(De izquierda a derecha, Jonh Elkann, Mario Monti y Sergio Marchionne junto al nuevo Fiat Panda).
La Fiat está en problemas. No es ninguna novedad, ningún secreto, ninguna rareza. ¿Qué empresa –quitando a Apple, cuyo valor en bolsa es similar al PIB de Suiza—no está sufriendo las consecuencias de la crisis? Pero la Fiat es mucho más que una fábrica de coches en Italia. No solo por historia, poderío o plantilla –más de 20.000 trabajadores que estos días tienen el susto en el cuerpo--, sino por lo que representa. Se podría trasladar aquello de “cuando Estados Unidos estornuda, Europa se resfría” a la relación de la Fiat e Italia. La alarma saltó hace unos días. Nada más conocerse que la empresa originaria de Turín renunciaba a su tan cacareado proyecto Fabbrica Italia --un plan para invertir 20.000 millones de euros hasta 2014— se propagó el rumor de que Sergio Marchionne, el todopoderoso consejero delegado del grupo Fiat, pensaba cerrar algunas fábricas, dejar en la calle a miles de empleados, finiquitar para siempre –bajo la sacrosanta excusa de la crisis— su relación de más de un siglo con Italia. Hasta el gobierno de Monti, a través de sus ministros Corrado Passera y Elsa Fornero, preguntaron públicamente al hombre sin corbata –Marchionne jamás la usa--: ¿Qué piensa hacer?
Durante 48 horas, el consejero delegado, dio la callada por respuesta, lo que aumentó la zozobra del gobierno técnico, que no sabía hasta qué punto podía intervenir en las decisiones de una empresa privada. El caso es que, además de por la preocupación, el vacío fue llenado durante esas horas por la irrupción en escena del empresario Diego della Valle, dueño de la empresa de zapatos Tod’s y socio de los almacenes Saks y del grupo editor del Corriere de la Sera, además de restaurador del Coliseo. Della Valle no fue muy académico en sus críticas. Después de decir que la Fiat ya no fabrica coches bonitos y que ha recibido durante las últimas décadas una “grandísima ayuda del Gobierno italiano, de los ciudadanos y de los trabajadores que ahora arriesgan su puesto”, el dueño de Tod’s arremetió sin contemplaciones contra la familia Agnelli, empezando por su actual cabeza visible, John Elkann, nieto de Giovanni Agnelli (1921-2003), popularmente conocido como L’Avvocato. Dijo Della Valle: “La familia Agnelli tiene el deber de hacer todo lo posible por la gente que trabaja en su empresa. ¿Cómo? Metiéndose la mano en el bolsillo e invirtiendo. Si no hace esto, debe volver a hacer aquello que siempre ha hecho mejor: esquiar, navegar, jugar al golf y dejar los problemas de Italia a la gente seria”.
Ahí es nada. La bronca, y sobre todo la angustia de los trabajadores, iba a más por momentos cuando, la mañana del martes, el diario La Repubblica publicó una entrevista de su director, Ezio Mauro, con el hasta ahora desaparecido jefe de la Fiat. El titular, en portada, a cuatro columnas, es contundente: “La Fiat permanecerá en Italia”. Pero lo que viene a continuación –dos páginas de preguntas a degüello y respuestas contundentes—tampoco tiene desperdicio. Sergio Marchionne confiesa que la Fiat está acumulando pérdidas de 700 millones de euros en Europa: “Nuestro mercado automovilístico está agonizando, pero mantendremos Fiat en Italia con las ganancias conseguidas en el extranjero”. El director de La Repubblica le pregunta hasta qué punto no es responsabilidad suya el deterioro continuo del grupo en Italia: “El miedo es que usted esté huyendo, doctor Marchionne: baja inversión, ningún producto nuevo. ¿No está dejando morir una empresa que tiene más de 100 años de vida?”. El consejero delegado responde con unos datos de catástrofe. La venta de automóviles ha descendido hasta situarse en los parámetros de los años sesenta. “Hemos perdido de golpe 40 años. La gente no tiene dinero para comprar coches y no sirve de nada que hagamos modelos nuevos”. Marchionne responde a las preguntas desde la sede del grupo en Detroit, pero a punto de salir hacia Roma, donde los ministros de Monti quieren saber de su propia voz si la Fiat tiene previsto quedarse en Italia. “Si me buscan, los veré. Pero luego, ¿qué hacemos?”.