Jesús A. Núñez

Sobre el autor

Jesús A. Núñez es el Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid). Es, asimismo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), y miembro del International Institute for Strategic Studies (IISS, Londres). Colabora habitualmente en El País y en otros medios.

Corea, donde nadie quiere la guerra

Por: | 19 de abril de 2013

La reciente escalada retórica militarista impulsada por Pyongyang podría hacer pensar que la guerra está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, y a pesar de las dudas que siempre plantea un régimen tan opaco, sigue siendo evidente que nadie quiere traspasar la línea roja que conduzca a una confrontación militar en la que todos los actores implicados saldrían perdiendo.

Aunque el estado de guerra se mantiene en teoría desde el armisticio de 1953- dado que nunca se llegó a firmar un acuerdo de paz entre las dos Coreas-, hace mucho que Seúl ha desechado cualquier ataque contra territorio norcoreano. Y esto es así, en términos puramente militares, porque no podría soportar la represalia norcoreana sobre Seúl, al alcance de los más de 10.000 cohetes, misiles y piezas de artillería que Pyongyang ha ido desplegando a lo largo de los años como principal instrumento de castigo si ve en peligro la supervivencia del núcleo duro del régimen. Ese comportamiento responde a una pauta- que nos retrotrae a marzo de 2010, cuando los norcoreanos hundieron una corbeta surcoreana- que le concede a Kim Jong-un una ventaja añadida en el juego de apariencias que se desarrolla actualmente en la península coreana.

Por lo que respecta a Estados Unidos, nada indica que Obama desee aventurarse militarmente en una apuesta de ese tipo. Es evidente que disfruta de una abrumadora superioridad militar frente al sátrapa norcoreano, y que la victoria final sería suya si se produjera un choque frontal. Pero el coste sería hoy por hoy inaceptable, no solo por los imponderables que todo conflicto violento supone, sino también porque la activación de la maquinaria militar estadounidense en la zona facilitaría a China defender la necesidad de incrementar su ya visible rearme en una región que aumenta día a día su importancia geoeconómica.

Eso no quita para que Washington siga el guión obligado con su aliado, incluso realizando más ejercicios militares conjuntos (al tiempo que ha renunciado a probar un nuevo misil intercontinental, como señal de que no quiere alimentar la tensión) y declarándose dispuesto a defenderlo ante cualquier contingencia. Ayuda a actuar de ese modo el convencimiento de que Pyongyang no dispone todavía de la capacidad para lanzar un ataque nuclear y las dudas sobre la verdadera operatividad de sus nuevos misiles (sea el KN-08- con un alcance estimado en 10.000 kilómetros- o el Musudan- de unos 4.000-, que nunca han sido lanzados desde una plataforma móvil). Tampoco asustan en demasía los más de un millón de soldados que Corea del Norte dice tener preparados para la guerra, conscientes de que tanto su grado de efectividad como el estado del armamento que puedan manejar son muy cuestionables.

En cuanto a China, la guerra en la península coreana también sería una muy mala noticia. Por una parte, porque si estalla la interpretación dominante sería que Pekín no ha logrado controlar a su teórico aliado, lo que afectaría a su pretensión de ser percibido como un actor de envergadura mundial. Y, además, porque teme ver materializada una de sus pesadillas locales: una oleada de ciudadanos norcoreanos tratando de entrar en territorio chino. Por último, no cabe olvidar que esa hipotética confrontación militar alimentaría un rearme regional que supondría un mayor desafío para la economía china en un momento en el que su modelo económico necesita ingentes recursos para frenar las dinámicas desestabilizadoras que ya son visibles en su propio seno.

Pero es que, finalmente, tampoco Pyongyang obtendría ventaja alguna de un estallido bélico. Dado que el régimen no se caracteriza precisamente por su afán suicida- sino, más bien, por su interés es sobrevivir en un entorno hostil- sabe que una guerra sería una segura apuesta por su destrucción. No tiene medios suficientes (ni militares, ni económicos) para sostener el empeño contra enemigos claramente superiores. No puede contar tampoco con el apoyo militar directo de Pekín y ningún otro gobierno cabe imaginar que se alinee con Pyongyang. En resumen, si se le ocurre desencadenar un ataque en toda regla habrá perdido el efecto disuasorio que le ha servido hasta ahora para preservar al régimen- jugando con una mezcla de gestos atrevidos que le hacen pasar por impredecible- y para obtener ciertos favores (sea ayuda alimentaria o productos energéticos). Con sabias dosis de agresión controlada y de manejo de sus propias debilidades- que hacen pensar a cualquier posible enemigo que basta con esperar a su colapso en lugar de aventurarse a un ataque militar- Pyongyang ha logrado tener una presencia internacional muy superior a su propio peso.

Visto así, y precisamente en clave de mantenimiento del régimen, Kim Jong-un necesita promover algunas reformas de un modelo insostenible en los parámetros actuales. Para ello, sin olvidarse de jugar la carta militarista, busca sobre todo neutralizar las amenazas de su entorno regional, con la pretensión de implicar directamente a Washington en la firma de la paz con Seúl, y que se levanten las sanciones de la ONU. Aunque para hacerlo elija un camino inquietante.

Boston-Chad y las dobles varas de medida

Por: | 16 de abril de 2013

Supongamos que todas las comparaciones son odiosas. Supongamos también que el valor de toda vida humana es incalculable y que, por tanto, cabe esperar el mismo nivel de esfuerzo para dignificarla y preservarla allí donde esté amenazada. Del mismo modo, supongamos que la pertenencia a una etnia determinada o la localización geográfica de cada ser humano en cualquier rincón del planeta son factores irrelevantes para activar la respuesta internacional ante situaciones de violación de derechos, insatisfacción de las necesidades más básicas o inseguridad. Ya puestos a soñar, supongamos que en la aldea global en la que vivimos hemos llegado a entender que inevitablemente nos afecta todo lo que ocurre a nuestro alrededor y que, por puro egoísmo inteligente, eso nos obliga a implicarnos en lo que ocurre más allá de nuestras propias fronteras.

Visto así, y entendiendo humanamente la respuesta emocional, política y mediática registrada tras las explosiones que han matado a dos personas y herido a más de un centenar en mitad del maratón celebrado en Boston, cabe preguntarse si se aplica la misma vara de medida a otros acontecimientos que, igualmente, deberían inquietarnos como personas y provocar la reacción de gobiernos y agencias internacionales en aras del bienestar y la seguridad de todos. Basta con tomar a Chad como uno más de los innumerables ejemplos que cabría considerar para constatar, una vez más, la injustificable selectividad con la que los medios de comunicación difunden determinadas noticias y con la que los actores políticos responden ante lo que sucede.

Sumado a muchos otros problemas pendientes de soluciones que no llegan, Chad está registrando una brutal oleada de refugiados que supera sus capacidades nacionales, en mitad de un generalizado e insoportable silencio mediático y político. Hablamos, según datos de ACNUR y la Organización Internacional de Migraciones, de unas 74.000 personas que han traspasado las fronteras nacionales en los últimos dos meses (50.000 tan solo en la última semana). Personas que tratan de escapar de la violencia interétnica que enfrenta a Misseriya y Salamat en Darfur, o de la inestabilidad producida tras el golpe de Estado en República Centroafricana (RCA).

Todo ello contando con que en diversas zonas del este chadiano ya hay malviviendo unos 300.000 refugiados sudaneses (como resultado del prolongado conflicto de Darfur) y unos 70.000 de RCA. Sin olvidar, por otra parte, que comienzan a regresar al país emigrantes chadianos que han sido finalmente liberados de las cárceles libias tras el estallido de la crisis que provocó la caída del dictador Muamar el Gadafi (unos 1.200 de momento).

Nadie puede dudar de que es necesario investigar todos los pormenores de las explosiones registradas en Boston, con idea de detener y condenar a los culpables- tanto si es un lobo solitario como si se trata (como parece más probable) de un grupo organizado-. Tampoco se puede cuestionar la atención mediática a una amenaza (terrorista) que nos afecta a todos. Pero frente al revuelo causado en ese caso, no deja de resultar triste/alarmante/escandaloso/           (espacio a rellenar por el lector) que en relación con la crisis que afecta a Chad solo organizaciones humanitarias como Médicos Sin Fronteras estén tratando de atender paliativamente a quienes acumulan hambre, enfermedades y heridas mortales ante la más absoluta indiferencia de una comunidad internacional que prefiere mirar al cielo. Un cielo que ya anuncia la llegada de la época de lluvias o, lo que es lo mismo, de mayores dificultades en menos de dos meses para ayudar de manera efectiva. ¿Le importa a alguien?

