Jesús A. Núñez

Sobre el autor

Jesús A. Núñez es el Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid). Es, asimismo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), y miembro del International Institute for Strategic Studies (IISS, Londres). Colabora habitualmente en El País y en otros medios.

Liga Árabe en Siria, ni ve, ni oye

Por: | 28 de diciembre de 2011

¿Teniendo en cuenta el perfil político de la inmensa mayoría de sus 22 miembros y su largo historial de inoperancia, podemos considerar que la Liga Árabe está capacitada para valorar el cumplimiento de un acuerdo? ¿Cómo cabe enjuiciar que la delegación que ha enviado a Siria esté encabeza por el general sudanés Mustafa Dabi, estrecho colaborador del presidente Omar al Bashir, al frente un
régimen genocida? ¿Qué hace el resto de la comunidad internacional para poner fin al brutal castigo que está realizando el régimen encabezado por Bachar el Asad contra su propia población?

Recordemos que la misión de la delegación de la Liga no es la de informar sobre las violaciones de derechos humanos, sino la de constatar el cumplimiento del acuerdo que obliga a Damasco a acuartelar a sus tropas, liberar a los prisioneros, garantizar la libertad de expresión y abrir un diálogo sin discriminación con la oposición. Visto así, resulta inmediato que de ningún modo se puede compartir la opinión de Dabi cuando afirma que “la situación parece tranquilizadora por el momento”. ¿Se refiere a su propia tranquilidad? ¿Sabe que las muertes violentas sobrepasan ya las 5.000? ¿A partir de qué cifra entendería que la situación dejaría de parecer tranquilizadora?

Por inútil que pueda ser la misión de la Liga Árabe, nada justifica la pasividad del resto de la comunidad internacional. Si no fuera trágico, resultaría cómico el ejercicio de simulación en el que están enfrascados muchos gobiernos cuando critican a Rusia y China por mostrarse reacios a una nueva y más contundente Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, escondiendo de ese modo su falta de voluntad para incrementar la apuesta contra el régimen sirio. A la espera de que en algún momento colapse el régimen- y eso es solo una de las opciones posibles- todo se resume en considerar que el tiempo corre en contra de Asad y sus acólitos. Recordemos que Sadam Husein también debió sentir lo mismo desde su derrota en la Operación Tormenta del Desierto (1991) y, sin embargo, su caída efectiva no se produjo hasta 13 años más tarde.

Dabi y el resto de los observadores no solo parecen no querer ver ni oír lo que ocurre, sino que cuando hablan suenan a todo aquello que ha hecho levantarse a la ciudadanía árabe en demanda de dignidad, libertad y trabajo. Algo que la inmensa mayoría de los que se sientan en la Liga no parecen dispuestos a garantizar.

Rusia veinte años después

Por: | 26 de diciembre de 2011

Hoy se cumplen veinte años desde que la URSS implosionó, como efecto combinado de sus propias deficiencias internas y de la presión que Ronald Reagan ejerció sobre “el imperio del mal”. Durante los siguientes quince años su heredera, la Federación Rusa, prácticamente desapareció de la escena internacional, concentrada en evitar la fragmentación interna (con quince repúblicas que pugnaban en distinta medida por desembarazarse del control de Moscú) y en detener su larga caída en un abismo que la condenaba al ostracismo. Mientras tanto, la OTAN (y la UE) ampliaba su área de influencia hasta las mismas puertas de quien no solo se sentía ninguneado en el mundo sino asediado en su propia casa (tanto por la frontera europea como por la asiática).

La entrada en acción de Vladimir Putin, desde 2000, no solo permitió tocar fondo a mediados de la pasada década, sino reemprender un proceso que lleva hasta 2015, año en el que prevé la activación de una Unión Euroasiática (que, aunque pretenda disimularlo, suena inevitablemente a URSS). Hoy Rusia no es una superpotencia (solo EE UU puede arrogarse esa denominación, en tanto que China sigue siendo un serio aspirante), pero sí es una potencia regional (inmersa en un serio proceso de modernización militar) que ha logrado recuperar buena parte de las casillas que había perdido en su interminable partida de ajedrez con el resto de competidores.

Así, con su medido ataque a Georgia (2008), ha dejado claro a sus vecinos que el paraguas de seguridad de la OTAN no es efectivo, mientras parece haber inclinado la balanza a su favor en Ucrania (en detrimento de la UE). Por otra parte, no ha tenido reparos en emplear abiertamente su carta energética como arma estratégica (al tiempo que envía señales a Alemania para incrementar sus relaciones en este campo). Y también ha sabido jugar con la baza de Irán (como principal contratista de su central nuclear en Bushehr) y con su permiso para que buena parte del apoyo logístico a la campaña estadounidense en Afganistán transite por territorio ruso, para dotarse de argumentos con los que frenar el despliegue europeo del escudo antimisiles ideado por Washington.

