Sección 'Telebasura'
A la cuenta de tres,
apagad todos el cerebro
He notado, con preocupación, que se está propagando con fuerza en Internet una especie de campaña (un poco infantil, y otro poco fascista) en la que se aconseja al espectador de televisión no ver una entrevista periodística que se le hará a un funcionario corrupto.
Por lo que pude entender, parece que este funcionario ha estado preso y ahora, que ha salido de la cárcel, está dispuesto a hablar a cambio de dinero. Una cadena de televisión está dispuesta a pagarle la suma establecida, puesto que el funcionario (por el hecho de tener relación sentimental con una artista famosa) ha conseguido popularidad. Es decir que el sujeto tiene bastante para contar: posiblemente, además, sea carismático y extrovertido.
Hasta aquí todo está en orden. En cualquier país del mundo ocurriría lo mismo, porque hay un target (un grupo numeroso de espectadores) muy interesado en esa mezcla morbosa que generan el poder y el espectáculo. El problema surge cuando otro target (otro grupo al que esto no le interesa en lo más mínimo) comienza una campaña para boicotear la audiencia de la entrevista.
La campaña —que he visto en infinidad de sitios— consta de tres puntos:
1. Comenta esta iniciativa a las personas de tu círculo, sobre todo para intentar que le llegue a aquellos con audímetro.
Lo del audímetro es gracioso: la leyenda urbana dice que hay en España unos aparatos que alguna gente posee, y que son ellos los que deciden el rating. La campaña intenta convencer (sobre todo) a esta gente.
2. Cuando comience la entrevista, enciende la tele y sintoniza cualquier canal, menos aquél en el que estén pagando a un convicto.
Este consejo tiene que ver con que no ver la tele no sale en los índices de audiencia. Y también presupone (en las antípodas del buen periodismo) que los convictos no merecen ser entrevistados.
3. Mira los programas que más se parecen a la tele que tú deseas.
Este punto es el más divertido, porque después de explicar puntillosamente qué hay que hacer, el redactor habla de “deseos”.
Hay un error muy grande en esta campaña, que tiene que ver con la ausencia de libre albedrío, con la demasiada credulidad y con una exagerada esperanza en lo viral. Pero hay algo más preocupante, algo más oscuro: la cantidad de gente progre e inteligente que se ha subido a este carro fascistoide, ingenuo y manipulador.
A los creadores y propagadores de esta idiotez parece importarles muy poco la televisión de calidad (aunque ése parezca ser el fin loable de la idea). Parece interesarles mucho más que una cadena y un funcionario corrupto no hagan negocios fructíferos. No les importa si la entrevista será buena, mala, magistral o informativa. ¡No hay que verla!
¿Qué diferencia tiene esta campaña con otras, de sentido inverso? Por ejemplo, un grupo de curas pregonando que sus fieles no vean un video de Madonna. O una Asociación de Idiotas intentando que no se emita una publicidad donde aparecen enanos. Los grupos reaccionarios jamás dicen “vean, amigos, y luego piensen”. Es más habitual que digan: “No vean esto”. Y cuando tal injusticia ocurre, los progres inteligentísimos de Internet, la juventud instruida, la masa sensible, pone el grito en el cielo (y con razón).
¿Y esto de ahora qué es, sino lo mismo?
No se apuesta por la televisión de calidad aconsejando qué cosas no hay que ver. No se está a favor de la buena tele actuando como una masa imbécil que cambia de canal a la de tres, como marmotas. O repitiendo la cantinela absurda de los audímetros. O prejuzgando una labor periodística que todavía no se llevó a cabo, sólo porque el entrevistado ha cobrado un dinero.
A veces —cada vez más— las personas decentes, tolerantes y crédulas prefieren propagar cualquier prejuicio colectivo en lugar de pensar. Y no se dan cuenta que eso es lo que hacen, desde hace siglos, los indecentes, los intolerantes y los facinerosos.
El espectador basura
El lector que no le tiene cariño a la pantalla pequeña ya estará un poco harto de escuchar que estamos transitando por la “época dorada de la televisión”. ¿Es posible que tal cosa sea cierta cuando la TDT de Telecinco ofrece, ocho años después y como si se tratase de un incunable, la versión íntegra de Gran Hermano Uno?
¿Ésa es la apuesta digital terrestre que nos iba a sorprender? ¿Podemos hablar de panacea audiovisual cuando, cada noche, hay más timos telefónicos con rubias androides pidiendo a gritos que los imbéciles marquen un 905? Es comprensible la duda. Si confundimos al electrodoméstico llamado “televisor” con el medio denominado “televisión”, las cuentas no cierran.
La tele ya no es una nevera. No es algo que se abre porque dentro, muy a la vista, hay un producto a punto de hacer mal olor. La tele ya no son dos cadenas. Hoy la televisión se parece más a un supermercado que a un electrodoméstico. Para encontrar lo que nos gusta tenemos que caminar mucho, comparar, descartar, escoger. Las peores marcas y las mejores están en el mismo espacio. Los sabores exóticos y los yogures caducados. Todo convive.
Desde mañana, por ejemplo, y todos los sábados a las 22:20, la Fox emite la primera temporada completa de Los Soprano en sesión doble. El espectador puede estar allí, disfrutando de una obra de arte popular, o puede estar en otra parte, quejándose de unos tertulianos que le hacen preguntas morbosas a Pajares o a Falete.
Pero por favor, que este segundo grupo, el lunes, no hable ya de ‘televisión basura’. Porque desde hace años hay opciones, hay enorme menú. Quizás deberíamos redirigir el epíteto: ‘Espectador basura’, por ejemplo. El que, por pereza, confunde un gran supermercado con una nevera rancia.
Calendario del Viernes 31 de Octubre
La pasada noche, en Norteamérica se pudieron ver un montón de buenas series que ya están disponibles para descarga; entre ellas, el regreso de la gran comedia 30 Rock. Aquí el listado completo.
Tres nuevos secretos
en la televisión
El título de esta entrada es mentiroso, porque no vamos a desvelar ningún secreto. Hablaremos de dos series nuevas (una yanqui, la otra inglesa) que tienen la palabra Secret en su título, por pura casualidad. Y acabaremos la entrada de hoy con un secreto nacional sobre las galas de televisión.
El primer secreto
Algunos amigos ya conocían a Billie Piper por su personaje de Rose Tyler en Doctor Who, pero yo todavía no he visto este clásico británico. Por eso admito de entrada que es la primera vez que veo a Billie Piper, una actriz inglesa de ventipico de años que me cayó muy bien en esta nueva serie británica, que se llama Secret Diary of a Call Girl. (Aquí torrents, aquí subtítulos.)
La primera temporada tiene ocho episodios (como es costumbre en las islas) y en este caso se trata de un drama de 22 minutos, que ya no es tan habitual, ni en Gran Bretaña ni en casi niguna parte. Un drama con toquecitos de comedia, a lo Weeds.
Pero, al revés que Weeds, Secret Diary of a Call Girl no termina de desarrollar a sus personajes secundarios: se centra en su protagonista casi únicamente. Se trata de la historia de una chica que de día es Hannah, una secretaria cualquiera de un bufete de abogados, y de noche se convierte en Belle. (Como en Belle de Jour, la peli de Buñuel con Catherine Deneuve , pero en la época blog.)
Pude ver cinco episodios de los ocho, porque hasta ahí llegan los subtítulos de Asia-team (que acabarán su trabajo en breve con los tres restantes) y diré que es una serie que no recomendaría jamás en invierno, cuando podemos hincarle el diente a Dexter, a Lost, a How Mother, etcétera. Pero que sí amerita recomendación veraniega, en estas épocas que estamos un poco ávidos de aventura televisiva.
Secret Diary of a Call Girl tiene una trama fresca, diálogos veloces, una voz en off que logra cuajar y hacernos sentir cómodos con el relato, pero le falta definición. No hablo de HD (ya hablamos de eso el lunes), quiero decir que es una excelente jugada, con buenos regates, en donde un centrocampista llega al área con la pelota dominada, pero la pelota pega en el palo y se va al corner.
Es una serie que tiene al sexo como protagonista, pero no se recrea en él (sí lo hace Californication, por ejemplo), no busca la provocación sino el recorrido de un camino paralelo, donde importa más el carisma de su protagonista que aquello que se narra.
Este primer secreto es una recomendación moderada, sólo para quienes están con mono de dramitas cortos y simpáticos. Nadie se aburrirá con la serie, pero tampoco saldremos de ella siendo mejores espectadores de televisión.
