Sección 'The Simpsons'
Hasta septiembre
sin Caprica
¡Mierda, yo me había enganchado! Ayer se me escapó la información en la entradilla, y hoy lo confirmo: después de un potente final y una primera mitad de temporada excelente, Caprica queda en parón hasta el 17 de septiembre.
Gran cagada.
¿Qué será de nosotros ahora, cuando nos habíamos metido de cabeza en la vida de los Adama, los Greystone y compañía? ¿Qué sucederá con el avatar de Zoe, encarcelada en un molde de hojalata, a la que dejamos camino al desastre? ¿Y su pobre madre, la buena y sufrida Amanda? ¡Qué final! ¡Por favor! ¡Cuánto derroche de cliffhangers!
Antes de que se emitiera la serie, el creador de Caprica, Ronald D. Moore, explicaba en esta entrevista que el hilo conductor de la historia aún no estaba definido, al contrario de Battlestar Galactica, que se conocía de antemano. ¿Qué nos deparará el regreso de Caprica? Según se sabe, mayores dosis de acción y algunos giros interesantes de sus personajes. Pero por lo pronto sólo nos queda esperar, o bien seguir los tweets frenéticos de Alessandra Torresani (Zoe), para no extrañarla tanto y ver, de paso, si nos enteramos de alguna que otra cosilla.
Simpsons referenciales. Si pensamos en series de televisión, cada uno de nosotros guarda en un rincón del corazón su top five de las mejores intros. The Simpsons también. A continuación compartimos con ustedes cinco aperturas versión Springfield, para disfrutar y compartir entre amigos, en las que Homer —ese hombre que es un poco todos los hombres— encarna a distintos íconos televisivos (al estilo Malviviendo). ¿Hace falta aclarar a qué serie pertenece cada intro? Ustedes ya saben.
Homer publicista
Homer MD
Homer Sopranos
Homer presidiario
Homer 86
En sus dos décadas de historias, The Simpsons llenó la pantalla de referencias culturales y homenajes varios. Ya va siendo hora de que otras series tomen la posta y también le rindan culto a esta maravilla.
Demasiado geek.. Los seguidores de Dr. Horrible’s siguen rindiendo culto a esta obra de Joss Whedon, emitida, como se recordará, en formato webisodes, y de la que pronto tendremos una continuación. Uno de los últimos homenajes de los que se tiene noticia es una original versión en 8-bits de la serie, creada por un tal Doctor Octoroc. Este video recrea el primer acto de la serie. Todo muy geek, por el lugar donde se mire. Demasiado para nosotros.
Coyle, jefe de correos ¿Qué es de la vida de Richard Coyle, el simpático Jeff Murdock de Coupling? En mayo lo podremos ver en Going Postal, adaptación para tele de una novela —la primera de una saga— de Terry Pratchett. El actor interpretará a Moist von Lipwick, un condenado a muerte que estará al frente de la flamante oficina de correos de Ankh-Morpork. La adaptación corre por cuenta de la cadena británica SkyTV, que ya trabajó en otras obras del autor. El trailer es impecable. Dan ganas de ver a Coyle otra vez, tanto como a esta nueva adaptación del mundo de Terry Pratchett. En mayo, entonces, estaremos atentos.
Diecinueve años
de fiebre amarilla
Ayer, en la sección de COMRàdio, hablamos sobre una serie que cambió radicalmente la forma de ver televisión. Que unió a los adultos y a los pequeños frente a un dibujo animado. Que criticó como ninguna otra el sueño americano y a su clase media. Una serie que ya es la más longeva de la historia. Y que hoy, 17 de diciembre, cumple 19 años en las pantallas, sin interrupción.
El 17 de diciembre de 1989 a las 8 de la noche, el mundo entero veía, por primera vez, este dibujo.
La segunda parte, el próximo martes 23 de diciembre.
Somos contemporáneos
de Homer Simpson
Esta mañana, pensando en voz alta, escribía en mi columna Pantalla de Humo, del EP3, que los Simpson llevan metiéndose con la Humanidad (es decir, burlándose de nosotros) desde 1989. Más de cuatrocientos episodios que en España emite Antena 3, por las tardes; 24 premios Emmy; y un prestigioso san benito otorgado por la revista Time: “la mejor serie de la historia de la televisión”.
En la actualidad (también escribí sobre el asunto hace unos meses, aquí en Espoiler), el show está ya de capa caída. Me pregunté, aquella vez, si Homer había perdido la gracia o nosotros la inocencia... Claro, es que la serie ya va por la vigésima temporada, ¿qué más se puede decir sobre el ser humano que ellos no hayan dicho, o que no hayamos escuchado de sus bocas dibujadas?
Sin embargo, sus creadores se defendieron el año pasado del bloqueo creativo con un ataque maestro.
En 2007, como todo ser vivo ya sabe, apareció Los Simpson: la película, que recaudó más de seiscientos millones de euros en todo el mundo y que esta noche estrena Canal+ por primera vez en la televisión de España. En el film, de una calidad superlativa, Homer pone al planeta Tierra en peligro a raíz de una catástrofe ecológica. La trama vuelve a parecerse a los mejores momentos de las temporadas iniciales, cuando no existía el desgaste del guión.
Es, por donde se la mire, una maravillosa película de animación en tres dimensiones.
Cuando pasen los años, y después las décadas, y todos los que hoy respiramos estemos muertos, habrá cientos de libros de historia que intentarán narrarle a nuestra descendencia cómo era la vida en los finales del siglo XX y en los comienzos del XXI. Pero no existirá ninguna literatura, ningún documento, que nos retrate mejor que ver un par de episodios de los Simpson, o esta película final.
Por eso, sintonizar esta noche, a las 22, el dial 1 de Digital+ no será solo una buena idea para satisfacer el ocio, sino un deber contemporáneo. Un día tendremos nietos, y bisnietos, que nos preguntarán: “Abuelito, ¿cómo era ser contemporáneo de los Simpson?”.
Y no deberíamos quedarnos callados.
Qué ver en la 4ª
semana de septiembre
Que dios nos coja confesados. Desde el lunes y hasta el sábado (es decir, en un lapso de ciento cincuenta horas hábiles) hay 40 series interesantes para ver por la tele. Esto significa que ha comenzado la temporada fuerte. Así que vamos por partes:
Las consagradas. En esta semana inician temporada The Simpsons, House M.D. y C.S.I. Las Vegas, o sea: las series más exitosas de la televisión abierta española. Pero también lo hacen otras que tienen su porción de público y prestigio en las cadenas locales, como Smallville, Numb3rs, Grey's Anatomy y Boston Legal.
Las revelaciones. Las series que fueron un boom el año pasado inician hoy su segunda temporada en Estados Unidos; son Ugly Betty, Heroes y Shark.
Tres grandísimas comedias. Como si fuera poco, también hay campana de largada para How I Met Your Mother, The Office (versión yanqui) y My Name is Earl. Lo mejor en comedia actual.
Las nuevas apuestas. En medio de todo esta orgía de estrenos, no hay que olvidar el debut de series flamantes. Son muchas las de esta semana, pero destacan Journeyman, Reaper, Life y Dirty Sexy Money.
Y las que arrastramos del verano. Para peor, ya estamos enganchados a otras producciones que están promediando su andadura: no podemos dejar de ver Damages, Californication, The IT Crowd, Weeds, ni Curb Your Enthusiasm.
Éste es sólo un resumen de lo mejor de cada casa, pero hay bastante más en el calendario completo. No sé a ustedes, pero a mí las horas que tiene el día (y la noche) no me alcanzan para verlo todo. Ojalá los chicos de los subtítulos puedan, por lo menos, dormir una o dos horas por semana.
Calendario completo
¿Homer perdió la gracia
o nosotros la inocencia?
