Son muchas las asignaturas pendientes que tienen los actuales gobernantes egipcios para estabilizar la situación política y de seguridad del país y todavía muchas más para lograr un desarrollo económico sostenido. Y nada indica que los pasos dados desde el golpe de estado del pasado verano vayan a facilitar la tarea, sea por falta de capacidades o de voluntad, para reformar un sistema agotado que, imperiosamente, necesita reformas de un calado nunca visto en la historia moderna de Egipto.
En el terreno político resulta ya imparable la inminente entronización del mariscal Abdelfatah al Sisi. Como representante máximo de la casta militar y como “salvador” del país, Al Sisi va a llegar a la presidencia con un mandato popular que solo cabe comparar con el del legendario Gamal Abdel Nasser. Al margen de sus motivaciones personales para asumir el cargo (y la carga), no cabe esperar que vaya a impulsar una reforma de un modelo de organización que ha permitido a los militares convertirse en el principal actor político y económico de Egipto. Más bien debe esperarse un presidente interesado en mantener los privilegios del estamento castrense- independencia económica, poder de veto en la agenda política y validación de los privilegios sociales (y económicos) que les acompañan de por vida.
Tampoco cabe imaginar una pronta reconciliación que reintegre a los Hermanos Musulmanes en la vida política. Demonizados como organización terrorista y sin el apoyo popular que los llevó a la presidencia en 2012, el poder actual cree estar en condiciones de erradicarlos por completo. El hecho de que en los contactos discretos que se han mantenido desde el referéndum constitucional los militares les estén ofreciendo mucho menos de lo que estaba sobre la mesa tras la expulsión de Morsi es una clara señal de la intención de condenar al ostracismo a quienes, por otro lado, no se van a resignar pasivamente a aceptar ese destino.
En la esfera de la seguridad es ya bien visible su incapacidad para controlar la península del Sinaí, donde operan bandas criminales de toda laya y grupos yihadistas como Ansar Beit Al Maqdis, que se atreve ya a golpear en el corazón de El Cairo. La maquinaria militar y policial empieza a ser cuestionada por una población que se siente no solo insegura sino amenazada por unas fuerzas de seguridad que fácilmente derivan hacia la represión generalizada y por un ejército que no parece preparado para hacer frente a una amenaza yihadista que va en aumento.
Pero es el terreno económico en el que quizás se juegue el futuro a corto plazo de las nuevas autoridades lideradas por Al Sisi. A fin de cuentas, Egipto es una sociedad militarizada desde hace décadas y tras la fracasada experiencia electoral, que llevó a Mohamed Morsi a la presidencia, buena parte de los egipcios vuelven a confiar en que solo la institución militar está en condiciones de mantener la unidad del país y encarrilar el futuro (así lo demuestran, nos guste o no, las más recientes encuestas de opinión). Dicho de otro modo, el golpe de Estado no les va a pasar factura, ni tampoco su interés por mantener unos privilegios que ningún otro colectivo tiene. Al menos de momento, parece imponerse la idea de que no hay ningún otro actor político que pueda gestionar los asuntos públicos y eso les concede a Al Sisi y sus acompañantes un amplio margen de maniobra para tratar de mantener un statu quo que les conviene.
Pero también cabe suponer que la paciencia ciudadana es mucho menor en lo que afecta a su propio bienestar. La situación actual es desastrosa- sin reservas suficientes, sin turismo y sin inversión- y la ayuda de sus apoyos del Golfo ni es suficiente ni es sostenible. La sostenibilidad de la economía nacional pasa inevitablemente por la adopción de profundas reformas que son, por definición, impopulares. Eso supone que si no hay cambio de modelo, el deterioro conduce al colapso con negativas consecuencias para todos. Y si lo hay, la población sufrirá de inmediato el impacto de una subida generalizada de precios en paralelo a una pérdida de su poder adquisitivo. En cualquiera de los dos casos, los militares se enfrentan a un cuestionamiento de su hasta ahora (por mucho que nos cueste entenderlo desde fuera) impoluta imagen, con el riesgo de pasar de héroes a indeseables en muy poco tiempo. Malos tiempos para el poder en El Cairo.
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