Visto lo ocurrido en las elecciones presidenciales egipcias, la noticia no es, en ningún caso, que Abdelfatah al Sisi se haya convertido ayer en el nuevo rais. Eso era algo bien sabido desde el mismo momento en que, dejando su uniforme de mariscal en el armario, se convirtió en candidato. En ningún caso cabía pensar que su rival, Hamdin Sabahi, podría ser algo más que una figura ornamental, utilizada para crear una mínima fachada de competencia a lo que ilusoriamente se planteaba como la ascensión súbita al altar político del ex ministro de defensa (nombrado por Mohamed Morsi), empujado por un pueblo necesitado de un nuevo salvador. Tan seguro se sentía el candidato que hasta pudo escenificar una fingida timidez política, argumentando que no deseaba el cargo y que solo se presentaba como respuesta a la presión popular.