¿Por qué llamamos brunch a lo que son simples bufés? De tanto confundir los términos nos ha llegado a parecer normal. Al menos en Madrid donde ciertos hoteles y restaurantes sirven supuestos brunch a horarios desfasados en comparación con el rito anglosajón. Nada que ver con esos desayunos tardíos que sustituyen a un almuerzo y que a partir de las 10,30 tanto éxito cosechan en Nueva York. En nuestra ciudad se retrasan entre 2 y 3 horas y se convierten en comidas de fin de semana disfrazadas de relamida modernidad.
Hoteles como el Palace, el Ritz o el Intercontinental abren sus comedores a partir de las 13,30 con escenarios semejantes. Grandes mesas repletas de comida con bandejas frías y calientes, canapés y pijadas pretenciosas. Supuestas tentaciones que arrebatan a una clientela entregada. En el fondo, rutinarios desayunos de hotel resueltos tipo bufé a los que se añaden platos calientes con objeto de aparentar algo. Puras acciones de mercadotecnia destinadas a atraer a una clientela casi siempre escurridiza en los difusos “week end”.
¿Cuál es la razón de su relativo éxito? La informalidad y la cantidad. Suponiendo que un cliente pueda pagar sus precios, por una media de 70 euros (más o menos) se come hasta reventar. La calidad es escasa pero es lo que menos importa. En lugar de promocionar sus brunch estos hoteles deberían anunciar “All you can eat”, es decir, coman Vdes. lo que quieran por un precio cerrado.
Ramplonería de la que se salva el hotel Europa Decó, que comienza el servicio a las 11 y rodea su oferta de cierto glamour. No es un “Desayuno con diamantes” pero se aproxima al concepto. Lo sirve en su glass bar y cumple con el protocolo del bloody Mary, las ostras y los huevos benedictine. Y todo por 40 euros, un precio más moderado.
Justo hoy acabo de probar el brunch de Jockey que ha comenzado a servir los domingos este histórico local, que en su nueva etapa ofrece un servicio a la carta más refinado que los incomodísimos bufés. Por 75 euros, bebidas y champagne incluidos, presenta un surtido en el que no falta ninguno de los platos fetiche. Primero los huevos (fritos, en tortilla, revueltos, en gelée) con dos especialidades desiguales. Correctos los benedictine y muy poco afortunados los escalfados con muselina de trufa negra, cuya salsa no es otra cosa que tinta de calamar. Luego, una ensaladilla rusa mediocre y una ensalada de bogavante aceptable. Y entre los grandes hitos, sus ostras ( Daniel Sorlut nº 2) y un jamón excelente.
Tan destacable como la pularda asada al estragón con guarnición de espinacas a la crema y patatas soufflés. ¡Qué gran cocina clásica permanece agazapada en este lugar¡ Aunque no vale nada su tarta de manzana, la tabla de quesos y algunos postres como los churros con chocolate y las crêps flameadas superan las expectativas. Lo de Jockey tampoco es un brunch en sentido riguroso pero supera a los demás en esta ciudad.