Historia[S]

Sobre el blog

Dado que el presente se levanta sobre lo que ya pasó, no es mala idea echar un vistazo atrás para entender lo que está pasando. Cicerón lo dijo antes y mejor: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser eternamente niños”.

Sobre los autores

Tereixa ConstenlaCoordinadora: Tereixa Constenla. Periodista de EL PAÍS. Descubrió la Historia en 2008, cuando aterrizó en la sección de Cultura, y comprobó que el pasado era un filón para el presente.

Isabel Burdiel recibió el Premio Nacional de Historia en 2011 por su biografía sobre Isabel II. Es especialista en liberalismo europeo del siglo XIX y catedrática de la Universidad de Valencia. "Para que sirva para algo, la Historia no tiene que quedarse en el círculo de especialistas", sostiene.

Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, defiende, como Eric J. Hobsbawm, que los historiadores son "los 'recordadores' profesionales de lo que los ciudadanos desean olvidar". Es autor de una veintena de libros sobre anarquismo, Guerra Civil y siglo XX.

Manuel Morales es periodista de EL PAÍS y profesor de Periodismo Digital en la Escuela de EL PAÍS/UAM. Para liberarse de tanta actualidad busca refugio en historias del pasado, sobre todo las que han dejado huella en la fotografía.

María José Turrión fue la primera directora del Centro Documental de la Memoria Histórica, creado sobre el esqueleto del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca. Cree firmemente que los archivos contribuyen "a la salvaguarda de los derechos humanos y al desarrollo pleno de las democracias".

Javier Herrero es documentalista de EL PAÍS y licenciado en Historia Moderna y Contemporánea. Le interesa indagar en los antecedentes históricos de acontecimientos que saltan a la primera línea informativa.

Eduardo Manzano Moreno es profesor de investigación del CSIC y autor de numerosos libros sobre Al-Andalus, la Edad Media y la memoria histórica. Cree en el poder transformador del conocimiento histórico y en la necesidad de forjar una conciencia que nos convenza de que se pueden cambiar las herencias recibidas.

Juan Ginés de Sepúlveda, recuperación de un humanista

Por: | 28 de junio de 2013

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Monasterio de Yuste, donde Sepúlveda visitó a Carlos V por última vez.

 

Por Santiago Muñoz Machado

La vida y obra de Juan Ginés de Sepúlveda es poco conocida.  Desarrolló su actividad intelectual durante muchos años del siglo XVI. Nació en 1490 y murió en 1573. Tuvo, por tanto, una larga vida para lo que era normal en la época, que le permitió culminar una obra amplísima, comprensiva de muy diversas preocupaciones y registros intelectuales.

La parte más citada se refiere a un famoso debate que se desarrolló en Valladolid en 1550 acerca de los títulos que tenían los reyes castellanos sobre las tierras y gentes de las Indias descubiertas poco más de medio siglo antes. Se desarrolló ante una comisión de teólogos y juristas a quienes el emperador Carlos V encomendó que analizara el asunto y le elevara sus consejos. El oponente de Sepúlveda fue fray Bartolomé de las Casas. Este sí conocidísimo en todo el mundo desde entonces y hasta el presente. Nunca se han dejado de reeditar sus obras y muy especialmente un texto, de intenciones divulgativas, titulado Brevísima historia de la destruición de las Indias, que se editó, por primera vez, en Sevilla en 1552 y fue traducido en seguida a los principales idiomas europeos. 220px-Juan_Ginés_de_Sepúlveda

381890_310754112277887_2129613280_nFrente a Las Casas, ensalzado o vituperado, la historia del debate de 1550 sitúa a Juan Ginés de Sepúlveda. La opinión más generalizada acerca de quién era este personaje es peor que la menos favorable sostenida sobre su oponente. Esquemáticamente se asegura, por sus críticos, que Sepúlveda era un sacerdote oscuro, oficialista, de pensamiento muy conservador y rocoso, que asumió el trabajo de defender los derechos de los reyes de Castilla sobre las Indias, sin tener el menor empacho en justificar el sometimiento de los indios a esclavitud, su utilización como trabajadores forzosos y el empleo de la violencia y la guerra cuando fuera preciso para ocupar aquellas tierras nuevas.

