Jesús A. Núñez

Sobre el autor

Jesús A. Núñez es el Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid). Es, asimismo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), y miembro del International Institute for Strategic Studies (IISS, Londres). Colabora habitualmente en El País y en otros medios.

Morsi apela a los militares

Por: | 29 de enero de 2013

Más allá de la mera celebración del segundo aniversario de la caída del dictador Hosni Mubarak, lo que los egipcios que han vuelto a movilizarse a partir del pasado 25 de enero han querido demostrar es su creciente descontento con unos gobernantes que no parecen dispuestos a sacar a Egipto del túnel en el que lleva tanto tiempo metido. Las movilizaciones se han ido extendiendo no solo en El Cairo, sino también en otras ciudades y eso ha terminado por desembocar en la declaración del estado de emergencia y el toque de queda en Port Said, Suez e Ismailia- todas ellas ubicadas a orillas del vital Canal de Suez- por un plazo inicial de 30 días.

Cabe interpretar lo que está ocurriendo ahora en Egipto como algo distinto a los recurrentes episodios de insatisfacción de diferentes colectivos de la sociedad egipcia, registrados desde el acceso a la presidencia de Mohamed Morsi en junio pasado. En síntesis, importa señalar que:

-      El tráfico por el Canal no ha sufrido ningún contratiempo, como resultado de las medidas de seguridad impuestas por el régimen, pero también como señal de que los opositores entienden sobradamente la importancia del libre tránsito por esas aguas para la economía local y nacional (se estima en no menos de 300 millones de euros al mes).

-      La protesta ciudadana parece dispuesta a desafiar las medidas decretadas por Morsi, lo que hace prever un incremento de la tensión y, probablemente, de la violencia hasta niveles que nadie parece en condiciones de controlar.

-      La imagen de Morsi se ve afectada de manera muy directa, en la medida en que su decisión recuerda inmediatamente que Hosni Mubarak recurría a ella con excesiva frecuencia. Con actos como este Morsi se aleja cada vez más de su soñada imagen de presidente de todos los egipcios y se acerca a la de un gobernante autoritario que se impone por la fuerza.

-      La oferta de diálogo nacional lanzada por el presidente tampoco está recibiendo una respuesta positiva por parte de una oposición que, sin estar unida, va logrando una mayor representatividad alrededor del Frente Nacional de Salvación.

-      Las fuerzas de seguridad han mostrado su incapacidad para garantizar la seguridad en las calles del país. La activación de las fuerzas armadas- que pasan a estar autorizadas para detener a civiles- es un indicio más de la progresiva dependencia que Morsi tiene de los militares. Sin que quepa suponer que existe una sólida complicidad entre ambos, hay que interpretar lo ocurrido como el resultado de un cálculo táctico que les lleva a caminar juntos a lo largo de un proceso que debe desembocar en las elecciones legislativas de la próxima primavera. A los militares les sigue interesando que Morsi se queme en la gestión del día a día (cuando ya es inminente la adopción de nuevos recortes en los subsidios, en cumplimiento de las condiciones que impone el FMI para conceder los 4.800 millones de dólares que se están negociando actualmente). De ese modo cuentan con seguir preservando sus privilegios e intereses, por encima de unos gobernantes criticados tanto por los laicos- que apuestan por una democracia plena- como por los salafistas (con Al Nur a la cabeza)- que reclaman un mayor rigor en torno a las directrices del islam.

Egipto suma y sigue en una dinámica que agrava los problemas, sin solución todavía a la vista.

Israel y Jordania, elecciones de trámite

Por: | 25 de enero de 2013

Aunque siempre suelen generar cierto revuelo mediático, las convocatorias electorales que acaban de celebrarse en Israel (22 de enero) y Jordania (23 de enero) no parecen llamadas a pasar a la historia, ni por sus resultados ni por sus posibles consecuencias.

Por lo que respecta a Israel, la victoria (31 escaños) del tándem Likud-Ysrael Beiteinu (o, lo que es lo mismo, Benjamin Netanyahu-Avigdor Lieberman) no constituye sorpresa alguna. Tampoco lo es que, como viene ocurriendo desde 1948, ningún partido haya logrado la mayoría absoluta, prácticamente inalcanzable con una ley electoral que establece un distrito único nacional y que tan solo exige un 2% de los votos para obtener algún escaño en la Knesset. Visto así, y a la espera de que el siempre turbulento proceso de conformación de un gabinete ministerial dé como resultado más probable una coalición de Bibierman (como se ha llamado coloquialmente a los vencedores) con el centrista Yair Lapid (al frente del novedoso Yesh Atid, con 19 escaños) y con la laborista Shelly Yachimovich (con 15), nada apunta al fin de los serios problemas internos israelíes ni, mucho menos, a la pronta resolución de los problemas que aún mantienen con los palestinos, sirios y libaneses.

Es cierto que los resultados muestran una cierta corrección del electorado con respecto al temor de derechización extrema en el que Israel lleva tiempo metido. Pero el rumbo está ya muy definido en sus líneas fundamentales. Así, en clave interna, parece claro que Bibierman está en condiciones de aprobar duras medidas económicas, contando ahora con socios que las harán más digeribles a sectores sociales que están siendo duramente castigados por un sistema que genera una creciente desigualdad social, mientras sigue gastando no menos de un insostenible 7% en defensa (frente al objetivo, nunca alcanzado, del 2% que señala la OTAN a sus miembros).

Tampoco hay señales de que el futuro gobierno vaya a buscar seriamente la paz con sus vecinos. Aunque el discurso oficial sigue planteando la idea de dos Estados, la realidad diaria muestra sobradamente la voluntad israelí de dominar la totalidad de Palestina, aunque eso suponga violar los derechos de la población ocupada y recibir críticas de algunos gobiernos occidentales. Hoy por hoy, la sociedad israelí parece incapacitada para entender que su seguridad no puede estar basada en la inseguridad de sus vecinos.

Jordania, por su parte, ha vuelto a enfangarse en un formal ejercicio electoral que no resuelve ninguno de los graves problemas que afectan a su siempre débil monarquía, ni tampoco a los que castigan a la mayoría de una población fragmentada y crecientemente crítica con un régimen que sigue creyendo que basta con reformas cosméticas para seguir controlando la situación. En nada sustancial cambia el hecho de que ahora el primer ministro sea elegido directamente por el parlamento (el rey ha quemado ya a cuatro personajes en ese puesto desde que empezaron las movilizaciones de 2011), o de que los escaños reservados para los partidos pasen de 17 a 27 (cuando los 123 restantes quedan asignados a líderes tribales y personajes acomodaticios a los designios de palacio).

Las reiteradas proclamas reales sobre su intención de desembocar en una monarquía constitucional se difuminan a los ojos de una población- con mayoritaria presencia palestina y con un notable protagonismo de la rama local de los Hermanos Musulmanes- que ya se ha atrevido abiertamente a cuestionar el papel de una dinastía foránea, impuesta en su día por Londres. Aunque la jornada haya sido pacífica y con observadores internacionales que han validado su desarrollo, es cuestionable que el porcentaje de participación haya sido del 56,5.

Lo ocurrido suena a un juego demasiadas veces repetido, con las cartas marcadas de antemano, manipulando las claves tribales para asegurarse el voto de los líderes locales por mera obediencia más o menos entusiasta, mientras se escenifica un cierto espíritu de reforma, permitiendo que haya 17 mujeres y hasta una treintena de representantes del islamismo político (en calidad de independientes) entre los miembros de un parlamento que no cabe imaginar que esté dispuesto a ir más allá de donde Abdalá II desee.

Si a lo ocurrido en estos dos países se suma el inquietante panorama que presentan hoy Siria y Líbano, sin olvidar a un Egipto igualmente convulso, se puede concluir que la región necesita algo más que meros retoques. Pero eso no parece que vaya a ocurrir mañana mismo.

La causa kurda nuevamente ensangrentada en Turquía

Por: | 21 de enero de 2013

Desde hace décadas no ha habido un tema que haya registrado mayor nivel de cooperación entre regímenes tan diversos como el turco, el sirio, el iraquí y el iraní como la supresión de todo sueño de estatalidad para los kurdos que se localizan en cada uno de esos países. Hablamos de no menos de 30 millones de personas, de confesión mayoritariamente suní, que con diferentes niveles de esfuerzo persiguen la creación de un Estado (no necesariamente único), tal como en principio les reconocía el tratado de Sèvres (1920), modificado inmediatamente por el de Lausana (1923), que lo fragmentaba en varios países. Es bien sabido que ninguno de ellos lo ha logrado, aunque los kurdos iraquíes son los que más se han acercado a ese objetivo, mientras que los que habitan en Siria están ya empezando a beneficiarse de la crisis general que puede derribar a corto plazo al régimen alauí, que le ha negado hasta hoy sus derechos más elementales.