El segundo secreto
The Secret Life of the American Teenager tiene solamente un episodio en el aire y todavía no está subtitulado (Asia Team ya está por la labor; el torrent se puede descargar desde aquí).
Es una producción de la cadena ABC Family (la versión light de ABC, que ya es de por sí light) y su primer capítulo se emitió el martes pasado, 1 de Julio. Este segundo secreto, por tanto, no es una recomendación crítica, sino una esperanza de buena trama.
Con toda la pinta de una comedia adolescente, al estilo de Melroce Place o Beverly Hills, 90210, la serie propone una vuelta de tuerca (pequeñita, pero efectiva) en esta clase de historias. La protagonista, Amy, descubre el el primer episodio que está embarazada.
La trama no es una revolución, pero haciendo memoria no recuerdo que se haya utilizado como conflicto principal, nunca, en una serie con intención de llegar al público menudo, quiero decir, al target 13/20. Sólo por eso, será interesante darle una buena mirada al piloto en cuanto tengamos subtítulos en castellano.
El último secreto
Ayer La 1 de TVE emitió una gala llamada Premios anuales de la Academia de Televisión. No soy muy amigo de hacer críticas negativas sobre la tele, y mucho menos sobre el subgénero "galas", que ya de por sí es una estructura que en España nadie hace bien, pero tengo que decir algo.
¡Anoche han logrado hacer la peor de todas!
Imagino que debió ser un trabajo complicadísimo que llevaron a cabo con el máximo secreto (porque no sabíamos que estaban intentando conseguirlo), pero lo bordaron. Hicieron la peor gala del mundo en cualquier época, un trabajo colosal en el que estuvieron todos a la altura: desde los técnicos a los presentadores.
Nunca había oído guiones tan horribles dichos por un presentador sin ganas (Carlos Sobera) ni por las duplas de anfitriones; jamás la falta de ritmo fue tan grande, ni mayor la desidia. No se salvó ni uno del escarnio, todos decían sus líneas sabiendo que no tenían sentido. Todos entraban a escena con la vergüenza de estar haciendo el ridículo entre pares.
En casa contabilizamos un error cada doce segundos. La mayoría de los premiados no estaban (que no esté el premiado a la mejor dirección "porque está rodando en Italia" vaya y pase; pero que no esté la premiada al Mejor maquillaje "porque está de vacaciones" me parece el mejor chiste involuntario de la noche).
Se producían silencios larguísimos, baches ominosos, sin venir a cuento. Se escuchaban de fondo las indicaciones desde el control. Carlos Sobera decía "ahora vamos con la mejor ficción autonómica" y aparecían los premios al mejor informativo. Edu Soto y David Fernández disfrazados de Los Lunnis hicieron llorar a mi hija. Varias ternas tenían un solo candidato, es decir, no competían contra nadie, y sin embargo los "ganadores" se levantaban de la mesa con gesto de sorpresa y felicidad.
El director de cámara no acertó ni una sola vez un plano. Si Sobera, desde el escenario, conversaba con Pablo Motos (en una mesa) durante medio minuto, la cámara no se decidía a mostrar a Motos hasta que la conversación finalizaba. La música nunca entró a tiempo, jamás. La organización de las mesas provocaba que los aplausos languidecieran cada vez que un premiado subía a escena. Nadie sabía mayormente qué hacer.
Enhorabuena, académicos de la tele. Lo consiguieron. Fue arduo, pero lograron hacer la peor gala de televisión... y fue justo aquella en donde se dieron premios a ustedes mismos.
Qué culpa
tiene el Tomate
El título del texto de hoy es fragmento de una canción popular que nació durante la Guerra Civil, y que también se usó en la revolución cubana y en otros intentos revolucionarios de izquierdas de América latina. Habla de hijos de puta, de injusticias, de inercia popular y de un sueño utópico de cambio. La segunda estrofa (de cuatro) dice así:
Qué culpa tiene el tomate
que está tranquilo en la mata,
si llega un hijo de puta
y lo mete en una lata,
y lo manda pa’ Caracas.
Ayer por la tarde, cuando me avisaron que El Tomate dejaba de existir en la pantalla de Telecinco, se me pegó esta canción en el parietal derecho del cerebro y no me la pude sacar hasta muy entrada la noche.
