hubo un pozo de cien años, veinte malas vidas desperdiciadas, un cambio de continente, muchas amnesias temporales..., y una noche del año pasado, cuando ya no tenía esperanzas de que ocurriera de nuevo, llegó a mis ojos Anna Torv en el papel de la agente especial del FBI Olivia Dunham. Y entonces volvieron todas. Yo no sé si ustedes han visto Fringe alguna vez: la serie está muy bien, tiene misterio y suspenso y todo lo que quieras, pero lo que más tiene se llama Anna Torv, una australiana que me devolvió la fe en las heroínas de mi primera juventud.
En los ojos de la agente Olivia Dunham está Laura Ingalls, el primer amor, porque te la imaginás pescando a los trece años en un río de Melburne. Y cuando se va a casa a dormir sola, cuando se quita la pistola y se saca los zapatos, es también Buddy Lawrence y su ambigüedad sexual. Es la mujer biónica cuando Walter Bishop la llena de electrodos, y es la santísima trinidad de Charlie (Farrah, Jaclyn y el espíritu de Kate) cuando navega en universos paralelos y sale despedida de los parabrisas. La agente especial Olivia Dunham es la versión mejorada de Dana Scully y de Buffy Summers, y cuando se quita la ropa de fajina y se sumerge desnuda en la piscina del laboratorio para recodar el pasado, allí, es también la prima Daisy y la mujer maravilla que vio mi padre en 1978, cuando las tetas y los culos no eran algo de este mundo.
—¿Y esto lo pasan por la televisión, a esta hora? —preguntaría mi padre si pudiera ver a la agente especial Olivia Dunham—. Con razón el pelotudo está todo el día ahí sentado.
Y ese sería yo, otra vez.