El pensamiento de Sepúlveda trascendió, en efecto, a los siglos posteriores con muy inferior fortuna. Ya en el quinientos Las Casas y sus partidarios se las arreglaron para que no se publicara la obra dedicada al problema americano, el Democrates secundus o Democrates alter. Consiguieron que no se autorizara la edición, lo que determinó que nadie supiera a ciencia cierta qué era lo que verdaderamente había dicho. El eminente humanista Antonio Agustín, amigo de Sepúlveda, publicó en Roma un resumen o Apología del Democrates en 1550. Pero los lascasistas consiguieron que se recogieran los ejemplares que llegaron a España.

El afortunado hallazgo por un paleógrafo de un manuscrito de una de las obras fundamentales de nuestro personaje, la Historiarum rebus regis Caroli V, es decir la crónica del reinado del Emperador, determinó a la Academia de la Historia a la publicación de sus obras completas. La edición es de 1790 y todos los textos se imprimieron en latín, el idioma que siempre utilizó Sepúlveda. Por primera vez quedó a disposición de los interesados el enorme y variadísimo trabajo intelectual del humanista. Pero, considerando que a finales del siglo XVIII pocos eruditos leían en latín, y que la idea que se había establecido sobre la obra sepulvediana era tan poco atractiva, no fueron muchos los que leyeron sus tratados y, por consiguiente, la opinión establecida sobre su pensamiento no cambió.

En ese desierto irrumpió la insaciable curiosidad intelectual de  Marcelino Menéndez Pelayo. Había dado muestras de que había leído en latín la obra de Juan Ginés, que usó mucho, con manifiesta simpatía hacia sus ideas, en la Historia de los heterodoxos. Pero, aunque don Marcelino no expuso sistemáticamente sus propias opiniones sobre la acción española en América (fácilmente deducibles, sin embargo, por quien conozca su obra y pensamiento), hizo un favor complementario a Sepúlveda al propiciar la traducción del Democrates secundus cuya publicación se había prohibido en el siglo XVI.

En el prólogo que hace para la edición castellana, la primera en la historia del Democrates como ya he dicho, dejó bien claro cuál había sido su intención al promoverla. Afirmó que fray Bartolomé de las Casas “tenía más de filántropo que de tolerante”, y que “procuró acallar por todos los medios posibles la voz de Sepúlveda impidiendo la impresión del Democrates alter…”. A base de no leerlo, se habían imputado a su autor muchas ideas y propuestas que nunca había sostenido en verdad, por lo que el prologuista concluía: “Justo es que ahora hable Sepúlveda, y que se defienda con su propia gallarda elocuencia ciceroniana, que el duro e intransigente escolasticismo de su adversario logró amordazar para más de tres siglos”.

Juan Ginés de Sepúlveda había nacido en 1490. Hay pocos rastros que permitan determinar cómo y dónde comenzó su formación. Había nacido en una familia con pocos recursos, de modo que buscó pronto cobijo en las instituciones eclesiásticas para formarse. Se manifestó en seguida su ambición intelectual y buena disposición para el estudio. En 1510 ingresó en la Universidad de Alcalá, recién fundada por el cardenal Cisneros, que había empezado a recibir sus alumnos dos años antes. Permaneció en ella tres años y en sus escritos posteriores recordaría que entre sus profesores más admirados estuvo Sancho Carranza de Miranda, de quien dijo haber recibido clases de “Dialéctica y Física y, posteriormente, de Teología” durante un trienio. Salió de Alcalá para ir a estudiar otros dos años de Teología al colegio de San Antonio de Portaceli en Sigüenza, que había fundado el arcediano Juan López de Medina emulando el modelo de San Clemente de Bolonia. El aprovechamiento del joven estudiante fue lucidísimo en esos años de 1510 a 1515 porque este último ingresó en el colegio de San Clemente de los Españoles de Bolonia, para el que fue propuesto por el cabildo de Toledo y recomendado personalmente por Cisneros, que se refiere al joven estudiante como “dilectus” en la carta que dirige al rector de Bolonia. En el colegio de San Clemente ingresó en 1515 y permaneció hasta 1523. Sus impresiones sobre compañeros y maestros están recogidas en el primero de los escritos que publicó, el Liber gestorum Aegidii Albornotii, es decir la historia del cardenal Gil de Albornoz, fundador del colegio. En las páginas finales de esta biografía, que escribió por encargo de la propia institución siendo colegial, incluyó una Brevis colegii descriptio, sencilla pero entrañable, en la que describe las instalaciones, las costumbres y hábitos, y alude con orgullo a sus compañeros más destacados.

El hecho de que para entonces ya se reconociera el elegante y correcto estilo latino de Juan Ginés determinó que le hicieran el indicado encargo. Pero también destacó su dominio del griego, la familiaridad con los principales filósofos y escritores de la época clásica, sobre todo Aristóteles, entre los griegos, y Cicerón entre los latinos. La identidad de gustos e inclinaciones con los mayores humanistas italianos de los siglos precedentes, de Petrarca a Valla o Poliziano, y la diversidad de sus intereses como intelectual, capaz de opinar con solvencia sobre literatura, teología o filosofía, derecho, epigrafía, astrología, historia y, desde luego, sobre los pensadores y escritores clásicos.

Pocos años después de llegar a Bolonia fue enviado por el colegio a una misión cerca del cardenal Julio de Medici. Ocurrió en 1519 y se trabó a partir de entonces una relación que duraría hasta la muerte del cardenal Medici, elegido años después papa con el nombre de Clemente VII. Este papa fue el mayor mecenas con que contó Juan Ginés en su estancia italiana. Pero tuvo otros protectores. A través de su maestro de filosofía en Bolonia, Pietro Pomponazzi, conoció en la vecina ciudad de Carpi a Alberto Pío, príncipe de dicho pequeño Estado, que lo acogió en su corte y le encargó diversos trabajos. También entabló buenas relaciones con dos cardenales de extraordinario prestigio e influencia, Cayetano, dominico, de quien Sepúlveda dijo que era el teólogo más respetado de su tiempo, y Quiñones, franciscano, discípulo y admirador de Cisneros, que contaba al mismo tiempo con la confianza del Papa y del Emperador Carlos V.

Fue el cardenal Francisco de Quiñones quien pidió a Sepúlveda que le acompañara, con otros dignatarios españoles residentes en Italia (entre ellos, Garcilaso de la Vega, a quien conoció entonces Sepúlveda) a recibir al Emperador, que desembarcó en Génova en 1529 camino de su coronación en Bolonia por el Papa, que tendría lugar en febrero de 1530. En aquel encuentro fue presentado al Emperador por primera vez; sin duda tendría Carlos idea de ese joven filósofo que aquel mismo año de 1529 se había atrevido a escribir una exhortación dirigida al monarca animándole o exigiéndole que emprendiera inmediatamente la guerra contra los turcos. Esa oportunidad del encuentro la aprovechó Sepúlveda para entregar al Emperador dedicada su traducción de la Meteorología de Aristóteles. El personaje llamó la atención de Carlos. Volvieron a verse otra vez en 1533. PeticionImagenCA5FEBD1

 

La relación se siguió estrechando hasta que, en 1536, el Emperador nombró a Sepúlveda cronista oficial con el encargo de que escribiera los acontecimientos de su reinado. Esta designación determinó que Juan Ginés viajara con el monarca (no mucho, en verdad) y, sobre todo, que se estableciera en la corte para poder recibir noticias y analizar la documentación necesaria para desarrollar su labor. Había designado Carlos V otros cronistas y, después de Sepúlveda, haría otros nombramientos, pero el único que acabó la crónica del Emperador fue Sepúlveda, que además la escribió en latín.

También encargaría Carlos a Juan Ginés la educación de su hijo, Felipe II, junto con otros clérigos y humanistas; y el propio príncipe, al llegar al trono, prorrogó el nombramiento de cronista y le encargó que escribiera la historia de su reinado.

Estos breves datos biográficos son suficientes para poder concluir que Sepúlveda fue, durante toda su vida y desde muy joven, un personaje muy reconocido y considerado que tuvo la confianza de cardenales, príncipes, nobles, papas y reyes.

En cuanto a su obra, además de las traducciones de la mayor parte de los tratados de Aristóteles del griego al latín y los comentarios a los mismos, que fue la tarea que, según confesión propia, más gustosamente desarrolló en su vida, la variedad de los registros intelectuales de Juan Ginés de Sepúlveda se puede valorar considerando que escribió sobre las siguientes materias:

a) ética y filosofía: el primero de sus tratados, compuesto en plena juventud, aborda la grave cuestión de si es compatible con la moral cristiana el deseo de gloria; a este tema, principalísimo entre los humanistas cristianos de primeros del XVI porque implicaba el problema de la ética de la guerra, dedicó su Dialogus de appetenda gloria qui inscribitur Gonsalus, escrito en 1522. También se refiere a la cuestión la Cohortatio ad Carolum V ut bellum suspiciat in turcas, de 1529, y su primer Democrates publicado en 1535.