Sueños gasísticos de Israel

Por: | 11 de abril de 2013

Desde que el 17 de enero de 2009 se anunció públicamente el descubrimiento del yacimiento de Tamar por parte de la empresa tejana Noble Energy, Israel vive un sueño gasístico que no solo puede cambiar drásticamente su ecuación energética sino también la de algunos países de la zona. Desde aquella fecha las buenas noticias no han parado de llegar a Tel Aviv. Primero fue que las reservas de ese campo submarino se estimaban en unos 238.000 millones de metros cúbicos, cuando hasta ese momento no contaba con más de 45.000 en el menguante yacimiento Mari B (en aguas de la costa de Ashdod). Y luego, en 2011, llegó la gran noticia del descubrimiento de Leviatán, próximo al anterior y con unas reservas que dejaban pequeñas a las de Tamar.

De ese modo, Israel comenzó a vislumbrar la posibilidad de dejar atrás la dependencia energética que tenía con Egipto, del que procedía el 40% de su consumo total de gas. Esa relación ha estado sometida a perturbaciones constantes (mucho más acusadas tras la caída de Mubarak), con sabotajes y cambios de contratos sorpresivos, lo que finalmente llevó a Tel Aviv, en marzo del pasado año, a suspender el acuerdo de suministro establecido en 2005. Para tratar de paliar el efecto negativo de esa pérdida, y mientras se veía obligado a incrementar su consumo de petróleo y carbón, Israel impulsó la construcción de una terminal de gas natural licuado (construida a toda prisa por la compañía estatal Israel Natural Gas Lines Ltd., por un importe de 134 millones de dólares), que comenzó a recibir gas de Trinidad-Tobago en enero de este mismo año, con una previsión anual de 2.000 millones de metros cúbicos.

Aunque esta medida permitía mejorar parcialmente la seguridad energética israelí (pagando un precio que triplica al menos el del gas extraído de Tamar), es obvio que no resolvía de ningún modo el problema estructural. De ahí que la noticia de que el pasado 30 de marzo Tamar haya empezado a bombear gas hacia la costa haya sido recibida en Tel Aviv como un maná que está llamado a modificar totalmente la situación.

De un solo golpe, con Tamar se logra la autosuficiencia energética y se ahorra un importante volumen de divisas. O, lo que es lo mismo, se gana más libertad de acción en sus relaciones con sus antiguos suministradores y se obtienen más recursos con los que poder cumplir las promesas electorales del nuevo gobierno en materia económica y social. Unos efectos que se harán aún más notorios cuando entre en funcionamiento Leviatán a partir de 2016, si se cumplen las previsiones actuales.

Por otro lado, Israel se plantea ya dedicar una buena parte de esa riqueza gasística a la exportación a mercados vecinos. Los más evidentes son el propio Egipto (que está agotando sus reservas), Turquía y Jordania; pero sin descartar, incluso, a países de la Unión Europea. Se prevé que aún exportando la mitad de las reservas estimadas (que algunas fuentes elevan hasta los 950.000 millones de metros cúbicos) Israel tendría cubiertas sus necesidades para al menos los próximos 25 años. El desarrollo de las infraestructuras necesarias no solo atraerá la inversión extranjera al país, sino que le permitirá a Israel consolidar lazos con socios tan importantes para sus intereses de seguridad como Ankara y Amman.

Pero el sueño no está exento de problemas ya desde su arranque. En primer lugar, cabe recordar que los yacimientos están localizados en aguas disputadas tanto por Chipre (con quien Tel Aviv trata de colaborar desde el principio), como por Líbano y hasta Siria. Y nada apunta a que el acuerdo sea fácil de alcanzar para lograr un equitativo reparto de la riqueza ahí acumulada. Además, el tendido de posibles gasoductos hacia el inmenso mercado turco debe pasar por territorio (más bien marítimo que terrestre) de esos mismos países- Líbano y Siria- que bien pueden entorpecer los planes israelíes. Aunque todavía le quedaría a Israel la baza de la licuefacción para transportar el gas en buques metaneros, lo aquí apuntado transmite la sensación de que el sueño israelí se puede ver alterado por muchos factores que escapan de momento a su control. Veremos.

Tratado de Comercio de Armas, satisfacción contenida

Por: | 08 de abril de 2013

Si consideramos que en un terreno tan delicado como el de las armas siempre es mejor un acuerdo que la absoluta falta de regulación, habrá que alegrarse de la aprobación de la resolución A/67/L.58 de la Asamblea General de la ONU, que da nacimiento a un Tratado sobre el Comercio de Armas. Era un ansiado objetivo para más de un centenar de organizaciones de la sociedad civil de muchos países desde hace al menos diez años y que ahora (el 2 de abril) se ha visto inicialmente cumplido con el apoyo de 155 de los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas.

 

Como primera reflexión sobre el texto cabe destacar que lo aprobado supone que:

-      Se regula un comercio en el que destacan como vendedores principales EE UU (30% del total), Rusia (26%), Alemania (7%), Francia (6%), China (5%)- que representan el 75% de todas las transferencias a nivel mundial-, con Gran Bretaña y España en las siguientes posiciones. En cuanto a los principales compradores, el grupo está más repartido, con India (12% del total), China (6%), Pakistán (5%), Corea del Sur (5%) y Singapur (4%) en posiciones sobresalientes.

-      El acuerdo fue, afortunadamente posible tras haber quedado de manifiesto la imposibilidad de lograr la unanimidad en el seno de la Conferencia Final (18/28 de marzo), convocada a tal efecto. Finalmente hubo solo tres países que votaron en contra (Corea del Norte, Irán y Siria), otros 22 optaron por la abstención (incluyendo a Cuba, China, India y Rusia) y 13 no llegaron ni siquiera a depositar su voto.

-      Incluye todas las armas convencionales (todas menos las nucleares, químicas y biológicas, que ya tienen sus propios tratados o convenciones), que son, de hecho, las responsables de la inmensa mayoría de víctimas violentas registradas en el planeta. Mención especial merece la inclusión de las denominadas armas ligeras y pequeñas (las que puede portar una persona o un vehículo ligero), profusamente presentes en entornos violentos de todo tipo, aunque en este caso especial no se ha logrado una definición precisa, por lo que quedan abiertas vías de escape (especialmente en municiones y piezas sueltas). Queda, sin embargo, sin fijar la prohibición de vender a actores no estatales.

-      Obliga a todos los firmantes a establecer sistemas de control nacional sobre sus exportaciones e importaciones- algo que hoy solamente hace un muy reducido número de países. Esto incluye también las operaciones de tránsito, trasbordo y corretaje. Pero también hay que recordar que quedan fuera del tratado las donaciones, cesiones y préstamos de material militar, así como los acuerdos de producción bajo licencia y la transferencia de tecnología. Tampoco se exige, como sería deseable en aras de la total transparencia, que cada Estado parte ofrezca información regular sobre las operaciones que autoriza y deniega, amparándose en la clásica reserva de salvaguardar la seguridad nacional y los intereses comerciales de las empresas implicadas.

-      Establece determinados criterios que deben ser tomados en consideración en cada posible operación; de tal modo que esta no se podrá realizar si se conoce que las armas en cuestión van a ser empleadas para cometer un genocidio, crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad, y lo mismo ocurre si se entiende que serán utilizadas contra población civil o contra bienes civiles. Igualmente se deberá evaluar si la venta puede atentar contra la paz y la seguridad mundial o si se usarán para cometer violaciones de los derechos humanos o del derecho internacional humanitario. Resulta elemental deducir que este tipo de formulaciones introduce un elevado nivel de subjetividad (¿quién y cómo se evalúa si el riesgo de que eso ocurra es, como dice el texto del Tratado, “preponderante”) que solo el tiempo dirá de qué modo es empleado.

-      Facilita la reforma del Tratado, para adaptarlo a los avances tecnológicos o de otro tipo que puedan producirse o para corregir errores o carencias que se detecten tras su entrada en vigor, sin necesidad de contar con la absoluta unanimidad de todos los firmantes. Bastará con alcanzar una mayoría cualificada de tres cuartas partes de los Estados que finalmente se comprometan con el Tratado (un proceso que se abre el próximo 3 de junio y que debe llevar a su entrada en vigor en el momento en el que deposite su instrumento de ratificación el firmante número 50).

En definitiva, la satisfacción inicial por el paso registrado- que concede al menos momentáneamente algún protagonismos a una maltrecha ONU- queda atemperada por los resquicios que ya de entrada se detectan en un comercio en el que son muchos los intereses para mantener una actividad en la que se entremezclan sin remedio intereses políticos, con los industriales y comerciales. Lo que enseña la experiencia, incluso en los países que (como España) ya disponen de legislación específica sobre la materia, es que las consideraciones éticas o legalistas quedan muy a menudo aparcadas a favor de la más cruda defensa de intereses. Visto así- y cuando nada se ha dicho sobre qué tipo de mecanismo de verificación, vigilancia y control (con capacidad de sanción para quien se salte lo acordado) se va a encargar de hacer cumplir el Tratado- conviene no apresurarse en organizar la fiesta de celebración del Tratado.

El País

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