Jesús A. Núñez

Omar y Obama hablan en Doha sobre Afganistán

Por: | 24 de junio de 2013

Aunque no vayan a sentarse personalmente en la mesa- donde estarán representados seguramente por Mohamed Naim y por James Dobbins- el titular es correcto. Una vez aceptado que la derrota militar del enemigo está fuera de su alcance, tanto los talibán- con el mullah Mohamed Omar a la cabeza- como los estadounidense parecen haber llegado al convencimiento de que solo una negociación cara a cara les permitirá salir del pantano en el que llevan años metidos.

Para Washington, ya en rumbo de salida de Afganistán, lo fundamental es recuperar libertad estratégica, aligerando su presencia en un escenario en el que nada vital para sus intereses está en juego, acuciado por una crisis que está haciendo cada vez más visibles sus límites como superpotencia y necesitado de atender otros frentes más inquietantes (valga Asia-Pacífico como muestra). Pero, consciente de que no puede retirarse de cualquier manera (aunque solo sea por el riesgo de que Afganistán se reconvierta en un santuario del terrorismo yihadista), pretende dejar a sus espaldas un régimen sensible a sus demandas y unos interlocutores que no desafíen ni a Pakistán ni a la región. Conoce sobradamente las carencias del débil entramado que Hamid Karzai ha construido en torno a su persona y sabe igualmente que los talibán han logrado no solo evitar su eliminación por vía militar, sino que han recuperado buena parte de su influjo político y social (por métodos tan expeditivos como la amenaza, el asesinato o la compra de lealtades coyunturales).

Visto así, se entiende que estén en negociaciones con Karzai (presto a abandonar la escena política en 2014) para cerrar un acuerdo bilateral que permita a EE UU mantener presencia militar a partir de 2015. También se entiende que busque debilitar en todo lo posible a los que cuestionan el actual statu quo afgano, incrementando su controvertido empleo de drones y de unidades de operaciones especiales tanto en territorio afgano como paquistaní. Pero, dado que nada de eso le permitirá diseñar un Afganistán totalmente a su gusto, comprende la necesidad de parlamentar con quienes son y seguirán siendo actores principales en la escena política afgana por bastante tiempo.

Los talibán, por su parte, perciben que el tiempo los vuelve a colocar como piezas centrales del rompecabezas afgano. Crecidos no solo militar sino también políticamente (con interlocución en París y Teherán recientemente), el pasado día 18 han dado el paso de abrir en Doha (Catar) una “Oficina Política del Emirato Islámico de Afganistán”- que inmediatamente han tenido que rebautizar como “Oficina de Conversaciones de Paz”, para superar el rechazo de Karzai a enviar a la mesa a sus representantes.

Llegados a este punto las posiciones parecen bastantes perfiladas. Los talibán demandan la liberación de prisioneros (incluyendo los de Guantánamo), su eliminación de la lista de organizaciones terroristas y, en consecuencia, su reconocimiento como un actor político. Por su parte, Washington, exige que acepten la Constitución afgana vigente y que rompan todos sus vínculos con Al Qaeda. Mientras tanto, Karzai aspira a dejar un legado que permita a los suyos seguir “tocando” poder, ante el temor de que los talibán terminen por dominar completamente las distintas instancias afganas.

Es la primera vez que EE UU acepta (20 de junio) celebrar conversaciones públicas con un grupo yihadista. Se juega más en el empeño y parte de la idea expresada por el propio Obama de que “la carretera está llena de baches”. Nadie tiene en su mano el control de un proceso que puede volver a descarrilar (como ya ha ocurrido al menos dos veces desde 2011), sea por las disputas internas entre los diferentes grupos yihadistas, por el intento de Karzai de evitar su ostracismo, por la injerencia de Irán y la contaminación de Pakistán, por la incapacidad de los talibán para hablar con una sola voz o por tantos otros motivos. Empieza ahora un mercadeo en el que cabe imaginar que lo último que será tenido en cuenta son, precisamente, las expectativas y necesidades de los afganos.

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En el siglo XIX Afghanistán mantuvo su independencia rechazando la invasión inglesa. En pleno siglo XX la URSS salió mal parada de su guerrita en Afghanistán, y en este siglo XXI Estados Unidos ha obtenido la misma cosecha. En fin, Afghanistán es un territorio incontrolable por otras potencias. Hay muchas montañas, mucho machismo, mucho opio, mucha intolerancia religiosa, muchos clanes,.. en definitiva, un país ingobernable.

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Sobre el autor

Jesús A. Núñez es el Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid). Es, asimismo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), y miembro del International Institute for Strategic Studies (IISS, Londres). Colabora habitualmente en El País y en otros medios.

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