Sección 'Series recientes'
Una serie con mujeres
pero sin hombres demonio
Después de ver el primer episodio escribí sobre Mistresses en Espoiler. Fue algo así: es como si metiéramos en una coctelera un poco de Tell me you love me, un toquecito de Desperates Housewives y una pizca de Coupling. De la primera tiene la tensión dramática, de la segunda cuatro damas amigas pero diferentes y de la tercera la factura británica y la excelencia del guión.
Ahora que acabé de ver la primera temporada (completa) tengo más cosas para decir. Vamos a ello. Lo que más me sorprendió de esta serie (pero de lejos lo que más) es el papel de los hombres en una historia que va sobre cuatro mujeres. ¡No son todos unos hijos de puta, ni todos prehistóricos, qué gran noticia!
Últimamente (los tiempos son muy progres) las historias femeninas se habían convertido en historias feministas. Y eso le hace muy mal al espectáculo. Es como si las tramas sociales se convirtieran, de pronto, en tramas socialistas. Qué asquete.
En Mistresses, una serie sobre cuatro mujeres, los hombres son buena gente. Y las mujeres también. Claro que no todos ellos, ni todas ellas. Pero en general no es un mundo Sex and the City. Por suerte. Dicho esto, que me pone muy feliz, expliquemos la trama en cuatro líneas:
Trudi es una viuda rubia, gordita de cachetes colorados, con dos hijas, que hace seis años que no se mete a la cama con nadie. Su marido estaba en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de aquel año malo y nunca más se supo de él. Trudi está casi lista para acabar con el duelo, pero sigue en pausa. En el colegio de sus hijas hay un padre divorciado que la mira con cariño, pero en el fondo de su corazón, ella sigue esperando que su esposo muerto regrese.
Katie es una psiquiatra de cuarenta años, soltera, que está más buena que mojar el pan en el tuco. Tiene un romance secreto con un paciente (¡eso no se puede hacer!) y está bastante alterada con el asunto. Tanto, que ni siquiera se lo ha confesado aún a sus amigas. Para peor, a su amante/paciente le han diagnosticado un cáncer terminal y ella está dispuesta a ayudarlo a morir con dignidad. Su vida, al inicio de la serie, se parece mucho a una historia de amor, locura y muerte.
Jessica es la más joven de las cuatro. Puede tener unos treinta y dos años, y está soltera como un cascabel. Trabaja en una empresa que organiza fiestas y se acuesta con todo lo que camina. En el momento que comienza la serie, está teniendo una aventura con su jefe casado. Tiene rasgos hindúes y es simpatiquísima y muy liberal. Está a punto de conocer a alguien que le hará replantearse toda una vida de libertinajes y festivales de edredón. Ella aún no lo sabe.
Y por último está Siobhan, una abogada casada con un marido que es una joyita, que la adora, que hace la comida, y que las otras tres amigas miran como diciendo: “Ay, qué suerte que tiene Siobhan”. La pareja está buscando un hijo y todavía no lo consigue. Pero ambos insisten, día y noche, y también de tarde. Cuando comienza la aventura, Siobhan empieza a sentirse un poco cansada de que Hari (el marido) la vea como un recipiente de fecundación.
Una temporada para enmarcar
Y así es la cosa. Cuatro mujeres británicas de hoy, todas muy amiguitas entre sí, que protagonizarán seis episodios maravillosos de televisión. Una temporada digna de enmarcarse en un cuadro, para entender cómo se puede hacer algo entretenido y dinámico sin caer en los tópicos feministas.
Ninguna de las cuatro, en los últimos diez minutos del sexto episodio, será la misma persona que nos presentaron en el capítulo inicial. Ocurren cosas muy graves en Mistresses, y sin embargo no perdemos nunca la esperanza (ni nosotros, como espectadores, ni ellas las protagonistas).
La serie se emitió por la cadena BBC One desde el pasado 8 de enero. Y acabó (qué cortas son las joyas inglesas) el 12 de febrero. Hace nada. Está creada por dos que saben: S.J. Clarkson (Life On Mars) y Lowri Glain (Sugar Rush). Cada episodio dura una hora.
Los subtítulos que recomendamos son de Marga y CarpeDiem (para AsiaTeam). No hay información todavía sobre una segunda temporada, pero sería lo más lógico.
No tengo más para decir. Es una de las recomendaciones intensas de Espoiler. Ustedes ya saben lo que hay que hacer, son grandecitos.
