Por mucha pompa que se le quiera echar a una celebración que tiene su origen en la recuperación de Mahón de manos británicas en 1782, las circunstancias actuales pesan sobremanera en los discursos y perspectivas sobre la salud de las fuerzas armadas españolas. Es bien cierto que es la institución más valorada por la sociedad, en claro contraste con lo que ocurría hace apenas dos décadas. Pero tras esa fachada se revela una situación nada prometedora.
Por un lado, las cuentas no dejan lugar a dudas: el Ministerio de Defensa acumula una deuda que supera los 30.000 millones de euros, como consecuencia de una política que arrancó hace unos quince años y que planteó una modernización del equipo, material y armamento de los ejércitos basándose en un diseño presupuestario insostenible. El nombramiento de un ministro y de un secretario
de Estado de perfil netamente económico e industrial transmite sin ambages que la gestión de esa deuda- que hipoteca no solo cualquier nueva modernización, sino incluso el mantenimiento de los programas y equipos ya existentes- será la prioridad absoluta de esta legislatura. Si a eso se une el recorte ya decidido- de unos 340 millones de euros- y el previsible a partir de marzo, se hace muy
difícil imaginar cómo será posible cumplir lo manifestado por el ministro de que “nunca se escatimarán medios para garantizar la seguridad” de nuestras fuerzas. Quizás por eso el propio monarca demandó la obtención del máximo rendimiento de los recursos asignados, apelando al entusiasmo (o, lo que es lo mismo en lenguaje clásico militar, “al celo” de los militares para cumplir sus misiones a pesar de las adversidades).
La pompa del acto celebrado en el Salón del Trono del Palacio Real se completó con las obligadas (y merecidas) referencias a los caídos en acto de servicio y al compromiso de fortalecer las capacidades críticas para garantizar la operatividad de las tropas. Entre generalidades de ese tipo, se hace más
evidente la falta de interés por dar a conocer un mínimo programa del departamento. Por el momento, no hay mención alguna sobre las previsiones de nuestra implicación en las cinco operaciones internacionales de paz en las que estamos implicados (ni siquiera para confirmar o desmentir la prevista retirada de Afganistán), ni mucho menos sobre la Estrategia Española de Seguridad, aprobada el pasado mes de junio y explícitamente despreciada por quien hoy nos gobierna.
Mientras tanto, seguimos a la espera de un debate nacional sobre el papel- lo que implica también la definición del tamaño idóneo y de los medios- de unas fuerzas armadas necesitadas de readaptación a las demandas de una potencia media con intereses globales como es España.¿Estamos preparados?
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