Es en este contexto en el que Turquía está tratando de mover ficha en la resolución de su principal problema interno. Por un lado, teme que la convulsión que afecta a las comunidades kurdas vecinas pueda inflamar aún más a los 15 millones de kurdos que habitan en su seno. Con un balance de unos 40.000 muertos (unos 500 solo en el pasado año) desde que el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) se levantó en armas en 1984, el recrudecimiento de la movilización debilitaría y desestabilizaría a Ankara, dificultando aún más su pretensión de ser el actor dominante en la región. Por otro, es consciente de que por la fuerza no logrará eliminar la identidad política kurda y de que la estrategia seguida hasta ahora por Recep Tayyip Erdogan- invirtiendo en infraestructuras en las zonas mayoritariamente kurdas del sureste- no basta para “comprar” la lealtad de una población que plantea demandas más amplias (desde el reconocimiento público de su lengua hasta la reducción de la barrera del 10% de votos necesarios para que los partidos kurdos puedan acceder al parlamento nacional).

En un serio intento por modificar el errático rumbo de una agenda que solo conducía a más crispación y violencia, Erdogan ha optado por entablar negociaciones directas con el emblemático líder kurdo Abdulah Ocalan. Encarcelado desde 1999 y condenado a cadena perpetua, Ocalan sigue siendo el referente principal no solo del PKK- todavía en noviembre pasado demostró su carisma y autoridad ordenando el fin de una huelga de hambre que centenares de presos kurdos estaban llevando a cabo-, sino también de la gran mayoría de los kurdos turcos. Esa vía se inició ya el pasado año con la mediación de Noruega, pero el representante turco- Hakan Fidan, jefe de los servicios de inteligencia- no logró convencer a sus interlocutores de la sinceridad de las intenciones de Ankara. En respuesta, el PKK volvió a las armas, especialmente desde sus bases en las montañas de Qandil, al entender que el gobierno solo estaba buscando su desarme incondicional.

En su segundo intento, Erdogan reconocía públicamente a finales del pasado año que miembros de los servicios de seguridad turcos están desarrollando contactos con Ocalan. Sobre la mesa está efectivamente la demanda de un desarme completo del PKK (y la renuncia a la lucha armada) a cambio de la liberación de presos vinculados a este grupo (considerado terrorista tanto por EE UU como por la UE) y el progresivo reconocimiento de derechos para la comunidad kurda, incluyendo una amplia autonomía política bajo bandera turca. El proceso cuenta con el apoyo de actores tan significativos como el principal grupo de oposición en el parlamento- el Partido Popular Republicano, CHP- y el principal grupo político kurdo- el Partido Paz y Democracia, BDP.

Pero también cuenta con duros opositores, tanto en la filas del PKK- con líderes que se han instalado en un statu quo que les permite también beneficiarse económicamente del contrabando que fluye en las fronteras con Irak- como en las del denominado eufemísticamente “Estado profundo”- conformado por ultranacionalistas procedentes de los servicios de seguridad, las fuerzas armadas y el mundo empresarial. Todo apunta a que es en el seno de alguno de ambos extremismos- sin olvidar otras hipótesis que llevan hasta Teherán, abiertamente interesado en debilitar a Ankara- donde puede identificarse a los autores del triple asesinato de militantes kurdas, cometido en París el pasado 9 de enero. Quienes han eliminado a Sakine Cansiz- cofundadora del PKK, muy cercana a Ocalan y favorable a la negociación con el Estado- y a sus dos acompañantes han querido provocar el colapso de este nuevo esfuerzo por poner fin a una violencia de la que ninguno de los contendientes saca beneficio a largo plazo. Queda por ver si, sean quienes sean sus autores, logran desbaratar el proceso o si Erdogan y Ocalan consiguen disciplinar a los suyos y rematan una faena que favorecería a todos.

Obama y su ¿nueva? política exterior y de seguridad

Por: | 16 de enero de 2013

A la espera de que superen sus exámenes en el Congreso, el reelegido presidente Obama se apresta a renovar su nuevo equipo de política exterior- el hasta ahora senador y ex candidato presidencial John Kerry-, de defensa- el republicano Chuck Hagel- y de inteligencia- John Brennan, al frente de la CIA. Todo apunta a que más allá de los nombres, que es lo único realmente nuevo, Obama seguirá adelante profundizando su visión- ya formulada con ocasión de la crisis de Libia- de liderar desde atrás (leading from behind).

Lo que el presidente hizo básicamente hasta ese momento en estos terrenos ha sido gestionar unos conflictos traspasados por la administración anterior- Irak y Afganistán-, buscando una “salida digna”, tras reconocer sin remedio que no había posibilidad de alcanzar la victoria militar soñada inicialmente por su predecesor, ni mucho menos de transformar a estos países en modelos de democracia que se pudieran exportar al resto del mundo árabo-musulmán. No ha habido, en consecuencia, una gran estrategia digna de tal nombre, sino más bien una mera gestión de los asuntos heredados, dado que su esfuerzo principal se ha volcado en la política interna, tratando de recuperar la economía nacional de la grave crisis que estalló en 2007 y de aprobar reformas tan simbólicas como la sanitaria.

Solo a partir de la actuación en Libia (2011)- dejando a París y Londres el protagonismo (más mediático que militar)- comenzó a vislumbrarse lo que ahora seguirán siendo con toda probabilidad las líneas principales de la acción exterior de Washington, contando con los límites que impone la ya aprobada reducción del gasto en defensa (487.000 millones de dólares en los próximos diez años). Por un lado, sin abandonar su pretensión de ser vista como la nación indispensable, EE UU seguirá estando implicado en el mundo- como corresponde a su condición hegemónica- en defensa del orden global liberal (una expresión ya clásica que apenas esconde la defensa del actual statu quo favorable a Washington y sus aliados).

El primer apunte sobresaliente de la acción exterior estadounidense para estos próximos cuatro años será, tomando a Siria y ahora a Mali como ejemplos, la insistencia en esa actitud de renuncia a liderar todos los esfuerzos por resolver problemas en escenarios donde Washington tenga intereses, dejando que sean los actores locales y las potencias regionales los que asuman visiblemente ese protagonismo (como también pudo verse en Gaza, dejando a Morsi la voz cantante en la mediación). Eso no quiere decir que Obama se vaya a desentender de los asuntos mundiales, sino que parece optar por un pragmatismo que le lleva a asumir que, en ocasiones, es mejor no hacer nada o dejar que el equilibrio de poderes sirva como mecanismo de resolución. En esa línea se entiende también el mayor peso que van adquiriendo el mando de Operaciones Especiales y la CIA (camino de convertirse en una auténtica fuerza paramilitar), procurando no desplegar tropas propias en fuerza, sino instruir a otros ejércitos, realizar operaciones muy selectivas y seguir apostando por los polémicos drones, que ya están ampliando su radio de acción más allá de Afg/Pak y Yemen, para atender también a lo que ocurre en el Sahel africano. John Brennan es, por cierto, quien más directamente ha estado implicado en estos últimos cuatro años en regular el uso de estos ingenios encargados, por orden del presidente, de llevar a cabo unas ejecuciones extrajudiciales que ya se cuentan por miles.

Un segundo apunte destacado de la agenda es el giro ya anunciado por Washington hacia el área Asia-Pacífico, con el objetivo explícito de contener a China. Así se entienden sus actuales esfuerzos por crear o actualizar lazos en el ámbito de la seguridad y defensa con Japón (que se atreve ya a debatir sobre una posible apuesta nuclear), Australia (reciente destino de Panetta y Clinton y donde ya hay marines desplegados) y Filipinas, pero también con Tailandia, Vietnam e incluso Myanmar (destino de la primera visita al exterior del propio Obama). Visto así, y como una señal más de la creciente irrelevancia de la Unión Europea, el centro de gravedad de los asuntos mundiales se traslada ya definitivamente al Pacífico, en un juego en el que se entrecruzan intereses geoeconómicos y geopolíticos, con la pelea por el control de recursos energéticos submarinos y de las vías marítimas que Pekín aspira algún día a dominar frente a Washington.

Mientras tanto, no parece que ni la potenciación de la ONU ni de la OTAN vayan a ser prioritarias en su agenda. Un rasgo más del pragmatismo de un Obama que no parece mostrarse excesivamente preocupado por la permanencia de la vergüenza de Guantánamo por tiempo indefinido.

Irán ante un año decisivo

Por: | 09 de enero de 2013

En buena medida Irán ha perdido el impulso que le llevó a soñar, tras la crisis iraquí, con el liderazgo incuestionado de Oriente Medio. Hoy, sin que nada definitivo pueda aún afirmarse en contra, Teherán se encuentra ante un panorama menos promisorio que el de hace tan solo dos años. Consciente de estar en el punto de mira de actores tan poderosos como Estados Unidos e Israel (pero también Turquía, Arabia Saudí y otros Estados árabes), y sumido en un proceso que le obliga a atender simultáneamente a varios frentes, el año que ahora comienza se presenta como decisivo para determinar si podrá confirmar su sueño o tendrá que abandonarlo.

Por una parte, su propia crisis económica no hace más que agravarse, lo que solivianta a amplias capas de una población crecientemente empobrecida, crecientemente hastiada de las veleidades nucleares de un régimen que pierde atractivo día a día. La mala gestión y la corrupción de quienes se han enriquecido al calor del régimen jomeinista son flancos abiertos a la crítica de los activos grupos opositores identificados con el Movimiento Verde, liderado por Mir-Husein Musavi y por Mehdi Karrubi. A esto se une el efecto directo de unas sanciones internacionales (con la puntilla de la renuncia de EE UU, la Unión Europea y otros Estados a importar petróleo iraní desde el pasado 1 de julio) que el propio régimen reconoce que ha supuesto una caída del 50% en sus ingresos petrolíferos (o, lo que es lo mismo, una pérdida de unos 40.000 millones de dólares). En esas condiciones resulta muy difícil seguir “comprando” la paz social, cuando es insostenible mantener las diversas subvenciones a los productos de primera necesidad y a las empresas públicas que son las principales productoras y empleadoras nacionales.

Por otra parte, los acontecimientos en Siria dan a entender que es ya muy improbable que el régimen aliado de Bachar el Asad soporte por mucho más tiempo la presión combinada de unos actores locales cada vez más unidos y fortalecidos y de una comunidad internacional que parece apostar ya abiertamente por apoyar financiera y militarmente a los opositores y rebeldes. Irán, que ya cuenta con importantes activos en Irak y en Líbano, necesita salvaguardar sus intereses en Siria para poder ampliar su radio de acción desde el Mediterráneo hasta el Golfo, como fórmula preferida para poder ser reconocido como potencia regional. Esto no quiere decir que la caída de El Asad impida a Irán proseguir con su esfuerzo- incluso en la nueva etapa que pueda abrirse en una Siria que enfrente a grupos muy diversos entre los que Teherán puede seguir contando como aliados circunstanciales-, pero está claro que lo dificultaría en buena medida.

Visto así, lo previsible es que Teherán procure activar las bazas de retorsión que todavía conserva para salir del atolladero y complicar la vida a sus potenciales enemigos. En el primer caso, intentará buscar nuevos socios comerciales, con China como uno de los más significados en función de sus crecientes necesidades energéticas, y romper el bloqueo a su gas y petróleo aunque sea a través del contrabando con socios de circunstancias. También incrementará sus contactos con opositores sirios para garantizarse un hueco en la Siria postAsad, sea en términos políticos y/o militares.

En todo caso, es el terreno de la negociación sobre su controvertido programa nuclear donde Teherán tiene, al mismo tiempo, su mejor baza y su mayor amenaza. Aunque las autoridades iraníes acaban de negar nuevamente a los inspectores de la AIEA la entrada en el complejo de Parchin, cabe esperar que a lo largo del mes de enero se reanuden las negociaciones con el Grupo 5+1. El principal cambio en este marco es la reelección de Barack Obama como presidente de EE UU, lo que permite imaginar que Washington tratará de explorar hasta el límite las posibilidades de llegar a un acuerdo que evite la confrontación armada y que Teherán procurará obtener garantías que le permitan una salida digna (abrir sus puertas a la AIEA a cambio del levantamiento de las sanciones y el progresivo abandono del enriquecimiento de uranio).

Como contrapeso a esa probable dinámica, queda por ver si se confirma la victoria electoral del tándem Netanyahu-Lieberman en las inminentes elecciones israelíes (22 de enero). Esa previsible victoria se traducirá a buen seguro en un aumento de la presión de Tel Aviv no solo sobre Teherán sino también sobre Washington para lanzar definitivamente un ataque antes de que se traspase una línea roja que el propio Netanyahu ha establecido para mediados de año. En resumen, un delicado juego de equilibrismo en el que se dirime el futuro de Irán.

El País

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