Muy pocas veces hablamos en Espoiler de ese programa de la televisión. Exactamente, dos veces. La primera fue en un artículo llamado Salva a tu madre y salvarás el mundo, en donde recomendábamos al lector joven de este blog que pusiera manos a la obra y rescatara a su progenitora de los tentáculos de la mala televisión, liderada en su franja vespertina por El Tomate.
Entonces yo estaba convencido (lo sigo estando) de que, si muchas señoras están hoy frente a la pantalla viendo una televisión de mierda, es por culpa de sus hijos. No de Jorge Javier Vázquez.
A veces leo en foros progres de gente cool, y en docenas de columnas de prensa, a la gente joven y superguay quejarse del enorme tirón de la telebasura. Que cómo puede ser, que no hay derecho, que la gente en España se traga lo que le ponen en la tele. Pero después ahondo en la cuestión y no encuentro un puto salvavidas para las madres y las abuelas.
Ni uno de esos muchachos inteligentísimos le ha grabado a su madre un DVD con buena televisión. Ni uno de estos genios con buen gusto ha escrito un tutorial sobre divx para el ama de casa. Ni un periódico culto, de esos que los sábados descubre en su suplemento cultural que la tele es asquerosa, se digna el sábado siguiente a explicarle a su lector cómo se sintoniza la buena, la que sí vale.
La yerba de los caminos
la pisan los caminantes,
y a la mujer del obrero
la pisan cuatro currantes
de esos que tienen dinero.
El mayor error cultural de los gobiernos españoles (de derecha y de izquierda) es que siguen creyendo que la gente grande, sabia siempre, tiene que educar a la gente joven, descarriada siempre. Y es justamente al revés.
Me dio siempre muchísima risa la postura política de que hay que regular la televisión vespertina “para salvar a los niños y a los adolescentes”, cuando está clarísimo que —a esa hora— el único ser vivo lobotomizable es la señora mayor, que se deja las neuronas al completo en la pantalla.
¿De qué niños y adolescentes hablan? ¿De los que, mientras miran de reojo la tele de aire, se están descargando Family Guy, Heroes y fotos de chicas de Europa de Este? ¿A esos hay que salvar de las garras de Jorge Javier?
¿Son esos niños los que llenan de conversación vacía y morbosa las calles, los que cotillean sobre el tamaño del pene de los toreros y la profundidad vaginal de las folklóricas, o la conversación vacía y morbosa está en la cola del mercado, en la peluquería y en la sala de esperas de los doctores de la próstata?
El gran error que cometen los niños y los adolescentes es, repito, no enseñarles a sus mayores a descargarse videos interesantes para mirar por la tarde. Cometen pecado de omisión, quieren todo para ellos, no comparten la data buena.
Ayer se emitió el último episodio en directo de El Tomate. Se acabó, por suerte, y eso está bastante bien. Pero no se le ocurra a nadie cantar victoria. Que no exista ya el producto no significa que haya muerto el consumidor. (Pensar así sería tan ridículo como ilegalizar un partido político y creer que de esa forma sus votantes cambian de opinión o desaparecen.)
No. Eso es ingenuo, eso es política. Los tres millones de ojos que veían El Tomate no han quedado ciegos ni han muerto. Allí están, como vegetales nocturnos, aguardando otra vez el primer rayo de sol tóxico, esperando algo más que les enturbie las tardes. ¿O alguien sospecha que Telecinco, desde el lunes, programará tardes temáticas con Ingmar Bergman?
Los señores de la mina
han comprado una romana
para pesar el dinero
que toditas las semanas
le roban al pobre obrero.
Éste es el momento, lector de Espoiler con madre y abuela viva. Este viernes, la señora que mora en tu casa (la que te plancha los vaqueros) estará con la guardia baja. Descolocada, deprimida, sin saber qué mirar. Es la hora de actuar con decisión y heroísmo.
Grábale tres o cuatro dvds de las Desesperadas, de A dos metros bajo tierra, de Vientos de Agua, o la primera temporada de Lost, para llenar ese hueco tonto, ese agujero negro que existirá de 15:30 a 17. Explícale a esa pobre señora cómo se pone el play del reproductor. Dile, con palabras dulces, que las tardes pueden ser mucho mejores desde hoy, conversa un poco con ella.
