Pero la invasión gastronómica del Oriente no se limita a las grandes urbes, sino que penetra por todos los intersticios hasta aquellas culturas que presumían de autóctonas y casi de autónomas, que gozaban o sufrían de la cocina que les habían legado sus mayores y de los productos que se recogían, cultivaban o criaban a dos leguas de su hogar.
La paella sacrosanta se trasmuta por arte de magia en arroz tres delicias u otros menos populares pero tan lucidos como el anterior para aquellos que pretenden los sabores picantes, agridulces o intensos, tan desconocidos como las hierbas, raíces y frutos que los adornan.
Desde hace largo tiempo que en Valencia proliferan los restaurantes chinos, a los que han seguido con regular fortuna los de otras nacionalidades de aquellos meridianos, aunque la eclosión de calidad se produce de forma primordial con el advenimiento de Tastem, un japonés dirigido por un español –Ulises Menezo- que buen conocedor de aquellas tierras se atrevió a apostar en las suyas.
Tastem significó –y todavía significa- un paso adelante en la concepción de los restaurantes étnicos al uso, y demostró a aquellos menos viajeros que el mundo se ha hecho corto y ancho, al contrario que los menús, y que los productos lejanos se consiguen aquí con las necesarias cualidades para poder apreciar los ignotos saberes culinarios.
Los habituales sushis y sashimis, pero también los makis, los rolls, los nigiri, los gunka, los hosomaki o esos cucuruchos hechos con hojas del alga nori rellenos de arroz y cualquier otro ingrediente y a los que denominan temaki.
Atún en tartare y picante; aguacate y anguila en el dragon roll, y desde hace poco tiempo comidas caseras del Japón, como esa olla donde se hierven verduras varias y pollo, y con cuyos restos de caldo se hace un arroz seco, tal cual si fuese el acostumbrado en las tierras valencianas arroz al horno procedente del cocido de los días festivos.
Con posterioridad a este nacer de la cultura del Este con mayúsculas se han inaugurado algunos otros interesantes modelos orientales, con una cocina que más de fusión se ha convertido en universal, ya que mezclan, aclimatan, transforman y adhieren elementos, conceptos y productos de muy distintas procedencias, aunque a decir verdad el patrono que los guía es para ellos la cocinas asiáticas en su globalidad.
Entre estos últimos destacaremos dos: por una parte Appetite, que en el barrio de Ruzafa imagina platos diferentes, que cambia la carta con la soltura del que cocina según el mercado y la inspiración del momento, así que el mercado sea global y la inspiración nacida en Australia. Mariscos, verduras en abundancia, picantes sin descanso y un juego de carnes siempre con el punto de salsa que marca la diferencia para los paladares.
Y por otro lado su amigo y complementario Ginger Loft, que practica una cocina con elementos más tradicionales, sean los tandoori indios –con pollo, chutney de mango, yogur y menta- o los sempiternos fideos chinos –con salsa satay, brotes de soja, cilantro y picante-, aunque marca la diferencia con sus conocimientos de coctelería, que aplica a productos naturales y la convierte sin duda en una de las más interesantes de la Ciudad.
Como excepción que marca una regla, en este Giger Loft se puede tomar un muy americano brunch los domingos, con los afamados y nada livianos huevos Benedict, recubiertos de salsa holandesa y acompañados, según deseo del cliente, con espinacas, salmón o jamón.
Y para postre nada menos que unas torrijas, eso si, recubiertas de bacon y endulzadas con sirope de higo y de ciruela.
Tastem
Tastem
Appetite
Ginger Loft
Ginger Loft