Aunque los resultados obtenidos muestran un cierto desgaste del ejercicio del poder desde 2002, no cabe duda que Recep Tayyip Erdogan puede considerarse con razón victorioso en unos comicios municipales que algunos ya veían por anticipado como la visibilización de su derrota. En efecto, ha cumplido con todos sus objetivos centrales: más del 40% de los votos (en torno a un 45,6%), mantenimiento de las alcaldías de Estambul y Ankara, recuperación de Antalya y hasta crecimiento del apoyo en zonas próximas a la frontera con Siria (especialmente castigadas por efecto del vecino conflicto). Ninguno de los partidos de oposición, ni el kemalista socialdemócrata Partido Republicano del Pueblo (CHP; 24% de votos), ni el conservador religioso Partido del Movimiento Nacionalista (MHP; 19%), ni el prokurdo Partido de la Paz y la Democracia (BDP) han podido resistir el empuje del AKP.
Erdogan, en consecuencia, refuerza su poder, con claras opciones para lograr un ansiado cambio constitucional que transforme a Turquía en una república presidencialista con él al frente- relevando a su correligionario, Abdulá Gül, que deja vacante el puesto el próximo mes de agosto- hasta 2023, justo cuando se cumplirá el centenario de la creación de la Turquía moderna ideada por Mustafa Kemal Attaturk.
Para entonces, como ha remarcado durante la campaña electoral, Erdogan pretende que Turquía sea una de las diez primeras economías del planeta (hoy es la decimosexta). Y ese es, precisamente, el más potente banderín de enganche popular que ha ido mostrando a lo largo de esta última década, en la que la renta per cápita se ha duplicado, con un intenso proceso de creación de empleo y de atracción de unos inversores internacionales que había desaparecido con la brutal crisis sufrida en 2001. Dicho de otro modo, y aunque su figura se vaya nublando con perfiles crecientemente inquietantes, no parece que haya hecho excesiva mella entre los votantes su deriva crecientemente autoritaria (arresto de periodistas, cierre de redes sociales, cese fulminante de jueces, fiscales y policías), su respuesta represiva ante las revueltas del parque Gezi (junio de 2013), ni su posible implicación en escándalos de corrupción (incluyendo la detención de su propio hijo).
Frente a una oposición que únicamente ha sabido plantear una campaña en negativo (acusando al AKP de tener una agenda oculta que llevará a Turquía al desastre), Erdogan ha sabido hacer valer su positivo balance económico y su voluntad para neutralizar definitivamente el poder militar (mediante los macrojuicios Ergenekon y Sledgehammer). También ha sabido sumar puntos en la escena internacional, con calculados movimientos de desplante a Israel y de apoyo a la causa palestina, al tiempo que se sumaba entusiásticamente a los deseos de cambio de las poblaciones árabes movilizadas contra sus propios regímenes. De todo ello ha salido indemne un líder que ahora, tratando de aprovechar el impulso obtenido en las urnas, ha decidido cambiar de montura para el resto de la carrera que aún le queda por delante.
En su recorrido para llegar hasta aquí se ha valido, primero, de las enseñanzas (y errores) de quienes le precedieron en su misma línea ideológica, empezando por el entonces primer ministro Necmettin Erbakan que lo aupó a la alcaldía de Estambul. Posteriormente, y hasta este pasado año, se dejó acompañar por el poderoso movimiento Hizmet (Servicio), liderado por el influyente clérigo Fethulá Gülen, decisivo en su estrategia de dominio sobre unas fuerzas armadas y una administración (jueces, fiscales y policía principalmente) profundamente kemalistas y, por tanto, contrarias a la corriente islamista que encarna Erdogan. Más allá de diferencias ideológicas, lo que realmente estaba en juego era, como tantas veces en la historia moderna de Turquía, una lucha frontal entre diferentes élites. A la vista de lo ocurrido cabría interpretar que, al menos de momento, la burguesía tradicional y laica ha sido desplazada por los muy activos empresarios islamistas y provincianos que han respaldado a Erdogan desde el inicio de su carrera política.
Una vez logrado ese objetivo, y en un astuto giro que ha logrado el respaldo de la mayoría de los votantes, ha logrado convertir los comicios municipales en un plebiscito personal contra quienes han sido presentados como confabuladores extranjeros (Gülen) que deben ser eliminados. Para reforzar sus opciones frente a un adversario tan peligroso, Erdogan no ha tenido reparos en volver a cortejar a los mismos militares que anteriormente había defenestrado, incluso liberando a algunos de los encarcelados. Cabe imaginar que se siente lo suficientemente fuerte como para cambiar de montura, camino de la presidencia, y de revalidar si más apoyos la victoria en las elecciones legislativas previstas inicialmente para junio del próximo año (aunque no sería extraño que las adelante, haciéndolas coincidir con las presidenciales para aprovechar el efecto de arrastre).
No cabe esperar que sus adversarios se vayan a quedar quietos mientras tanto, aunque para ello tengan que recurrir a alianzas tan extrañas como la del movimiento Hizmet apoyando al CHP, o las nacionalistas del MHP acercándose a los kurdos del BDP.
Hay 2 Comentarios
Leo en otros periódicos y fuentes informativas las maniobras fraudulentas de Erdogan no solo en beneficio de su partido sino en provecho propio, no solo para mantenerse en el poder, sino para enriquecerse el y sus allegados. En que mundo andamos
Publicado por: Moises Persyko | 10/04/2014 2:01:57
Este Erdogan, otro aprendiz de autócrata con cara de cordero, la ve fácil cargar contra Israel, claro "preocupado" por la "causa" palestina, mientras somete a su propia gente y masacra al pueblo Kurdo, típico doble racero, el único pueblo sobre la faz de la tierra al que se le niegan tener su nación, su tierra ancestral, no obstante los multiples acuerdos y tratados en tal sentido.
Publicado por: Moises Persyko | 09/04/2014 4:52:47