¿Y cómo hago para ver esta serie?
Mad Men es como ver
a un perro tocar el piano
Un grupo de publicistas varones, en el inicio de la década del sesenta, prepara una publicidad sobre un lápiz labial. Entonces, gran idea: los creativos reúnen a todas sus secretarias en una habitación y las dejan a solas con docenas de cosméticos, para espiar qué hacen las mujeres con el producto, de qué modo actúan, qué escogen. Ellos están del otro lado de una cámara de gesell (un espejo falso).
En ese universo masculino y libreta en mano, los publicistas apuntan las reacciones de las chicas sin que ellas lo sepan. Como si las damas fuesen chimpancés, o ratas de laboratorio.
Esta escena corresponde al episodio sexto de Mad Men, una serie que cumple un objetivo alucinante, original y antropológico: explicarnos qué disparatadamente distinto era el mundo hace unos pocos años, y ver de qué forma reaccionamos.
¿Qué tan lejos puede quedar 1960? Si todavía hoy escuchamos a Elvis, y a Los Beatles, y los llamamos contemporáneos. Si nuestros padres fueron jóvenes en ese tiempo, y siguen aquí sin mayores trastornos. En Mad Men, sin exclamaciones ni panfleto, nos cuentan que 1960, esa época que parece estar a la vuelta de la esquina, era un planeta salvaje.
Fumando espero
La gente fuma en los trenes, en los restaurantes, en las horas de trabajo, en el descanso para comer y mientras mastica el almuerzo. Las mujeres, sobre todo, fuman como sapos enloquecidos. El mundo entero fuma delante de los niños y de los ancianos.
Son los tiempos en que, por primera vez, la publicidad descubre que un candidato a la presidencia puede venderse de la misma forma que un perfume o un coche. Hoy es lo común, pero hace no tanto aquello era una revolución.
Mad Men, para que nos entendamos, tiene los mismos objetivos que la serie española Cuéntame: su razón de ser es que el espectador se transporte a los años sesenta, pero no a sus grandes epopeyas sino a su cotidianeidad, a sus rutinas. Sin embargo, la diferencia es que Cuéntame hace pie en la evolución familiar, mientras que Mad Men se sustenta en la relación entre los géneros femenino y masculino.
Lo interesante del asunto es que, por primera vez, no hay aquí panfleto feminista. ¡Qué bien le hace eso a la historia! No notamos, detrás de las cámaras de Mad Men, a una de estas directoras de cine actual que están dispuestas a reivindicar sus derechos asesinando la trama. Lo contrario. Aquí la trama está por encima de la propaganda sexista, o antisexista, o los diferentes matices de esta idiotez.
Macho y hembra
Lo que un espectador machista dice al ver esta serie, lo que dice en voz alta, es más o menos esto: “Mierda, cómo avanzaron las mujeres en cuarenta años”. Pero lo que un machista siente, y no dice, es esto otro: “Caramba, ¿y de qué se quejan ahora?”.
Una espectadora feminista que ve Mad Men dice en voz alta: “Mierda, cómo han cedido terreno los hombres en cuarenta años”. Pero lo que piensa, y no dice, una feminista al ver la serie, es: “Caramba, está claro que quejarse funciona, sigamos así”.
Las demás personas, los hombres y mujeres que nunca han sido machistas ni feministas, miran Mad Men con la boca abierta y no dicen nada porque lo más probable es que estén disfrutando de la serie como cerdas y cerdos.
Intenten ustedes mismos averiguar dónde está la gracia de Mad Men, la obra que nos sorprendió a todos en los últimos Globos de Oro, llevándose la palma a la Mejor Serie del año y el premio al Mejor Actor, Jon Hamm. ¿Qué tiene de bueno esta producción de trece episodios? ¿Por qué hay que verla ahora mismo?
Parece una cesta de besos
Como si fuésemos chipancés, o ratas de laboratorio, Mad Men nos pone en una habitación con espejo falso y nos observa reaccionar a los estímulos del medio. Según cómo resistimos a la trama seremos machistas, feministas o personas (y personos). Mad Men apunta en su libreta nuestros gestos, dónde nos reímos, en qué momento nos enfadamos, en que escena pensamos que la vida era mejor entonces; todo queda registrado.
Somos como esas veinte secretarias del episodio sexto. Como esas chicas probándose lápiz labial sin saberse conejillos de indias. En esa escena, una de las chicas, sólo una de entre muchas, no se prueba ningún cosmético, ni parlotea ni ríe, como hacen las demás.
Una de ellas se queda impasible, mira el cubo de la basura lleno de servilletas de papel con labial femenino, y dice en voz alta: “Parece una cesta de besos”. Los publicistas, que la escuchan, alucinan.
Más tarde, en el bar, los publicistas recuerdan la hora de trabajo de este modo:
—¿Has visto esta mañana lo que ha dicho Peggy?
—“Parece una cesta de besos” fue lo que dijo.
—¿Te das cuenta? Ella vio el beneficio, no la característica. Mientras todas las gallinas estaban ocupadas arrancándose las plumas, Peggy vio más allá.
—Interesante…
— Fue como ver a un perro tocar el piano.
¿Y cómo hago para ver esta serie?
Californication no es una
serie de sexo, es de amor
Acabó esta semana otra de las series favoritas de Espoiler, y no hay mejor momento para reseñar lo que nos gusta que hacerlo en caliente, sin demasiada reflexión. Californication se nos presentó en agosto pasado como una serie de contenido sexual que ocurría en Los Ángeles, y nosotros dijimos “bueno, está bien”. Nunca creímos que el pobre David Duchovny nos pudiera hacer olvidar al agente Fox Mulder, ésa es la verdad.
Tuvimos ese prejuicio interno, esa sensación. Y como siempre que tenemos intuiciones, nos equivocamos.
Se equivocó también la cadena Showtime al presentar la serie como una trama sexual, como sólo eso. Está bien que Estados Unidos sea un país puritano y que el cable pueda pasar por encima de ese asunto, anularlo, pero ya está bien con promocionar toda historia con tetas como si fuese la versión televisiva de Garganta Profunda.
Californication es una serie enorme, y el sexo tiene muy poco que ver. Quiero decir: lo explícito del sexo, las tetas y los culos y las porongas. No va de eso, aunque lo haya en pequeños montoncitos.
Hank Moody es un personaje fascinante, un hermano gemelo y contrapuesto al agente Mulder. Dos siameses separados al nacer que vivieron historias distintas y que, ahora, son dos caras diferentes de una moneda.
Hank Moody es un escritor de raza, desesperado y frenético, que no se supo subir al siglo XXI. Ha escrito un libro exitoso y con él han hecho una película horrible y taquillera. Ahora todo el mundo lo conoce por ese film espantoso, y él odia que los demás sospechen que ha tenido algo que ver con eso. Al mismo tiempo, la serie comienza con una brutal sequía: Hank Moody no puede escribir una línea. Está seco.
En la vida afectiva le va todavía peor. Su mujer, a la que ama, y su hija de trece años, ya no viven con él. Lo han dejado por imbécil, por pedante, por infiel, por irresponsable y por inmaduro. Su mujer y su hija ahora viven con otro hombre, Bill, un señor de saco y corbata, millonario, exitoso y aburrido. Las chicas necesitaban ese contraste. Y Hank lo sabe, pero sufre.
Pobrecito Hank. Su editor lo obliga a escribir un blog para sobrevivir. Un blog es la cosa más espantosa a la que puede rebajarse un escritor como Hank Moody. Lo dice muy claramente en una entrevista, en el episodio quinto. Internet no es su mundo:
La primera temporada de Californication es el viaje frenético de un hombre desesperado que busca reconstruir su vida. Que descubre lo equivocado que ha estado al echar por tierra su verdadero amor. Es un tango, de punta a punta. Sólo desea que su mujer lo perdone, que su hija lo ame y, en tercer lugar, volver a escribir con pasión. Mientras espera que todo eso ocurra, no puede parar de follar con desconocidas. Con camareras, con divorciadas, con fantasmas llenos de rimel, con azafatas, con todo lo que se le cruza.
Por casualidad y sin saberlo, en el primer episodio acaba en la cama con una adolescente de 16 años (él no sabe que ella es menor) y más tarde descubrirá que esa niña es, además, alguien muy cercano en otros aspectos. Nosotros, los espectadores, también descubrimos que esa muchacha es Madeline Zima, la pequeñita de The Nanny, que en estos años ha crecido maravillosamente.
Todo se desbarranca en la vida de Hank Moody. Y esa caída libre al infierno dura doce episodios que son como perlas. No hay altibajos: cada capítulo es hermoso, sincero, cruel, divertido y nostálgico. La relación de Hank con su hija Becca es tan sutil, tan tierna, que casi siempre uno (que es padre de niña) acaba moqueando.
