Picasso, en defensa de la República

Por: | 28 de septiembre de 2016

Pablo-Ruiz-Picasso-2El 19 de septiembre de 1936, dos meses después del golpe de Estado militar, el Gobierno republicano nombra director del Museo del Prado a Pablo Picasso. 80 años después, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) acoge una de las obras más significativas de la Historia y de la pintura española: Guernica.

La revista El Mono Azul, editada en Madrid por la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, de la que eran responsables, entre otros, María Teresa León y José Bergamín, destacaba ese nombramiento señalando que, si antes del 19 de julio de 1936 se pudo pensar en ofrecer ese puesto al pintor, después de esa fecha se entiende como una conquista el que Picasso ocupe la dirección del Museo: “La revolución le necesita y hay que ganársele. Es problema de honor conseguir que acepte nuestros cuadros de dirección cultural; necesitamos a Picasso, y es, por tanto, imprescindible incorporarle, traerlo a España, encuadrarle”.

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Picasso venía colaborando en la defensa republicana organizando exposiciones en París con el fin de obtener fondos que sirvieran de ayuda para los milicianos. Tal vez por ello, en mayo de 1937, aún no había ocupado su plaza en el museo. Él mismo decía en agosto de ese año que no había podido tomar posesión como director pero que, los defensores del Prado no eran ahora los artistas sino los aviadores, tanquistas y soldados del ejército republicano. Siendo cierta esa afirmación, también lo era que su presencia en París era mucho más relevante para la defensa de la República. Su obra se exhibía por el resto del mundo, caso de Suecia donde, a principios de junio de 1937 y presentada por la embajadora española Isabel Oyarzábal, se mostraron tres cuadros del pintor en la exposición de Arte español, al tiempo que el crítico de arte Adolfo Salazar daba una conferencia sobre la pintura en España.

Sin duda, tan importante como la guerra bélica era la propagandística. Todos los líderes republicanos señalaban en los discursos cómo la rebelión se había convertido ya en guerra civil y esta en guerra de independencia, al estar apoyados los golpistas por la Italia fascista y la Alemania nazi. Por todo ello, la imagen de Picasso era de gran ayuda en la defensa de la República. La lucha contra el fascismo era también la lucha contra el trato igualitario que en el exterior se le daba a una República legitimada por las urnas frente a una Junta de Defensa Nacional creada por los golpistas; una lucha por mostrar al mundo la barbarie fascista nacional e internacional. Es por ello que las plazas de consulados y embajadas se cubren con antifascistas, muchos de ellos intelectuales como la mencionada Oyarzabal, Pablo de Azcárate en Londres o Luis Araquistain en la importante plaza de París.

La mayor parte de escritores, artistas y hombres de ciencia defensores de la democracia se reunieron en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, firmando y publicando manifiestos contra los ataques salvajes de la intervención alemana e italiana. Sirva como ejemplo el llamamiento realizado “a la conciencia universal que no puede permanecer indiferente ante hechos tales, como no permanecerían ajenos los que hoy aquí firman ante hechos análogos que en cualquier lugar y con cualquier pretexto pudieran suscitarse el día de mañana por indiferencia ante las tropelías de hoy en menosprecio y amenaza de los otros pueblos civilizados“.

Entre los firmantes de este escrito está lo más granado de las letras, el arte y la ciencia en España: Jacinto Benavente, Pedro Bosch Gimpera, Mariano Benlliure, Pablo Picasso, José Bergamín, José Gaos, José Gutiérrez Solana, Antonio Machado, Tomás Navarro Tomás, Antonio Zozaya, los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, Juan Peset, Joaquín Xirau, Juan de la Encina, Enrique Moles, Rafael Alberti, etc.

De la importancia  que tenía el nombre y la persona de Picasso y del daño que podían hacer sus palabras y su ideología antifascista en el exterior de España en beneficio de la República, da buena fe las artimañas de Manuel Aznar, el político y periodista tradicionalista que queriendo realizar una contrapropaganda afirmó en el periódico cubano El Diario de la Marina, en junio de 1937, lo que Picasso calificaría como “una infame calumnia”. Escribió Aznar que, era tal la barbarie cometida por los “rojos” en España saqueando y destruyendo el patrimonio artístico que, Picasso y otros artistas como Mateo Hernández, pensaban dirigirse a la Sociedad de Naciones buscando la protección del tesoro artístico español.

Una clara manipulación del nombre del escultor bejarano Mateo Hernández y del pintor de fama internacional que tuvo que reaccionar inmediatamente, apostillando que él siempre estaría con el pueblo y en defensa de la libertad y por tanto frente a la reacción y la muerte del arte. Termina Picasso su defensa argumentando que ha pintado para el pabellón español de la Exposición Universal de París el trágico Guernica y que aparecerá en Cahiers d’Art su colección de grabados Sueño y Mentira de Franco. Ambas obras son el ejemplo más contundente de la lucha antifascista del pintor. Si el Guernica se ha convertido en el símbolo de la tragedia del bombardeo a una población civil indefensa, el conjunto de viñetas de Sueño y Mentira de Franco constituye la sátira más mordaz contra el golpista, a quien representa como un tubérculo repulsivo, rodeado de símbolos que representan el apoyo a Franco recibido por parte de la Iglesia católica, el Ejército y los soldados traídos de Marruecos y que, en palabras de Picasso, expresa claramente su opinión sobre “la casta militar que ha hundido a España en el dolor y la muerte.

 

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Pablo Picasso. Sueño y mentira de Franco. 1937

El Pabellón Español de la exposición Universal de París, diseñado por los arquitectos Luis Lacasa y José Luis Sert, fue un escaparate donde la República mostró al mundo la barbarie que ocurría en España, pero también los logros culturales y sociales que se habían llevado a cabo hasta el comienzo de la guerra e incluso durante el enfrentamiento.

El impacto de Guernica fue tal que desde el mismo momento de su exposición se solicitó el préstamo de la obra para llevarlo por diferentes países. La galería Rosenberg de París lo exhibió en Oslo, Copenhague y Estocolmo y de ahí viajó por todo el mundo. Picasso amplió para ello el título exponiéndose como: Guernica: Acto de execración de la agresión de que es víctima el pueblo español. 

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                            Pablo Picasso. Guernica. 1937 / Col. MNCARS

El pintor donó dinero en más de una ocasión para asistir a los niños evacuados como consecuencia del conflicto. A Victoria Kent, delegada en París del Comité Nacional Español de Ayuda a la Infancia, le envió la cantidad de 100.000 francos, un monto con el que se podía alimentar un mes a casi 5.000 niños; es muy posible que los casi 200.000 francos que la investigadora Josefina Alix apunta que Picasso cobró del Gobierno republicano por el Guernica y por el resto de la obra encargada para la exposición, fuesen donados también por el pintor para ayuda a los refugiados. Picasso puso su obra al servicio de la defensa de la República, pero también su persona. Recordemos cómo ante la tumba de Guillaume Apollinaire rechazó estrechar la mano que le extendía el futurista Marinetti, espetándole un: "¡Cuidado! Nada tiene usted que decirme. ¡Retírese!".

Picasso, al ser preguntado por el desplante explicó que no quería dar la mano “a los asesinos de hijos de españoles ni a quienes los han elogiado por unas monedas”.

Tras finalizar la Exposición Universal, Guernica viajó y se exhibió por todo el mundo y se musealizó y custodió en el MOMA de Nueva York hasta su regreso a España. Para entonces, el cuadro había evolucionado en su significado hasta convertirse en símbolo mundial de la paz y había modificado su significado político, como señala Isabel Tejeda, hacia un referente artístico internacional en el que se aminoraban las referencias políticas para aumentar las de carácter formal, en lo que tuvo mucho que ver lo que se conoce como caza de brujas del senador McCarthy en EE UU.

En septiembre de 1981, Guernica entraba en España por vez primera. Fue Picasso quién dejó establecido que hasta que no se recuperasen las libertades en el país el cuadro permaneciera custodiado en el MOMA. Para los republicanos que habían perdido la guerra significó el regreso del exilio y la victoria de la razón, para los españoles que no vivimos la guerra, toda una lección de Historia.

Un dirigente obrero en el Gobierno de la República

Por: | 04 de septiembre de 2016

Largo-caballeroEl 4 de septiembre de 1936 Francisco Largo Caballero sustituyó a José Giral en la jefatura del Gobierno de la República en guerra. Fue el primer y único Gobierno de la historia de España presidido por un dirigente obrero y la primera vez que había ministros comunistas en un país de Europa occidental. Faltaban todavía los anarquistas, que entraron en el Gobierno dos meses después. Desde septiembre de 1936 a mayo de 1937, Largo Caballero, con la colaboración de todas las fuerzas políticas y sindicales que luchaban en el bando republicano, presidió la reconstrucción del Estado, la militarización de las milicias, el control y enfriamiento de la revolución y la centralización del poder, teniendo que enfrentarse, como haría Juan Negrín después, a los desafíos regionales y nacionalistas.

