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Hernán Casciari nació en Buenos Aires, en 1971. Es escritor y periodista. [Más]

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Sección 'Diff'rent Strokes'

Adiós, Gary,
y gracias por todo

"La verdad, nunca me interesó ser leyenda ni una celebridad. Soy mortal", dijo el actor en la última entrevista antes de su muerte.
ESPOILER - 03 de junio, 2010
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Entre las estrellas infantiles relegadas, probablemente Gary Coleman sea de la que más nos vamos a acordar. Por muchas razones: porque nos hizo reír con ganas en Diff'rent Strokes, por la enfermedad que lo dejó para siempre en el metro cuarenta, porque se postuló para gobernar California, por sus arrebatos de violencia (¿cuántas veces, en la calle, le habrán dicho "whatcha talkin bout, Willis?"), porque sus padres le sacaron hasta la última moneda, porque pasó por una vida tristísima y desgraciada, porque tuvo que trabajar como guardia de seguridad en un shopping, y porque fue humillado.

Gary Coleman murió el 19 de mayo, a las 42 años. Ayer leo que sus padres piden que se investigue su muerte. No están seguros de que la caída que lo mató haya sido accidental. También leí que su novia, que se llama Shannon Price, fue la que desconectó los aparatos que mantenían al actor con vida. Los padres, creo entender, sospechan de Shannon, porque la pareja cada tanto se machacaba a golpes. Pero hacía años que no veían al actor, básicamente porque el actor no quería verlos a ellos.

Más que probable, una vida que pronto veremos en formato ficción, sobre todo si sus padres son los responsables de dar el visto bueno. La vida de Gary tiene todo para eso: gloria, caída, y ahora una muerte dudosa...

"La verdad, nunca me interesó ser leyenda ni una celebridad. Soy mortal", dijo el actor hace algún tiempo, que pese a todo y sin embargo era las tres cosas a la vez.

Adiós, Gary. Y gracias por todo.

Las series con niños y
el problema del estirón

Las ficciones protagonizadas por niños llevan adheridas un riesgo: que las criaturas peguen un estirón involuntario y la trama pierda el sentido.
ESPOILER - 13 de julio, 2007
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El gran problema de las series donde hay niños, es que los niños tienen la mala costumbre de crecer. No les importa la trama, ni el éxito de la serie, ni la necesidad argumental de que sus cuerpos sigan inalterables como lo pide el guión: ellos crecen sin parar.

El caso más sonado de este año fue sin dudas el de Malcolm David KelleyWalt, el negrito de Lost— que reapareció en la isla una temporada más tarde, aunque sólo veinte días después, según la minuciosa cronología de la ficción. Porque en Lost los días pasan muy lentos.

Walt desaparece del mapa, digamos, un 6 de abril, y aparece otra vez, pongamos, un 2 de mayo. El problema es que, al regresar, mide casi dos metros de altura, tiene pelos en las patas y se parece a Spike Lee. ¿Un nuevo misterio de la isla, como el enigma del oso polar? No, amigos: sólo un riesgo de la ficción en la que trabajan criaturas que pegan el estirón cuando menos te lo esperas.

Otra desventaja que tienen los niños artistas, cuando crecen, es que pierden la gracia por completo. Sobre todo si su actuación reside en la dulzura. Las criaturas tienen una frontera perversa, entre los doce y los trece años. De un día para el otro dejan de ser adorables y comienzan a resultar odiosos y pedantes. Sus caras se ponen raras, su anterior frescura nos resulta ahora una pose hipócrita y, para peor, les aparecen granos.

Esto es lo que le ocurrió al joven Fred Savage en The Wonder Years (Aquellos maravillosos años, en las televisiones de aquí).

La primera y segunda temporada Kevin Arnold estuvo bastante bien haciendo de pequeñín sabelotodo, pero a la tercera el niño era ya un adolescente con todos los rasgos absurdos de esta raza. Sin contar con que su novia en la ficción (Danica McKellar) prometía convertirse en guapa y acabó convertida en fea sin que los guionistas pudieran hacer nada al respecto.

Pero pueden ocurrir cosas todavía peores. En Little House on the Prairie (La pequeña casa de la pradera en España; La Familia Ingalls en América) las gemelas Lindsay y Sydney Greenbush se turnaban en el papel de Carrie (la hija menor de cuatro años, que acabó con catorce).

La serie duró muchísimo (1974 a 1984), pero fue poco el tiempo que tardaron los guionistas en descubrir que ¡ambas! eran actrices malísimas. Y fue así como el pobre personaje de Carrie nunca tuvo relevancia en las tramas de los Ingalls, aun cuando ya ostentaba la edad suficiente para que su familia campesina le prestara un poco de atención. Hay que tener mucha mala suerte para que no te salga una buena actriz entre dos opciones idénticas.

En contadas excepciones sin embargo, el niño actor continúa en la serie y se convierte en adolescente (y hasta en adulto) sin que el telespectador vomite durante la mutación genética. Es el caso, por poner un ejemplo reciente, de Robert Iler, el hijo gordito de The Sopranos, que acabó convertido en un joven nihilista con barba y a nadie se le movió un pelo. Es más, en la sexta temporada ha hecho su papel estupendamente.

Pero éstas, claro, son las excepciones. Lo más normal es que todo salga mal cuando hay niños en el medio. Hasta el momento, lo único que han podido hacer los guionistas y creadores para impedir la estampida de estrógenos ha sido presentar historias dibujadas (Bart Simpson siempre tendrá diez años) o quitarle un riñón al protagonista, como ha ocurrido con Gary Coleman en Diff'rent Strokes (en castellano, Arnold o Blanco y Negro).

El caso de Gary pudo haber sido la gran solución al problema. Incluir a un protagonista con nefritis fue un hallazgo, pero no tuvieron en cuenta que la cara sí les crece a los nefríticos. Las últimas dos temporadas de Diff'rent Strokes daban muchísimo miedo. A veces, cuando hacían un primer plano de Arnold, confundías la serie con el inicio de Alf.

En el ámbito español existe un caso donde ocurre todo lo contrario. El actor Ricardo Gómez (Carlitos) de la serie española Cuéntame ha dejado de crecer desde hace ya muchos años. Nadie sabe exactamente por qué, pues sus médicos aseguran que tiene ambos riñones funcionando. Pero el niño no crece. Y la trama necesita desesperadamente que la criatura pegue el estirón. Sus amigos ya le han sacado un metro de altura, y en el guión le ponen al chico unas novias que jamás saldrían con el actor en la vida real.

Por una cosa o por la contraria, trabajar con niños en series de largo aliento es un problema. Quizás, en un futuro, la clonación acabe con este escollo. O se inventen por fin los niños automáticos.

Pero de momento nos resulta imposible creer en tramas donde aparecen niños. Y es que son muy desagradecidos los actores pequeños. No piensan nunca en la continuidad dramática ni en nosotros, los espectadores; sólo se interesan en ellos mismos y en su afán de pubertad.

Como si crecer tuviese algo de divertido o urgente.

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