Esta semana ha comenzado con la publicación de los informes sobre integración financiera europea elaborados por la Comisión Europea (CE, SWD(2016) 146) y el Banco Central Europeo (BCE). Fueron presentados dentro de la habitual conferencia anual conjunta de ambas instituciones sobre el mismo tema.
El informe de la CE está muy centrado en la unión del mercado de capitales (UMC), sobre la que ya nos hemos ocupado en este blog en más de una ocasión, hasta el punto de formar parte de su título y de ir acompañado del primer informe sobre el estado de dicha unión (SWD(2016) 147). No resulta extraño que sea así, ya que la UMC es un proyecto de la actual CE, independientemente de que también sea apoyada por el BCE.
En cambio, el informe del BCE se presenta más diversificado por temas, entre los que destacamos su apoyo al pilar pendiente de la unión bancaria: el fondo de garantía de depósitos europeo, del que todavía no se ha producido ningún avance tangible. En todo caso, el BCE defiende la UMC, y más en general la integración financiera europea, a través del riesgo compartido (risk-sharing) que posibilita el desarrollo de ésta. Este concepto viene a representar la contribución de las posiciones transfronterizas de activos a una mayor estabilidad temporal de la renta y el consumo, debido a la compensación que puede producirse en el caso de una recesión económica en el país de origen con las rentas de los activos de otros países que se encuentren en mejor situación.
No sólo este punto constituye uno de los tópicos especiales tratados por el informe del BCE, sino que ha sido objeto de defensa pública en la mencionada conferencia por el vicepresidente del BCE, que compara, como suele hacerse con la UMC, la situación en Estados Unidos con el área euro. En el primer caso, se alisan las tres cuartas partes de los choques al producto bruto per cápita de los estados, con un 40% procedente del seguro o de la cros-propiedad de activos, un cuarto por la banca y un octavo por las transferencias y ayudas federales. En cambio, en la Alemania antes de la unificación, aunque prácticamente todos los choques se alisaban, en su mayor parte (50%) lo hacían por las transferencias federales mientras que los mercados financieros aportaban un 36%.
El gráfico siguiente, manejado en el discurso que acabamos de citar, con amplia perspectiva histórica, se observa claramente (línea roja) que uno de los efectos de la crisis actual ha sido reducir de forma muy significativa el potencial del mencionado risk-sharing, al mismo tiempo que en los últimos tiempos se hacen más relevantes los mercados financieros (línea azul), incluyendo los de crédito (línea verde). En cambio, los efectos de las transferencias fiscales (línea negra) permanecen a niveles bajos y muy estables.
No se trata de comparar sin más sistemas económicos y sociales muy diferentes, como de resaltar la racionalidad que subyace en el proyecto de UMC, calificado como ambicioso, que debe ser capaz de impulsar los beneficios de la integración financiera europea. En este sentido, los dos informes citados coinciden en que la misma avanza, pero lo hace a un ritmo menor del previsto. Si dicho avance no debe extrañarnos en el primer año completo del mecanismo único de supervisión y la puesta en marcha del segundo pilar de la unión bancaria, la desaceleración tampoco. No sólo es un problema de los propios mercados, que siguen algo turbulentos, sino también de los avances pendientes a varios niveles, incluyendo el conjunto de la unión económica y monetaria, sobre la que deberían tomarse importantes iniciativas en breve para fortalecerla.
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