Más allá de la mera celebración del segundo aniversario de la caída del dictador Hosni Mubarak, lo que los egipcios que han vuelto a movilizarse a partir del pasado 25 de enero han querido demostrar es su creciente descontento con unos gobernantes que no parecen dispuestos a sacar a Egipto del túnel en el que lleva tanto tiempo metido. Las movilizaciones se han ido extendiendo no solo en El Cairo, sino también en otras ciudades y eso ha terminado por desembocar en la declaración del estado de emergencia y el toque de queda en Port Said, Suez e Ismailia- todas ellas ubicadas a orillas del vital Canal de Suez- por un plazo inicial de 30 días.
Cabe interpretar lo que está ocurriendo ahora en Egipto como algo distinto a los recurrentes episodios de insatisfacción de diferentes colectivos de la sociedad egipcia, registrados desde el acceso a la presidencia de Mohamed Morsi en junio pasado. En síntesis, importa señalar que:
- El tráfico por el Canal no ha sufrido ningún contratiempo, como resultado de las medidas de seguridad impuestas por el régimen, pero también como señal de que los opositores entienden sobradamente la importancia del libre tránsito por esas aguas para la economía local y nacional (se estima en no menos de 300 millones de euros al mes).
- La protesta ciudadana parece dispuesta a desafiar las medidas decretadas por Morsi, lo que hace prever un incremento de la tensión y, probablemente, de la violencia hasta niveles que nadie parece en condiciones de controlar.
- La imagen de Morsi se ve afectada de manera muy directa, en la medida en que su decisión recuerda inmediatamente que Hosni Mubarak recurría a ella con excesiva frecuencia. Con actos como este Morsi se aleja cada vez más de su soñada imagen de presidente de todos los egipcios y se acerca a la de un gobernante autoritario que se impone por la fuerza.
- La oferta de diálogo nacional lanzada por el presidente tampoco está recibiendo una respuesta positiva por parte de una oposición que, sin estar unida, va logrando una mayor representatividad alrededor del Frente Nacional de Salvación.
- Las fuerzas de seguridad han mostrado su incapacidad para garantizar la seguridad en las calles del país. La activación de las fuerzas armadas- que pasan a estar autorizadas para detener a civiles- es un indicio más de la progresiva dependencia que Morsi tiene de los militares. Sin que quepa suponer que existe una sólida complicidad entre ambos, hay que interpretar lo ocurrido como el resultado de un cálculo táctico que les lleva a caminar juntos a lo largo de un proceso que debe desembocar en las elecciones legislativas de la próxima primavera. A los militares les sigue interesando que Morsi se queme en la gestión del día a día (cuando ya es inminente la adopción de nuevos recortes en los subsidios, en cumplimiento de las condiciones que impone el FMI para conceder los 4.800 millones de dólares que se están negociando actualmente). De ese modo cuentan con seguir preservando sus privilegios e intereses, por encima de unos gobernantes criticados tanto por los laicos- que apuestan por una democracia plena- como por los salafistas (con Al Nur a la cabeza)- que reclaman un mayor rigor en torno a las directrices del islam.
Egipto suma y sigue en una dinámica que agrava los problemas, sin solución todavía a la vista.