Jesús A. Núñez

Defensa europea, no salen las cuentas

Por: | 04 de marzo de 2013

Tras la Guerra Fría se produjo una sensible reducción de los gastos de defensa, que se alargó hasta finales de la última década del pasado siglo. Se pasó así de un gasto militar mundial de unos 1,1 billones de dólares en 1987 a unos 0,7 en 1998- pero ni así se logró materializar la idea de los entonces llamados “dividendos de la paz”, que deberían permitir una mayor atención al desarrollo como vía para mejorar la seguridad. En evidente contraste con lo anterior, en la década pasada ese mismo capítulo de gasto experimentó un notable aumento tras el 11-S, estimulado por el desacertado enfoque unilateralista y militarista de la administración estadounidense (replicado por muchos otros gobiernos), con un crecimiento que superó con creces los 1,5 billones de dólares. Hoy, a pesar de estar todavía sumidos en una crisis económica estructural, el volumen total se cifra en unos 1,6 billones de dólares, aunque es cierto que todas las fuentes se hacen eco de que estamos en un proceso de reducción generalizada- compatible en todo caso con carreras armamentísticas locales o regionales, como las que están experimentado Rusia y Latinoamérica.

Visto desde Europa, ese proceso de merma presupuestaria está poniendo en cuestión el cumplimiento de los compromisos internacionales establecidos en el seno de las organizaciones internacionales de seguridad y defensa, y el sostenimiento de las capacidades militares de muchos Estados. Así se deduce inmediatamente de las enormes dificultades que están teniendo tanto la OTAN como la Unión Europea para implementar sus respectivos planteamientos de smart defense y de pooling&sharing. En ambos casos, autosugestionándose con el sueño de que es posible hacer más con menos, se pretende cubrir los huecos de unos sistemas imperfectos- con repetidas duplicidades de esfuerzos nacionales escasamente eficaces, alimentados por esquemas nacionalistas de corto alcance que ponen continuas trabas a la cooperación multilateral-, para dotarse de medios que se consideran críticos para dotar de credibilidad a los sistemas de seguridad y defensa de ambas organizaciones.

Como un efecto más de la grave crisis que azota a la mayoría de los Estados miembros, y sin que mengüe el eterno debate sobre el burden sharing entre ambos lados del Atlántico, se generalizan los retrasos en la entrada en servicio de sistemas tan notorios como el avión de transporte A400M, o se aplazan reiteradamente proyectos tan ambiciosos como el sistema de satélites geoestacionarios Galileo. Como nos recuerda en su reciente informe anual su secretario general, el 72% del gasto militar total de la Alianza Atlántica lo soporta Washington (era el 68% en 2007); solo EE UU, Gran Bretaña y Grecia (de un total de 28 miembros) han cumplido el pasado año con el compromiso alcanzado en 2006 de dedicar al menos un 2% del PIB nacional a la defensa; y solo Francia, Luxemburgo, Turquía, Gran Bretaña y EE UU han respondido adecuadamente al compromiso de dedicar al menos un 20% de esos presupuestos a la adquisición de equipo, material y armamento de entidad.

En esas condiciones de poco sirve recordar que, en términos presupuestarios, la Unión Europea sería la segunda potencia militar del planeta (con unos 250.000 millones de dólares de gasto global anual), o que suma casi 2 millones de efectivos militares. Esas cifras solo tendrían sentido práctico si existiese una Europa de la defensa, con una estructura común, bajo una legítima autoridad civil que pueda hablar y actuar en nombre de la Unión en el terreno de la política exterior, de seguridad y defensa. Pero hoy los Veintisiete no parecen dispuestos, como acaba de comprobarse nuevamente en la negociación de las perspectivas financieras para el periodo 2014-2020 (reduciendo, por primera vez en la historia, el volumen total de fondos con respectos al septenio anterior), a apostar por una Unión que tenga una voz única- creíble y respetada- en el escenario internacional.

Por el contrario, como muestra ahora mismo lo ocurrido en Malí, cada capital comunitaria parece ensimismada en un proceso suicida que aumenta las dificultades para realizar una apuesta común atendiendo a amenazas que nos afectan a todos. Francia está ya mostrando síntomas de preocupación- no solo en clave política, sino también operativa y presupuestaria- por la posible prolongación de una misión para la que no cuenta con medios suficientes (sin desatender otros frentes) y en la que no parecen muy activos sus socios comunitarios (incluida España, que apenas ha aprobado el despliegue de un avión de transporte y 50 efectivos, entre instructores y personal de protección). Y todo ello, mientras Washington parece sentirse cómodo en su nuevo perfil de “liderazgo desde atrás” y empieza a aplicar sus propios recortes en defensa (484.000 millones de dólares en diez años).

Hay 4 Comentarios

Sin valores comunes y con pocos y débiles intereses compartidos difícilmente puede haber una defensa común.

Dentro de la OTAN no hay consenso a la hora de gastar en nuevas capacidades, ni en para que utilizarlas. Cada día impera más el concepto de que el que hace pague, es decir, que el país o países que decidan una intervención militar para defender unos determinados intereses costeen las operaciones militares. El concepto de Smart defense, especialización nacional, es un concepto que se ha extrapolado del mundo de la economía, donde ha fracasado, a la defensa. Hoy por hoy no tiene futuro.

El concepto de Smart defense and Pooling and Sharing solo tendría sentido, futuro y éxito si la OTAN tuviera un Ejército financiado por los estados miembros en la misma proporción y constituido por capacidades proporcionadas por los diferentes países, dispuesto a actuar en defensa de los intereses de cada uno de los Estados miembros. En tal caso los miembros de la OTAN podrían dotarse de unas capacidades mínimas a nivel nacional, especializándose en algún área de defensa, y dejar el resto en manos colectivas en la OTAN. Pero la unión, los intereses y los valores compartidos no son los suficientemente fuertes como para que se pueda avanzar hacia una integración de las fuerzas militares.

De acuerdo con la ética bélica es mas importante gastar miles de millones en armamentos que gastarlos en educación, sanidad y servicios sociales. Y mucho mas, es muy importante que padezcan hambre y desamparo millones de seres humanos. En fin, ¡viva el canibalismo y el bandidaje¡ Creo que las hienas y las ratas son mejores, al menos no engañamn a nadie.

Deberían dejar entrar a Turquía y Rusia, paises con un peso político casi superior al europeo, para dar mas peso a la Unión.

Necesitamos una Europa de verdad, una que no solo mire el capital, sino la política. Con las excolonias tenemos relaciones especiales y poder político que no utilizamos, dejamos que otros gestionen el mundo y así nos va.

Los comentarios de esta entrada están cerrados.

Sobre el autor

Jesús A. Núñez es el Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid). Es, asimismo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), y miembro del International Institute for Strategic Studies (IISS, Londres). Colabora habitualmente en El País y en otros medios.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal