Hace unos meses dedicábamos este mismo post a resaltar cómo los bancos habían reducido sus tenencias de deuda pública en los meses finales de 2013. La pretensión era presentar un balance de cierre –el que se iba a tomar como base para los ejercicios de evaluación por el Banco Central Europeo- con menor exposición a la deuda pública, en aras de minimizar la posible penalización en los tests de estrés.
Una vez pasado ese punto de corte, las decisiones sobre compra o venta de deuda pública por parte de los bancos ya no se iban a ver condicionadas por aspectos normativos o supervisores, y quedaban a la libre elección entre las diferentes alternativas de inversión. Y es en este punto donde hay que lamentar el comportamiento tan opuesto, y sin duda contra natura, que están teniendo las dos partidas más relevantes en el activo de los balances bancarios: la deuda pública y el crédito al sector privado.
Este último, que sin duda debería constituir el principal foco de negocio del sistema bancario, lleva arrastrando su agonía desde hace casi cuatro años, y en lo que va del presente año incluso ha acelerado su ritmo de caída. El saldo vivo de crédito a sectores residentes (familias y hogares) ha caído más de 60.000 millones en los siete primeros meses del año, en un proceso de desapalancamiento generalizado que provoca que los vencimientos –y en algunos casos cancelaciones anticipadas) superan a la nueva concesión. El neto es esa caída en el saldo vivo del crédito lo que, unido al intenso descenso de los tipos de interés de referencia, ejerce una fuerte presión a la baja sobre los ingresos financieros procedentes de la inversión crediticia.
Es probablemente la necesidad de compensar esas caídas con fuentes de ingresos financieros adicionales, lo que lleva al sistema bancario a seguir incrementando sus tenencias de deuda pública, una vez pasado el mencionado punto de corte al cierre de 2013. Los bancos españoles han incrementado sus tenencias de deuda pública en los ocho primeros meses del año en casi 45.000 millones de euros. Con estas compras, que claramente superan ya a las ventas realizadas de cara a los ejercicios de evaluación, las carteras de deuda pública de los bancos alcanzan los 320.000 millones, en torno al 10,5% de su balance total, y sin duda una fuente considerable de ingresos financieros con la que compensar parcialmente la caída del crédito.
El hecho de que se haya comprado ya más deuda pública que la que se vendió en los meses finales de 2013 no va a permitir, en todo caso, repetir la importante aportación que dicha inversión realizó a los ingresos financieros del pasado año, cifrados en unos 17.000 millones de euros para el conjunto del sistema. La razón no es otra que el fuerte descenso que ha tenido lugar en las rentabilidades de la deuda pública, de tal manera que las nuevas compras devengan un tipo de interés muy inferior al de los vencimientos y/o ventas realizadas en el pasado año. Por ello, en la estrategia de intensificar las compras en este año cabe atisbar un cierto componente de “doblar la apuesta” en busca de rentabilidad.
Los tipos de interés han caído y se necesita tener mucho más volumen invertido para mantener un cierto nivel de ingresos financieros, aun a costa de incurrir en riesgo de mercado, asociado a potenciales episodios de repliegue en los mercados, como el que tuvo lugar a principio de septiembre por el temor a los resultados de la votación en Escocia. En la otra cara de la moneda, esas tenencias de deuda se pueden beneficiar de importantes plusvalías, en el caso de que el BCE finalmente llevase a cabo operaciones de compra de deuda pública (Quantitative Easing) al estilo de las llevadas a cabo por su homóloga la Reserva Federal estadounidense.
Al margen de esos aspectos sobre riesgo de mercado, lo que parece claro es que el negocio bancario en nuestro país está adquiriendo una deriva poco deseable, en la que el crédito a las actividades productivas pierde peso de forma alarmante frente a la financiación del sector público. El BCE deberá emplearse muy a fondo para cambiar esa tendencia, y a juzgar por el poco entusiasmo que ha despertado entre las entidades españolas la primera ronda de inyecciones (TLTRO) instauradas para reactivar el crédito, no cabe ser muy optimistas respecto a que consiga su objetivo.