Jesús A. Núñez

Sobre el autor

Jesús A. Núñez es el Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH, Madrid). Es, asimismo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), y miembro del International Institute for Strategic Studies (IISS, Londres). Colabora habitualmente en El País y en otros medios.

Aversión a la calma en Sudán

Por: | 06 de noviembre de 2013

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Hace mucho, demasiado, que Sudán no conoce la calma. Al menos desde 1983 el país ha vivido en constante conflicto, hasta el punto de que hoy ya ha dejado de ser el Estado más grande de África, tras la independencia de Sudán del Sur el 9 de julio de 2011. Pero tampoco esa separación ha resuelto los problemas arrastrados a lo largo de una confrontación entre Jartum y Juba que desembocó en un Acuerdo Global de Paz (CPA, firmado en 2005) que preveía, entre otras cosas, la celebración de un referéndum en la rica zona petrolífera de Abyei- ubicado en el Estado de Kordofán, con una superficie de unos 10.000km2- para que sus habitantes decidieran si se mantenían integrados en Sudán o si pasaban a formar parte de Sudán del Sur.

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Melilla e inmigración, ejemplo de locura sangrienta

Por: | 01 de noviembre de 2013

 En 2006 aumentamos la valla hasta los seis metros de altura... y eso no arregló nada. Ahora se vuelven a instalar las brutales concertinas- retiradas en 2007 en un gesto hipócrita, que parecía indicar que nuestra sensibilidad occidental no podía soportar tanta sangre en los incesantes "asaltos" a la valla-, al tiempo que se amplia dicha valla y se añaden helicópteros y patrullas para impedir que los desesperados puedan traspasar la frontera que separa la miseria del bienestar. En paralelo, asistimos sin apenas reacción al auge (¿sin retorno?) de movimientos de extrema derecha por toda la Unión Europea, a expresiones como la británica de "crear un entorno hostil" a los inmigrantes que ya están en nuestros territorios o a realidades como la diaria tragedia de Lampedusa o la muerte de 92 subsaharianos en el desierto del Sahara. 

Si tan seguros estamos de que la resolución del problema que plantean quienes incesantemente se hacinan en Ceuta y Melilla (y en tantos otros lugares a lo largo del Mediterráneo o de la frontera con Turquía)- esperando el momento para pasar a lo que, equivocadamente, consideran el paraíso en el que van a ver resueltos todos sus problemas- depende de la altura de las vallas, bien podríamos construir unas de veinte metros. A no ser que, impulsados por un inexplicable afán deportivo, pretendamos estimularlos poco a poco a superar el record de traspaso de vallas, aumentando progresivamente su altura, al tiempo que vamos dedicando partidas presupuestarias a la construcción de unas infraestructuras que sabemos de antemano que pronto serán sustituidas por otras.

Por la misma razón, si nos creemos que el problema se resuelve definitivamente desplegando más fuerzas policiales, e incluso militares, podríamos desplegar todas nuestras tropas a lo largo de esas vallas. Así las tendríamos empleadas en algo muy tangible, aprovechando que España no identifica actualmente ninguna amenaza militar exterior, y no necesitaríamos gastar más tiempo en preguntarnos sobre las extrañas razones por las que, tanto magrebíes como subsaharianos, se empeñan en querer llegar a nuestro mundo.

¿Realmente somos tan ciegos para no verlo? ¿Cuántos muertos más necesitamos para convencernos de la necesidad de cambiar nuestros enfoques? Es evidentemente que hay que hacer algo para gestionar una situación coyuntural como la que plantea la presión de quienes ya han llegado a nuestras puertas. Y ese algo pasa por incrementar la vigilancia en las zonas próximas con más medios y por una mayor colaboración entre las fuerzas de seguridad españolas y marroquíes. Y eso incluye luchar contra las mafias que trafican con personas y apostar por la integración de quienes ya están entre nosotros.

Sin embargo, la experiencia nos enseña que ninguna de esas medidas servirá más que para parchear, también coyunturalmente, el problema. Donde se está jugando la verdadera solución de este tema no es en el ámbito securitario, sino en el socioeconómico y en el político. Ninguna barrera física detendrá a quienes buscan un futuro mejor, lejos de unos países en los que imperan unos sistemas basados en la apropiación de las riquezas nacionales por unos pocos y en los que sus necesidades básicas no llegan a ser satisfechas. Lo que se plantea, por tanto, es la necesidad, y la urgencia, de reformar en profundidad los sistemas desiguales y discriminatorios que caracterizan tanto al Magreb como a muchos países subsaharianos. Ésta es una tarea que reclama, en primer lugar, una voluntad política por parte de los regímenes que actualmente controlan esos países para abandonar unos modelos planteados básicamente en defensa de los privilegios de la clase dominante. Sin su concurso, cualquier cambio se hace no sólo extremadamente difícil, sino que apunta a escenarios de crisis y conflicto violento, en la medida en que tratarían de resistir por la fuerza el empuje de una población mayoritariamente marginada de los beneficios de los sistemas actuales.

Pero no menos importante para avanzar en esa línea de reformas es la implicación de los países desarrollados, entre los que la Unión Europea destaca con luz propia, para vencer sus propias inercias. Unas inercias que nos han llevado durante demasiado tiempo a preferir el mantenimiento del statu quo, por muy injusto que éste pudiera ser para la creciente población africana, antes que aventurarnos a utilizar nuestros poderosos instrumentos comerciales, políticos y diplomáticos para acelerar los procesos de cambio que tímidamente pudieran emerger desde el seno de esas sociedades y para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Hasta ahora- y la reacción de nuestros gobiernos ante la llamada "primavera árabe" lo vuelve a demostrar palmariamente- seguimos anclados en la defensa de nuestros intereses, convencidos de que disponemos de barreras de protección (incluyendo las militares) que nos permiten seguir a salvo del caos y el descontrol en el que parece haberse sumido una parte nada desdeñable del planeta. Seguimos, asimismo, convencidos de que basta con atender a los síntomas más visibles de los desajustes que este modelo global pueda provocar, para sentirnos a salvo, sin necesidad de modificar sus bases. Y así ni somos coherentes con nuestros propios principio, ni vamos a ninguna parte, salvo a alimentar nuestro instinto tribal frente a los distintos.

 

EE UU nos espía, ¡vaya novedad!

Por: | 25 de octubre de 2013

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¡Uf, menos mal! Tras semanas de airadas y teatrales reacciones sobreactuadas de los responsables políticos de varios países- desde Alemania a Brasil, pasando por Francia-, ya nos temíamos que España fuera tan irrelevante en las relaciones internacionales y en la agenda de Washington que ni siquiera fuéramos objeto de interés para sus servicios de inteligencia. Ahora, ya tranquilizados por sentirnos nuevamente importantes, cabe reflexionar brevemente sobre lo ocurrido.

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Pataleta saudí contra Washington

Por: | 22 de octubre de 2013

Que Riad haya argumentado que su rechazo a ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU se basa, principalmente, en la aplicación de una doble vara de medida en las relaciones internacionales solo puede entenderse como el resultado de la amnesia de sus provectos gobernantes. Una amnesia que les lleva a no recordar que precisamente es esa doble vara de medida la que permite la continuidad de un régimen que viola sistemática y diariamente los derechos de su propia población (habrá que ver qué ocurre el próximo día 26, si las mujeres saudíes se animan a conducir sus propios vehículos contraviniendo la ley), que invade por la fuerza otro país (Bahrein, en marzo de 2011, para hacer frente a una revuelta popular que puso en peligro la también anquilosada monarquía local) y que, como en el caso de Siria, se salta el embargo de armas alimentando a los rebeldes contra el régimen de Bachar el Asad. En realidad, lo que Riad ha querido es mostrar públicamente su disgusto con Washington, confiando en que el gesto sirva para reconducir un proceso que afecta de manera muy directa a sus intereses.

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Washington ya no asusta a los militares egipcios

Por: | 15 de octubre de 2013

Desde la firma del acuerdo de paz entre Egipto e Israel (Camp David, 1979) EE UU viene dedicando a ambos países una sustancial ayuda militar, que ronda una media anual de 2.000 millones de dólares a Tel Aviv y unos 1.500 a El Cairo. Más allá de las palabras rimbombantes que usa Washington, presentando la ayuda como el premio por "la paz de los valientes", en el caso israelí se trata realmente de una decisión no siempre fácil de entender económicamente- al considerar que Israel es un país desarrollado que figura como el quinto exportador mundial de armas-, pero sí política y militarmente- por cuanto alimenta una relación entre socios muy sólidos, interesados en desarrollar conjuntamente un buen número de sistemas de armas tanto para cubrir sus propias necesidades como para venderlos a otros clientes.

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Nobel de la Paz mediático, pero merecido

Por: | 11 de octubre de 2013



Es inevitable pensar que, en el mundo mediático en el que nos movemos, sin el efecto reciente del acuerdo para poner en marcha la destrucción del arsenal químico que atesora el régimen sirio el premio Nobel de la Paz de este año no habría acabado en las manos de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ). En todo caso, la primera reacción debe ser de felicitación.

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Mauritania se ahoga entre el olvido

Por: | 30 de septiembre de 2013

Har08_mauritania_featureA pesar de que asumimos ya como algo evidente que todo lo que ocurre a nuestro alrededor nos afecta directamente y aunque nuestra condición humana nos debería llevar a ocuparnos (y preocuparnos) de lo que acontece a nuestros semejantes, es igualmente evidente que hay un sesgo selectivo en aquello que llena nuestros ojos y oídos como ciudadanos de la aldea global.

Por eso, tomando a Mauritania como ejemplo, es inmediato comprobar que en el repaso a las noticias internacionales recogidas por los medios de comunicación generalistas durante el último mes no hay una sola mención a este país. Sin embargo, como nos alerta IRIN (el servicio de información humanitaria de la ONU), tanto la capital, Nuakchott, como al menos seis localidades próximas se encuentran inundadas desde que comenzaron las lluvias torrenciales a mitad del pasado mes de agosto. Como resultado de ello, unas 5.600 personas han sido directamente afectadas, mientras que otras 2.300 han sido desplazadas y al menos diez han fallecido. El departamento de Moudjeria (en la zona de Tagant) ha sido el más dañado, hasta el punto de que se estima que un 40% de su población ha perdido su hogar.

Los efectos inmediatos de unas preciptaciones que en algunos casos han sido 35 veces más intensas que el promedio en estas fechas son ya bien visibles: destrucción de viviendas, pérdida de cosechas y de ganado, riesgo de enfermedades (el terreno sigue inundado en la actualidad), imposibilidad de iniciar el curso escolar en las zonas afectadas, deterioro de la actividad económica, incremento severo de la inseguridad alimentaria (unos 800.000 mauritanos (20% de la población) ya están en esa situación)...  Y todo ello en un contexto de debilidad estructural y falta de reacción adecuada por parte de las autoridades mauritanas. De hecho, hasta el pasado día 28 de septiembre no se produjo la primera llamada internacional de ayuda por parte del alcalde de Sebkha, un suburbio de la capital, lo que ha retrasado en buena medida la respuesta de las agencias humanitarias.

Todo ello ha impedido que se hayan activado los mecanismos de respuesta para atender adecuadamente a la población afectada, en una frustrante repetición de casos anteriores en los que los gobiernos de turno tratan de evadir sus responsabilidades, dejando en manos de los actores humanitarios tareas que superan sus capacidades. Más allá de eso, ¿cuántas víctimas y afectados tienen que sumarse para que lo que ocurre en estos lugares (Mauritania es solo un ejemplo de una larga lista) llegue a nuestros ojos y oídos a través de los medios de comunicación? ¿Y cuántos más aún para que los actores gubernamentales y económicos se decidan a adoptar mecanismos eficaces de alerta temprana y de acción temprana?

Asamblea General ONU, teatro de vanidades

Por: | 27 de septiembre de 2013

 ImagesCon 68 sesiones anuales a sus espaldas la Asamblea General de la ONU ha tenido ocasión de vivir todo tipo de experiencias, desde las más trágicas (como la asociada al 11-S en 2001) a las más estrambóticas (como la protagonizada en 1960 por Nikita Jrushchov con su zapatazo), sin olvidar otras con alto contenido simbólico (como la oferta hamletiana de Yaser Arafat entre la pistola o la rama de olivo en 1972).

En la que se está celebrando estos días ya ha habido ocasión para sumarse a la denuncia de Dilma Rousseff contra la obsesión securitaria de Washington, que le ha llevado a espiar a sus propios socios y aliados, así como a su propia población y a la del resto del planeta. También ha permitido escenificar una retórica aproximación entre Estados Unidos e Irán, aunque no se haya saldado con el mediático apretón de manos que muchos daban ya por descontado entre Husein (Obama) y Hasán (Rohani). Aún así, el corto pero intenso intercambio de gestos amistosos pone las bases para activar un complejísimo proceso que debe conducir idealmente a desactivar la dinámica belicista que desde hace años parece conducir a un nuevo conflicto en Oriente Medio. 

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Erdogan y sus problemas

Por: | 19 de septiembre de 2013

De vuelta a casa tras el varapalo sufrido por la derrota olímpica de Estambul, en la que se había implicado muy directamente, a Recep Tayyip Erdogan se le acumulan los problemas en casa. Como señal más reciente de su exposición a múltiples retos, basta mencionar que el pasado lunes se registró el derribo de un helicóptero sirio Mi-17 que había entrado en territorio turco y no había atendido los requerimientos para volver sobre sus pasos.

Una mirada interesada por el futuro de Turquía puede constatar de inmediato que Erdogan no ha logrado restablecer la paz social tras los episodios de movilización ciudadana que tomaron como referencia visible la ocupación de la plaza de Taksim en mayo pasado. Desde entonces el gobierno ha visto crecientemente cuestionado su modelo de gestión, que incluye la represión policial indiscriminada, sin que haya conseguido contentar a un variado conjunto de opositores que van desde los ecologistas (en su intento originario de evitar la destrucción del parque Gezi) hasta quienes cuestionan abiertamente las tentaciones autoritarias de un líder al que acusan de innegable autoritarismo y de tener una agenda oculta en clave islamista. En ese contexto, los partidos de la oposición (con el Partido Popular Republicano como principal referencia) creen haber encontrado un flanco frágil por el que debilitar a quien hasta hoy parecía invencible en las urnas (tres son las victorias acumuladas por el AKP desde 2002). A ellos se une una clase empresarial tradicional, temerosa de verse desplazada por los jóvenes cachorros ejecutivos alineados con el AKP, los nacionalistas nostálgicos de Mustafa Kemal y no pocos militares que sueñan con volver al centro de la escena nacional.

En paralelo, el proceso de paz con el PKK kurdo ha entrado en una fase de bloqueo, que pone en cuestión el acuerdo logrado el pasado mes de marzo con el inicio de la retirada de los combatientes kurdos hacia Irak. El propio Erdogan había mostrado ya su descontento al entender que únicamente un 20% de los efectivos del PKK habían abandonado el territorio turco (añadiendo que eran, en su mayoría, mujeres y niños). Ahora, con el anuncio del PKK de que pone fin a este proceso (aunque se compromete a mantener el cese de las hostilidades), por considerar que el gobierno turco no está cumpliendo las condiciones pactadas, los adversarios políticos de Erdogan aprovecharán probablemente esa circunstancia para acentuar sus críticas y tratar de abortar un plan que desde su arranque ha contado con numerosos enemigos.

Sin agotar la lista de problemas, el conflicto sirio define en gran medida el alto grado de frustración (y de exposición) que provoca en Turquía. Abandonada sin remedio la visión del ministro de exteriores, Ahmed Davutoglu, de “cero problemas con los vecinos”, hace ya tiempo que Ankara se ha convertido en uno de los principales propulsores de la caída del régimen de Bachar el Asad. Afectada de modo muy directo por la violencia que sufre su vecino- traducido en ataques puntuales recibidos en su propio suelo y en una incesante oleada de refugiados (que ya superan los 500.000)-, Ankara ha mostrado con frecuencia su voluntad de usar la fuerza para provocar el derrumbe de el Asad. En sus cálculos está también el intento por promover un gobierno suní en Damasco y el interés por cerrar el paso a Teherán en su pretensión de consolidarse como líder regional.

A pesar de todo ello, Erdogan conoce de sobra las limitaciones de su aparato de defensa y de ahí que nunca se haya atrevido a traducir sus palabras en hechos, lo que no le impide ayudar a que las armas lleguen a los rebeldes sirios. Sabe que puede contar con la protección que le proporciona la OTAN (aunque ya ha podido constatar el escaso entusiasmo que sus aliados muestran en términos de solidaridad ante una posible amenaza) y que las baterías de Patriot ya desplegadas en su frontera son eficaces contra los misiles sirios. Pero sabe igualmente que en solitario no tiene capacidad suficiente para enfrentarse a su vecino (que, además, puede represaliar activando aún más a los kurdos turcos que se enfrentan a Ankara). Esto explica asimismo la frustración con la que ha recibido el acuerdo entre Kerry y Lavrov, por entender que la opción de castigo contra el régimen sirio queda aparcada sine die.