Lo que quizás no supo calcular el tándem Putin-Medvédev es que su apelación al orgullo ruso para recuperar su propia autoestima ha despertado a una ciudadanía que creían totalmente a sus pies. La ingeniería electoral de las recientes elecciones y el cambalache en la cúspide para que Putin vuelva a la presidencia el próximo 4 de marzo ha terminado por lanzar a la calle a quienes demandan un
auténtico proceso democrático. En la irrupción de ese movimiento ciudadano puede estar también el hartazgo con una corrupción rampante y con el desprecio del Estado de derecho. Aunque su fuerza sea limitada, en comparación con la de los oligarcas del Kremlin, su protesta sirve como mínimo para señalar que los pies de la “democracia soberana” rusa siguen siendo hoy de plomo, lastrada por defectos que no hacen más que aumentar día a día.

Investidura de andar por casa

Por: | 20 de diciembre de 2011

Desgraciadamente no sorprende que en el discurso de investidura del nuevo presidente del gobierno (y en el resto del debate) no haya habido apenas mención alguna a la política exterior, de seguridad y defensa. Ya estamos tristemente habituados a ello, tal como comprobamos en el único debate entre los dos candidatos a las elecciones del pasado 20-N o, más atrás, en el debate de anteriores elecciones, cuando la única referencia de los dos candidatos a la presidencia a la política de seguridad fuera para hablar de… la seguridad vial.

El problema es que, como bien sabe cualquier ciudadano de esta parte del mundo, apenas hay nada relevante en la agenda que nos afecta que se decida ya en Madrid. El centro de atención es como mínimo Bruselas (a pesar de que la UE tontea con la irrelevancia) y, en muchos otros casos, otras capitales mundiales. Vivimos en un mundo globalizado, con crecientes interrelaciones en todos los órdenes y la aldea nacional es un marco de referencia insuficiente tanto para consolidar un nivel de bienestar digno como para garantizar nuestra seguridad.

Nada de lo que pasa ahí fuera nos puede ser ajeno. En lo que respecta a nuestro interés por seguir perteneciendo al club de los países desarrollados y que gozan de estabilidad estructural, resulta fundamental tratar de formar de parte del núcleo duro de las instituciones internacionales de las que formamos parte (empezando por la UE). En cuanto al resto del planeta, por puro egoísmo inteligente
debemos entender que nuestro desarrollo y nuestra seguridad se basan en que quienes nos rodean puedan cubrir sus necesidades básicas y sentirse igualmente seguros.

Por todo ello resulta inquietante el ombliguismo que caracteriza a nuestros gobernantes, cuando se conforman con ser cabeza de ratón en el patio nacional. España está perdiendo peso en el escenario internacional y no lo recuperaremos si no mejoramos nuestro conocimiento de lo que ocurre más allá de nuestras fronteras y si no activamos nuestras capacidades para desarrollar una acción exterior que comprenda y comparta la opinión pública.

Haría muy bien el nuevo presidente del gobierno si se apura en añadir algo más en este capítulo a las clásicas apelaciones de política de consenso para estas materias y de la intención de mejorar la credibilidad de España como socio fiable. Nuestra opción geográfica prioritaria debe ser la Unión Europea (sin que eso signifique olvidar el Mediterráneo, Latinoamérica y Estados Unidos) y nuestras opciones temáticas deben apostar por el multilateralismo (con ONU en primer lugar) y por la seguridad humana como hilos conductores de una acción exterior que debe ser coherente (evitando que la política comercial se choque con los valores y principios que decimos defender).

In memoriam Mohamed Bouazizi

Por: | 17 de diciembre de 2011

Hoy tendríamos que estar conmemorando el primer aniversario de la muerte del tunecino Mohamed Bouazizi que, con su inmolación, puso en marcha un proceso de movilizaciones ciudadanas que afectan a un buen número de países árabes.

Sin embargo, los titulares de prensa se ocupan preferentemente de la violencia que vuelve a sacudir a Egipto, en medio de un proceso electoral que confirma la irrupción del islamismo político como actor de referencia y, simultáneamente, la voluntad de la casta militar gobernante de guiar con mano férrea al país hacia un escenario que preserve el statu quo actual y sus propios privilegios.
Mucho más que en las ansias de democracia que expresa buena parte de la población, la atención parece estar centrada en la inquietud que genera el ascenso del partido salafista Al Nur y en el potencial belígeno que deriva de una posible fractura de la convivencia entre musulmanes y cristianos coptos.

También nos hablan del creciente caos en el que se va sumiendo Libia, tras una intervención militar internacional que se inició con buen pie (protección de civiles), para convertirse inmediatamente en un ejemplo de lo que no debe hacerse (alinearse con uno de los bandos combatientes, en abierta contradicción con las Resoluciones de la ONU). Libia es un nuevo ejemplo de la política de parcheo que ha seguido Occidente en estas últimas décadas de relación con los países árabes, buscando la estabilidad a toda costa, aunque eso supusiera apostar por gobernantes con escasas credenciales democráticas. Hoy, las principales figuras del Consejo Nacional Transitorio se distinguen mucho más
por su capacidad de supervivencia (sabiendo saltar del barco de Gadafi justo cuando comenzaba a hundirse irremediablemente) que por su afán liberal.

Siria es hoy el tercer frente mediático; pero solo para confirmar que el régimen sigue dispuesto a ahogar violentamente las ansias de cambio de su población, mientras la comunidad internacional muestra escasos deseos de ir más allá de las sanciones económicas. No parece que el nuevo mensaje de Moscú- apuntando a un cambio de posición tras el informe de la ONU sobre los 5.000 muertos ya
acumulados- suponga un giro sustancial a corto plazo.

Mientras tanto, la ausencia mediática de Bahrein o Yemen no puede interpretarse como una buena señal. En el primer caso, nada ha cambiado en la práctica tras la acción militar liderada por Arabia Saudí (aceptada sin crítica alguna a pesar de no contar con ningún aval legal). En el segundo, la salida del poder de Saleh es más formal que real, en el marco de una lucha entre confederaciones tribales, sin que la democracia hoy esté más cerca que antes.

¿No hay nada que celebrar? Sí, sin duda. Hoy hay cuatro dictadores menos en nómina y comienza a perder peso la demonización del islamismo político. También es muy positiva la lección que están dando las sociedades árabes mostrando su deseo de cambio a través de procesos eminentemente pacíficos (la violencia la ponen sobre la mesa los regímenes). Pero, en todo caso, aún falta mucho para que la balanza se incline hacia el lado positivo de la historia.

Fuera de Irak ¿con la cabeza alta?

Por: | 14 de diciembre de 2011

Se entiende que las exigencias del guión obliguen a Barack Obama a sostener que Estados Unidos sale de Irak con la cabeza alta; pero la realidad desmonta inmediatamente ese forzado mensaje patriótico. Tras casi nueve años de una campaña militar ilegal (cabe recordar que a Kofi Annan su resistencia le costó el puesto) y basada en mentiras (la supuesta posesión de armas de destrucción
masiva en manos de Sadam Husein) el balance es incuestionablemente negativo.

Lo es si se mira al número de víctimas mortales causadas- no solo los casi 4.500 soldados extranjeros, sino los más de 130.000 civiles que señala Iraq Body Count (otras fuentes elevan la cifra hasta rondar el millón de muertos). Lo mismo cabe decir si se tiene en cuenta el inmenso coste económico del esfuerzo bélico- que Joseph Stiglitz ha evaluado en no menos de tres billones de dólares-, causante de buena parte de la delicada situación deficitaria del país.

Estados Unidos ha manchado su imagen con prácticas indefendibles (Abu Ghraib) y no ha logrado su objetivo político de democratizar Irak. Una vez que comprobó que el peso de los factores identitarios religiosos, tribales y étnicos convertiría a Irak en un reducto inequívocamente chií, no tuvo reparos
en saltarse las reglas del juego electoral para intentar contrapesar el dominio chií con la forzada presencia de kurdos y grupos suníes en todas las instancias de poder. A pesar de ello, no ha logrado conformar un gobierno lo suficientemente maleable- y de ahí la imposibilidad de prolongar su presencia militar en el país más allá de finales de este año. Ni los 15.000 efectivos (entre soldados, diplomáticos y contratistas privados) que ahora deja atrás alrededor de la mayor embajada que ha construido nunca, ni el gobierno liderado por Al Maliki le aseguran la defensa de sus intereses.

Quienes sí pueden andar con la cabeza alta (aunque la escondan a la opinión pública) son las compañías privadas de seguridad o de servicios- Blackwater y Halliburton son solo dos de las más conocidas- que han hecho de la campaña una de sus mayores fuentes de beneficios. También pueden hacerlo las empresas de hidrocarburos y de construcción que han contado con el apoyo de Washington para hacerse con jugosos contratos.

Pero por encima de todas ellas quien apenas puede esconder una sonrisa es Irán. El régimen iraní entiende que Washington le ha librado de su principal adversario en la búsqueda del liderazgo regional que ansía desde hace décadas. Hoy, la extrema debilidad de Irak- con un gobierno en el que la influencia iraní es, por otra parte, bien notable- y el empantanamiento de EE UU en otros escenarios (Afganistán entre ellos) le otorga una ventaja que puede ser definitiva en su
afán por asegurar su supervivencia (frente a las amenazas de Tel Aviv o el propio Washington) y por verse reconocido como el actor de referencia en la región. Aunque no está en condiciones de imponer totalmente su agenda, Teherán está más cerca que nunca de alcanzar su objetivo de dominar la escena geopolítica desde el Golfo Pérsico hasta el Mediterráneo (Siria y Líbano incluidos). Menudo balance.

Mujeres en son de paz

Por: | 10 de diciembre de 2011


Son tres- cosa que no ocurría desde que en 1994 el premio correspondió a Isaac
Rabin, Simon Peres y Yaser Arafat-, son de países periféricos- dos liberianas y
una yemení- y, sobre todo, son mujeres. El premio Nobel de la Paz se honra a sí
mismo con un reconocimiento como el otorgado a Ellen Johnshon Sirleaf-
presidenta de Liberia desde 2005-, a su compatriota Leymah Roberta Gbowee-
fundadora en 2002, junto a otras seis liberianas, del movimiento “Women of
Liberia Mass Action for Peace”- y a la yemení Tawakul Karman-periodista y
activista política fundadora, en 2005, del grupo “Mujeres Periodistas Sin
Cadenas”.

La visión tradicional de las mujeres en escenarios de conflicto las identifica
como víctimas principales de la violencia. Sin dejar de ser esta una realidad
incuestionable- que suele olvidar que en otros casos también son victimarias-,
lo relevante de este premio es que se les otorga “por su lucha no violenta por
la seguridad de las mujeres y sus derechos a una participación plena en el
trabajo de la construcción de la paz”. Es decir, por su papel protagonista en
resolver los problemas por vías pacíficas; una tarea que muchas realizan
diariamente en sus comunidades de referencia, aunque no la tengan formalmente
asignada.

Desde que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1325, en octubre de
2000, han sido varios los esfuerzos por atraer la atención sobre el vital papel
que las mujeres pueden hacer en el terreno de la construcción de la paz. Hasta
hoy, entre otras medidas, se han producido algunos avances en este terreno,
como la aprobación en algunos países, entre ellos España, de planes de acción
nacionales específicamente centrados en este tema y también se ha incrementado
el número de mujeres en misiones internacionales de paz.

Es bien sabido en el ámbito de la construcción de la paz que, para tener ciertas
garantías de éxito, todo esfuerzo de prevención de conflictos debe apostar por
el protagonismo de los actores y organizaciones locales, en un esfuerzo sostenido
en el tiempo y de carácter eminentemente civil. Incluso en los momentos álgidos
de la violencia debemos considerar que hay personas trabajando denodadamente
por la resolución pacífica de la confrontación y, entre ellas, las mujeres
ocupan una posición muy relevante. La primera tarea debe ser, por tanto,
identificarlas y reforzarlas. Sin embargo, como se constata en cualquier
análisis sobre el terreno, hoy la principal asignatura pendiente sigue siendo
que la presencia de las mujeres sea garantizada en términos de igualdad en las
instancias formales de negociación. De momento, ese continúa siendo un reducto
casi exclusivamente de hombres.

De la desigualdad a la violencia, un solo paso

Por: | 07 de diciembre de 2011

El reciente discurso de Obama sobre la necesidad de un nuevo pacto social, en
clave de justicia distributiva, y el anuncio de la OCDE, afirmando que la
brecha entre ricos y pobres es la mayor de los últimos treinta años, son
referencias que van mucho más allá del campo socioeconómico para afectar muy
directamente al de la seguridad mundial.

En lo que respecta a Estados Unidos, su presidente nos recuerda que, si hace una
década, un ejecutivo promedio ganaba unas 30 veces más que sus trabajadores,
hoy la diferencia ha pasado a ser de 110 veces. Por su parte, la OCDE destaca en
el informe Estamos divididos: Por qué la
desigualdad sigue creciendo
(http://www.oecd-ilibrary.org/social-issues-migration-health/the-causes-of-growing-inequalities-in-oecd-countries_9789264119536-en)
que en el club de los 34 países desarrollados del planeta el 10% más rico
dispone de media de 9,6 veces más renta que el 10% menos favorecido. Si en
España esa diferencia es de 11,9 veces, en EE UU es de 14,8, en México de 26,3,
en Chile de 27,5 y en Brasil de 50.