Sí, hay sexo en la serie. También escatología: vómitos desenfrenados y eyaculaciones femeninas que son como explosiones asquerosas. Pero que nadie se quede allí colgado, que nadie sospeche que Californication va de sexo ni que es una serie pasatista. Su profundidad moral es abrumadora. Es una historia de amor brutal y exquisita.
A propósito de amor: ayer vi el capítulo final, y no me esperaba ese cierre. Realmente no sospeché que los guionistas quisieran caminar por esas fronteras, por ese camino tan transitado. No es una crítica, es sólo que me dejó muy confundido. Pero sospecho que ese final tiene que ver, como siempre, con que la serie ha sido un éxito y con algo hay que comenzar, el año entrante, la segunda temporada.
Más allá de eso, me guardo estos doce capítulos en el corazón. Ha sido una temporada entrañable, íntima, seductora, con personajes reales o, al menos, arquetipos bien conseguidos. Una extraña mezcla de diversión y frustración, de entretenimiento y profundidad. Me gustan esas mezclas.
Me alegra que exista Californication.
¿Y cómo hago para ver esta serie?
Damages: la última obra
maestra de la tele yanqui
Pensemos en una historia fácil, lineal y conocida por todos. Por ejemplo Caperucita Roja, de Perrault. Para muchos, la primera de todas las historias escuchadas. Ahora voy a contarles esta historia infantil a la manera de Damages, para graficar por qué esta serie (que acaba de concluir hoy) es, estructuralmente, una extraña maravilla de la televisión.
La historia de Caperucita a la damages comienza con un horrible leñador abriendo en canal a un pobre lobo moribundo. No sabemos por qué lo hace, pero notamos odio en los ojos del leñador y espanto en los del pobre lobo. Nos sentimos ecológicamente ofendidos.
Funde a negro y leemos: Seis horas antes.
Ahora vemos a una alegre ama de casa haciendo un pastel de grosella. A su lado hay una niña de caperuza roja jugando con la Wii de Nintendo. Suena el teléfono y atiende la madre. Del otro lado oímos la voz de la abuelita, que dice sentirse enferma. La madre pone cara de preocupación.
Funde a negro. Leemos: Cinco horas después.
Entonces vemos a la abuelita de espaldas, con su gorro de abuelita, con sus lentes de abuelita. Y a la niña de la caperuza roja junto a ella, haciéndole ingenuas preguntas respecto al tamaño de algunos de sus órganos. De repente, la abuelita (siempre de espaldas) abre la boca y se come a la niña, entera.
Fin del episodio uno.
Podría seguir con el capítulo dos, pero imagino que no hace falta, porque ya se ha comprendido la metáfora. La primera temporada de Damages, que ha concluido hace unas horas en Estados Unidos, nos ha mantenido en vilo durante tres meses con una estrategia simple y alucinante: la edición milimétrica de los tiempos cronológicos de la narración.
Adelante y atrás
Si Damages se hubiese emitido como una historia lineal (del punto A al punto Z, sin escalas ni trasbordos) habríamos visto un thriller correcto y entretenido, pero es seguro que su trama no hubiese pasado a la historia. Sin embargo y por suerte, las cartas se barajaron de un modo singular. No fue un trabajo de edición, en realidad, sino de relojería suiza.
Volviendo a la metáfora de Perrault, en Damages nunca sabemos quién es el Lobo, ni quién es la abuelita, ni dónde está exactamente el pastel. Y esto ocurre porque sus guionistas nos tapan los ojos en los momentos correctos, y nos dejan entrever alguna sombra justo cuando la trama lo requiere. Hay una sola cosa inamovible en esta serie, sólo algo está allí siempre: tu culo en el sofá. Lo demás se apoya donde no te lo imaginas.
Acabo de ver el episodio final (el subtítulo aún está humeando) hace unos pocos minutos. Por lo tanto, estoy escribiendo en caliente. Y así, sin reflexionar demasiado, me queda toda la impresión de que los muy jóvenes hermanos Kessler (Todd y Glenn, guionistas esporádicos de The Sopranos) le han descubierto nuevas propiedades curativas al flashforward, esa planta raquítica que siempre crece al costado de la ficción audiovisual.
Hasta la llegada de Damages, la anacronía dramática hacia adelante era un recurso muy poco utilizado (quizás en Lost un poco más que eso). Pero desde Damages, el flashforward ha dejado de ser una técnica y se ha convertido en un personaje. No me sorprendería que el Emmy 2008 al mejor actor protagónico se lo den al tiempo narrativo de esta serie.
Verla de nuevo
Ahora, que todo acabó, quienes hayan visto los trece episodios de esta historia estarán capacitados para componer el puzzle. Y nada mejor para ello que verla otra vez, desde el principio. Yo comenzaré mañana mismo: pienso devorarme las diez horas brutas de emisión en este fin de semana. Porque Damages es una de esas (escasas) tramas que, por obligación, hay que ver otra vez de punta a punta.
No diré mucho más, porque a veces el apasionamiento me hace ir de boca y no quisiera alumbrar secretos inconvenientes a quienes aún no hayan visto la serie, o a quienes aún estén a la mitad, o a punto de ver el final. Ay, qué envidia siento ahora mismo por ese grupo de seres humanos: los que todavía pueden ver Damages por primera vez.
Sólo una cuestión más, antes de irme a investigar qué día comienza la segunda temporada. Puedo sonar ya cansador con este tema, pero además de monolingüe soy agradecido, y es necesario que me saque otra vez el sombrero ante Marga y CarpeDiem (los subtituladores de AsiaTeam para Damages), que cada jueves por la noche —pocas horas después de la emisión original— nos dieron la opción de poder disfrutar esta historia. Un trabajo veloz y eficiente. Y en este caso, además, le he pedido a Marga que haga, ella misma y en primera persona, el cierre de este artículo, porque estamos de fiesta. (Siempre que nos cuentan una buena historia, deberíamos celebrar.)
Damages es tan buena que se traduce sola
escribe Marga, de AsiaTeamA los que nos gusta leer nos ha ocurrido que, de repente, un libro nos llama desde la mesa de una librería. El libro no tiene nada especial, ni la cubierta es llamativa, ni el autor conocido, ni el título especialmente atractivo; pero el libro nos llama, nos atrae.
Eso es exactamente lo que nos ocurrió con Damages. No tenía nada de especial, incluso decían que era una serie de abogados; CarpeDiem y yo odiamos las series de abogados, pero Carpe me dio un codazo (virtual, naturalmente) y me dijo ¿Lo has visto, Marga? y yo respondí: Sí.
Nadie apostaba por esta serie. La pusimos en el foro antes de estrenarse y todos nos dijeron: ¿Otra de abogados? ¡Qué horror! Pero ésta tenía algo especial. Recuerdo el primer capítulo, los primeros minutos, cuando Ellen Pearson sale a la calle manchada de sangre, recuerdo la luz. Entonces me dije: esto es digno de verse.
El episodio piloto nos dejó con la boca abierta: una serie de abogados donde lo más cerca que se está de un tribunal son las escaleras del edificio. Todo un acierto. Y capítulo a capítulo no decayó.
Damages ha sido una serie que se ha traducido sola. Oírla en inglés es una delicia, sobre todo después de estar acostumbrados a Prison Break y otras del estilo, donde —y que me perdonen los estadounidenses— se usa un lenguaje que no dejaría utilizar a mis hijos, si los tuviese. En Damages casi no se emplea el famoso 'you know', y cuando se emplea sólo está en boca de Ted Danson y es para marcar —con ese registro tan característico— el hampón que realmente es.
Así como muchos odian a Glenn Close, yo odio a Ted Danson: no lo aguanto. Perdón, no lo aguantaba hasta ahora; en Damages me he reconciliado con él: borda su papel. ¿Y de ella, qué decir? Oírle hablar a Glenn Close es una delicia: hasta cuando grita o murmura se le entienden las frases a la perfección, no sé si es el guionista o ella, aunque imagino que ambos utilizan un magnifico inglés del que ya había perdido la pista, de tanto ver series.
Traducir Damages ha sido sólo disfrutar; es un placer utilizar intensificadores en las frases, el verbo más adecuado viene a la mente casi sin pensar, las palabras se colocan en la boca o los dedos sin darse uno cuenta, y esa sensación se transmite al subtítulo.
He oído decir a los lectores de Espoiler que los subtítulos estaban bien hechos y nos alegramos. En realidad el placer ha sido nuestro, porque hemos disfrutado con ellos lo que casi nunca antes, y esperamos que también se lo hayamos podido transmitir a ustedes.