Después de dieciocho temporadas (que suman 400 capítulos y casi dos décadas en antena), las malas lenguas aseguran que la comedia animada The Simpsons ya no sabe de qué forma hacernos reír. Esto es lo mismo que decir que Rocco Siffredi, después de empomarse a seis mil cuatrocientas señoras, ya no sabe follar. O que folla peor que antes. El concepto, ridículo, confunde la experiencia ajena con el hartazgo propio.
La construcción del humor de The Simpsons, en las temporadas 17 y 18, es robusta y goza de la misma excelente salud de otras épocas. El que ha cambiado, y mucho, es el público espectador, que necesita un poco más de lo que la familia amarilla le ha dado siempre.
La irrupción en antena de Family Guy, y su consolidación en pantalla con un humor irreverente y a veces mortal, ha logrado que la ilusión óptica de la decadencia simpsoniana se acentúe. Al lado de Peter Griffin y los suyos, la familia de Homer Simpson parece mojigata, sosa y hasta un poquito republicana (nunca más que Stan Smith). Pero éste es un espejismo del que hay que escapar enseguida.
Paréntesis literario (opcional)
Ahora haré una disgresión intelectual, aún sabiendo que la mitad de los lectores se aburrirá y escapará de este texto antes de que concluya. Lo lamento, pero el blog es mío.
Cuando Edgar Allan Poe escribió The Murders in the Rue Morgue (.pdf), en 1841, el relato detectivesco no existía. Poe fue el primero en pensar lo siguiente:
—¡Eureka! Se me ha ocurrido una historia en donde, tras un enigma, mi protagonista busca respuestas basándose en pistas que conocerá al mismo tiempo que el lector.
Ahora, que estamos acostumbrados, este hallazgo monumental nos sabe a poco, nos parece un descubrimiento fácil. Pero realmente no existía tal estructura en el universo de la ficción y, por tanto, tampoco existía el lector de relatos detectivescos.
En 1841, entonces, surgen en el mundo dos cosas nuevas y no una: nace el relato detectivesco y nace también —a la par, como la garrapata en el lomo de un perro— el señor culto al que le gusta leer historias de detectives.
Este lector, al principio, es ingenuo. Desconoce los trucos, no sabe que el hilo conductor es una repetición constante. Cada vez que le dicen que el asesino es el mayordomo, este lector recién nacido abre los ojos grandotes y se sorprende por nada.
Con los años, el lector torpe al que se lo contentaba con poco se convierte en experto, y los relatos deben mejorar para seguir atrapando a una audiencia cada vez más exigente y más numerosa. Aparecen entonces Conan Doyle, Chesterton, Agatha Christie. Después Humphrey Bogart y Phillip Marlowe. Más tarde Columbo y Kojak. Y después, por supuesto, Gil Grissom.
Cualquier capítulo de CSI (incluso los de Miami o New York, que son horribles) están mejor estructurados que The Murders in the Rue Morgue (.pdf) de Poe. Y esto ocurre porque han sido pensados para un espectador que ya lleva ciento cincuenta años empapado de estructura deductiva. Pero esto no significa que CSI sea mejor que Poe: significa que sin Poe, sin su luz y su talento, los lunes por la noche estaríamos viendo los documentales de la 2.
(Fin de la digresión literaria. Ya pueden volver los que habían salido al patio a fumar.)
El fin de la culpa y la vergüenza
A finales de 1989, cuando la Fox aceptó emitir un dibujo animado para adultos, en horario central, en donde se criticaba con inteligencia el modus vivendi usamericano, no existían muchas cosas que hoy son habituales. Entre ellas, no existían los dibujos animados para adultos en las televisiones occidentales.
Nadie en el mundo sospechaba que un ser humano grande, junto a su hijo pequeño, podía sentarse a ver unos dibujitos amarillos y disfrutar (ambos) como un cerdo y un gorrino, respectivamente. No había nacido una nueva serie: había nacido un género de ficción. Algo que ya no podría morir y que, de a poco, comenzaba a ser patrimonio de la cultura universal. Como el cuento de detectives y su lector. Porque en 1989 nacía también el espectador adulto que ve dibujos animados sin culpa ni vergüenza. Una actividad hasta entonces clandestina que sólo se permitían los frikis, los japoneses y los enfermos mentales.
Ya llevamos dieciocho años de experiencia en ese disfrute extraño, ya llegamos a la mayoría de edad como espectadores adultos de dibujos animados. Y quizás por eso no nos cuesta decir, sin piedad ni análisis, que “los Simpson están decayendo”.
Lo decimos, sobre todo, sin corazón.
Family Guy está muy bien, es cierto. American Dad comenzó con mucha fuerza. También es verdad. Pero todo lo que ellos hacen y dicen nos remite a la familia de Springfield; cada cosa que ocurre en las nuevas series animadas con núcleo familiar nos recuerda que crecimos con The Simpsons, que nos atragantamos de risa con ellos, que practicamos arriesgadas maratones de 48 horas y fuimos capaces de ver cincuenta capítulos sin dormir, drogados y babeando en un sofá.
Matt Groening nos enseñó a ser otra clase de televidente: más exigentes, más necesitados del humor sutil, mejor preparados para la barrabasada y el delirio. No son sus personajes los que decaen, sino nosotros quienes hacemos a un lado una época maravillosa para buscar el recambio y poder crecer —también— como espectadores.
Los estamos dejando con cierta tristeza, es cierto; nos duele reconocer que los nuevos capítulos no nos descolocan el tórax como antes, que no nos maravillan igual las entrelíneas de Lisa. Pero no deberíamos perder de vista, nunca, que los hemos visto nacer, que fuimos contemporáneos de su revolución argumental y que, semana a semana, desde que éramos chicos, el mundo fue un lugar mejor cuando en la tele aparecía un cielo azul salpicado de nubes blancas.
Nunca más reiremos como entonces, con esa carcajada nueva. Pero eso no es culpa de nadie: es que ya no somos inocentes.
Capítulos en streaming
La publicidad en medio de
un chiste no es graciosa
Las llamadas comedias de media hora duran 22 minutos y tienen dos pausas publicitarias. Mientras que las series de una hora tienen en realidad 44 minutos y, en medio, tres cortes naturales. ¿Demasiados números para un artículo frívolo sobre la tele? Quizás con un gráfico podamos comprender la idea de una forma más clara y divertida:
Como se ve, los minutos exactos de cada bloque, sumados a los de la publicidad (en gris), hacen que cada emisión dure exactamente 30 minutos en el caso de la comedia, o 60 en las series de situación dramática.
Para ello, la pauta publicitaria debe amoldarse milimétricamente al patrón argumental. Entonces no es casual que la estrategia comercial posea premisas similares a la estructura de un guión:
Esta semejanza estructural entre ocio y negocio no es arbitraria. Todo está pensado y funciona. Lo que se intenta es cuidar con esmero —como si fuesen trillizos rubios recién nacidos— a los tres pilares únicos del espectáculo:
• se cuida al cliente: es decir a la publicidad, que al ser breve y ubicarse en puntos estratégicos del clímax dramático, no deja que el espectador haga zapping ni se harte;
• se cuida el target: es decir a nosotros como audiencia, que sabemos cuándo comienza exactamente lo que queremos ver, cuándo acaba, y cuánto dura cada corte;
• y, finalmente, se cuida al producto: es decir a la obra artística, que no se resiente en lo argumental puesto que su estructura dramática se puede ‘calcar’ bajo la estrategia comercial.
Ahora, bajemos al infierno
He querido introducir estos elementos técnicos para contrastarlos mejor con la estrategia audiovisual de la televisión española. Y utilizaré para ello la emisión de un producto estrella de Antena 3: The Simpsons, que tiene cada sábado alrededor de tres millones de espectadores fieles. Veamos de qué forma cuida la TV generalista uno de sus éxitos más longevos.
He escogido para el test el doble capítulo de The Simpsons que se emitió el sábado 9 de junio para toda España. La grilla de Antena 3 promociona la obra con un comienzo a las 21.45 y un cierre a las 22.45. Por tanto, puse a grabar ese segmento de 60 minutos y me fui a ver el partido del Barça por Canal Digital.
