Ni el Estado Islámico de Irak y Siria (EIIS), ni su actual ofensiva en Irak pueden considerarse sorpresas o novedades en la región. Por una parte, su irrupción violenta en la escena iraquí nos retrotrae a 2004, entonces con el nombre de Al Qaeda en Mesopotamia, bajo el liderazgo del jordano Abu Musad al Zarqawi (eliminado en suelo iraquí en junio de 2006, como resultado de uno de los numerosos bombardeos selectivos de las tropas estadounidenses que ocupaban entonces el país).
A pesar de sus limitados medios físicos y humanos, ya en esa primera etapa era conocido como un grupo yihadista muy activo, con capacidad para operar no solo en Irak sino también en Jordania. Su modus operandi se limitaba, en todo caso, a la realización de golpes puntuales contra objetivos débiles- musulmanes chiíes en general y personas o bienes adscritos a los regímenes políticos que pretendía derribar. Aunque, en línea con las aspiraciones maximalistas de Al Qaeda, compartiera ilusoriamente su idea de establecer un emirato (como el que ahora acaba de proclamar de manera altisonante entre Alepo y la provincia iraquí de Diyala), era sobradamente consciente de que sus limitadas capacidades no le permitían entonces aspirar a controlar de manera efectiva un territorio propio.
Disminuido aún más tras la “surge” estadounidense iniciada ya en 2007- que logró la colaboración (generosamente pagada) de milicias suníes con Washington para tratar de eliminar a los yihadistas de Al Qaeda de suelo iraquí y asentar al gobierno de Nuri al Maliki- el grupo no volvió a cobrar protagonismo hasta 2013 en el escenario bélico sirio. Su irrupción en el conflicto sirio- ya con la denominación actual del EIIS- no siguió las directrices establecidas por Ayman al Zawahiri, sucesor de Bin Laden al frente de Al Qaeda. De hecho, contraviniendo las órdenes del propio Al Zawahiri- que exigía a su nuevo líder, Abubaker al Bagdadi, que dejara el campo sirio en las manos de la rama local de la red terrorista, el Frente Al Nusra-, el EIIS fue ampliando su radio de acción ya no solo a las provincias sirias del este, sino también a Alepo, llegando a realizar acciones puntuales en la costa mediterránea.
Con una imagen de grupo altamente disciplinado y operativo, el EIIS ha ido incorporando a combatientes de diferentes procedencias (incluyendo algunos ciudadanos occidentales radicalizados) hasta un nivel que se estima en unos 15.000 efectivos armados. Esta notable recuperación no es ajena al interés de Arabia Saudí por financiar a grupos yihadistas suníes que, tanto en Siria como en Irak, traten de revertir la ventaja que Irán va cobrando en su afán por convertirse en el líder regional.
En cuanto a la ofensiva actual en Irak, basta con recordar que el EIIS ya estaba actuando en su suelo desde principios de este año, cuando tomó las ciudades de Ramadi y Faluya, en la provincia occidental de Anbar. Ahora, en este nuevo paso violento, el EIIS ha tratado de aprovechar un cierto vacío de poder en Bagdad- con un Al Maliki que no tiene asegurado un nuevo mandato y con kurdos y suníes decepcionados por diferentes motivos con un gobernante que ha tomado una inquietante deriva autoritaria y a quien consideran en buena medida un traidor e incumplidor de los compromisos pactados. Así, el EIIS añade a sus propias fuerzas el apoyo de líderes tribales y varias milicias suníes- como Jamaat Ansar al-Sunnah, Jaish al-Mujahideen y Naqshabandiyya Way-, la pasividad inicial de los peshmergas kurdos- a la espera de que Al Maliki se muestre más generoso con sus demandas económicas (reparto de ingresos petrolíferos) y políticas (puestos de relevancia en el futuro gobierno)- y la falta de motivación de las unidades militares iraquíes ubicadas en la zona media entre Bagdad y el Kurdistán iraquí, conformadas en buena medida por soldados suníes que no desean enfrentarse a enemigos de su propia familia doctrinal.
En todo caso, conviene no dejarse llevar por la idea de que la sucesión de éxitos parciales del EIIS- tomando localidades en las provincias de Anbar, Nínive, Saladino y Diyala- supone la materialización del soñado emirato regido por la sharia. Más allá del efecto mediático que pueda tener su anuncio, el EIIS no dispone de medios suficientes para mantenerse en fuerza en el territorio en el que ahora ha extendido sus brazos. Basta con recordar que los peshmergas pueden movilizar a más de 40.000 efectivos y que el gobierno de Bagdad ya ha acumulado al norte de Bagdad unos 50.000 efectivos más, a los que se suman los milicianos chiíes que están respondiendo a la llamada del máximo líder chií del país, el gran ayatola Ali al Sistani. Todo ello con la colaboración interesada de Washington, Teherán, Moscú y hasta el régimen sirio (que ha bombardeado algunos enclaves fronterizos del EIIS). Esto hace prever que la contraofensiva gubernamental ya en marcha proseguirá en dos direcciones- una hacia Diyala y otra hacia Mosul, pasando por Tikrit- hasta que obligue al EIIS a abandonar sus posiciones actuales.
Esto no quiere decir que la eliminación del EIIS esté al alcance de esas fuerzas. Lo más probable es que opte por volver a disgregarse, para no ofrecer un objetivo rentable a un enemigo netamente superior, manteniendo en cualquier caso su capacidad para seguir adelante con su estrategia violenta. Como ya debíamos haber aprendido tras tantos errores, ninguno de los problemas de la zona tiene solución militar, por muchos que sean los misiles, helicópteros de ataque y drones que se desplieguen.
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Las potencias cristianas (EE.UU.de América, Canadá, Rusia y Europa) deberían observar el peligro que representa una fuerza basada en la religión, que fácilmente se convierte en fanatismo. El anticristianismo (disfrazado de laicismo o de estado no-confesional) que hace furor en Europa y permite la infiltración mahometana deberá ser analizado por sus gobernantes.
Publicado por: Edwin Masseur Stoll | 08/07/2014 18:44:57