Tú, adolescente maltratado por los gobiernos y la sociedad, tú, que eres capaz de hacer cola por la madrugada para comprar el último libro de Harry Potter y después leerte las ochocientas páginas en una semana mientras los tertulianos de las radios dicen que la juventud no lee, tú, enséñale a tus mayores, con humildad, a mirar buena televisión.
Cuando querrá Dios el cielo
que la tortilla se vuelva…
Que la tortilla se vuelva,
que los buenos coman pan
y los malos mierda, mierda.
Cambia la historia, joven español. Desde el lunes, la revolución está en tus manos.
Sociópatas
en el sofá
Lo que faltaba. Ahora un programa de televisión vespertino, un talk-show de Antena 3, es cómplice del asesinato de una pobre mujer. Y lo peor es que leo la prensa —la prensa progre y la prensa facha— y todo el mundo parece estar de acuerdo. Debemos encarcelar a Patricia, la presentadora, y quitar todos los programas de encuentros personales, y que la cadena se arrodille y pida disculpas.
El Diario de Patricia (lunes a viernes a las 19:15, por Antena 3) es un formato universal que existe desde hace treinta años en todo el mundo. Explico el mecanismo con brevedad para quienes no son de España: en un escenario hay unos sillones mullidos, y unos sofás, y va entrando gente a la que se engaña un poquito, para que se encuentre con alguien cercano y ocurra algo emocionante. Eso es todo. En cada país del mundo, por la tarde, hay una o varias versiones similares o idénticas.
El objetivo del programa es conseguir la emoción del público que está en plató (casi siempre un público de pago, o de pega) y del público que está en su casa mirando la tele a esa hora (casi siempre femenino, infantil o drogado, según un estudio).
Estas emociones deben ser breves e intensas. Madre abandónica que hace mil años no ve a su hijito, que ahora es grandote; gordita murciana que chatea con chico peruano y no sabe que él está escondido entre bambalinas; vecina guarra con diez gatos que desconoce la presencia de todos sus otros vecinos enfadados; chico cornudo que viene a perdonar a novia putarrona sin que ella lo sepa; cuarentona divorciada y teñida que quiere cita a ciegas con telespectador solitario; señor echado de casa a patadas que ahora quiere volver con promesas de cambiar y ser mejor esposo; etcétera.
En la mecánica del show, Patricia Gaztañaga presenta primero al que sabe a qué ha venido, después lo esconde para que aparezca el que no sabe a qué ha venido, y por último se produce el encuentro entre ambos, la mayoría de las veces son personas de clase trabajadora con bastantes problemas de adaptación social, o de clase media con algún trastorno leve tirando a grave.
Fragmento de "El diario de Patricia" emitido el miércoles 14 de novimbre de 2007
A la izquierda Svetlana, una chica rusa que había cortado con su novio, Ricardo Navarro. Éste (a la derecha) pide ayuda a la televisión para recuperarla. El talk-show los enfrenta en directo. Ricardo le pide matrimonio a Svetlana y ella, que había ido al programa sin saber que se encontrarían, lo rechaza. Ni siquiera lo mira a los ojos al besarlo. Cuatro días más tarde Ricardo la mató. |
En general, la patología más grave siempre la tiene el que sabe a qué ha ido. El cómplice. De los dos invitados, siempre hay uno que no ha encontrado otro modo de solucionar un problema personal más que recurriendo a la televisión. Un inadaptado. El que llega al programa a pedir ayuda, a que se engañe a otro en su propio beneficio, siempre tiene un trastorno psicológico, casi nunca es alguien normalito.
En casa a este programa no le llamamos “El diario de Patricia”. Lo hemos rebautizado de un modo bastante más concreto.
—¿Qué hora es?
—Siete y media.
—Poné un rato “Sociópatas en el Sofá”, a ver qué loquito aparece hoy.
Ése debería ser el verdadero nombre del formato, porque la sociopatía, o trastorno de personalidad antisocial, surge por conductas de manipulación o violación de los derechos de los otros, de los que están alrededor. Y el que sepa un poquito del asunto conoce de sobra que es muy frecuente que estos casos, al menos los más graves, acaben en criminalidad o en violencia.
A mí lo que más me llama la atención del sonado caso de la chica Svetlana (que murió a manos de su exnovio después de que ambos hayan participado de El Diario de Patricia) no es que haya ocurrido la tragedia, sino que sea la primera vez que ocurre en este programa (y sólo cinco veces en todas las televisones españolas). ¡Qué suerte han tenido! Porque casi todos los sociópatas españoles han estado alguna vez sentados en esos sofás.
Las personas que recurren a la televisión para solucionar sus problemas tienen un fallo de sistema. No es posible que esto parezca ahora una novedad, y que toda la sociedad se rasgue las vestiduras y haga cómplice a la pobre Patricia (que hace su trabajo muy bien) ni a la productora del programa (que es muy eficiente en su trabajo de conseguir sociópatas), ni a Antena 3 (que gana mucho dinero al echar luz vespertina sobre los dramas de los trastornados).
Los talk-shows vespertinos son una mierda, es verdad. Eso lo sabemos todos, desde Patricia Gaztañaga hasta el último de los figurantes que gana diez euros por aplaudir desde la grada. Es un negocio que intenta generar emociones al ama de casa que plancha a esa hora, y a la abuelita aburrida que ya no espera que sus nietos la visiten por la tarde. Es una mierda, pero no es un delito.
En la muerte a martillazos de mujeres en manos de sus hombres hay igual culpa en los bares de España (hay uno cada 27 habitantes) que en los programas de la tarde. La televisión es una herramienta y los formatos son un negocio, así como los martillos son una herramienta y los bares son un negocio. No tiene la culpa de la muerte de nadie el empleado que vende un martillo al asesino, ni el bar que lo emborracha antes de matar.
Si los bien pensantes tienen ganas de demonizar El Diario de Patricia, hay muchos elementos para hacerlo: es un programa innecesario, estaría mucho mejor que a esa hora pusieran Los Simpsons, lo que sea. Argumentos sobran y han sobrado siempre. Se puede hablar de contenidos de calidad, de necesidad de cultura en la tele. Pero es una aberración culpar un formato de televisión, o hacerlo cómplice, de la muerte azarosa de una pobre mujer entre tantas, sólo por haber pisado el plató.
Casi todos los días estoy en contra de ese programa y de muchos otros por el estilo (me gustaría mucho más una tele de calidad, está claro). Pero hoy necesito decir que estoy a favor de los argumentos inteligentes para quitar esos programas de la pantalla. Y el argumento de la complicidad criminal es falso, es arribista y es cómodo. Una soberana idiotez urdida por hipócritas morales y por perezosos intelectuales.
La sonrisa de Patricia
versus el disgusto de Carmen
Patricia Conde y Ángel Martín me contaban hace unos días que algunas tardes el programa Sé lo que hicisteis, de La Sexta, supera en audiencia a Aquí hay tomate, de Telecinco, entre los espectadores de Madrid. Este milagro no ocurre todas las tardes, ni siquiera muchas tardes, sólo algunas, pero de todas maneras es una noticia que debe tener categoría de esperanza.
Estos dos programas vespertinos, que compiten en franja horaria en toda España, son el símbolo perfecto de sendas maneras de hacer televisión en este país. Y también son las dos formas, antagónicas, en que se nos presenta el mundo actual.
Hay dos mundos conviviendo en éste. Hay un mundo cutre y despiadado, un mundo de corbatas y mezquindades, y también hay un mundo innovador y despierto, hecho sin solemnidad y con pasión. Hay explorer y firefox, hay vodafones y skypes, hay chinos ancianos que alambran Internet y hay chinos jóvenes que van por la noche con tenazas y martillos a despedazar tranqueras, hay quienes esconden y quienes comparten, hay los que prefieren la cantidad a la calidad y hay viceversa, hay prensa amarilla disfrazada de rosa y prensa que no cree en los colores pastel.
Sé lo que hicisteis es un formato televisivo que muestra, cada tarde, la decadencia de la televisión española. Y lo hace con una dosis idéntica de inteligencia y desparpajo. Gracias a esto, es el programa de la televisión española más visto desde la plataforma Youtube, con cientos de miles de visitas diarias.
El show tiene dos secretos, y ambos están a la vista. Para empezar, hay un equipo detrás de las cámaras que no se conforma con cumplir un horario y realizar un trabajo desganado. Se sospecha, se intuye desde el otro lado de la pantalla, que los chicos que escogen las imágenes de archivo, los que buscan y rebuscan en la miseria de otras cadenas, los que escriben los guiones, los que sostienen los cables, los que hacen entrevistas en la calle, son personas que se están divirtiendo.
El segundo secreto del éxito es la química entre la presentadora rubia y el muchacho de la mirada imperturbable.

Esto de la química, en la televisión actual, llama mucho la atención. Sobre todo en los tándem de presentadores chico-chica. No existe, en toda la parrilla española actual, dos personas que se complementen mejor que Patricia Conde y Ángel Martín. Del mismo modo que no hay dos que parezcan más enemistados y distantes que los del Tomate.
El éxito de Sé lo que hicisteis está, creo yo, en la risa contagiosa de la rubia. Y el motor de esa risa son las monigotadas equilibradísimas de su partenaire: sus silencios, sus complicidades frente a la cámara, sus escapadas de guión, incluso los fallos y los traspiés. El espectador se divierte si Patricia se divierte con las barbaridades que suelta Ángel. Ahí está el truco, y es un truco complicado de imitar, porque esas astucias no se aprenden ni se enseñan. Sólo ocurren a veces, cuando hay una química real y una frecuencia exacta entre dos personas.
Pero más allá de esto, Sé lo que hicisteis es un show estructurado en la edición y documentación de contenidos ajenos, y también en la generación de contenidos, o pequeñas trampas amistosas. No pocas veces la producción logró dejar en evidencia a otras cadenas, a otros programas rosas, a otros colegas. Denunciaron, con mucha gracia, que un colaborador de Cuatro les copiaba los resúmenes (Gonzalo Miró, en el matutino de Concha García Campoy), o inventaron una noticia sobre Isabel Pantoja que la otra televisión vespertina, la decadente y macabra, levantó como real y emitió sin contrastar con nadie, quedando así en doble ridículo.
El trabajo de este programa de La Sexta es el de poner frente a nuestras narices los dos mundos. El cutre y el creativo. El mundo de la infamia y el insulto barato, y el mundo de la imaginación y la esperanza.
Yo estoy seguro que los guionistas, editores y realizadores de programas asquerosos, repetitivos y desganados darían parte de su salario por compartir trabajo con los guionistas, editores y realizadores de Sé lo que hicisteis. Aquéllos, los que cumplen un horario escribiendo, realizando y editando mierda, saben que éstos, sus pares de la otra cadena, se están partiendo de risa. Que disfrutan de su trabajo, que festejan cada logro.
Pero justamente ése es su castigo por hacer las cosas mal: no divertirse. La audiencia del Tomate, su éxito mediático, no les importa en absoluto a sus guionistas, editores y realizadores. Quisieran estar en otra parte, entre amigos, ocupando un lugar en la otra mitad del mundo. (Y creo que Carmen Alcayde también. No me cae mal esa chica, el problema que tiene está a su derecha, y no sabe cómo escapar.)
Las pocas tardes que, en Madrid, Sé lo que hicisteis le gana la batalla del share a Aquí hay tomate, el mundo es un poco mejor. Con suerte, esas pocas tardes al mes un día serán varias tardes. Y con más suerte, una madrugada descubriremos que la tendencia se esparce por toda España y se mantiene a lo largo de las temporadas.
Hacer buena televisión no es un trabajo fácil, ni ocurrirá de un día para el otro. Debemos estar atentos a estos pequeños detalles, a estas agujas que brillan y parpadean entre los pajares de la mediocridad. Cuanto más a gusto esté Patricia en su silla, y cuanto más a disgusto se encuentre Carmen en la suya, habrá más y mejores esperanzas de que un día (ojalá no falte tanto) podamos hacer zapping a las cuatro en punto sin sentir tanta pena por la televisión.
Salva a tu madre
y salvarás el mundo
Según una encuesta que hice yo mismo entre los vecinos de mi escalera —cualquiera de ustedes puede hacer una y los resultados serán idénticos— a la televisión vespertina la miran señoras (42%), niños en edad escolar (28%), homosexuales irónicos (24%), jóvenes que se drogan por la tarde (3%), heterosexuales en paro (2%) y turistas (1%).

