Sección 'Familias'
Sacrificios de familia...
y de audiencia
Es complicado saber por qué Arrested Development no está, ahora mismo, en el aire. A veces veo que siguen en pie comedias mediocres (que han salido indemnes de los porcentajes de audiencia) mientras que una de las mejores series de estos tiempos ha quedado encajonada en su temporada tres, porque el público usamerircano le dio la espalda. Qué injusticia.
La crítica no. Solo el público y una mala gestión promocional. Arrested Development tiene un Emmy a la mejor comedia de la televisión en 2004. Y eso es lo menos que tiene. Tiene actores excelentes, una trama complicadísima (pero que se comprende rápido) y algunos momentos que podrían estar entre los mejores de la comedia negra de la televisión.
Para quienes nunca hayan visto un episodio, se puede hacer una analogía: estamos frente a una mezcla entre The Riches y Dirty Sexy Money. Pero es mejor que ambas. Se trata de una serie coral que gira en torno a la familia Bluth, una casta de personajes rocambolescos que, de un día para el otro, pierde toda su alcurnia económica y su prestigio social.
El patriarca de esta familia, Michael George Bluth Sr. (Jeffrey Tambor), cae preso en el episodio uno y todos los que viven a su sombra descubren que ha comenzado una vida complicada y sin excesos. El único que vive el cambio con normalidad es el protagonista de la serie e hijo del flamante convicto: Michael Bluth (Jason Bateman). Los demás, forman un abanico en donde hay de todo menos serenidad. Y cuando digo abanico hablo en serio: desde un mago torpe hasta la mismísima Liza Minnelli.
Lo mejor de Arrested Development está en la velocidad trepidante de sus diálogos, un humor absolutamente original y una destreza poco habitual en la composición de los personajes. Es una comedia inteligente en la que, necesariamente, el espectador tiene que estar atento a cada detalle. Y los que no sabemos inglés, además, con la mano en el botón de pause para entender cada parlamento. No. No es una serie fácil.
La estrenó la FOX en noviembre de 2003 y, después de dos temporadas, se deshizo de ella por incómoda. La tercera se emitió por la cadena FX y el último episodio pudo verse en febrero de 2006.
Hubo rumores (ya menos insistentes) de que Showtime, la cadena de pago, podría contratar la cuarta temporada. Sin embargo, su creador (el de Arrested...) Mitch Hurwitz dijo estar muy cansado de tantas ideas y vueltas con un producto excelente, pero incomprendido por el gran público.
La versión cinematográfica, prevista para 2009, puede que le dé un empujón a la continuidad televisiva. Por supuesto, si la película funciona.
Por suerte, nosotros no somos el gran público y disfrutamos como cerdos de los 53 episodios ya emitidos. Recomendamos verla desde el principio y sin que haya gente en casa que nos distraiga. Una pequeña joya interrumpida que, quizás, algún día regrese y mejore la parrilla de todas las teles del mundo.
Weeds: o cuando
no sabemos si reír o llorar
Me produce sentimientos ambiguos saber que habrá una cuarta temporada de Weeds, desde agosto de 2008. Por una parte satisfacción enorme: a estas alturas ya no quiero vivir sin la familia Botwin, la necesito. Pero, después de haber visto hace media hora el último episodio de este año (S03E15), tan perfecto, tan cerrado, tan cíclico y genial, a mi costado simétrico le gustaría mucho que todo acabase así. ¿Para qué más?
No sé qué es Weeds. Estoy incapacitado emocionalmente para definirla. ¿Es una comedia dramática? ¿Es un drama con duración de sit-com? ¿Es una serie con chistes o no hay chistes por ninguna parte y sólo reímos, a veces, por la pura fatalidad de la vida? ¿Los personajes son graciosos o son patéticos, son caricaturas humanas o personas de verdad? ¿Son los buenos o los malos? No lo sé.
¿Cómo es posible mezclar el suspenso, el humor negro, la tragedia clásica, el policial, el romance y el absurdo en veinticuatro minutos, cada semana? ¿Cómo es posible hacerlo y que el resultado no sea un pastiche, ni un collage, sino una pintura exacta de nuestro tiempo? No lo sé: tampoco me importa.
El martes por noche la cadena Showtime emitió el último episodio de la tercera temporada. A las 00:21 de hoy, miércoles, ya estaba la traducción al castellano en Wikisubtitles. Esta mañana me desperté temprano, desayuné y me desparramé en el sofá para ver el capítulo final, que se llama “Go”. Vete, ve, nos vamos, andate, vámonos.
Hipocresía, supervivencia, locura
Hace poco más de dos años comenzó esta historia, y el nivel sobrenatural de la serie se percibió desde el principio. Hasta el episodio de esta mañana se han emitido en total 37 capítulos. Diez en la primera temporada, doce en la segunda, y estos quince de ahora. Son veloces, son raudos, siempre te dejan con la miel en los labios y quieres un poco más. Menos hoy. No sé por qué, pero hoy la mitad de mi cerebro desea haber visto el final absoluto.
El 7 de agosto de 2005 nos encontramos con la siguiente trama: los Botwin se han quedado sin papá, y entonces la viuda (con dos hijos a cargo) decide que seguirá teniendo la misma calidad de vida que cuando era una mantenida. Para ello, se pone a vender marihuana en su barrio privado, con la ayuda del típico tío soltero, hermano del padre muerto. Qué fácil resulta sintetizar, y qué poco se dice al hacerlo. Weeds es mucho más que ese resumen de biblioteca breve. En realidad, la trama superficial es una excusa para hacer un monográfico sobre la hipocresía (en la temporada uno), sobre la supervivencia (en la segunda temporada) y sobre la locura (en esta temporada final).
Nancy Botwin (la viuda que interpreta la magistral Mary-Louise Parker) es uno de los personajes femeninos más intensos, complejos y seductores que parió la industria televisiva norteamericana desde el principio de los tiempos. Así, a las apuradas, no recuerdo otro mejor. Su composición, a través de estos dos años, ha ido creciendo, modificándose y enloqueciendo con tal lentitud que nos resultan imperceptibles los cambios. El New York Magazine la resume así : “La cara de no haber roto un plato de Mary-Louise Parker te rompe el corazón”. ¡Cuánta verdad!
Has recorrido un largo camino, muchacha
Mientras escribo, no puedo quitarme de la cabeza la última escena, la que acabo de ver hace un rato. Ni tampoco las tres palabras que la viuda dice, a solas en la casa, antes de salir del hogar por última vez. Habla con su marido muerto. Quiere explicarle cuánto se ha esforzado por mantener a su familia unida después de su muerte. Levanta los ojos al techo y susurra:
—Judah, lo intenté.
Qué diferente es esa mujer, la del episodio final, a la señora de clase media alta que conocimos dos años atrás, en el capítulo primero. El mismo rostro, la misma sensación de fragilidad, pero qué diferencia más grande. Weeds es, principalmente, la mirada microscópica de un viaje femenino intenso, de un sitio a otro, de un lugar inestable a uno todavía peor. O quién sabe.
Nancy ha tardado dos años, treinta y siete episodios, en decir en voz alta lo que nosotros, los espectadores, sabíamos desde el principio. Sólo pudo decirlo hoy, esta mañana. Dijo por fin: “Soy una traficante de drogas” y se sorprendió al escucharse, con esa media sonrisa que me destartala. ¿Cómo puede una mujer de su edad ser tan increíblemente hermosa?
Un final perdurable
Hoy me quedaré corto de espacio. Podría escribir media hora más sobre esta serie, pero tampoco quiero abusar del lector. Podría hablar en detalle de cada uno de los personajes secundarios, que son —todos, ni uno falla— superficiales y profundos. Desde el hijo pequeño, un genial actor de diez años, hasta cada uno de los cuatro vecinos principales. O podría hablar de la canción de la intro, que en cada emisión cambia de autor y estilo. O podría referirme al encantador homenaje que el último episodio le hace al cierre de la mítica serie Little House on the Prairie, y hasta proponer una teoría sobre las similitudes morales entre los Ingalls y los Botwin más allá de la última semejanza del pueblo en llamas. Pero no queda tiempo. Quizá en otra ocasión.
Ahora sólo me queda recomendar la serie completa al que todavía no la vio, y alentar a quienes sí han visto la mayor parte a que apuren el visionado del episodio final, así podemos conversar sobre el tema en los comentarios. Porque en ocasiones, después de ver una maravilla, nos resulta necesario hacer sobremesa y charlar, cambiar opiniones y rememorar. Éste ha sido un final intenso y perdurable, sí señor. Y hablar de él largo y tendido será una manera de que no se nos escape de los ojos. No todavía.
¿Y cómo hago para ver esta serie?
Los Simpson tuvieron
sus antepasados: los Bundy
Tal vez haya sido casualidad, o quizás no, pero lo cierto es que la serie Married with Children nació dos años antes que The Simpsons, y con el mismo objetivo de ironizar sobre el norteamericano medio y su familia: seres un poco bobos en general, con matices que van desde la desidia hasta el egoísmo, pasando fugazmente por la obesidad y el aislamiento.
Y no sólo en eso se parece esta serie a la familia amarilla, sino también en que los Bundy (que así se apellida ésta) han logrado ser la comedia de media hora más duradera de la tele actual, con diez temporadas y más de doscientos cincuenta episodios emitidos. Sólo una le gana en logevidad desde 1966 a la fecha: The Simpsons, que ya lleva 19 temporadas en el aire.
Personalmente, creo que Married with Children es lo más parecido que se ha hecho, con humanos reales, a un dibujo animado. Tanto, que ni siquiera los malos doblajes molestan demasiado en esta serie. Quizás The Nanny también tenga esa característica: el costumbrismo llevado a la caricatura. Pero los Bundy han llevado ese rasgo al paroxismo. Parecen dibujos en dos dimensiones, sobre todo el escandaloso padre de familia.
Es posible que sin Ed O'Neil, el grandísimo Ed O'Neil, esta serie no hubiera llegado nunca a una segunda temporada. El personaje de Al Bundy debe estar, con justicia, entre los mejores diez protagónicos de comedia de todos los tiempos. Nunca nadie, en todo el ancho mucho, ha podido retratar tan bien a un hombre casado. Cada vez que me siento en mi sofá a ver fútbol y me meto la mano allí, pienso en él. Y Dios sabe que pienso en él todos los santos días.
Si hay algo complicado en la comedia, eso es jugar en el límite azaroso de la caricatura. El mejor símbolo de esto está escondido en el peinado de Katey Sagal (la madre, Peggy en la ficción). Un peinado así, imposible y aparatoso, puede hacerte derrumbar una serie y llevarla a la muerte en cinco episodios. Sólo grandísimos actores —y unos guiones de fierro— pueden hacernos olvidar de este despropósito. Y ellos lo logran siempre.
Una buena forma de descubrir lo difícil que es hacer ficción en este terreno pantanoso, es mirar las adaptaciones que se han hecho de la serie en los países hispanos. Hay una versión argentina, una española, una chilena y una colombiana. Exceptuando a esta última, las he visto a todas. Y son decadentes. Nunca consiguen dar con ese matiz dificultoso y fronterizo del costumbrismo, eso que tan bien supo hacer el cine italiano en los años cincuenta.
No creo que sea necesario explicar al lector de Espoiler de qué va Married with Children, pero aquí un esbozo: los Bundy son una familia de clase media norteamericana. El padre es vendedor de zapatos, machista, haragán y torpe; la madre un ama de casa decadente, insatisfecha y compradora compulsiva. El matrimonio tiene un par de hijos. La niña es el estereotipo de la rubia imbécil, putarrona y fácil, y el muchacho el perdedor nato que quiere ser guapo y follar, pero sin lograrlo nunca. Como es lógico, también hay un perro y unos vecinos. Y todo ocurre, como pasaba siempre en las sit-com de los '80, alrededor de un sofá.
Cuenta la leyenda que tras un inicio muy bajo en audiencias, la FOX tenía previsto cancelar la serie a finales de 1987, pero apareció entonces una carta de lectores en un periódico pidiendo la cancelación por motivos morales. La escribía un ama de casa de Michigan, Terry Rakolta, después de haber visto el episodio S01E06, llamado "Her Cups Runneth Over".
La expectación del público entonces creció (nos encanta saber por qué los conservadores quieren censurar algo), el boca a boca comenzó a funcionar, y la comedia duró entonces muchos muchos años. También es leyenda inconfirmable —pero me encanta pensarlo real— que todas las navidades los creadores de la serie le mandan a Terry Rakolta una canasta con turromes y champán y una nota que dice, simplemente, "gracias".
Desde Espoiler agradecemos también la carta facha de esta señora anónima, gracias a la que tuvimos Married with Children para rato. Y aconsejamos al lector descargar la primera temporada en idioma original, porque es probable que doblada ya la hayamos visto lo suficiente. Escuchemos ahora las voces, las verdaderas, sobre todo la de Al Bundy.
Ese personaje maravilloso en el que nos convertiremos todos los casados del mundo, más temprano que tarde.
¿Y cómo hago para ver esta serie?
Family Guy, un plagio que
necesitábamos con urgencia
Ayer, al recordar que los lunes hay muchos estrenos de animación, dije al pasar lo que pensamos muchos: que Family Guy es un plagio de The Simpsons. No es ninguna novedad decir esto. Es tan notable el parecido estructural entre ambas series que no hay forma de generar una discusión interesante sobre el tema. Pero sí me parece necesario agregar, si el lector me lo permite, que Family Guy es uno de los plagios más refrescantes y necesarios de los últimos tiempos.
El plagio está mal visto en la sociedad, pero hay casos —y son contados— en que la obra duplicada es producida por un genio. Y entonces la cuestión cambia. Y me da toda la impresión de que Seth MacFarlane (el papá de Peter Griffin) apretó fuerte el lápiz en el exacto momento en que Matt Groening (el papá de Homer Simpson) lo soltaba. Más que un hombre plagiando a otro, me queda la sensación de que, a principios de 2000, un genio cansado le pasó la posta a otro genio, más descansado y dispuesto.
El plagio y la genialidad
The Simpsons vs. Family Guy PRIMERA PARTE Reproduzco en este punto del artículo un video de YouTube muy famoso, en donde un espectador con tiempo libre se dedicó a encontrar escenas de ambas series con estructura idéntica. En todos los casos, la escena correspondiente a la familia amarilla es anterior. • Original de YouTube a |
The Simpsons vs. Family Guy SEGUNDA PARTE Estas nuevas escenas similares nos hablan de una constante: es complicado hacer nuevos chistes sobre una familia sin que remita, todo el tiempo a The Simpsons. En algunos casos hay evidentes homenajes. En otros, sólo plagio. • Original de YouTube a |
Políticos e incorrectos
Cada tarde, en España, dos cadenas emiten casi a la misma hora un capítulo de The Simpsons (Antena 3) y un episodio de Family Guy (La Sexta). Muchos de nosotros hemos hecho el zapping morboso de un sitio al otro, y casi todos pudimos comprobar los parecidos, pero también logramos entender las diferentes velocidades de cada serie. En Quahog las situaciones se suceden con un vértigo indescriptible, mientras que Springfield parece un pueblo en el que pocas veces sucede algo. No hablo de que unas situaciones sean mejores que otras. Sólo digo que cuando pongo La Sexta me despeino más.
