En un movimiento coordinado en el seno del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin decidieron el pasado día 5 retirar sus embajadores de Catar. La visibilización de una crisis que ya se venía gestando desde hace meses puede terminar por quebrar una organización que, en realidad, nunca se ha distinguido por su eficiencia, más allá del intento de su principal impulsor (Riad) por mantener el control de la región. Ni Omán ni Kuwait han optado de momento por sumarse a esa iniciativa; mientras que desde fuera Egipto también ha aprovechado para mostrar su descontento con el emirato catarí, retrasando sine die el regreso de su embajador a Doha.
En realidad no es esta la primera vez que Riad muestra su disconformidad con un vecino con sueños de grandeza y que, por tanto, tiende a cuestionar cada vez con mayor claridad los dictados que el régimen saudí pretende imponer como supuesto líder regional del islam suní. Ya en 2002, y por un periodo de cinco años, la monarquía saudí tomó una medida similar como señal de su descontento por la labor crítica que la cadena televisiva Al Jazeera, ubicada el territorio catarí, había adoptado desde su arranque en 1996 contra el anquilosado régimen wahabí.
Desde entonces el listado de fricciones no ha hecho más que aumentar. La entrada en acción, desde junio pasado, del joven (33 años) y ambicioso emir Tamim bin Hamad al-Thani, no ha hecho más que exacerbar la animosidad saudí hasta un punto que puede ir más allá de la retirada de embajadores. En el fondo lo que se está escenificando es la pugna catarí por un liderazgo que tradicionalmente ha ostentado la familia de los Saud. Sobre la base de su inmensa riqueza gasística (es el tercer país con mayores reservas del mundo y su renta per cápita es la más alta del planeta), y a pesar de su irrelevancia geográfica y demográfica (apenas 11.500km2 y dos millones de habitantes, frente a los 2.150.000km2 y 29 millones de habitantes de Arabia Saudí), Doha aspira a tener una voz propia en Oriente Medio.
Eso le ha llevado a apoyar a los Hermanos Musulmanes egipcios, a grupos rebeldes sirios distintos a los que apoya Riad (aunque actualmente parece que son los saudíes quienes, como ha ocurrido en el seno del Frente Islámico y de la Colación Nacional Siria de Fuerzas Opositoras y Revolucionarias, han logrado imponer a sus preferidos) y a Hamas en la Franja de Gaza. Al mismo tiempo mantiene su apuesta por Al Jazeera y da cobijo al mediático clérigo Yusuf al-Qaradawi, abiertamente crítico con el apoyo de los regímenes árabes a los militares egipcios tras el golpe de Estado del pasado verano. Incluso, como se pudo comprobar el pasado febrero durante la visita de su ministro de exteriores a Teherán, reclama un activo papel de Irán en la resolución del conflicto sirio.
Ese activismo regional, empeñado en trazar su propio rumbo, ya había creado un notable malestar en anteriores ocasiones en el seno del CCG. El pasado noviembre, en un intento por calmar las aguas, los seis miembros del Consejo lograron un acuerdo por el que Catar se comprometía a cumplir fielmente con la no injerencia en asuntos internos de los otros países miembros, a no apoyar a grupos que amenacen la estabilidad regional y a no acoger en su territorio a medios de comunicación hostiles (en una referencia obvia a Al Jazeera). Pretendía ser, como ahora ha vuelto a suceder con la retirada de embajadores, un golpe de autoridad del régimen saudí- que no se distingue precisamente por cumplir ninguna de las dos primeras normas mencionadas anteriormente- dirigido a un atrevido aspirante a “robar cámara” en la agenda regional.
A la luz de lo ocurrido es bien evidente que Riad no consiguió imponerse a Doha, ni tampoco cabe imaginar que lo logre ahora. Visto desde la perspectiva regional, con Irán aumentando sus opciones de entendimiento con Washington y de convertirse en el líder regional, la “desobediencia” catarí no solo cuestiona frontalmente el gerontocrático régimen saudí, sino que supone un obstáculo adicional a los planes saudíes de aumentar la capacidad de defensa colectiva del CCG, tanto para hacer frente a la presión reformista de la ciudadanía como a la influencia iraní.
Hay 2 Comentarios
En realidad, esa supuesta supremacía de los saudías sobre la totalidad de Arabia no ha sido más que una ilusión de los saudíes. Precisamente, en el origen del estado saudí, a comienzos del XX, éste debió aceptar la autonomía de los emiratos del golfo (Omán a parte, con su historia propia desde la alta Edad Media) bajo la protección de los británicos. Considero que es nuestra visión occidental la que se obsesiona por ver uniformidad (y primacias) en una Arabia bastante heterogénea.
Publicado por: Simbad de Omán | 22/03/2014 17:03:52
no me gusta la cultura islamica
Publicado por: Anuncios segunda mano | 18/03/2014 16:08:55