Esto es lo que me encontré al ver la grabación:
Para empezar, el capítulo uno (en verde) no comenzó a las 21:45, por lo que tuve que ‘adelantar’ cinco minutos de publicidad. Cuando sí arrancó el episodio, se saltaron el primer corte narrativo natural, pero pusieron —un ratito después— dos publicidades en medio de un chiste. Es decir, no sólo anularon el clímax previsto por la trama: también despedazaron un diálogo.
El resto del capítulo fue sin cortes, cargándose como siempre el break natural, y entonces ocurrió lo peor: mutilaron los créditos del capítulo uno y pegaron el capítulo dos (en naranja) sin presentación: borraron —aunque parezca increíble— la pizarra de Bart y la broma del sofá.
Promediando la confrontación argumental del segundo capítulo, otra vez fueron a publicidad (¡dieciséis minutos!) rompiendo otro chiste por el medio. Hubo que esperar un cuarto de hora para reír: maravilloso. Y entonces cerraron la emisión, cómo no, destrozando de nuevo los créditos finales del segundo episodio.
A mí me podrán decir lo que quieran sobre el negocio de la televisión. Pero esto no tiene pies ni cabeza. Los gerentes de cadenas —descubrí el sábado— no son hijos de puta que ganan más haciendo las cosas mal. Lo insólito es que son imbéciles que, al hacer esto, pierden dinero.
Los mismos dos capítulos, con las mismas exactas 58 publicidades, podrían haberse distribuido de la siguiente manera:
No les habría costado nada hacerlo bien. El único problema es que no están apasionados por lo que hacen. No les gusta trabajar de eso. Lo odian.
Es esto, y no otra cosa, lo que me sorprende de las cadenas españolas de televisión. La increíble capacidad que poseen para no apasionarse sobre ninguna materia: no les interesa la televisión, no les importa el arte popular, no intentan comprender el marketing. Son tan eficaces en su necedad, tan tarambanas, que logran romper los tres vértices del triángulo sin pestañear:
• descuidan al producto: es decir a la obra artística, manipulándola, destrozándola y escupiendo sobre sus creadores, actores, guionistas y técnicos;
• descuidan el target: es decir a nosotros como teleplatea, que jamás sabemos cuándo comienza lo que queremos ver, ni cuándo acaba, y que por eso huimos despavoridos de la pantalla;
• y sobre todo descuidan al cliente: es decir al auspiciante, jurándole que la gente se queda pegada al televisor para ver sus avisos, cuando en realidad la eficacia publicitaria tradicional está moribunda.
Nada podemos hacer nosotros como espectadores para cambiar esta tendencia, por supuesto que no. Somos, tan solo, la moneda de cambio entre las cadenas y sus clientes.
Pero sí puede cambiar las reglas de juego Peugeot, el Salón del Automóvil, El Corte Inglés, Volkswagen, el BBVA, Citroen, Minute Made, Ford, la ONCE, Axe, Samsung, BMW, Movistar, Vodafone, Mitsubishi, Burger King, Fiat, Titán, Campofrío, Sunny, Liberty Seguros, Pepsi, Bollicao, CEPSA, Orange, Barclay’s, Schweppes, Nintendo, San Miguel, Euromillones, Port Aventura, Regal, Winterthur y Cruzcampo. Esto es, quienes publicitaron el sábado en The Simpsons —por Antena 3— y perdieron dinero en la inversión.
Ustedes, señores auspiciantes, también son traicionados cada sábado, porque nosotros no estamos viendo su comercial durante esas pausas descalibradas, intempestivas y torpes. Antena 3 nos obliga a irnos, nos rompe el chiste por la mitad, nos espanta del sillón, y les miente a ustedes diciendo que estábamos allí.
Nosotros, últimamente, estamos en otra parte. Estamos en un sitio en donde The Simpsons comienza cuando queremos, acaban cuando debe ser, y los chistes son graciosímos —entre otras virtudes— porque tienen el ritmo que les impone su autor.