No existe, en la actualidad, una ficción (ni de dibujos ni con humanos) tan corrosiva como Family Guy. Es sorprendente que en la sociedad española (muy afecta a censurar una publicidad porque aparece un enano) se acepte sin rechistar lo incorrectísimo sólo porque viene de fuera. Es sorprendente que los imbéciles que se quejan de todo sean tan imbéciles como para equivocar tanto su queja.
Un perro alcohólico, una madre que fumó marihuana durante el embarazo y que, por eso, parió un bebé con cabeza de pelota de rugby y megalómano, un padre golpeador, un vecino pederasta, un policía paralítico, chistes escatológicos, sexo sádico, niñas desfloradas a los quince años, etcétera, son el condimento habitual de una serie que se emite a las tres de la tarde en toda la península. Y los taraditos quejosos no se quejan. Imagino que porque ni siquiera comprenden. Pero si ven a una chica con un tanga promocionando un yogur, entonces se ponen como locos y llaman al Tribunal Supremo.
Perder el avión
En Norteamérica sí ha sido cancelada la serie, promediando su segunda temporada. Pero el fanatismo de muchos por los Griffin obligó a que se repusiera un año después. Su creador, el multifacético Seth MacFarlane, es hoy, con toda probabilidad, el humorista más singular del espectáculo, quizás el primer genio del humor de este siglo.
Nacido en 1973, comenzó trabajando para Cartoon Networks e inventó las series infantiles rompedoras de los noventa: Johnny Bravo, El Laboratorio de Dexter y la maravillosa Vaca y Pollo. De hecho, MacFarlane es dibujante, guionista, productor, director y doblador de la mayoría de las voces de Family Guy. Le pone alma a Peter, a Stewie, a Quagmire, a Tom Tucker y, sobre todo, al perro Brian, que es su alter ego. Brain es, al igual que MacFarlane, alcohólico y demócrata. Y la voz del perro es la voz del humorista en la vida real.
Cuenta la leyenda (que en este caso debe ser dada por cierta) que Seth MacFarlane debía volver a Los Ángeles en un vuelo de American Airlines —cuando promediaba la segunda temporada de Family Guy—, pero por culpa de una resaca de alcohol llegó tarde y perdió el vuelo. El avión al que no se subió por culpa de la borrachera fue secuestrado y se estrelló más tarde en la primera torre del World Trade Center.
La metáfora de la bicicleta
Una cosa es cierta: conforme Family Guy va asentándose en la pantalla y ganando adeptos, las temporadas más recientes de The Simpsons pierden el favor del público. Mi teoría (escribí sobre ello hace unos meses) es que la velocidad de reflejos del espectador comienza a ser más rápida que los nuevos guionistas de Springfield. El televidente ha comprendido el resorte del humor simpsoniano, ha llegado a ser un experto del absurdo y ahora necesita más.
Una cuestión es muy clara: si la serie The Simpsons no hubiese nacido en 1989, nosotros no podríamos soportar la velocidad de Family Guy. Es más: Seth MacFarlane no sería capaz de cargar su metralleta de humor despiadado, porque no habría un público dispuesto a frenar esas balas. Habría sido un suicidio, y de hecho casi lo fue.
Groening ha sido quien nos compró la primera bicicleta, el que nos enseñó a subir, el que nos descubrió las ventajas del equilibrio sobre las dos ruedas, quien nos limpió las primeras heridas, el que se emocionó con nuestros paseos iniciales en una bici y sin ayuda. Una vez que supimos ser niños ciclistas, nos soltó la mano y nos abandonó, como le corresponde a un padre moderno. Entonces llegó MacFarlane, ese amigo borrachín y simpático; él también nos compró una bici (¡plagio, plagio!), pero al mismo tiempo nos regaló un casco amarillo, unos guantes y unas rodilleras. Después nos llevó a un acantilado y nos empujó al vacío. Gracias al aprendizaje de Matt no nos matamos en el abismo; gracias a Seth comprendimos el placer de la adrenalina.