El golpe de Estado de julio de 1936 abrió las puertas al cruel terror de militares y falangistas en un lado y a una subversión violentísima del orden social en el otro. En la España republicana surgieron comités por todas partes. La España republicana era en aquel verano de 1936 un hervidero de poderes armados y fragmentados, de difícil control. En Madrid, el Gobierno de José Giral, formado sólo por republicanos de izquierda, no podía representar a esa amalgama de comités, milicias y patrullas de control donde socialistas y anarquistas, sindicalistas de la UGT y de la CNT, dirigían la revolución, la que destruía y mataba y la que intentaba levantar algo nuevo de aquellas cenizas.

A finales de agosto, el ejército de África avanzaba imparable hacia Madrid, tras dominar a sangre y fuego Extremadura e importantes zonas de Castilla-La Mancha. El 3 de septiembre, las columnas de Yagüe llegaron a Talavera. Ese mismo día, en el norte, donde el general Mola había iniciado un ataque sobre Guipúzcoa, cayó Irún. “El Gobierno republicano está muerto. No tiene autoridad ni competencia, ni decisión para hacer la guerra a fondo y acabarla con una victoria absoluta y revolucionaria”, le había escrito el 24 de agosto Luís Araquistain, el ideólogo de la izquierda socialista, a Largo Caballero.

Giral, con los militares rebeldes ya en Talavera, pensó de verdad que le faltaba autoridad y apoyo y decidió “entregar a S.E. el Presidente de la República los poderes que de él recibió y con ellos las dimisión de todos los ministros”, para que les pudiera sustituir un gobierno que representara “a todos y cada uno de los partidos políticos y organizaciones sindicales u obreras de reconocida influencia en la masa del pueblo español”. Era la hora de los sindicatos y de Largo Caballero, el líder indiscutible de la UGT.

El 4 de septiembre de 1936, Largo Caballero, quien se había negado a que Indalecio Prieto formara un gobierno de republicanos y socialistas en mayo de 1936 y que tampoco había querido asumir esa responsabilidad tras el golpe de Estado de julio, aceptó por fin presidir “un gobierno de coalición”, fórmula que le aconsejó Luís Araquistaín, en el que el secretario general de la UGT sería también ministro de la Guerra. Era un gobierno con mayoría socialista, en el que había también cinco republicanos.

Largo Caballero puso como condición que entraran los comunistas y así lo hicieron con Jesús Hernández en Instrucción Pública y Vicente Uribe en Agricultura. Pactó, por último, con José Antonio Aguirre la participación de los nacionalistas vascos a cambio de una rápida aprobación de un Estatuto de Autonomía para Euzkadi y unos días después, Manuel de Irujo se sumó a ese gobierno de coalición como ministro sin cartera.

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Los arqueólogos toman las trincheras

Por: | 01 de junio de 2016

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                          Excavación de un abrigo republicano en la Ciudad Universitaria, Madrid. / UCM

Los efectos de la sexta contraofensiva franquista sobre las posiciones republicanas en la orilla derecha del Ebro fueron decisivos. El joven y capaz coronel Manuel Tagüeña, al mando de los 18.000 soldados del XV Cuerpo de Ejército, dirigía las operaciones de retirada republicana en esos días de noviembre de 1938 y, tras la caída de La Fatarella, centra el esfuerzo defensivo en la estratégica línea de Raïmats. Allí se ubica la Cota 562, y en una de sus trincheras, junto con sus compañeros de la 15ª Brigada, Charlie se preparó para el inminente combate, consciente de que el futuro de los que cruzaban el río dependía de su sacrificio. Era más alto de lo habitual y también un poco viejo a sus cuarenta y tantos años entre esos jóvenes de la Quinta del Biberón. Se cercioró de que llevaba su zurrón bien provisto: las granadas polacas y munición para su fusil Mosin Nagant, y se quedó con unos pocos objetos personales: la escudilla para comer, una navaja, el cepillo de dientes y su tubo de pasta, una carta doblada cuidadosamente... En la mañana de ese 15 de noviembre, la 82 División de Franco, después de tres días de bombardeo aéreo sobre la zona, se lanzó rápida contra la Cota 562. Charlie y sus compañeros comenzaron a disparar, respondieron con sus bombas de mano. A su lado cayó una granada del enemigo y trató de devolvérsela pero no hubo tiempo. Le estalló en la mano de manera fatal. Allí mismo quedó sepultado por los soldados de la 82 que tomaron la cota. Gracias a la entrega de hombres como Charlie, el coronel Tagüeña pudo afirmar en sus necesarias memorias Testimonio de dos guerras (Planeta) que en el paso del Ebro, los franquistas no capturaron prisioneros ni material.

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                   Melquíades Álvarez, durante un discurso en un teatro en fecha indeterminada. / EFE

Durante la tarde del 22 de agosto de 1936, grupos de milicianos atestaban los alrededores de la cárcel Modelo de Madrid, en el barrio de Argüelles. Los refugiados que llegaban de Extremadura traían noticias de una terrible matanza que la columna rebelde del coronel Yagüe había perpetrado en Badajoz, y desde el 7 de agosto las bombas de la aviación de los militares sublevados dejaban su rastro de muerte en la capital republicana. En el caos revolucionario de ese verano, la crispación y los deseos de venganza desataron el furor de los milicianos que asaltaron la cárcel, y esa noche asesinaron a 30 reclusos. Entre ellos se encontraban destacados falangistas, ministros republicanos de los Gobiernos de Lerroux y la CEDA y un político anciano fundador del Partido Reformista, Melquíades Álvarez. Cuando Manuel Azaña, presidente de la II República y antiguo compañero de partido de aquel, se enteró de lo ocurrido (“el bueno de don Melquíades”, lo recordaba),  los sentimientos de desesperación, repugnancia y desánimo le llevaron a plantearse la dimisión de su cargo. La locura fratricida que asoló España tres largos años había segado la vida de otro de sus hijos más preclaros.

En 2014, Fernando Suárez González publicó el libro Melquíades Álvarez, el drama del reformismo español (Marcial Pons), en el que el procurador de las Cortes predemocráticas, ministro de Trabajo de uno de los últimos Gobiernos de Franco y diputado durante la Transición, reivindicaba la figura del político asturiano. Álvarez fue protagonista de un tiempo que guarda muchas semejanzas con el que vivimos, y recuperar su legado es una tarea oportuna. Una crisis social y económica de proporciones alarmantes, la quiebra del bipartidismo, el conflicto territorial en Cataluña o el descrédito de la Corona, son circunstancias que, salvando la distancia histórica, acercan la España de Alfonso XIII a la nuestra. En esos tiempos convulsos para el canovismo, Melquíades Álvarez, el político de brillante oratoria al que comparaban con Emilio Castelar y llegaron a conocer como El pico de oro (es acertadísima la inclusión de amplios extractos de sus discursos por parte del autor), lideró una alternativa política para el país con un marchamo irreprochablemente democrático.  

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Annual: horror, masacre y olvido

Por: | 22 de marzo de 2016

06.-Casa-cuartel-espa+¦ola-eCuartel español en ruinas en el Rif. / Joaquín Mayordomo

Por Joaquín Mayordomo

Desde lo alto del desfiladero de Izzumar, los cerros de Annual, Igueriben o Abarrán son luminarias que recuerdan la muerte. En este escenario perdieron la vida en dos días, masacrados, 4.000 españoles, sin saber por qué.

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Historia[S]

Sobre el blog

Dado que el presente se levanta sobre lo que ya pasó, no es mala idea echar un vistazo atrás para entender lo que está pasando. Cicerón lo dijo antes y mejor: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser eternamente niños”.

Sobre los autores

Tereixa ConstenlaCoordinadora: Tereixa Constenla. Periodista de EL PAÍS. Descubrió la Historia en 2008, cuando aterrizó en la sección de Cultura, y comprobó que el pasado era un filón para el presente.

Isabel Burdiel recibió el Premio Nacional de Historia en 2011 por su biografía sobre Isabel II. Es especialista en liberalismo europeo del siglo XIX y catedrática de la Universidad de Valencia. "Para que sirva para algo, la Historia no tiene que quedarse en el círculo de especialistas", sostiene.

Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, defiende, como Eric J. Hobsbawm, que los historiadores son "los 'recordadores' profesionales de lo que los ciudadanos desean olvidar". Es autor de una veintena de libros sobre anarquismo, Guerra Civil y siglo XX.

Manuel Morales es periodista de EL PAÍS y profesor de Periodismo Digital en la Escuela de EL PAÍS/UAM. Para liberarse de tanta actualidad busca refugio en historias del pasado, sobre todo las que han dejado huella en la fotografía.

María José Turrión fue la primera directora del Centro Documental de la Memoria Histórica, creado sobre el esqueleto del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca. Cree firmemente que los archivos contribuyen "a la salvaguarda de los derechos humanos y al desarrollo pleno de las democracias".

Javier Herrero es documentalista de EL PAÍS y licenciado en Historia Moderna y Contemporánea. Le interesa indagar en los antecedentes históricos de acontecimientos que saltan a la primera línea informativa.

Eduardo Manzano Moreno es profesor de investigación del CSIC y autor de numerosos libros sobre Al-Andalus, la Edad Media y la memoria histórica. Cree en el poder transformador del conocimiento histórico y en la necesidad de forjar una conciencia que nos convenza de que se pueden cambiar las herencias recibidas.

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