Aunque todavía sabemos poco sobre los procesos que conducen a estallidos generalizados
de violencia, tenemos la percepción clara de que las brechas de desigualdad
entre individuos y grupos que cohabitan en un mismo territorio constituyen el
factor belígeno más poderoso. Sea por codicia o por agravio la profundización
de esa brecha es vista como un poderoso impulsor de conflictos violentos- tanto
si mueven a los que “no tienen”, como único medio para satisfacer sus
necesidades básicas, como a los que “tienen”, convencidos de su inmunidad para
explotar la riqueza disponible en su exclusivo beneficio. Para la construcción
de la paz la reducción (e, idealmente, eliminación) de esas fracturas es un
objetivo fundamental, propiciando la integración de todas las personas que
conviven en un mismo territorio en las redes sociales existentes y asegurando
su plena participación tanto en el terreno sociopolítico como económico en un
marco que garantice la seguridad para todos.

En el actual contexto de crisis económica- que pone en cuestión ya no solo la
tradicional cooperación al desarrollo, sino el propio papel del Estado para
garantizar la provisión de servicios públicos universales- no parece que la
lucha contra la desigualdad esté siendo una prioridad de las agendas políticas.
Cuando en pleno siglo XXI unos 2.600 millones de personas no tienen a su
alcance algo tan elemental como un retrete- lo que implica la contaminación de
aguas potables y fecales, con el consiguiente coste de vidas humanas
perfectamente evitables-, pocas ilusiones podemos hacernos de que “el mercado
tenga soluciones para todo” y de que haya voluntad política suficiente para
evitar esta inquietante y belicista polarización.

¿Qué plan tiene el Consejo de Seguridad de la ONU para estas Navidades?

Por: | 03 de diciembre de 2011

Cuando nos aprestamos ya a disfrutar/sufrir las fechas navideñas, con una agenda que no siempre podemos elegir libremente, resulta interesante echar un vistazo al plan que ha elaborado el Consejo de Seguridad de la ONU (CSNU) en su condición de actor central en la gestión de los temas de paz y seguridad a nivel mundial. Bajo la presidencia rusa, el CSNU prevé aprobar en diciembre hasta una decena de Resoluciones, empezando por la extensión del mandato de la UNSMIL, en Libia, por un nuevo período de tres meses para intentar consolidar un clima de seguridad que ponga fin al conflicto abierto a principios de año. Una tarea que no se adivina fácil, mientras las nuevas autoridades de Trípoli acaban de anunciar que se va a proceder a integrar en las fuerzas armadas y policiales a unos 50.000 miembros de los diversos grupos antigadafistas que aún pretenden traducir en peso político su participación en la lucha contra el dictador.

También se prevé aprobar otras Resoluciones para extender misiones como las que vienen desarrollándose en Burundi, Chipre, Abyei (Sudán), Altos del Golán (Siria) y Guinea Bissau. Incluso cabe esperar que haya votos suficientes para prolongar las sanciones a Liberia, para extender las tareas del Tribunal Penal Internacional para Ruanda y hasta para aprobar una nueva Resolución sobre Eritrea.

No cabe duda de que el programa toca temas importantes para hacer frente a las amenazas y riesgos que definen la agenda de la seguridad internacional. En todo caso, no puede por menos que sorprender que en el listado dado a conocer no haya ninguna referencia a asuntos tan relevantes hoy como Siria, Sudán o Irán. Aunque esos temas siempre pueden ser introducidos sobre la marcha, su inicial omisión muestra, por un lado, que el Consejo sigue sin haber puesto su propio reloj en hora, maniatado por un proceso de toma de decisiones que refleja la relación de fuerzas y los intereses de un mundo que ya no es el de 1945. Por otro, refleja la falta de voluntad política de sus miembros para llevar a cabo la reforma en profundidad de un órgano que sigue resultando imprescindible para hacer frente a los problemas globales que definen nuestros días.

¿Se habrán olvidado los representantes del Consejo que los palestinos están esperando una respuesta a la petición formulada por Mahmud Abbas para que Palestina sea reconocida como miembro pleno en la ONU? ¿Han aceptado, tras la negativa experiencia de la última cumbre del clima, que el legítimo representante de la comunidad internacional no tenga ya nada que aportar para poner remedio a l os efectos más negativos de un cambio climático imparable? ¿Tendremos que ir acostumbrándonos a que la ONU solo será un cajón de sastre humanitario, al servicio de la agenda de seguridad que impongan los más fuertes?

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal