La reciente estampida de los diputados antes de levantarse una sesión parlamentaria ha pasado a formar parte de los momentos estelares de esta legislatura junto al que se jodan de la diputada Fabra o el no hay dinero, señores del ministro Montoro, por mencionar algunos hitos. El recuerdo del descenso cronometrado del hemiciclo del pasado 31 de octubre, para dar comienzo al puente de Todos los Santos, viene a cuento porque vamos a hablar de puentes. Precisamente hoy, 11 de noviembre, se cumple un cuarto de siglo desde que el Gobierno decidió que la muy católica festividad de la Inmaculada formara parte del calendario anual de días festivos en España. La cercanía del Día de la Constitución hace que España tienda a paralizar su actividad económica durante 3 días laborales salvo cuando -como en 2013- caen en sábado o domingo uno de los dos días.
No era asunto baladí y generaba desde tiempo atrás mucha polémica.
En mayo de 1979, EL PAÍS publicó un editorial sobre los puentes y se decía que con su existencia "España se adelanta así a una imaginaria civilización del ocio, que hasta ahora sólo existe en las mentes de los sociólogos, sin haber siquiera entrado en la sociedad del bienestar." Ya en aquel año 1979 los diputados se ganaron la foto de portada de EL PAÍS, porque en el Pleno del 11 de octubre hubo escasa afluencia, que se atribuyó al puente de El Pilar: "Acaso convendría pensar en una pertinente modificación del reglamento del Congreso para evitar el nada edificante ejemplo de unos "padres de la patria" que parecen haberse tomado con absoluta seriedad el puente del Pilar." Esto se decía en la fotonoticia que informó de un caso similar al recientemente ocurrido: el 12 de octubre de aquel año cayó en viernes y por tanto el pleno se celebró un jueves.
Nuevamente se editorializó al año siguiente, en septiembre de 1980, ante un caso que merece explicación. Como la Almudena caía en domingo en el mes de noviembre, se decidió por sorpresa compensar a los madrileños la pérdida de ese festivo con la declaración de festivo del día 9 de septiembre, martes. Ese día se conmemora a Nuestra Señora de la Cabeza: "Pero si incluso la Virgen de la Almudena, el 9 de noviembre, es una festividad a la que difícilmente nadie puede considerar como espontáneamente sentida como tal por los vecinos de la capital, el recuerdo de Nuestra Señora de la Cabeza es únicamente patrimonio de los eruditos locales." El editorial hacía un llamamiento al diálogo y a la cordura: "La Administración pública, las comunidades locales, las organizaciones de empresarios y las centrales sindicales deberían iniciar un serio diálogo para poner freno a la inconexa, fragmentada y disfuncional manera en que los trabajadores ganan días de ocio a la monotonía de la vida cotidiana. No se trata de que disfrutemos de menos días de holganza al año, sino de que la creación de esos necesarios espacios no se produzca semiclandestinamente a través de puentes -o de acueductos- que interrumpen la continuidad de la vida productiva y social, con un notable efecto multiplicador en contra del rendimiento de una sociedad que, para hacer frente a una grave crisis económica, tiene que saber utilizar sus recursos de manera eficiente."
Ya en 1985, y en medio del puente de San José, se publicaba otro editorial muy crítico con su frecuencia y hasta se mera existencia. "Los puentes son en definitiva una expresión, y no tan mínima como pudiera parecer, de la desorganización y el arbitrismo que padecemos. Mientras, más de dos millones de parados se encuentran en medio de un puente continuo, todo un viaducto ocioso contra su voluntad, porque la economía española no encuentra el camino de la recuperación. Es preciso dinamitar los puentes."
En 1986 volvió a ocurrir el prodigio de que la Almudena caía en domingo y el no menor de encontrar acomodo a ese festivo perdido en septiembre, el día 8, un lunes que en el santoral venía marcado como la Natividad de Nuestra Señora. Y el editorial, ya desde el título, denotaba un escaso entusiasmo con las formas y no mayor con el fondo del asunto. Vírgenes portátiles era el título. "Una somera contemplación de jueves, viernes y lunes descontados de la actividad laboral podría llevar a la conclusión de que este país hace tiempo que terminó lo que tenía por hacer y se encuentra en condiciones de regalar a los demás el tiempo y la productividad que probablemente necesitan para ponerse a nuestra altura."
La sensación que produce la revisión de los editoriales es la de que se clamaba en el desierto. Pero quedaban días de gloria por delante, como el que esta entrada del blog recuerda. A finales de 1987, el Gobierno decidió, en ejercicio de sus atribuciones, trasladar la fiesta de la Inmaculada del día 8 de diciembre al día 5 de diciembre, precisamente como medida racionalizadora del calendario laboral. No gustó a la cúpula episcopal española dicha decisión y lo cierto es que poco menos de un año más tarde, el día 11 de noviembre de 1988, el Gobierno decidió que ya ese mismo año, el 8 de diciembre, día de la Inmaculada, fuera festivo y que lo siguiera siendo en años sucesivos. EL PAÍS habló de una cesión ante las presiones de la Iglesia y los empresarios. Agustín García Gasco, que por entonces era secretario de la Conferencia Episcopal, lo explicaba de modo melifluo: "La causa última no es la presión de los obispos, sino también el clamor del pueblo cristiano, donde se incluyen los empresarios". Leído ahora, vemos que el titular de EL PAÍS, si acaso, se quedaba corto. Ese clamor era, según declaró García Casco, que "la Iglesia católica ha sido respaldada por el pueblo, que aportó más de dos millones de firmas; y eso es lo que nosotros hemos puesto sobre la mesa". Y en cuanto a ganadores y perdedores, pelillos a la mar: según García Gasco, la única victoria fue de la Virgen. Para EL PAÍS, el Gobierno se hincó De Hinojos. "A menudo se olvida que, en España, los puentes no oficiales son privilegio de los menos. Con la nueva disposición, trabajadores, comerciantes y enseñantes pierden la posibilidad de disfrutar de una vacación legal y son incitados, en cambio, a una gigantesca ceremonia de absentismo laboral."
Alfonso Guerra, vicepresidente de aquel Gobierno, hizo un par de días antes de adoptarse la decisión unas declaraciones en las que dejaba aquella en manos de los empresarios: si ellos no estaban en contra, el Gobierno no se opondría a que se considerara festivo: "No va a ser el Gobierno quien tenga que preocuparse por los intereses del aparato productivo si sus representantes no están en esta actitud". El secretario de la Conferencia Episcopal aprovechó a fondo este dontacredismo gubernamental, como demuestran sus declaraciones: "Llegué a casa y llamé a José María Cuevas [presidente de la CEOE] para decirle que ahí estaba el obispo a sus pies pidiendo que intervenga. Yo noté su compromiso; Cuevas me dijo que desde el principio estaba en el tema y que en lo que de él dependía no iba a quedar nada por hacer para tener la fiesta en paz".
Esa parecía también la voluntad del Gobierno, tener la fiesta en paz con la jerarquía eclesiástica española. Hablamos de un Gobierno que disfrutaba de una holgada mayoría absoluta.
El Gobierno parecía dispuesto, allá por 1994, a atacar el problema como prioridad ante el nuevo año, y apenas comenzado, el 2 de enero, EL PAÍS editorializaba saludando la iniciativa. Dinamitar los puentes fue el título elegido. "¿Quién puede y en virtud de qué argumentos oponerse a que algo tan elemental se lleve a cabo en España?", se preguntaba el editorial, que recordaba lo ocurrido en 1988 para poner las barbas a remojo y hacerse otra pregunta: "¿A qué se debe, pues, que algo sobre lo que todos parecen estar de acuerdo no se haya llevado todavía a la práctica y haya cristalizado en otro rasgo diferencial español respecto al resto de las sociedades europeas más desarrolladas? Quizá a que el Gobierno no está tan decidido como parece, ni la Iglesia tan dipuesta al diálogo como dice, ni los empresarios tan convencidos de que los puentes sean tan nocivos para la economía como afirman. Si las actitudes y criterios manifestados en las fracasadas negociaciones de 1988 para trasladar al lunes la fiesta de la Inmaculada van a servir de pauta a las que se anuncian, es improbable que se llegue a un acuerdo."
Cuánto han cambiado las cosas en la CEOE, que ha pasado de favorecer, y de qué manera, la existencia y consolidación del puente por excelencia, a abogar por su supresión. Y a que Juan Rosell, su máximo dirigente, lo considere "un escándalo".
Lo cierto es que no quedan dudas sobre la necesidad de acabar con los puentes pero los caprichos del calendario en 2013, año en el que algunas fiestas han caído en sábado o domingo, han aplazado la reforma.
El pasado mes de mayo, la Comisión Nacional para la Racionalización de Horarios ofreció en un informe la conclusión de que España es uno de los países europeos que más festivos tiene, pero también es uno de los países donde más horas se trabaja.
Por cierto, 25 años después de aquella decisión, la Inmaculada sigue siendo día festivo en el calendario laboral.
Viñetas publicadas durante el puente de la Constitución. La primera, en 2009 y las dos posteriores, en el puente del año 1995 / FORGES
Hay 3 Comentarios
¿Y por qué no se pueden mover las fiestas de sitio para descansar más y mejor?
Publicado por: MARISA | 11/11/2013 12:17:41
El principal problema de nuestro sistema productivo no son los puentes: si fuéramos productivos el resto del año, nos podríamos ir de puente y la economía no se resentiría.
http://xurl.es/cnaq5
Publicado por: LENA | 11/11/2013 12:17:03
25 años después la Almudena sigue siendo día festivo en el calendario laboral. Es curioso, coincide con el 25 aniversario de la célebre y muy puñetera "sentencia": En España la justicia es un cachondeo. Sin comillas, el que las ponga es un auténtico bellaco. Su autor, el ilustre jerezano Pedro Pacheco todavía esta esperando un homenaje como el mejor "retratista" en temas judiciales desde Estrabón, no superado ni por Goya. Tierra de conejos, Estado fallido. Y en ese plan. Ninguno.
Publicado por: Casas Viejas | 11/11/2013 10:34:48