En una primera lectura de las elecciones del pasado día 25 hay que destacar la victoria inapelable de un actor por encima de cualquier otro: Mohamed VI. Por una parte, ha visto reforzado su modelo y su pretensión de cerrar cualquier deriva revolucionaria al estilo de las que están desarrollándose en su vecindad. Con su reforma constitucional y ahora con las elecciones queda actualizado su poder personal, sin que nada afecte realmente a sus privilegios y a su corte (Majzen). En sus manos sigue estando el proceso que encamina homeopáticamente a Marruecos hacia una democracia para la que no se adivina fecha alguna.
Desde luego no ha ganado la población, que sigue escasamente entusiasmada con su clase política. Así lo muestra a las claras su escasa movilización para acercarse a las urnas. El verdadero porcentaje de participación no es el 45% que oficialmente se ha difundido, sino un magro 25% del total de potenciales votantes, puesto que tenemos que recordar que unos ocho millones de marroquíes ni siquiera se ha molestado en registrarse para poder votar y otros tres millones son emigrantes diseminados en diferentes países, que tampoco han querido probar el complejo sistema diseñado para ellos.
Por su parte, el Partido Justicia y Desarrollo incrementa su poder, reflejando (guste o no en las cancillerías occidentales) que es el grupo más atractivo a los ojos de los votantes (todo eso sin contar con el alegal Movimiento Justicia y Caridad, liderado por el jeque Abdesalam Yasin). Su ascenso indica la falta de credibilidad del resto de fuerzas políticas, incluyendo las nacionalistas o las impulsadas desde palacio (como el Partido Autenticidad y Modernidad, a cuya cabeza figura Fuad Ali el Himma).
Aunque palacio pudiera haber soñado con una victoria de este último, la previsible llegada de Abdelilah Benkirane al puesto de primer ministro le sirve al monarca para reforzar, aún más, su condición de garante de la estabilidad frente a cualquiera deriva islamista. En resumen, lo que se avecina no es un escenario preocupante para el Comendador de los Creyentes.