Sección 'The Avengers'
Los Vengadores, la serie
que miraban los abuelos
No sé cómo será en tu caso, lector, pero a mi familia la tele llegó antes de que llegara yo. Más o menos diez años antes. Era un aparato gigantesco, color caca, con botones infames que hacían mucho ruido, y una rueda mecánica para pasar los pocos canales de entonces. Posiblemente, en en el primer televisor de tu casa, y de la mía, tu abuelo —que era joven y tenía bigotito— miraba Los Vengadores por las noches.
En esos tiempos no existíamos; nunca vimos las emisiones originales de este clásico de la tele británica. Pero después, cuando comenzamos a ver las series más modernas de los setenta y los ochenta, nuestro abuelo a veces se acercaba a explicarnos que todo tiempo pasado había sido mejor. Y nos contaba las peripecias del doctor David Keel (Ian Hendry), que estaba empecinado en vengar la horrible muerte de su novia.
Puede que en tu infancia no haya ocurrido de este modo, pero en la mía sí. La primera noticia que tuve sobre Los Vengadores me la dio mi abuelo Salvador, un señor al que ahora no imagino mirando series inglesas en su juventud o madurez. Pero por lo visto sí lo hacía. Y mucho menos series de culto, como ésta (The Avengers, en el original) que yo pude ver mucho más tarde, cuando él ya no estaba en este mundo para conversar conmigo, otra vez, sobre ese tema.
Esta serie es uno de los clásico más profundos de la tele. No es un clásico más. Además de muy original para la época, en Los Vengadores había una obsesión brutal por la escenografía, el vestuario y la música. Cada detalle no sólo estaba cuidado sino también relacionado. Y a mí me fascinaban, más que cualquier otra cosa, los coches de la serie, que eran coches mejores que los que se podían soñar.
Más tarde supe que el guión era sólo un esbozo en papel, y que los protagonistas podían improvisar a gusto y así lo hacían (otra revolución televisiva de la época), y supe también que en la serie nada ni nadie destilaba pobreza o clase media. Todo era glamoroso y sofisticado, nunca hubo —en las siete temporadas que duró, de 1961 a 1969— ninguna conexión con el mundo real, el mundo del hambre y de las guerras tristes. Los buenos eran ricos y los malos también.
Este doctor que clamaba venganza, el protagonista que me narraba mi abuelo, se unía más tarde con un agente especial llamado John Steed. Pero en las siguientes temporadas ya aparecía el que sería el gran protagonista global: Mister Steed (Patrick McNee), y también sus múltiples compañeras guapas, entre la que destacó siempre Emma Peel (Diana Rigg). Yo creo, ahora lo sé, que mi abuelo veía la serie para ver a esta mujer, aunque más no fuese en blanco y negro.
Hace unos días me descargué la cuarta temporada de The Avengers (que es la que recomiendo hoy en Espoiler) y tuve la extraña sensación, al ver unos capítulos al azar, de oler las viejas válvulas de aquellos televisores, cuando recalentaban. De sentir ese aroma espeso y tenue del recibidor de la casa de mis abuelos, donde por las noches él se sentaba a ver la tele en blanco y negro, mientras esperaba la cena.
Ahora nos parece que todo es inmediato y moderno, que todo es streamig y p2p, pero lo cierto es que la televisión nos acompaña desde hace muchísimos años. Algunos días, cuando por las noches estoy solo en el sofá mirando alguna serie británica, Life on Mars por ejemplo, pienso que hace cuarenta años otro hombre de mi sangre hacía lo mismo.
Y de algún modo nos unimos y recreamos esa magia que sólo pude disfrutar en la vida real hasta 1983, hasta el día que se fue: estar los dos, abuelo y nieto, mirando la tele en silencio, oyendo la respiración del otro, y escuchando esta musiquita: