Jesús A. Núñez

Sobre el autor

Jesús A. Núñez es el Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid). Es, asimismo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), y miembro del International Institute for Strategic Studies (IISS, Londres). Colabora habitualmente en El País y en otros medios.

Simbología desgracidamente vacía en Palestina

Por: | 29 de noviembre de 2012

Dando por descontado que en unas horas Palestina se convertirá en Estado observador no miembro de la ONU, no deja de resultar chocante el contraste entre el cúmulo de simbología con el que Mahmud Abbas ha querido rodear su gesto- hoy se cumplen 65 años de la aprobación del Plan de Partición que decidió dividir Palestina en dos Estados y es también el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino- con el crudo mensaje emitido por Benjamin Netanyahu- “la decisión de la ONU no cambiará nada sobre el terreno”. Aunque eso suponga amargar la fiesta a los cada vez más escasos fieles de Abu Mazen- que quiere hacer creer a su pueblo que esto equivale al inicio de una nueva etapa-, es más realista coincidir con Bibi- entendiendo que la estrategia de hechos consumados que Israel lleva desarrollando al menos desde 1967 conduce inexorablemente a la inviabilidad de un Estado palestino.

Abbas ha llegado a este punto tras haber fracasado en su intento de lograr que el Consejo de Seguridad de la ONU reconociera a Palestina como Estado miembro de pleno derecho (la propuesta, presentada hace ahora un año, ni siquiera se ha discutido) y tras recibir un nuevo bofetón político en torno a Gaza (con la visita del emir catarí a la Franja y el renovado discurso triunfalista de Hamas después de sufrir el ataque israelí). Mucho más que por un mínimo afán de confrontación, Abbas ha dado este paso por pura supervivencia política, intentando no caer en la irrelevancia total. Para ello ha tratado de “engordar” la significación de esta nueva propuesta, como si con su aprobación fuera posible milagrosamente modificar una tendencia que día a día demuestra que Israel sigue decidido a controlar la totalidad de Palestina, apoyado en una abrumadora superioridad de fuerzas (tanto en clave económica como militar y diplomática, con Washington cubriéndole las espaldas).

Aunque nada impide considerar positivo el paso de “entidad”·a “Estado”, resulta infundado suponer que los gobernantes israelíes estén dispuestos a detener sus acciones de castigo colectivo, de construcción del muro que ahoga aún más a Cisjordania, de ampliación de los asentamientos, de asedio a Gaza y, en definitiva, de negación de cualquier atisbo de derechos para la población ocupada palestina. También resulta artificioso el argumento de que con su nuevo estatuto, Palestina podrá ingresar automáticamente en múltiples agencias internacionales que le darán un mayor peso internacional y la aproximarán a su sueño estatal (competencia que recae exclusivamente en manos del Consejo de Seguridad de la ONU, en el que Estados Unidos no tiene reparos en utilizar el privilegio de su veto para evitar que algo de ese calibre afecte a los intereses de su socio israelí). Tampoco resulta sencillo imaginar que Palestina pueda realmente acudir a la Corte Penal Internacional (CPI), sabiendo que esa instancia tiene no solo limitadas competencias sino también limitado margen de maniobra (de tal modo que el Consejo de Seguridad puede bloquear- nuevamente con el veto estadounidense, si fuera necesario- sus investigaciones en cualquier punto de un hipotético proceso contra Israel).

Aún así, asumiendo que la simbología también juega su papel, no deja de resultar indecoroso el comportamiento algunas capitales. Washington no solo sostiene que esta propuesta imposibilita la solución del conflicto, sino que amenaza directamente a Abbas con suspender el envío de ayuda a la población ocupada si finalmente presentaba su propuesta. Tel Aviv tampoco se queda atrás, amenazando con eliminar políticamente a Abbas y con denunciar los Acuerdos de Oslo (que dieron vida a la demediada Autoridad Palestina). Y hasta Londres se apunta a la presión directa, pretendiendo forzar hasta el último momento a la Autoridad Palestina para que se comprometa a no acudir a la CPI o a solicitar el ingreso en agencias especializadas de la ONU, a cambio de su voto positivo.

Los palestinos no necesitan el voto británico- responsable originario del problema en el que hoy sigue sumida Palestina-; pero por muchos votos que logren sumar hoy no es realista imaginar que ni la solución al problema ni siquiera el reinicio del proceso de paz están a la vuelta de la esquina. Para lograrlo no es necesario un cambio formal de estatuto (¿o es que el proceso de paz que arrancó en Madrid en octubre de 1991 era solo una farsa diplomática?) sino la activación de una voluntad política que tome el derecho internacional como referencia… y eso todavía no ha ocurrido.

Morsi sueña con romper el corsé militar a golpe de decretazos

Por: | 24 de noviembre de 2012

Aprovechando su repentino éxito diplomático, como mediador entre Hamas e Israel, Mohamed Morsi sigue tratando de lograr una mayor cuota de poder antes de que lo conviertan definitivamente en una mera figura decorativa. Recordemos que, al contrario de lo que las apariencias podrían indicar, hoy el presidente egipcio no tiene una sólida posición de poder, como consecuencia del decreto constitucional que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas emitió justo en la víspera de las pasadas elecciones presidenciales de junio. La casta militar- ante el peligro de que su candidato (el ex general Ahmed Shafik) no pudiera hacerse con el cargo y de que, por tanto, los Hermanos Musulmanes (HH MM) pudieran acabar dominando no solo el parlamento sino también la presidencia- optó por dar un nuevo golpe de mano, arrogándose todo el poder legislativo y ejecutivo. Y así seguimos hoy, hasta que una nueva Constitución sea finalmente aprobada.

Morsi ha intentado en repetidas ocasiones romper el corsé que limita sus competencias, pero el balance cosechado no ha sido muy positivo. Al margen de enviar a su casa al hasta entonces todopoderoso mariscal Husein Tantawi (a cambio de aceptar a Sedqi Sobhi, sin que esto altere la condición de factótum real de las fuerzas armadas), el presidente ya tuvo que recular ante la judicatura cuando pretendió anular la decisión del Tribunal Constitucional de considerar ilegales las elecciones parlamentarias del pasado noviembre.

La judicatura egipcia- fragmentada entre los leales al régimen anterior, los afines a los HH MM y los que apuestan por reformas democráticas- ya era un actor incómodo para Hosni Mubarak. Además de tener formalmente la última palabra en asuntos constitucionales, ha sido la encargada de fiscalizar los procesos electorales a pie de urna y, desde esa plataforma, no siempre se ha acomodado a lo que el rais de turno desea (lo que no le impidió al dictador el brutal pucherazo de las elecciones de noviembre de 2010 para allanar el camino hacia la presidencia a su hijo Gamal Mubarak).

Hoy es Morsi el que pretende doblegar ese poder con un doble objetivo. Por un lado, aspira a bloquear las pendientes decisiones de la máxima instancia judicial sobre la legalidad de las elecciones al parlamento y a la Cámara Alta (en defensa de sus correligionarios islamistas que perderían los escaños ya obtenidos). Y por otro, mucho más importante, aspira a que nada impida que la comisión encargada de elaborar actualmente la nueva Constitución- que debe ser posteriormente sometida a refrendo popular- alumbre un texto afín a los postulados de los HH MM. Con esa idea pretende alargar sus trabajos otros dos meses- cuando se preveía que el borrador fuera dado a conocer en estos días-, salvaguardando la mayoría favorable a sus tesis entre sus 100 miembros.

No es previsible que las decisiones de Morsi logren vencer los obstáculos que le oponen los egipcios que aspiran a un Egipto democrático- ni siquiera jugando en clave populista a prometer que se reabrirán los juicios a los responsables de la violencia en las semanas que condujeron a la caída de Mubarak. Tampoco que sean aceptados pasivamente por la cúpula militar- interesada en preservar sus enormes privilegios y en garantizar el mantenimiento de un statu quo que también es aceptado por la mayoría de la comunidad internacional. Y mucho menos por los propios jueces- como ejemplifica la decisión de los jueces de Alejandría de declarar una huelga indefinida, que puede ampliarse a otros colectivos-, conscientes de que si se doblegan pierden sus propios privilegios y dan paso a un proceso inquietante.

En definitiva, asistimos a una clásica (y descarnada) lucha por el poder entre distintos aspirantes. Mientras tanto, la democracia- de la que nunca han gozado los egipcios- seguirá siendo una asignatura pendiente a la espera de tiempos mejores.

Pilar de Defensa, suma y sigue en Gaza

Por: | 14 de noviembre de 2012

A este ritmo pronto se van a quedar sin nombres los responsables de las Fuerzas Israelíes de Defensa (IDF) para bautizar sus operaciones de castigo contra la Franja de Gaza. Hoy mismo las IDF han desencadenado la operación Pilar de Defensa, con un primer balance de seis muertos y una decena de heridos, como resultado de ataques aéreos contra una veintena de objetivos, combinando golpes selectivos (como el que ha causado la muerte de Ahmed Jabari, jefe de las Brigadas Ezzedine al Qasam) con otros colectivos como los que han afectado a la maltrecha capital de la Franja. No cabe descartar que el ataque se prolongue con incursiones terrestres, de modo similar a lo ocurrió en el marco de la operación Plomo Fundido (diciembre 2008/enero 2009).

Es bien cierto que Israel puede aducir que esta acción de castigo responde al lanzamiento de cohetes durante estas últimas semanas sobre territorio israelí, por parte de grupos violentos que se mueven en Gaza. Pero también lo es que Hamas viene dando señales sobradas de que no es responsable directo de esos ataques. Aunque eso no quita que, como autoridad de facto de la Franja, le corresponde controlar la seguridad de la zona, hay que considerar que en su agenda hoy no encaja la violencia directa (aunque sea por un cálculo meramente táctico) cuando pretende ser percibido como un actor político válido para la comunidad internacional y cuando acaba de recibir la visita del emir de Catar, Hamad bin Khalifa al-Thani, en un gesto que apunta a una posible normalización en clave negociadora.

Lo importante, mirando hacia el futuro, no es la posible represalia de Hamas o de su brazo armado contra Israel, aunque solo sea porque su instrumental violento (suicidas incluidos) no parece estar en su mejor momento. Lo relevante es que, por un lado, la Autoridad Palestina vuelve a mostrar su impotencia (desairada tanto por árabes- el emir de Catar es solo el ejemplo más reciente- como por Israel- en un irreflexivo juego que la anula como posible interlocutor en cualquier futuro proceso de paz). Por otro, se repite el ya clásico gesto militarista de gobernantes como Netanyahu y Lieberman, inmersos en una campaña electoral que esperan culminar con la victoria en las urnas el próximo 22 de enero, al considerar que este ejercicio de fuerza aumenta sus opciones electorales.

Además, si la violencia se prolonga, se hace aún más improbable que el próximo día 29 Palestina sea admitida ni siquiera como Estado observador no miembro en la ONU. Netanyahu acaba de afirmar que la mera presentación de esa idea ante la Asamblea General de Naciones Unidas llevará a Tel Aviv a denunciar los Acuerdos de Oslo, como si eso significara realmente algo peor que lo que ya sufre la población palestina tanto en términos de bienestar como de seguridad. Su aliado electoral, Avigdor Lieberman, añade ahora que si Mahmud Abbas renuncia a presentar esa propuesta en la ONU, Israel estaría dispuesto a permitir la creación de un Estado palestino (sin definir sus fronteras ni el momento en que se tomaría esa improbable decisión). Ninguno de los dos parece tampoco pararse a calibrar el problema que su decisión militarista plantea al gobierno egipcio, presionado desde por su propia población a socorrer a los asediados habitantes de Gaza y a alinearse con Hamas, rama local de lso propios Hermanos Musulmanes. En resumen, hay un sarcasmo inocultable en esas declaraciones y en esas acciones, conscientes del amplio margen de maniobra que siguen teniendo en el escenario internacional para imponer sus criterios.

Llueve sobre mojado. Los grupos violentos palestinos no parecen entender que por esa vía nunca lograrán doblegar a Israel ni ser apoyados por la comunidad internacional en defensa de su causa. Los dirigentes palestinos hace tiempo que han agotado su caudal político ante los ojos de su propia población. Y los actuales gobernantes israelíes (y, por tanto, la sociedad israelí) no quieren tampoco asumir que las opciones violentas los aleja cada vez más de sus referencias morales y éticas, al tiempo que daña irremisiblemente la imagen de Israel en el mundo y retrasa la normalización de sus relaciones con vecinos que hoy y mañana seguirán estando al otro lado de la puerta. Y, sin embargo, el sonido de las armas vuelve a imponerse en Palestina.

El rompecabezas afgano sigue sin encajar

Por: | 07 de noviembre de 2012

En el marco de la operación militar iniciada en octubre de 2001, y con una implicación protagonista por parte de la OTAN (bajo la denominación de ISAF y con las bendiciones de la ONU), la campaña de Afganistán ya ha pasado a los anales como la más larga de la historia de los Estados Unidos. Hoy, con un Obama reelegido por otros cuatro años, la convicción de que la victoria militar está fuera del alcance de ISAF, junto al desgaste económico y militar acumulado durante once años, el empeño se reduce a lograr una salida digna a finales de 2014. Esto significa dejar a Afganistán en una situación completamente contraria a la pretendida en origen: ni desarrollado, ni reconstruido, ni pacificado.

Afganistán es hoy un Estado en buena medida fallido, envuelto en una guerra internacional que algunos gobiernos no quieren denominar de ese modo, inmerso además en una guerra interna con una amalgama imprecisa de actores combatientes de todo tipo (desde señores de la guerra a bandas criminales, sin olvidar a insurgentes nacionalistas y a grupos terroristas) y sometido a las presiones e intereses de poderosos actores regionales que dirimen sus propias diferencias en territorio afgano.

A esta situación se ha llegado como resultado de cuatro importantes errores estratégicos. El primero deriva de la ingenua creencia de que bajo el impacto de la invasión militar el régimen talibán y el núcleo central de la red Al Qaeda habían desaparecido por completo; cuando, en realidad, solo se difuminaron a la espera de mejores tiempos. El segundo fue la apertura del frente iraquí en marzo de 2003, dispersando esfuerzos hasta poner al límite la capacidad militar de Washington. El tercero fue elegir como aliado local a un dirigente escasamente dotado políticamente como Hamid Karzai. Por último, se volvió a apostar por un enfoque militarista como eje central de la intervención exterior para reconstruir el país (incluso soñando inicialmente con su democratización).

En consecuencia, no puede extrañar demasiado que la situación actual de Afganistán ni siquiera se aproxime a la que tenía en 1979, cuando se inició la invasión soviética. Es bien cierto que la situación de partida no era muy favorable, con un país creado artificialmente por los británicos en el que se obligó a vivir a comunidades tradicionalmente enfrentadas, con una orografía que dificulta enormemente las comunicaciones y las relaciones sociales o económicas, y con altísimos niveles de corrupción endémica que encuentra su sustrato más profundo en el narcotráfico y el contrabando del que se benefician tradicionalmente auténticos señores feudales que no reconocen ninguna autoridad nacional por encima de ellos. Pero también lo es que la intervención exterior no ha sido bien recibida por amplias capas de la población afgana y que tampoco se ha logrado crear una dinámica de colaboración con actores tan potentes en la región como Pakistán, India o Irán, sin los cuales gran parte del esfuerzo se dilapida sin remedio.

Ante esta situación, y a la vista de que la victoria militar es materialmente imposible, se ha llegado a la decisión de buscar una salida digna, retirando las tropas internacionales de combate, en un proceso imparable que ya hace tiempo que mostraba a las claras la falta de convicción de muchos de los gobiernos nacionales que han acompañado a Estados Unidos en esta desventura. El contingente actual no basta para rematar militarmente la tarea de la pacificación y no existe la voluntad política de ampliarlo hasta los más de 500.000 imprescindibles para plantearse tal objetivo.

Situados ante esa decisión de retirada, cabe preguntarse cuál es la estrategia que se pretende seguir. A Estados Unidos- el mayor financiador del gobierno afgano y el mayor contribuyente militar al esfuerzo realizado por la ISAF- le basta hoy con alcanzar la estabilidad de Afganistán, evitando que vuelva a convertirse en un santuario del terrorismo internacional. Para ello procura, en primer lugar, reforzar al siempre cuestionado Karzai, frente a los diversos líderes locales que se resisten a reconocer su autoridad. Este empeño puede verse truncado en 2014, cuando se celebrarán las nuevas elecciones presidenciales a las que Karzai no puede presentarse por agotamiento de sus dos mandatos. Todo dependerá de si el nuevo presidente se acomoda a los dictados de Washington o si prefiere adoptar un giro político más próximo a los talibán o a otros.

Simultáneamente, Washington trata de capacitar a las fuerzas armadas y a las fuerzas de seguridad afganas para hacerse cargo de la seguridad del país. Para ello está llevando a cabo un amplio proceso de reclutamiento e instrucción de soldados que debe llevar hasta los 395.000 efectivos para finales del próximo año. Dado el alto nivel de analfabetismo, el escaso salario ofrecido (en comparación con el que pueden obtener los grupos opositores financiados por el narcotráfico), la necesidad de abrir las puertas a todo candidato (lo que facilita la infiltración de elementos talibán y de milicianos de todo tipo) y el alto número de deserciones existentes, resulta muy aventurado suponer que esas fuerzas estarán realmente en condiciones de garantizar la seguridad de sus ciudadanos en tan corto plazo de tiempo. Por último, se pretende atraer a los talibán a la mesa de negociaciones combinando la fuerza (que ha llevado, por ejemplo, a la eliminación de Bin Laden) con una oferta para compartir el poder en Kabul.

Por su parte, la estrategia talibán consiste en aguantar los golpes y eliminar a quienes colaboren con Karzai y la ISAF. Su planteamiento básico pasa por resistir hasta la retirada de las fuerzas internacionales, contando con que entonces podrán imponerse a las autoridades locales y quedarse con toda la tarta del poder que está en juego. ¿Quién logrará su objetivo?

El País

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