El próximo mes de marzo se celebrarán elecciones locales en Turquía. Sus resultados serán un buen medidor de la capacidad de resistencia de Erdogan o de su deterioro. Para él no solo está en juego la primacía del AKP como primera fuerza política nacional, sino también su aspiración de transformar al país en un sistema presidencial, con él a la cabeza, cuando se acerca el centenario de la Turquía moderna.

Y, mientras, Bachar el Asad sonríe

Por: | 16 de septiembre de 2013

Aunque su situación no es envidiable en ningún caso, no sería extraño que a Bachar el Asad se le escape una sonrisa estos días. Sigue vivo política y militarmente, haciendo frente a unos adversarios que no hacen más que incrementar sus disensiones y enfrentamientos internos. Eso le ha permitido no solo estabilizar los diversos frentes abiertos a lo largo y ancho del país, sino incluso recuperar algunas localidades (con la apreciable ayuda de los combatientes de Hezbolá y los diplomáticos rusos).

Pero lo que mejor explicaría su actual estado de ánimo es el contenido del acuerdo alcanzado entre Estados Unidos y Rusia sobre la manera de responder al ataque con armas químicas del pasado 21 de agosto. Por eso no resulta raro que lo haya saludado como una victoria propia. Por una parte, porque automáticamente se ha desactivado el ataque estadounidense que ya veía caer sobre él, aunque pudiese confiar en que Obama no deseaba en ningún caso su caída por seguir considerándolo un mal menor frente a cualquier posible alternativa de poder en Damasco. Por otra, su acción criminal queda sin castigo alguno (gracias a los buenos oficios del ministro de exteriores ruso), con lo que se trasmite el mensaje de que el uso de estas armas no tiene consecuencias reales.

Pero es que, además, queda en sus manos determinar qué parte de su arsenal químico va a ser sometido a inspección y destrucción. El texto del acuerdo habla de que el régimen debe entregar en una semana una “comprehensive list”, un concepto difuso donde los haya, que no debe confundirse con una “lista total”. Conviene recordar quizás que Gadafi- que se prestó a destruir su arsenal y programas de armas de destrucción masiva para intentar salvar su peculiar régimen- logró esconder decenas de toneladas de compuestos químicos a los ojos de los inspectores que rastrearon Libia en su búsqueda. Añadamos que el proceso se va a desarrollar en un país en guerra- lo que dificultará sobremanera la labor de los cientos de inspectores que se deben desplegar y la seguridad de las armas almacenadas (sin que se sepa aún quién se encargará de su control)- y nos iremos haciendo una mejor idea de las innumerables variables que pueden hacer descarrilar el proceso en su conjunto.

Aunque en el mejor de los casos se lograra controlar una parte sustancial del arsenal sirio, su destrucción no sería efectiva hasta mediados del próximo año. Y mientras tanto (y esa puede ser la razón fundamental de la sonrisa del dictador) el régimen puede seguir matando sin reparos (siempre que se limite a hacerlo con armas convencionales). Dicho en otros términos, se le está diciendo a el Asad que tiene permiso para seguir eliminando a sus enemigos como viene haciendo desde hace más de dos años.

Sabe también que cualquier denuncia sobre posibles incumplimientos del proceso de identificación, control y destrucción se deberá someter al Consejo de Seguridad, donde cuenta con que Moscú sepa hacer buen uso de su derecho de veto.

En definitiva, el acuerdo (y la previsible resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que no incluirá medidas de fuerza si el régimen no cumple lo prometido) no va a terminar con el conflicto, ni con la proliferación de armas químicas, ni con el propio régimen baazista. Lo mismo cabe decir de un ataque como el que Washington y París estaban dispuestos a desencadenar. A partir de esas consideraciones, debería optarse por la vía diplomática y la negociación. Pero hoy ninguno de los bandos enfrentados (y sus apoyos externos) parece haber llegado a esa conclusión. Siguen entendiendo que la violencia (sin consecuencias para quien la ordena y la ejecuta) todavía sirve a sus propósitos de corto plazo.