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Hernán Casciari nació en Buenos Aires, en 1971. Es escritor y periodista. [Más]

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Sección 'Sin tetas no hay paraíso'

Radiografía urgente
del mal llamado culebrón

Desde hace dos décadas, la telenovela ha sufrido una edificante revolución argumental. En concreto desde Colombia, Brasil y Argentina.
ESPOILER - 23 de enero, 2008
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La cosa más fácil del mundo es menospreciar la telenovela. Ay, que intelectuales somos cuando decimos en voz alta lo simples y cutres que son. Y qué feministas progres somos cuando las denunciamos por sexistas. Y qué machos nos sentimos al jurar que nunca hemos visto una. Y qué a salvo quedan nuestras impecables carreras de guionistas cuando, para comer, las escribimos con seudónimo. Y qué inteligentes críticos de tele nos sentimos al defenestrar a todas las telenovelas, una a una, como si fuesen la misma.

En Norteamérica y Gran Bretaña se les llama soap opera, en América del Sur telenovela, en otros países teleseries o melodramas o seriales vespertinos. Pero aquí en España se les dice culebrón. El término es despectivo. Hasta la Real Academia, en su primera acepción, además de informar sobre lo que significa el género, opina sobre su extensión: dice que el culebrón es sumamente largo. (Qué cultos son los que redactan los diccionarios: escriben “sumamente”, para que quede claro que ellos, si escribieran una, la harían acabar unos meses antes.)

Durante muchos años, la telenovela tuvo una estructura idéntica que se puede resumir así: chica pobre, chico rico, estiramiento chicle y final feliz. Esto es verdad. Pero desde hace ya casi dos décadas, este producto de ficción ha comenzado a sufrir una edificante revolución en Latinoamérica. En concreto desde tres países exportadores: Colombia, Brasil y Argentina. Al mismo tiempo, otros dos grandes fabricantes (México y Venezuela) continúan abasteciendo al mundo del producto tradicional, el producto chicle, edulcorado y facilón.

Malas importaciones

Es muy interesante comprobar que España ha importado —casi únicamente— los éxitos mediocres, y se ha desinteresado olímpicamente de los revolucionarios. Abigail, la telenovela latinoamericana más exitosa retransmitida en España, es una mierda. Puro chicle. En cambio Café con aroma de mujer, esa joya única, no está entre las cincuenta más vistas de la Península.

La telenovela ha comenzado a incorporar temáticas sociales, y desde entonces algunas consiguieron (a estas alturas ya es tendencia) romper con el tópico de chica pobre, chico rico, chicle y final feliz. O por lo menos lograron suavizar estos rasgos.

Durante los últimos diez episodios de Café con aroma de mujer (ah, qué hermosos recuerdos tengo) se habla casi todo el tiempo de economía y manufacturas industriales. En la maravillosa La vida en el espejo la complejidad filosófica es intensa y duradera. En O Clone, la última gran apuesta brasileña, la genética y el ADN son los protagonistas. La argentina Montecristo mezcla la famosa historia de Alejandro Dumas con las desapariciones de personas en la dictadura militar de los 70. En Sin tetas no hay paraíso (la original colombiana) se denuncia la explotación de la mujer y su servidumbre física voluntaria, del mismo modo que en Yo soy Bety, la fea se subrayaba su discriminación estética.

Digo todo esto porque ya he leído y escuchado bastante, en todos los medios de este país, sobre el estreno de la versión española de Sin tetas no hay paraíso. Demasiada gente inteligente en la prensa hablando sin antes ver, opinando desde el prejuicio, soltando gansadas y clichés. Incapaces todos de reconocer las historias por encima de los géneros. Ciegos de tradición y de pereza.

Detener el fútbol, aplazar la guerra

En América latina la telenovela ya dejó de ser territorio vespertino y femenino. Ha ganado —a fuerza de rupturas temáticas y muchísimo coraje— los prime-times, la nocturnidad y también el visto bueno del hombre de la casa.

En Brasil se reprogramaron los horarios de la Copa Libertadores cuando se emitía la violentísima Bang Bang. En la guerra de Bosnia existía un alto al fuego mientras los televisores programaban La Esclava Isaura. (En este mundo, que se detenga el fútbol y la guerra no es cosa de todos los días.) El último episodio de la enorme, gigantesca, Resistiré, reunió a miles de personas en el teatro Gran Rex de Buenos Aires, mientras millones la veían desde sus casas y la convertían en el evento de ficción más visto de la televisión argentina de todos los tiempos.

Rompo una lanza hoy, desde Espoiler, por la telenovela actual. Alguien tiene que hacerlo de una vez por todas. Me harta que las cadenas españolas compren lo barato y lo rancio que llega de México y Venezuela, y que eviten los productos de calidad que proponen los otros tres grandes mercados. O que, cuando compran calidad, cometan la indecencia de formatearlo y ponerle encima torpes actores locales, inexpertos y cansinos, como si el idioma de la versión original fuese incomprensible.

El tópico y el juicio previo

Apuesto también por una crítica individualizada de cada producto, a ver si crecemos un poco. Decir, hoy, que las telenovelas son un tópico, es el más grande de los tópicos. Es prejuicio y sinsentido. Ya han pasado los tiempos frígidos de Grecia Colmenares y de la horripilante Cristal de Jeanette Rodríguez. Y si alguien lo duda, que sintonice de lunes a viernes, por el canal 153 de Digital Plus, la descomunal y atrapante historia Resistiré. Comenzó el lunes, durará 64 episodios. La pueden ver a las nueve de la noche o a las nueve de la mañana.

Si eso no es romper todos los moldes, si eso no es innovar y marcar el camino, que venga Dios y me lo diga en la cara.

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