Jesús A. Núñez

Sobre el autor

Jesús A. Núñez es el Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid). Es, asimismo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), y miembro del International Institute for Strategic Studies (IISS, Londres). Colabora habitualmente en El País y en otros medios.

Siria, desgraciadamente, suma y sigue

Por: | 29 de junio de 2012

El régimen sirio sale desgraciadamente fortalecido del incidente que supuso el reciente derribo de un avión de combate turco. Ya anteriormente, con la matanza de Hula, quedó claro que la comunidad internacional no está dispuesta a implicarse directamente en la resolución de la crisis que afecta a Siria desde marzo de 2011. En aquella ocasión se limitó a “tomar nota” del asunto, sin mover un solo músculo para demostrar a Bachar el Asad y sus secuaces que al haber cruzado una línea roja tendrían que enfrentarse a una respuesta rotunda. Al no ocurrir nada de eso, el mensaje que recibió Damasco es que contaba con sobrado margen de maniobra para seguir reprimiendo por la fuerza a quienes se opusieran en las calles sirias a sus designios.

Ahora, con la débil respuesta dada al ataque antiaéreo sirio, cabe imaginar que esa percepción se acentúa en la mente de los responsables de un régimen que sigue empeñado en conservar el poder a toda costa. El publicitado despliegue turco de sistemas antiaéreos en la frontera con su vecino sirio no logra ocultar en modo alguno la falta de voluntad- tanto de Ankara como de la OTAN- para ir más allá de lo visto hasta ahora. Las autoridades turcas han intentado, sin mucho éxito, convencer a sus socios de la Alianza Atlántica de que la crisis siria es mucho más que un asunto interno. Todo se ha quedado en declaraciones formales de repulsa (en el marco del artículo 4 del Tratado, que solo plantea consultas; evitando tener que referirse al 5, que constituye el núcleo de la defensa colectiva ante un ataque recibido por uno de los 28 aliados).

Es obvio, que ni Ankara ni la Alianza están hoy en condiciones de implicarse militarmente contra el régimen sirio. Turquía porque no puede asumir en solitario una tarea que sobrepasa sus capacidades. Y otros, como Estados Unidos y los principales miembros de la Unión Europea, porque no quieren empantanarse en un escenario que se adivina mucho más complejo que el de Libia (tanto por ser mayores las capacidades militares del enemigo como por el temor de provocar una reacción de otros actores, desde Irán a Rusia, que aumentaría aún más la dificultad de llegar a una pronta resolución).

En definitiva, tanto unos como otros prefieren seguir adelante con unas acciones que dejan poco menos que al albur el fin de la violencia o el colapso de la camarilla que encabeza el Asad. Todo apunta a que Catar y Arabia Saudí, con una innegable implicación estadounidense, seguirán armando a los llamados rebeldes. Por su parte, tanto Rusia (con helicópteros y la promesa de modernos misiles antiaéreos) como Irán (con miembros del Cuerpo de Guardianes de la Revolución y con medios de inteligencia) y actores libaneses como Hezbolá (con combatientes ya desplegados en territorio sirio) seguirán tomando partido por un régimen que no consideran a punto de quebrarse (las también publicitadas deserciones de algunos pilotos no cambian el desequilibrio netamente favorable a las fuerzas del régimen).

Quien queda identificado como perdedor principal de este orden de cosas es, irremisiblemente, el conjunto de la población siria que ha perdido el miedo al dictador y sigue empeñada en mostrarlo públicamente. A la espera de una ayuda militar que no llega en volumen suficiente para que el Ejército Libre de Siria o cualquier otro actor combatiente sea capaz de enfrentarse en fuerza al poder vigente, la ciudadanía siria está experimentando en sus propias carnes un ejemplo más de lo que significa la realpolitik. ¿Por cuánto tiempo más?

Farsa teatral en Egipto a la sombra de los fusiles

Por: | 22 de junio de 2012

Todo suena falso y forzado en Egipto. Así ocurre con la declaración del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), de que el 1 de julio transferirá el poder a una autoridad civil como una muestra más de que Egipto es una democracia. Lo mismo cabe decir de los dos candidatos presidenciales, empeñados en que tienen pruebas innegables de que la victoria es suya. No deja de ser chocante, igualmente, que los Hermanos Musulmanes (HH MM) sean ahora los que incitan a la población a manifestarse en Tahrir y otros lugares, reclamando la victoria de su líder, Mohamed Morsi, cuando anteriormente se mostraban muy remisos a activar esta palanca y preferían entenderse entre bambalinas con el CSFA. Estamos ante una farsa a gran escala en la que, al margen de los deseos de la población, se está dirimiendo el reparto de la tarta del poder entre la casta militar y los HH MM.

