Sección 'Louie'
Louie: sit-com
enferma y demoledora
Le costó un par de episodios a Louie, pero finalmente encontró la grieta exacta de humor para no parecerse a Seinfeld, ni a Curb Your Enthusiasm, siendo (como es) una comedia en donde, por un lado, un comediante cuenta su vida con flashes de stand-up, y, por el otro, intenta hacer un recorrido de humor incómodo sobre propia existencia gris.
Louie C.K. es un humorista norteamericano incorrecto que ya había tenido su oportunidad en HBO con una sit-com grotesca: Lucky Louie (2006, una temporada de trece episodios). Aquella comedia negra inauguró, por ejemplo, escenas donde se mostraban genitales masculinos. Nunca antes se había hecho, y tampoco después: supimos que no era necesario.
En su nueva serie, llamada simplemente Louie (y que anoche emitió su episodio décimo, por la cadena FX) hay muchísimo menos efectismos morbosos, y bastante más experimentación argumental.
Los primeros episodios me gustaron mucho, pero noté que les faltaba cierta identidad: su semejanza inicial con Jerry Seinfeld, y su parecido posterior (el segmento de ficción) a Larry David me empobrecían un resultado de por sí muy digno.
Pero entonces, como por arte de magia, empezaron a emitirse episodios geniales, que no eran ni de Jerry ni de Larry. Eran típicamente de Louie.
Para quienes sigan la serie, me remito a tres momentos: cuando Louie viaja a un pueblo perdido (Brimingham) a hacer un show, y tiene una situación muy tensa con una fanática y su hermano, que acaba con un beso increíble; el episodio en que Louie golpea la puerta a un vecino drogón para que no fume marihuana con las ventanas abiertas, y acaba comprándose un perro viejo; cuando Louie es humillado por un adolescente tardío en una cafetería, decide seguirlo hasta su casa, y acaba fumando con el padre del pequeño vándalo en las escaleras.
De un tiempo a esta parte, los episodios de Louie son anécdotas geniales narradas en tiempo de sit-com pero con armonías de drama oscuro. Al menos yo, nunca había visto semejante mezcla de géneros en un espacio tan breve: 20 minutos.
Algo está consiguiendo Louie Szekely (autobautizado C.K, nacido en Washington hace 42 años, divorciado, dos hijas) en la televisión. Algo nuevo y raro. Quizá haya que soportar el envión inicial de los episodios uno y dos. Su ráfaga sorpresiva que nos confunde un poco. Y después traspasar el extraño episodio tres en donde el propio Ricky Gervais aparece en el papel de un proctólogo demasiado escatológico.
Pero entonces llega esa segunda parte, casi a mitad de temporada... El momento justo en que el espectador comprende el pequeño infierno que se narra, cuando se involucra de verdad en una especie de microclima blando y pegajoso. A mí me pasó desde el capítulo cuatro en adelante: cada vez que acaba un episodio me levanto del sofá para aplaudir de pie, sin saber exactamente qué estoy festejando.
La vida es una mierda, nos dice Louie a cada paso. Él y su serie, que se llama como él, y que habla sobre él. Y que sin dudas habla también sobre mí y sobre muchos de ustedes (al menos los que tienen más de 40 y son un poco gordos).
Recomiendo esta serie, fervorosamente, a una clase de gente, no a toda.
Esta sit-com cura sólo unas pocas enfermedades, y sus contraindicaciones son numerosas. Louie son pastillas semanales de un cinismo enfermo y, eventualmente, demoledor.