Sección 'Gerry y Sylvia Anderson'
Ciencia ficción
y matrimonio
¿Alguien recuerda a los esposos Gerry y Silvya Anderson? Probablemente no, pero estuvieron presentes en la infancia de mi generación. Aquellos que comienzan a peinar canas quizá tengan un lugar en su corazón para esta noble pareja, experta en el arte de la animación; un matrimonio que creó y realizó con sus propias manos verdaderas series de culto.
Recuerdo haber visto las series de los Anderson, sin tener idea de quiénes eran, en el televisor blanco y negro de mi infancia. Sobre todo Joe 90. En Argentina las pasaban por la mañana, por lo tanto el recuerdo —borroso y feliz— está asociado a los días en que faltaba a la escuela por culpa de la gripe.
La novedad de incluir marionetas en televisión (la técnica se conoce como supermarionation) supuso un éxito rotundo en la carrera de los Anderson. Y lo hubieran seguido teniendo a no ser porque un buen día, cansados de manipular madera, comenzaron a trabajar con actores de carne.
Éste era el gran sueño de Gerry, que esperaba una oportunidad para dar el salto a los dramas reales y, por supuesto, al cine. Llegó a escribir y producir varios largometrajes, aunque con escasa suerte.
El primer intento no fue bueno. Los Anderson quisieron combinar marionetas con gente real (The Secret Service), pero a los espectadores no les gustó. Luego fue el turno de UFO, su primera serie sin marionetas, y más tarde el spin-off Space: 1999.
Ambas se emitieron en Estados Unidos; la primera con bastante mejor suerte que la segunda, que aunque llegó a dos temporadas —con una interesante factura visual y Martin Landau como protagonista— no consiguió los resultados esperados.
Para peor, entre una temporada y otra los Anderson se separaron. Silvya abandonó el proyecto para siempre, Garry se quedó solo y —pese a los numerosos fans— Space: 1999 no consiguió renovar por una tercera.
A Garry le resultó difícil salir a flote y superar el fracaso. Sólo cuando a principios de los ochenta sus viejos éxitos comenzaron a reponerse los sábados por la mañana, en la cadena ITV de Reino Unido, el nombre de la pareja volvió a sonar.
Entre otras cosas, en 1994 Gerry escribió tres episodios de Space Precinct, y un año después se realizó la remake de otra de las joyas del matrimonio: el recordado Captain Scarlet, que también supe ver a los once años, por el Canal 11 de Buenos Aires, siempre en medio de jarabes e inyecciones.
Aquellos intervalos de hermosas convalecencias me permitieron averiguar, sin culpa, qué sucedía en la tele cuando todos nos aburríamos en las aulas. Así descubrí también series sorprendentes de los Anderson, como Thunderbirds y Stingray.
Tengo muy presente la extraña fascinación que me causaban aquellas historias, tan reales, en las que sólo actuaban marionetas; muñecos apenas flexibles y de facciones petrificadas —sólo movían ojos y boca— que se comportaban como humanos pensantes y compuestos.
Ahora que el gobierno británico cerró para siempre la oficina que investigaba los ovnis —"un gasto innecesario", dijeron— rindo homenaje a estos dos grandes creadores de la TV británica; dos personas que hicieron de las naves espaciales y los extraterrestres los mejores juguetes de mis primeros estados febriles.