Así hay que entender el retraso en dar a conocer los resultados definitivos de las elecciones celebradas el pasado fin de semana. Aunque la administración egipcia no es la más eficiente del planeta, a estas alturas sus responsables conocen sobradamente cuántos votos ha recibido cada uno de los candidatos. Todo apunta a que el retraso deriva de la dificultad para rematar una negociación que cabe plantear en los siguientes términos:

-      Es muy probable que Morsi haya sido el vencedor sobre Ahmed Shafiq, contando con el enorme apoyo popular del islamismo político y con su bien engrasada maquinaria de propaganda y asistencia social.

-      El CSFA habría preferido a Shafiq, pero no hacía ascos a los islamistas liderados por Morsi, siempre que aceptarán acomodarse a un escenario político que no cuestione los privilegios de la casta castrense y que asegure el statu quo vigente.

-      Los HH MM parecen haber roto el compromiso inicial, tras su positivo resultado en las elecciones legislativas. En lugar de saciar momentáneamente su sed política con su ansiada legalización y con una notable cuota de poder en la Asamblea Nacional, han querido rematar la faena, atreviéndose a presentar un candidato a las presidenciales (en contra de sus propias promesas).

En esta calculada secuencia de acontecimientos, el CSFA ha ido incrementando su temor de que nuevos actores políticos quisieran aprovechar la movilización ciudadana para traspasar líneas rojas que los militares defienden a ultranza. Por eso, ante el riesgo de verse constreñidos por una situación que diera como resultado un parlamento y una jefatura del Estado en manos de los HH MM, han optado por emitir un decreto (que se convierte de facto en la nueva Constitución hasta que se apruebe en algún momento una digna de tal nombre) que les permite:

-          Asumir el poder legislativo.

-          Nombrar a los 100 miembros de la comisión que debe elaborar la nueva Constitución, en un plazo de tres meses.

-          Reservarse el derecho de veto sobre cualquier artículo de dicha Constitución que sea “contrario al interés supremo del Estado”.

-          Fijar la celebración de nuevas elecciones legislativas para después de la aprobación en referéndum de la nueva Constitución.

-          Blindarse, con la absoluta inmunidad para sus miembros, ante cualquier instancia judicial.

-          Asegurarse el control sobre la elaboración y ejecución del presupuesto.

-          Mantener el poder de veto sobre cualquier posible declaración de guerra.

Si los HH MM aceptan jugar con estas reglas, podremos ver a Morsi convertido en nuevo presidente (con los poderes muy recortados). En caso contrario, podemos ya prepararnos para un nuevo pucherazo electoral que ponga a Shafiq como nueva cara de un régimen que siempre ha tenido a militares como figurantes principales. No parece que a la comunidad internacional le disguste esa posibilidad. O si no, ¿cómo se explica que Washington haya reactivado la ayuda (1.300 millones de dólares) a Egipto desde marzo pasado?

Kuwait, nepotismo en cuestión

Por: | 19 de junio de 2012

La decisión del emir kuwaití, Sabah al Ahmad al Jaber al Sabah, de suspender por un mes las actividades del parlamento (Majlis al Umma) ni sorprende ni arregla nada, en un proceso que crecientemente cuestiona el poder de la familia reinante.

No sorprende porque es la quinta vez que ocurre en los últimos seis años. El clima político de este rico emirato del Golfo se ha ido progresivamente emponzoñando en la medida en que el actual emir rompió en 2006 la regla no escrita entre las dos ramas de la familia al Sabah- los al Jaber, por un lado, y los al Salem, por otro-, por la que ambas se turnan en el puesto de emir y de príncipe heredero. Tras su acceso al trono, en 2006, el emir al Sabah decidió nombrar como heredero a su hermanastro, Nawaf al Ahmed al Jaber al Sabah, y primer ministro a su sobrino, Nasser al Mohammad al Ahmed al Sabah. La reacción de la rama al Salem no se hizo esperar, en un intento por evitar su alejamiento del poder central, para el que viene contando con el apoyo táctico de aliados tribales e islamistas políticos en un Majlis más potente hoy de lo que nunca lo ha sido. Recordemos que en las elecciones del pasado febrero los opositores (islamistas suníes y líderes tribales) lograron 34 de los 50 escaños, en un parlamento que ya puede proponer o bloquear leyes y, sobre todo, obligar a comparecer a miembros del gobierno.

Precisamente la suspensión de la asamblea decretada ayer se produce, no por casualidad, la víspera de que el ministro de interior tuviera que comparecer ante los diputados. Basta con recordar, para entender lo que esto significaría, que desde el arranque de la actual legislatura, y como resultado de esas comparecencias, ya han tenido que dimitir los ministros de finanzas, trabajo y exteriores, así como el jefe del banco central. Estamos, por tanto, ante un reto directo al emir- que aún conserva la potestad de nombrar al primer ministro y a los quince miembros del gabinete-, con la intención de lograr la dimisión en pleno del gobierno y el nombramiento de otro en el que la oposición tenga 9 representantes.

Sin embargo, en el mejor de los casos, el gesto de nepotismo del emir únicamente le otorga un corto periodo de tregua (previsiblemente hasta octubre, si a la suspensión se suma el ramadán y las vacaciones posteriores), pero dejando sin solucionar ninguno de los problemas a los que se enfrenta. Por un lado, nada apunta a un inmediato apaciguamiento de las tensiones internas en la familia al Sabah. Por otro, la evolución demográfica ha debilitado su base de poder- la clase comerciante y la minoría chií-, al tiempo que ha beneficiado a los actores tribales y a los suníes. Aunque los partidos políticos siguen sin estar permitidos, estos últimos cuentan hoy con más y mejores palancas de poder para erosionar estructuralmente a un emir que tampoco ha logrado activar la economía nacional- a pesar de contar con más de 200.000 millones de dólares de reservas.

Mientras se ciernen negros nubarrones sobre los procesos que afectan a Egipto (con los militares incapaces de ocultar por más tiempo que la defensa de sus privilegios y el mantenimiento del statu quo actual son sus prioridades absolutas), Libia e incluso Túnez, la familia al Sabah debería haber aprendido a estas alturas que no es suficiente con adoptar reformas cosméticas para mantenerse en el poder. ¿O sí basta?

Yemen, ¿un ejemplo para Siria?

Por: | 13 de junio de 2012

Al igual que en España el gobierno se resistió a llamar crisis a lo que estalló en 2008 y el actual hace lo mismo evitando denominar rescate a lo que va a poner en marcha Bruselas para tratar de salvar al sistema bancario, los responsables políticos del sangriento régimen que domina Siria desde hace décadas rechazan de plano la idea de la ONU de que el país está ya sumido en una guerra civil. Desgraciadamente, eso es lo que allí viene ocurriendo al menos desde finales del pasado año, en una dinámica que ya ha contabilizado más de 10.000 muertos y para la que no se adivina final inmediato.

Mientras se acumulan los síntomas de pasividad internacional y se acentúa la fragmentación interna de la oposición al régimen de Bachar el Asad, ha comenzado a circular la idea de que Yemen podría servir como modelo para resolver el drama sirio. Recordemos que en noviembre de 2011, y tras un proceso de violencia creciente que casi llegó a la eliminación física del entonces presidente Alí Abdulah Saleh, se alcanzó un acuerdo entre las partes enfrentadas (en el que Arabia Saudí tuvo un papel destacado) por el que el mandatario abandonaría el cargo (con plenas garantías de inmunidad). Se ponía así en marcha un proceso que llevó, ya en febrero de este año, a la celebración de elecciones (con Abd Rabo Mansur Hadi como candidato único) y al arranque de un diálogo nacional en el que deberían estar representadas todas las sensibilidades políticas.

Conviene no dejarse engañar por las apariencias. Ni desde el punto de vista de la estabilidad, ni mucho menos desde el de la reforma democrática puede tomarse a la Arabia Felix de los romanos como modelo de nada positivo. En el primer caso, porque el país sigue inmerso en un largo conflicto que tiene a los rebeldes hutis soliviantados en el norte (con apoyo más o menos directo de Teherán) y a diversos grupos secesionistas en el sur empeñados en poner en cuestión la unidad política lograda en 1990. A eso se une el hecho de que la presencia de Al Qaeda para la Península Arábiga (AQPA) no ha hecho más que incrementarse, con un salto cualitativo innegable desde que estalló abiertamente la disputa violenta por el poder en Saná. Aprovechando la espiral de violencia entre los partidarios de Saleh y los del general Ali Mohsen al Ahmar, los terroristas de AQPA han ido ampliando su radio de acción, incluso más allá de la provincia de Abyan, hasta el punto de lograr el control efectivo de varias ciudades.

Ahora las fuerzas armadas yemeníes- que todavía no han vuelto a unificarse realmente tras el trauma que supuso su división en clave tribal en la confrontación Saleh-Mohsen- anuncian la recuperación manu militari de algunas de esas localidades con un alto número de bajas entre las que cabe imaginar que hay también población civil. Mientras continúan las operaciones (con notable implicación estadounidense mediante los drones que ya se han hecho tristemente famosos en la región), cabe cuestionar que la recuperación de esas ciudades pueda interpretarse como una victoria definitiva. Dado que las fuerzas yemeníes no tienen capacidad para mantener sus posiciones actuales, ni para eliminar a todos sus enemigos, se impone la necesidad de lograr la colaboración de los jefes tribales de la zona (una tarea que supone la compra de su lealtad, al menos temporal, y en la que Arabia Saudí vuelve a ser un actor clave movilizando fondos que apacigüen los ánimos).

En paralelo a ese complejo escenario de seguridad, el político no ha registrado avance alguno, al menos en clave democrática. Hoy el país sigue estando básicamente en las mismas manos que lo han controlado desde hace décadas. Y esto es así no solo porque Hadi haya sido un fiel colaborador del anterior presidente, sino porque siguen siendo los familiares de este último los que controlan directamente las principales palancas de poder económico, político y militar de Yemen. Las claves tribales continúan definiendo la agenda nacional y la instauración de un Estado de derecho sigue siendo, hoy como ayer, una asignatura pendiente que ninguno de los actores que realmente cuentan parece tener interés en aprobar a corto plazo.

¿Y es esto lo que también se quiere para Siria?

Pakistán tensa la cuerda con Washington

Por: | 11 de junio de 2012

A tenor de los últimos movimientos en las relaciones bilaterales entre Islamabad y Washington parecería que la tensión ha llegado a un punto en el que lo más probable es que se rompa la cuerda que los mantiene unidos desde hace décadas. Y, sin embargo, aún sin rebajar la importancia del desencuentro actual, no cabe imaginar que tal cosa vaya a producirse.

Desde que Washington decidió llevar a cabo la eliminación de Osama Bin Laden en suelo paquistaní, el 1 de mayo de 2011, las relaciones no han hecho más que deteriorarse, en una espiral que se complicó aún más tras la operación que se saldó con la muerte de 24 soldados paquistaníes en su propio territorio como resultado de un ataque con drones, a los que tan aficionada se ha vuelto la administración Obama. Como consecuencia, desde el 26 de noviembre pasado Islamabad viene negando a la OTAN la posibilidad de seguir utilizando la vital ruta de suministro que une a Karachi con la frontera afgana. Esta simple medida complica considerablemente el apoyo logístico a las operaciones de Estados Unidos y de la OTAN, en un escenario cada vez más enrevesado para una coalición militar que hace agua por momentos (véase el anuncio francés de retirada prácticamente inmediata).

Desde entonces, Obama no ha conseguido doblegar la voluntad del presidente Asif Ali Zardari en este tema, ni mucho menos comprometerlo seriamente en combatir hasta el final a los taliban y otros grupos que utilizan a Pakistán como refugio en su lucha contra el régimen afgano. Por su parte, Zardari exige una disculpa formal por el ataque sufrido en noviembre y demanda el pago de 5.000 dólares por cada camión que atraviese su territorio (cuando hasta diciembre pasado le bastaban con 250). Si a esto se unen las recientes declaraciones realizadas en India por el ministro de defensa estadounidense, Leon Panetta, dando a entender que a Washington se le está terminando la paciencia ante la inacción de sus interlocutores paquistaníes, no puede extrañar que las negociaciones para llegar a un acuerdo se hayan visto abruptamente interrumpidas con el anuncio de la retirada del país del equipo negociador estadounidense, justo después de que el propio jefe del Estado Mayor paquistaní, el general Ashfaq Parvez Kayani, haya desairado al subsecretario adjunto de defensa, Peter Lavoy, negándose a recibirlo.

Con estas medidas nadie sale ganando por la sencilla razón de que ambos socios siguen necesitándose. Zardari, crecientemente presionado y cuestionado en el interior, necesita contar con el apoyo de Washington (incluyendo la ayuda económica) para intentar superar una profunda crisis y para hacer frente a una población crecientemente empobrecida a la que los grupos radicales cortejan sin disimulo. Pero también Obama necesita seguir contando con Zardari (y con Kayani) para evitar que Pakistán arruine la posibilidad de encontrar al menos una salida digna de Afganistán y para garantizar que las armas nucleares no caen en manos inquietantes.

Matrimonio de conveniencia, en suma, con las habituales trifulcas que suelen acompañar a parejas de ese tipo; pero también con el peligro que se las aguas se desborden provocando una tragedia que, en el fondo, nadie desea.

El País

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