Ha llegado la hora para la banca italiana. No pueden pasar muchos días antes de que las sus autoridades nacionales y las europeas adopten una decisión de alcance similar al rescate de la banca española en 2012. No es sostenible la presencia en sus balances de 360 mil millones de euros de activos dañados (mucho más que en el caso español) con niveles de provisiones y capital insuficientes. Caídas del entorno del 60% de la banca italiana cotizada en lo que va de año, y de una valoración media que no alcanza actualmente el 30% de sus recursos propios (su valor en libros), es reveladora de una situación no ya preocupante, sino extrema y exigente de una intervención inmediata de las autoridades. Desde luego en algunas entidades singulares, como es el caso del Monte del Paschi di Siena. Debe impedirse no ya una erosión adicional de la delicada situación del sector, sino de la propia capacidad de las autoridades por embridar un problema que amenaza con contaminar al conjunto de la banca e incluso de la economía europea.
Fuente: Afi, Blomberg
¿Cuáles son los antecedentes? Un sector en permanente reconversión en las últimas décadas que ha sorteado sorprendentemente hasta ahora el obligado saneamiento que exigía la reciente crisis. Tras las fusiones y adquisiciones acaecidas en las dos décadas anteriores, en la que (i) se privatizaron el grueso de los bancos estatales y (ii) las “cajas de ahorros” italianas se transformaron en bancos comerciales gestionados en gran medida por fundaciones públicas, dos grandes entidades, Unicredit e Intesa Sanpaolo, acaparan ahora conjuntamente el 47% de los activos bancarios de aquel país. El resto de entidades significativas[1] (una docena de entidades más) concentran otro 25%, mientras que el 28% restante del total de los activos bancarios se distribuye entre las aproximadamente 500 entidades pequeñas adicionales que conforman el sistema bancario italiano. En definitiva, en un extremo dos grandes entidades de ámbito nacional (pero que aun así no están dentro de las verdaderamente grandes europeas) y, en el otro extremo, una larga cola de entidades que operan a nivel regional o local dan forma a lo que es el cuarto sistema bancario (tras el español) por volumen de activos gestionados de la eurozona.
Datos a 31-12-2015
Fuente: Afi, Bruegel, SNL
¿Cuál es el diagnóstico? La mencionada pesada losa de activos dañados (la mayor en términos absolutos de la banca europea y la segunda en términos relativos tras la banca griega) que, por más que se concentre especialmente en algunas entidades, afecta de manera generalizada al conjunto del sistema. Este es el principal elemento de preocupación en relación al resto de la banca europea, con la que desde luego comparte en cualquier caso otras debilidades propias de un contexto macroeconómico todavía débil, un escenario tipos muy bajos durante un horizonte prolongado y una estructura de negocio en transición que se traduce en unos niveles de rentabilidad que van a estar muy alejados durante algún tiempo del coste de capital.
En nuestra opinión, esta doble condición impide a todas luces que pueda producirse una recapitalización privada del sistema bancario de aquél país, una iniciativa perseguida sin éxito por el gobierno italiano a lo largo de los últimos meses con fórmulas pretendidamente imaginativas y claramente insuficientes (por ejemplo, el fondo Atlante).
La serie “core” se compone de una media simple de las tasas de morosidad de los sistemas bancarios de Autria, Bélgica, Francia y Holanda. Alemania no está incluida por falta de información.
Fuente: Afi, Bruegel, IMF.
¿Cuáles son las principales diferencias respecto al marco general en el que se han producido otros rescates bancarios acometidos en Europa en los últimos años? Las diferencias positivas tienen que ver con (i) la propia experiencia acumulada (amplia) en rescates bancarios, (ii) con que el presumible rescate se produciría en un contexto económico menos estresado y, desde luego, (iii) bajo condiciones financieras más llevaderas. Los mercados ahora funcionan razonablemente bien y los problemas, tanto de absorción de la emisiones de deuda soberana como los de liquidez, que entonces estrangularon la financiación bancaria, están “superados” (cantidad y precio) en el marco de la actual política monetaria expansiva del BCE.
La principal diferencia, que curiosamente ahora juega en contra[2] es que en sentido estricto el rescate debe producirse en el nuevo marco de resolución puesto en marcha a nivel europeo: bail-in extenso y suficiente previo en su caso al bail-out, es decir, previo a la utilización de fondos públicos. Cuando esto significa que miles de ahorradores italianos, tenedores no ya sólo de deuda subordinada sino también de deuda senior convencional, deben quedar expuestos a la absorción de pérdidas de los bancos, aparece un grave problema no sólo de índole político sino además económico. Nótese que nada menos que casi 250 mil millones de euros del ahorro de los hogares italianos se encuentra localizado en bonos bancarios[3]: esta exposición minorista a deuda bancaria excede con mucho a la de hogares españoles en la crisis bancaria de nuestro país y, para ponerla en contexto cabe señalar que las familias italianas acumulan en fondos de inversión en torno a 375 mil millones. En definitiva, nada garantiza que el daño potencial en términos de desconfianza de la base de clientes de la banca italiana no sea superior a la restauración de confianza pretendida con las ortodoxas y tan razonables reglas de rescate bancario (en condiciones normales).
¿Es posible conseguir la cuadratura del círculo?
La cuadratura del círculo requiere en este caso posibilitar la asistencia pública sin atentar contra las reglas de la Bank Recovery and Resolution Directive (BRRD), en vigor precisamente desde comienzos de este año. Requiere en definitiva una interpretación suficientemente flexible de la misma y de la coyuntura económica y bancaria actual.
La que está tomando un cierto cuerpo es una línea de razonamiento en la que:
- se asumiría la necesidad de una “recapitalización preventiva” entendiendo que la mayoría de los bancos son perfectamente viables y no les sería aplicable el proceso de resolución,
- situación que evidenciarían con claridad (y oportunamente) los ejercicios de estrés de la EBA cuyos resultados se conocerán precisamente a finales de este mismo mes,
- y siendo palmario que en un contexto en el que de forma generalizada (no sólo los italianos, aunque estos lo hacen en extremo) los bancos europeos cotizan por debajo de su valor en libros, levantar suficiente capital privado como el necesario no parecería abordable,
- se facilitaría que el gobierno italiano inyectase capital de manera temporal y bajo condiciones muy estrictas (orientadas a la recuperación de los fondos puestos por los contribuyentes)[4] en las entidades en las que fuese necesario.
De hecho tal línea de razonamiento podría hacer extensible un marco como éste más allá de la propia banca italiana, ante la evidencia de que aún pueden quedar problemas bancarios en Europa no completamente resueltos más allá de las fronteras de aquel país.
En cualquier caso la instrumentación no sería fácil en Italia, ya que además de las entidades significativas que requerirían de recapitalización, la inyección de capital habría de ser presumiblemente relevante en la larga cola de 500 entidades pequeñas que, como antes se señalaba, concentran más de una cuarta parte de los activos bancarios del país. Realmente debería conllevar en paralelo un proceso de concentración/reestructuración que, por cierto, no podría ser ajeno a la prevista reforma de las leyes de las cooperativas de crédito italianas (una parte notable de esas pequeñas entidades locales)..
No es fácil anticipar si será una vía como la descrita (en línea con lo que desearía el gobierno italiano) o una más cercana a la ortodoxa, pivotando más sobre procesos de resolución, lo que se ponga finalmente en marcha. Presumimos no obstante que estará más cercana a la primera, que en volumen rondará los 40.000 o 50.000 millones de euros que se han venido manejando y que se concretará rápido; en los próximos días o semanas.
Los riesgos de la inacción o del mero retraso en la necesaria toma de decisiones consensuadas entre las autoridades italianas y europeas son evidentes: contaminación sectorial y riesgo de reversión del proceso de recuperación económica aún en fase embrionaria.
[1] Aquellas cuyo balance consolidado superan los 30 mil millones según la clasificación de la Supervisión europea.
[2] Entiéndase la reflexión en clave de mera flexibilidad operativa
[3] Datos de finales de 2014
[4] Se empieza a manejar como referencia el programa Tarp que puso en marcha Estados Unidos en 2008 y que finalizó exitosamente con la recuperación íntegra de los fondos aportados por el gobierno.,