Sección 'Rainn Wilson (Dwight)'
Un imbécil al que no
podemos dejar de amar
Rainn Wilson nació en Seattle, en enero de 1966. Técnicamente, su primer personaje en una serie de TV fue el de Casey Keegan, el bebé de dos años de la serie One Life to Live (1968). No sé si eso cuenta como debut, supongo que no. Entonces digamos que su estreno en la tele, con uso de razón, ocurrió en el dramón misterioso Charmed, donde hizo un pequeño papel; hablo de 2001.
Le siguieron pequeñas apariciones en Dark Angel, CSI (la original) y Numb3rs. Pero su primera consagración, o por lo menos el sitio en donde a mí se me quedó grabado en la cabeza para siempre, fue cuando apareció, desde debajo de una baldosa húmeda, en la tercera temporada de Six Feet Under. ¡Ah, qué delicia de personaje!
Era la época en que los Fisher necesitaban un ayudante, y entonces llegó este buen muchacho, llamado Arthur Martin, que se enamoró de la mamá Fisher. Fueron seis o siete episodios monumentales. En ese personaje ya estaba el germen de Dwight Shrute, la prehistoria del empleado que luego moldearía para The Office.
Porque es aquí, en esta comedia original de Rick Gervais, donde Rainn Wilson se convierte —y no hay forma de ponerlo en duda— en uno de los más enormes secundarios de la historia de la tele. Y no hablo sólo de comedia. La complejidad de Dwight es magistral. Entre otras muchas cosas, porque es capaz de generar, al mismo tiempo, incomodidad y ternura.
Hombre de campo raro
Dwight es un hombre del campo, pero de esa insípida llanura usamericana, llena de gente de una religiosidad fanática. No sabemos si es cuáquero, o mormón, o solamente subnormal, pero nació y vive en una espantosa granja de Pensilvania, y desde hace años es empleado en una fábrica de papel.
Si ahora mismo revisamos un catálogo de patologías psiquiátricas, Dwight tendrá siete de cada diez. Es paranoico, es mitómano, quizás un poco esquizoide y también tiene un gran catálogo de represiones y manías, que desgrana en cada episodio. Pero antes que sus enfermedades o fobias, su gran secreto es que, en realidad, tiene nueve años.
Si le quitamos la estatura y esa cabeza enorme y frontal, y reproducimos cada uno de sus actos a escala querube, sería un infante corriente: taimado, mentiroso, soberbio, cutre y sobre todo, leal.
La única virtud de Dwight es ésa: la lealtad. No a Michael (eso es fácil de ver, e importa menos) sino a su propia forma de ver el mundo. Dwight ve todo lo que lo rodea de un modo diferente al resto, y lo sabe. Pero no se hunde en esa soledad de percepción, es fiel a su cristal deformado, él sigue y sigue y sigue... persistiendo en vano.
Por eso, exactamente por eso, simpatizamos con él y lo queremos. Es ruin y envidioso y pelota y paranoico y denso, pero es un héroe. Él defiende su enfermedad, no quiere que ella se entere de que es maligna. Él confunde a su enfermedad para que ella no sufra. Le miente, llamándola circunstancia o mala suerte. Qué maravilla de amor hacia lo deforme, qué gran corazón que no bombea.
La frase que escojo para retratarlo tiene que ver con esta sutileza, aunque él la pronuncia en un contexto laboral. Ocurre a la mitad de S02E05:
¿Si me iría de esta empresa? Mira, yo soy fiel. De hecho, aquí me pagan por mi lealtad. Claro que si en otro lugar valoran más mi lealtad... me voy con los otros.
Botón de muestra
Es imposible escoger una escena de Rainn Wilson que pinte al completo su personaje, por eso edité aquí un popurrí arbitrario de tres o cuatro secuencias que pueden dar algunos pincelazos. ¡Larga vida a Dwight Shrute!