El préstamo responsable es un concepto que se está manejando mucho en esta crisis, pero que, en realidad, ha existido siempre. Por ejemplo, cuando en los primeros años 1980 una serie de países dejaron de atender los préstamos en divisas que les había concedido la banca extranjera para financiar su desarrollo, entre otras razones porque no contaban con esas divisas en cuantía suficiente para pagar sus intereses o su principal, algunos apelaron a la responsabilidad de los prestamistas por cuanto no habían valorado suficientemente bien el riesgo que corrían con sus prestatarios.
Se trataba de obtener las mejores condiciones para los prestatarios en la negociación de una solución para esos préstamos. Aparentemente, nada hay de negativo en ello, pero en los mercados financieros internacionales no es nada positivo llevar la marca de Caín de ser mal pagador. Nada menos que Gorbachov, entonces presidente de la extinta Unión Soviética, aprendió esto cuando, en un viaje a Londres, en busca de financiación para su perestroika, alguien le recordó que todavía existían deudas pendientes de la época de los zares y que era mejor liquidarlas antes de solicitar nuevo dinero fresco. Un consejo que, desde luego, siguió a rajatabla.
Esto viene a cuento porque, aunque la regulación, cuando usa el término préstamo responsable, se refiere generalmente al prestamista, que es quien pone y arriesga su dinero, en realidad la primera responsabilidad corresponde al prestatario, al menos en dos sentidos. Uno, debe comprender suficientemente cuáles son las obligaciones que asume con el préstamo. Dos, debe estar razonablemente seguro que va a ser capaz de atenderlo, es decir, de pagar sus intereses y su principal, en la forma y los tiempos que haya pactado. Si no, está corriendo un riesgo demasiado temerario, que puede volverse fácilmente en su contra.
Evidentemente, para que el prestatario sea responsable en el sentido indicado, se necesita que esté adecuadamente formado e informado. Lo primero tiene mucho que ver con la denominada educación financiera, es decir con sus conocimientos previos en finanzas, de la cual se ocupan, entre otros, tanto la Comisión Europea, como, en nuestro país, el Banco de España y la CNMV. Una y otros están empeñados en que dichos conocimientos se empiecen a adquirir en la escuela. En el peor de los casos, siempre se puede acudir a un experto independiente para disponer de una opinión bien fundada.
La información a los prestatarios si es, en buena medida, responsabilidad tanto de las autoridades económicas como de las propias entidades bancarias, al menos así lo exige la regulación, bajo la palabra transparencia, que debe ser tanto mayor cuando más elevado es el importe de la operación y más larga es la vida de ésta.
Es el caso de los préstamos hipotecarios que, por esas mismas razones, han adquirido una relevancia grande, especialmente cuando el prestatario se queda, sin culpa suya, con insuficiente capacidad de atender al crédito, una situación que debe solucionarse de la mejor forma posible por ambas partes, que trataremos en una ocasión posterior.
En estos momentos, el Banco de España ha sometido a consulta un borrador de Circular, que es el tipo de disposición jurídica que habitualmente utiliza esta entidad, para regular las citadas transparencia y responsabilidad. En lo que se refiere a esta última un primer principio es que el préstamo debe de poder ser atendido por las fuentes de ingresos habituales del prestatario, sin considerar ningún apoyo externo como puede ser una garantía hipotecaria o un avalista. No hay ninguna contradicción en que la entidad bancaria exija una u otro, o ambos, porque cuanto menor riesgo asuma la entidad, mejores serán las condiciones del préstamo, en cantidad, coste o tiempo, en beneficio del prestatario.
Un segundo principio es que el servicio de la deuda suponga una fracción máxima, digamos un 30%, por ejemplo, de dichas fuentes recurrentes, teniendo en cuenta que el prestatario debe lógicamente cubrir los gastos personales habituales y los de su familia.
Hay otros principios a tener en cuenta, pero estos dos son los más importantes. Por otra parte, son más que suficientes para entender que, en un mundo tan incierto como el actual, no sólo por la crisis, el préstamo responsable puede poner las cosas más difíciles para aquellas personas que necesiten financiarse para, por ejemplo, adquirir una vivienda. En efecto, en una época en que disponer de un puesto de trabajo estable es más raro y menos seguro, resulta lógico que las entidades bancarias lo tengan en cuenta a la hora de valorar el riesgo que corren con sus prestatarios, porque, si no lo hicieran, no serían precisamente responsables.
Esto puede llevar a negar el crédito a prestatarios que, a la postre, pueden ser buenos. Es un riesgo, pero, a la vista de lo sucedido con la crisis, mayor ha sido el que han corrido las entidades por haber prestado más de la cuenta, con el agravante de que dicho riesgo no se ha quedado en ellas y en sus prestatarios, sino que se ha trasmitido a toda la sociedad y ha requerido cuantiosas ayudas públicas para rescatar las entidades en peor situación.