El Informe de Estabilidad Financiera (IEF) que el Banco de España publicó la semana pasada dibuja un panorama poco tranquilizador para el negocio bancario. Destaca su baja rentabilidad en un entorno de persistencia tipos de interés ultrabajos, deterioro de las perspectivas de crecimiento de la economía nacional e internacional y riesgos de corrección a la baja en los precios de los activos financieros. Nada distinto de lo que no nos hubiésemos hecho eco en recientes notas.
Fruto de este contexto, refiere una caída adicional en la senda descendente que vienen registrando los resultados de la banca española. Tanto que, en base consolidada, y en términos de beneficio atribuido a la entidad dominante, aquel ha caído casi un 30% en la primera mitad de este año. Como consecuencia, el ROE se ha reducido más de 2,5 puntos porcentuales hasta el 6,1% y se distancia aún más de la cobertura de un mínimo de coste de capital razonable.
No es menos relevante, en cualquier caso, que el conjunto de la banca española siga comparando razonablemente bien frente a la media de la banca europea y la de los otros grandes países de la eurozona: Alemania, Francia e Italia. Lo hace en eficiencia y lo hace en resultados, siendo evidente la progresiva absorción del ingente volumen de activos dañados que se acumularon durante la crisis y el aumento de la solvencia de las entidades. Ésta se situaría, en el análisis prospectivo que realiza el Banco de España, en un nivel suficiente para que quedasen preservados los niveles mínimos de solvencia en un escenario de circunstancias muy adversas, y respaldaría por tanto los resultados recientes de los ejercicios de estrés europeos.
Siendo ésta la evaluación sintética de la situación por la que atraviesa actualmente el sector bancario español, resulta particularmente interesante hacer referencia a un fenómeno colateral que se está produciendo en paralelo al proceso de licuación de los efectos de la crisis vivida estos años: lejos de contenerse, el proceso de internacionalización de la banca española no ha dejado de aumentar. En efecto, como puede observarse en los gráficos adjuntos tomados de este último IEF, el peso relativo de los activos de la banca española considerados como negocio en el extranjero rondan ya el 42%, doblando el peso relativo que estos tenían al inicio de la crisis.
Si se mantiene la evolución, en breve el negocio de las entidades españolas estará compuesto en un 50% por negocio nacional y la otra mitad por negocio localizado fuera de nuestro país. Por tanto, nuestro sistema bancario es en la actualidad, dentro de los grandes países, uno de los más internacionalizados. Dicha evolución es consecuencia de una doble dinámica en estos últimos años. Por una parte, y como sucedía antes de la crisis, las dos principales entidades españolas, Santander y BBVA, han continuado durante este periodo de crisis su proceso de adquisición de entidades en otros países. A ellos se ha unido Sabadell con la reciente adquisición del banco británico TSB. La Caixa, por otra parte, ha allanado recientemente el terreno para la definitiva adquisición del portugués BPI. Sólo en el caso de Santander y BBVA la importancia del negocio en el extranjero representa en torno a dos terceras partes del total.
Además, por otra parte, el tamaño del negocio en España no ha dejado de reducirse desde el inicio de la crisis. Como hemos señalado en una nota anterior, su partida principal, el saldo de crédito bancario al sector residente, se ha reducido en cerca de 600.000 millones en este periodo, lo que representa en torno a un 30% de los más de 1,8 billones de euros que representaba entonces la financiación otorgada en el negocio nacional por el sistema bancario.
Esta combinación de negocio bancario creciente en el extranjero y menguante dentro de España es la que está provocando esa notable expansión del primero en términos no sólo relativos, sino también absolutos. Y sin duda este hecho es muy relevante y diferencial para entender la dinámica intrínseca de la banca española (considerada en su conjunto) así como en términos comparativos con la banca del resto de principales países europeos.
Una segunda consideración destacable del proceso de internacionalización de la banca española tiene que ver con la localización geográfica de su negocio en el extranjero. Frente a la presunción de que, como ocurrió en su expansión inicial, ésta podría haberse orientado de forma mayoritaria en Latinoamérica, cabe señalar que la dinámica reciente ha determinado que el peso crítico del negocio de la banca española en el extranjero se concentre en los países con una actividad bancaria más desarrollada y competitiva: Reino Unido y Estados Unidos en este orden. Entre los dos mercados acaparan casi el 45% de la actividad bancaria en el extranjero de la banca española, y si a ellos se le suma la actividad en países del área euro (de forma mayoritaria en Alemania y Francia) dicho porcentaje se eleva hasta el 60% aproximadamente. La actividad bancaria en Latinoamérica “sólo” representa en torno al 25% del negocio (con exposición mayoritaria en Brasil y México), en tanto que dentro del 15% restante destaca como exposición más relevante la de Turquía.
Como reflexión final, señalar que la diversificación internacional de la banca española, además de un signo distintivo de la misma, ha facilitado sin lugar a dudas la digestión de la crisis reciente y, aún hoy, contribuye positivamente a que, considerada globalmente, defina en media niveles de rentabilidad, aunque bajos también, algo superiores a los sus homólogas europeas.
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