El hecho quizás más destacado del inicio de este nuevo curso económico es la pérdida de fuelle de las economías emergentes. Además de acusar la larga fase de lento crecimiento de las economías avanzadas consecuente con la duración de la crisis, han recibido el impacto de las advertencias de retirada de los estímulos monetarios cuantitativos en EEUU. La menor intensidad de los flujos de entrada de capital, además de originar tensiones monetarias y cambiarias, ha acelerado el enfriamiento de algunas economías. Desde luego de las que en mayor medida han venido contribuyendo al impulso de la economía global en la última década. Los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), sin ir más lejos. Se espera que dos de las economías avanzadas, las de EEUU y Japón, tomen parcialmente el relevo en la tracción del crecimiento durante el próximo año.
Esto no significa necesariamente que la capacidad competitiva de las economías emergentes vaya a atenuarse. Todo lo contrario. En realidad, la competencia global seguirá siendo la nota dominante. Asumir ese escenario de intensidad competitiva es particularmente relevante para las economías en las que la demanda interna sigue debilitada. Es el caso de la economía española. La continuidad del buen comportamiento en los últimos años de las exportaciones de bienes y servicios no está garantizada. No solo es necesario que la demanda de los principales mercados donde se han introducido las empresas españolas siga aumentando. Es preciso igualmente que las mejoras competitivas no se atenúen. Eso quiere decir que a las ventajas en costes hasta ahora dominantes hay que añadirles las otras en las que las economías más competitivas basan sus buenos registros. Estos pueden apreciarse en el recientemente difundido “Global Competitiveness Report” del World Economic Forum, ahora comprensivo de 148 economías, publicado durante los últimos 30 años.
La definición de competitividad en la que se ampara la construcción del índice es fácil de asumir: el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país. Parten del hecho de que la productividad determina la rentabilidad de las inversiones que se realizan en una economía, que a su vez constituyen los determinantes de sus tasas de crecimiento. Como se sabe, ese índice contempla un repertorio amplio de factores de competitividad basados en 12 pilares, estructurados en el siguiente esquema.
De la somera revisión de esos pilares se deduce la importancia de la intensidad inversora de las economías como determinantes en última instancia de la competitividad y de la prosperidad, así como de la tensión reformista tendente a mejorar la calidad de las instituciones y el eficiente funcionamiento de los mercados. Esas condiciones son las que propician la emergencia de capacidades para que se creen bienes y servicios de elevado valor añadido, mejora de los procesos y modelos de negocio adaptados a las nuevas exigencias globales, basados en la innovación.
Aunque las economías avanzadas, desde luego las europeas, se encuentran dominando primeras posiciones de la clasificación, no son escasas las convencionalmente consideradas en vías de desarrollo, denominación cada día menos relevante. Si hubiera que identificar un solo denominador común a las que ocupan las primeras posiciones este sería la fortaleza del entorno institucional: la estructura legal y administrativa en el seno de la cual interactúan los agentes económicos. La calidad de las instituciones constituye uno de los factores más repetidamente invocados por quienes toman decisiones de inversión: desde la ecuanimidad en las actuaciones hasta la transparencia con que se conducen, pasando por la eficacia de las funciones públicas o la existencia de corrupción.
No es nada nuevo, pero es verdad que ese peso específico de las instituciones ha sido destacado en la gestión de la crisis económica y financiera actual. El papel de los gobiernos, los supervisores y otro tipo de instituciones ayudan a explicar errores y aciertos en la desigual salida de la crisis de las distintas economías, así como en su influencia en las instituciones multilaterales. Ello no debe impedir destacar la calidad de las instituciones y de los agentes privados, desde la fiabilidad de la contabilidad y el riego de las prácticas informativas, hasta la existencia mayor o menor de prácticas fraudulentas en las actividades económicas.
Como se aprecia en la tabla general, España se encuentra en las posiciones más rezagadas de las economías avanzadas: en el puesto 35º, desde el 36º del año anterior. El gráfico específico muestra la distancia en cada uno de los pilares a la frontera de las economías basadas en la innovación. Así, en el tamaño del mercado o en la dotación de infraestructuras la posición es claramente favorable, mientras que en las condiciones de financiación, calidad de las instituciones o innovación es peor que ese promedio. La conclusión es clara: para que los esfuerzos exportadores sean sostenibles y se traduzcan en mayor contribución al crecimiento económico es necesario que las ventajas competitivas se amparen en factores mucho más amplios que la contención o el descenso de los salarios. Esto último siempre es más difícil de exhibir frente a esas economías emergentes que seguirán batallando en los próximos años.
De
próxima publicación en la revista Empresa Global
nº 133 - Octubre 2013 (Afi Ediciones
Empresa Global)
Hay 1 Comentarios
Ustedes que son expertos en el tema, ¿Me pueden explicar por qué nadie explica abiertamente si Cataluña será de la UE o no cuando se independice? ¿Por qué nadie de la UE sale y lo explica y se acabó la historia?: http://xurl.es/9ik46
Publicado por: Olga | 20/09/2013 11:15:22