Sección 'Royal Pains'
Otra de hospitales,
y ya son muchas
Entre Northern Exposure y House M.D. (y pasando por ER y Greys Anatomy) es posible armar una larga lista de ficciones que tienen a la medicina como disparador de historias y de tramas. Pero pocas, muy pocas, son tan malas como Royal Pains. ¿Por qué vamos a hablar de ella, entonces? Es que resulta curioso que los cuatro últimos estrenos de la televisión usamericana tengan en común el tema de la salud, los hospitales y los médicos. (El último lo estrenó TNT hace unas horas: Hawthorne, y va sobre una enfermera.)
El viernes pasado se emitió el episodio piloto de Royal Pains, una publicitada propuesta veraniega de la cadena USA Network. Igual que en Mental y Nurse Jackie (novedades recientes de la pantalla chica), aquí el protagonista es un profesional de la salud: el doctor Hank Lawson (Mark Feuerstein).
Por otro lado, también como en los dos estrenos anteriores, el personaje principal de Royal Pains posee una forma muy personal de concebir, y por ende de ejercer, la medicina. Es decir, no es un médico del montón, sino, a su modo, una especie de héroe, un arquetipo brillante de las tropas de Galeno.
Sólo que en su caso, el rasgo distintivo está dado por su capacidad para salvar vidas improvisando con los elementos que tiene a mano. En otras palabras, Hank Lawson es la versión de MacGyver en el firmamento de la salud. De hecho así lo llama un personaje secundario cuando, para asistir a un muchacho hemofílico a punto de morir, el joven médico pide que le consigan –atención a todo el mundo-: “un poco de vodka, un cuchillo con punta y bien afilado, un bolígrafo, una bolsa plástica y cinta aisladora”.
Eso le basta —además de su arte— para que el moribundo abra los ojos y vuelva a la vida.
Las cosas que hay que ver
En el piloto de Royal Pains —que se emitió el viernes de la semana pasada a través de un episodio doble— asistimos a la estrepitosa caída y posterior resurrección del doctor Hank Lawson, a quien el destino y las circunstancias obligan a reinventarse a sí mismo. Un tema recurrente de la ficción, pero en este caso puntual tratado a fuerza de tópicos.
El de naranja, el protagonista. El de rayas, su hermano. Y las dos mujeres: una asistente y una médica con la que tendrá un romance.
El derrumbe ocurre por culpa de un incidente desafortunado que le cierra las puertas de los hospitales más encumbrados de Nueva York y lo deja en la ruina, además de solo, porque después del desastre, para completar, su futura esposa también lo abandona.
Pero la vida quiere que Hank tenga una segunda oportunidad, y de forma muy curiosa, pero sobre todo improbable, una sucesión de hechos lo llevan a que deje de ser un profesional bonachón y todo altruismo para convertirse en el médico personal de las familias más ricas y poderosas de los Estados Unidos, gente muy celosa de su intimidad que habita majestuosas mansiones en el exclusivo barrio de los Hamptons.
Sí, Royal Pains es esa clase de series imposibles de digerir, a la que ni siquiera se le puede aplicar el eufemismo de “comedia ligera de verano”.
Abundan las situaciones inverosímiles (como cuando Hank despacha a una mujer que se le entrega en bandeja y grita: “¡La siguiente!”, por otra que lo aguarda para hablar con él) y los personajes forzados, como el caso de Paulo Costanzo, que interpreta a Evan, el hermano de Hank, por nombrar sólo uno.
En suma, esta serie es la prueba irrefutable de que las historias de médicos y hospitales –por más que la mayoría de la gente disfrute hablando de enfermedades- también pueden fallar por mala praxis.