Aquí en España, el programa de mayor audiencia en esta franja horaria (de 15 a 19 horas) se llama Aquí hay tomate, que es visto cada día por unas cinco millones de personas. La información que brinda la televisión de la tarde responde, en un 90%, a la pregunta de quién ha tenido relaciones sexuales con quién. Éste es el eje, el objetivo y el núcleo de toda la estructura argumental vespertina.
Para ello se convoca a conductores que brindan noticias desde un atril, se colocan periodistas veloces en las calles y los aeropuertos, se invita a tertulianos homo o bisexuales (o heteros que no lo parezcan mucho) y se utiliza a científicos que manipulan maquinarias de la verdad. Todo este engranaje responde a un único fin:
saber cómo es la fornicación de los otros
La presencia de niños tras la pantalla (un 28%, dijimos) obliga a que no se puedan especificar ciertas palabras ni dar cobertura explícita a determinadas prácticas, por lo que se utilizan algunos eufemismos, por ejemplo:
—¿Ha ejercido usted la profesión más antigua del mundo? —significa ¿es usted más puta que una gallina de la raza ponedora?
—¿Ha mantenido usted relaciones de tipo carnal con el mediapunta de un equipo de fútbol de esta capital? —quiere decir ¿se ha follado usted a Guti?
A la sociedad le preocupan estos contenidos. Según la mayoría de la gente de bien, el problema de esta clase de televisión radica, fundamentalmente, en la presencia incontrolada de niños frente a la pantalla. A todo el mundo le parece escandaloso que se ventilen temáticas escabrosas y hasta pornográficas cuando hay pequeños.
Según mi encuesta, sin embargo, los niños y los adolescentes de hasta quince años son incrédulos frente a los contenidos de la televisión vespertina. Son hijos de internet, por lo que esta distracción les parece naïf, atolondrada y poco seria. Saben que se trata de un juego, intuyen que nada de lo que ven tiene sentido. Los homosexuales, drogadictos, turistas y heterosexuales en paro, también reconocen el contenido circense de la trama y así lo manifiestan. "A veces miramos telebasura porque nos da risa", argumentan.
Quienes consumen —dándole crédito— este producto audiovisual mediocre, son las señoras. Amas de casa que han sido bombardeadas desde jóvenes con revistas del corazón y que ahora sospechan que todo lo que se les narra es verídico y, lo que es peor, trascendente.
A este grupo social se les está practicando, a diario, una paulatina lobotomía de cerebro. La mujer mayor está en problemas en España —mucho más que el lince ibérico— y no lo sabemos ver. Estamos todos como estúpidos cuidando a los niños, que son espabilados y fuertes, mientras dejamos solas a las amas de casa (a nuestras madres y abuelas) frente a un televisor que les vacía la cabeza y las atonta.
Por ejemplo tú, lector, ¿sabes qué está haciendo tu madre, o tu abuela, en este momento? Lo más probable es que alguien le esté explicando que Nuria Bermúdez se ha cepillado a media plantilla del Madrid, o que tres imbéciles del Gran Hermano IV, devenidos tertulianos, discutan frente a tu madre (o tu abuela) sobre el tamaño de la polla de un concursante de La Casa de Tu Vida II.
No, amigos. No, señores del gobierno. No. No son los niños de corta edad los que están en problemas por las tardes. Ellos saben pasar de todo y encender la Wii. Ellos tienen el mundo por delante.
El problema lo tienen nuestras madres, y lo tienen nuestras abuelas. Son ellas las que están viviendo en un mundo irreal que les vende fornicación en la tele y espantosos libros de autoayuda en las góndolas del súper.
Estás a tiempo de hacer algo. Ve a casa de tu madre, y de tu abuela, y llévales algunas de las series que ves tú. No seas egoísta. Six feet under les puede gustar mucho. También Desperates Housewives, o la reciente y muy recomendable Brothers and Sisters. Explícales un poco la trama, conversa con ellas. Diles que hay una vida hermosa, llena de gente que no habla jamás de la fornicación ajena. Protégelas del amor enfermo, de los escarceos nocturnos debajo de un edredón, de la violencia doméstica pasiva y de la basura bochornosa que se emite en las tardes muertas.
Salva a tu madre, lector, y salvarás el mundo.