b) Teología: el primero de sus tratados lo publicó para contradecir las tesis de Lutero sobre la
predestinación (De fatto et libero arbitrio adversus Luterum, de 1526), y el segundo corrigiendo nada menos que a Erasmo (Antapología en defensa de Alberto Pío contra Erasmo).

c) Tratados sobre cuestiones jurídicas, como su De ritu nuptiarum et dispensatione, escrito en 1531 en defensa de la validez del matrimonio de Enrique VIII y Catalina de Aragón; el Teófilo, sobre la prestación de testimonio en el caso de delitos ocultos, que terminó en 1537; Democrates secundus sobre los justos títulos de la conquista española de América.

d) Libros de historia, entre los que están sus composiciones más extensas: publicó muy joven la historia del cardenal Gil de Albornoz, ya citada, y luego dedicó muchos años de su vida a escribir las crónicas de Carlos V y Felipe II. También escribió De orbe novo, centrado casi exclusivamente en la conquista de México.

e) A la teoría del Estado, en fin, dedicó la última de sus obras, De regno et regis officio, publicada en 1571; fue la última, dos años después murió.

A estas obras principales y las traducciones hay que sumar una gran cantidad de escritos menores en los que trató de los fenómenos naturales, meteorología, astronomía, epigrafía, geografía, comportamiento de los animales, agricultura, etc.

Este breve recordatorio bibliográfico pone de manifiesto un par de circunstancias que han sido objeto de desconsideración permanente: la primera, que Sepúlveda fue un sabio, un humanista eruditísimo, intelectual muy solvente en muchos temas, y polemista siempre dispuesto a participar en los grandes debates de la Europa de su tiempo. Y la segunda, que olvidarse de toda esa obra inmensa y presentar a Juan Ginés de Sepúlveda como un oscuro clérigo cuya única actividad relevante fue oponerse a Las Casas en el debate de Valladolid de 1550, resulta completamente inadmisible.

Santiago Muñoz Machado, jurista y académico de la Lengua, es autor de Sepúlveda, cronista del Emperador, publicado en 2012 por Edhasa. La biografía también se incluye en las Obras completas de Sepúlveda, elaboradas gracias al trabajo de un nutrido equipo de filólogos e historiadores y publicadas por el Ayuntamiento de Pozoblanco. 

Archivos del terror, derecho a la verdad

Por: | 20 de junio de 2013

 

Archivo de la Stasi
Archivo con documentos de la Stasi. / AP


El estudio y utilización de la documentación producida y administrada por los regímenes totalitarios resulta fundamental en las etapas transicionales, y también en las posteriores, de los emergentes estados democráticos. Los denominados archivos de represión, en ocasiones también llamados archivos del terror, se manifiestan esenciales a la hora de recuperar la memoria, y ejercer los derechos fundamentales de muchas víctimas que padecieron violación de derechos humanos. Entendemos el derecho a la verdad como un bien necesario y un derecho fundamental en las sociedades democráticas. Son archivos que fueron creados para la información de los propios estados dictatoriales resultando fundamentales para el ejercicio de la represión. Originados por los organismos encargados de la seguridad del estado, dan como resultado una serie de archivos judiciales, militares, político sociales, etc. que son puestos a disposición de los ciudadanos una vez superadas las dictaduras y que paradójicamente invierten su sentido. Fueron creados para la represión y son utilizados en la reparación a las víctimas.

En los regímenes represivos los servicios de seguridad, de información, de documentación de un estado, contienen la información esencial para reconstruir hechos e itinerarios que, demuestran violación de los derechos humanos, crímenes contra la humanidad, o cualquier otro tipo de hecho punible en una sociedad democrática. Los propios actores represivos son conscientes de la importancia de estos archivos, por lo que pretenden en numerosas ocasiones, cuando es posible predecir la caída del régimen, hacer desaparecer estas pruebas documentales.  La complejidad en la localización física de estos documentos, así como el análisis de su contenido, no siempre fácil,  no debe hacer desfallecer los esfuerzos de las nuevas administraciones por recuperarlos.

El hecho de no encontrarse no quiere decir que no existan, es cierto que en algunos casos se destruyen, como ocurrió con los archivos del Ministerio para la Seguridad del Estado de la antigua República Democrática Alemana (RDA), la conocida Stasi, cuyos locales fueron ocupados inmediatamente después de la desaparición de la república comunista. Con la caída del muro, había comenzado una destrucción masiva de todo el corpus documental informativo destinado al control y la represión de miles de ciudadanos. Cientos de documentos fueron cortados por máquinas destructoras en tiras de papel hasta que se produjo la ocupación de la sede de la Stasi en Berlín por la ciudadanía, que impidió que se siguiera destruyendo esos archivos.

En la actualidad Alemania continúa con la reconstrucción documental, gracias a una aplicación informática creada al efecto, contabilizándose hoy en día en unos 130 kilómetros la documentación accesible a los ciudadanos, a la que habría que añadir miles de fotografías, películas, registros sonoros y millones de fichas.

 

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Concentración contra los desaparecidos durante la dictadura de Stroessner en Paraguay. / REUTERS

En Paraguay, en 1991 gracias a la denuncia de Martín Almada, se localizaron en la habitación de una casa los llamados “archivos del terror”. El archivo de la policía que demuestra la represión ejercida sobre el pueblo de Paraguay por la dictadura de Alfredo Stroessner durante los 35 años que duró su régimen y también la conexión entre las dictaduras del Cono Sur en la llamada Operación Cóndor.

Si la importancia de los archivos tradicionales, de ese acervo documental que se reúne, produce y conserva a lo largo del tiempo, resulta fundamental para la garantía de derechos y sirve de fuente para la historia, sin duda la conservación y preservación de este otro tipo de archivo, el de la represión, viene siendo esencial como material que da soporte a las denuncias de violación de los derechos humanos, aportando además el testimonio histórico y el esclarecimiento de los hechos ocurridos durante la represión. Sirven para la reparación, la depuración y la investigación.

Desde esos archivos se emiten los certificados necesarios para la tramitación ante las administraciones de diferentes tipos de reparaciones -bien sean económicas, de carácter personal, social, jurídicas, etc.-, documentos necesarios para las víctimas que tramitan las diferentes ayudas o reparaciones recogidas en las múltiples normas reparadoras que se publican en países democráticos, generalmente al concluir los períodos dictatoriales y/o totalitarios, en el momento inmediato posterior al fin de la dictadura o algo más alejado en el tiempo.

Es cierto que cada sociedad, mantiene su propia personalidad y manera a la hora de enfrentarse con el pasado traumático. Dentro de cada país también, los distintos grupos políticos acogen de diferente forma este enfrentamiento. El pasado inmediato, o incluso aquel algo más alejado en el tiempo, que cuente con la existencia de hechos traumáticos, sigue presente en la sociedad si no se repara a las víctimas o a sus descendientes. La utilización de los archivos como fuente documental para la búsqueda de la verdad en un contexto judicial  o extrajudicial servirá para que las estructuras democráticas crezcan amparadas en los Derechos Humanos: la realidad aunque sea dolorosa ha de conocerse, forma parte de la identidad colectiva. El derecho a la verdad, a conocer, es un derecho fundamental en sociedades democráticas, por tanto deben vigilar y garantizar la conservación y el acceso a los mismos.

En prácticamente todos los países que han pasaIMG_3895do de regímenes totalitarios o dictatoriales a otros de carácter democrático ha existido un ordenamiento jurídico reparador para las víctimas y represaliados de estos regímenes. 

Un país democrático prestará los recursos necesarios para la recuperación de archivos dispersos y desconocidos, tanto en organismos públicos, como en asociaciones y archivos privados, de personas físicas y jurídicas. De la misma manera que es fundamental la desclasificación de documentos, que sirvan para preservar los derechos fundamentales.

Los archivos de represión son esenciales en los trabajos que desarrollan las comisiones de la verdad, las víctimas de la represión, los familiares de las víctimas y los historiadores. A su vez, los archivos que crean muchas de estas comisiones de verdad, en ocasiones exclusivamente a partir de los testimonios de las víctimas directas o de sus familiares, constituyen  una fuente imprescindible para muchos países dónde por desgracia no se han preservado o encontrado los archivos testimonio de la represión. Caso de Argentina, donde apenas han sido localizados o entregados, siendo uno de ellos el de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincial de Buenos Aires (DIPBA). Un país, Argentina, que va descubriendo en los propios juicios que se siguen contra los represores, y a través de los datos aportados por los fiscales, que existen registros documentales de todos los secuestrados, así como de las declaraciones bajo tortura.

La identidad de los pueblos se conforma en buena medida por su memoria. Una falsa identidad, aunque se vista de pulcritud, solo lleva a una estructura débil y senil, sin esperanza de futuro y amenazada  por su propia fragilidad, como si de un castillo de naipes se tratara.

Junto a estos archivos de represión, ven la luz otro tipo de archivos. Son los producidos por las víctimas, testigos transcendentales también en la construcción de nuestra identidad. Por ello  debemos celebrar, la reciente aparición de nuevos centros, como el Archivo Imre Kertész, creado por la Academia de las Artes de Berlín, con los manuscritos del Premio Nobel. Sin duda su obra, legado de una vida relacionada profundamente con el Holocausto y su paso por los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald, nos enseñará a pensar el último siglo y a decidir cómo queremos que sea este. 

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Un lugar de tortura convertido en lugar de memoria en Chile. / MARÍA JOSÉ TURRIÓN

Se venden mechones de Wellington

Por: | 13 de junio de 2013

 

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Arthur Wellesley, pintado por Goya en 1812.


Hundir el honor francés fue el sueño de todo patriota inglés durante años. Y el que rozó el cielo en la tierra por ello fue un irlandés (anglo-irlandés, escriben los ingleses) llamado Arthur Wellesley, que trituró el del francés bajito con el orgullo más grande. Ganarle a Napoleón le convirtió en semidiós. Para los ingleses hay dos con derecho a dormir en el panteón de la catedral de St. Paul: el duque que se cargó a los franceses y el lord que machacó a los españoles. Waterloo y Trafalgar. Wellington y Nelson.

Ignoramos cómo se desarrolló el funeral de estado de lord Nelson (1758-1805), pero la ceremonia oficial que despidió al primer duque de Wellington (1769-1852) desató episodios de astucia, histeria, codicia e hilaridad, que retrató como nadie el mejor cronista del mundo victoriano: Charles Dickens (1812-1870). El escritor tenía apenas dos años cuando Arthur Wellesley regresó a casa convertido en un héroe tras haber dirigido a los ejércitos aliados enfrentados a Napoleón por la ocupación de España. Tras semejante campaña, recibió el título de duque de Wellington. 

Con el tiempo sería embajador en Francia y dos veces primer ministro británico. Antes que Margaret Thatcher, él fue conocido como el Duque de Hierro por su fe en el autoritarismo, gozase o no de apoyo político. Probablemente estaba en su esencia. Muchos británicos se regocijan aún hoy con la respuesta que dio al intento de chantaje de Harriette Wilson, una de sus múltiples amantes. En una primorosa carta, Wilson le pedía dinero a cambio de no publicar las cartas de amor del duque. Su respuesta fue hierro puro: "Publish and be damned" ("Publica y vete al infierno"). Pero sin duda lo más esencial para la gloria británica fue lo que ocurrió en junio de 1815, cuando Wellington venció en Waterloo a Bonaparte.

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La batalla de Waterloo, de R. Reeve.

El duque murió el 14 de septiembre de 1852. Dickens asistió con irritación a los fastos fúnebres por sus excesos. En Comerciando con la muerte, el escritor critica que la ceremonia elegida: "Es una cosa sin espontaneidad, trasnochada; un truco teatral montado a ojos vistas; que ahuyenta la temerosa solemnidad de la muerte y que anima a estos desvergonzados comerciantes a realizar sus tratos sobre la tapa misma del féretro de la grandeza ida". El artículo se incluye entre los textos escritos por el novelista a partir de las caminatas por Londres con las que trataba de combatir su insomnio y que figuran en el libro Paseos nocturnos.

La oferta mercantil fue similar a la de las bodas reales. Había bizcochos de limón a un chelín para calmar el duelo nacional, vino y pasteles para el funeral y una vasta oferta inmobiliaria para asistir en primera línea al paso del grandioso cortejo. "El funeral del duque. Vistas de primera clase para 15 personas, y también camas limpias y un cuarto de estar, a precios razonables", se anuncia un propietario en The Times.

Se publicaron decenas de textos similares. Dickens reproduce algunos "en los que se entremezclan las descripciones de vistas que todavía no existen con invitaciones a algunos caballeros simpáticos, que se necesitan para completar una reunión de almas afines, que tienen preparados en abundancia 'refrigerios, vinos, licores, provisiones, frutas, servicio de mesa, cristalería y porcelanas".

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Charles Dickens.

El deceso avivó también el tráfico de autógrafos de Wellington. En especial el íntimo, terreno muy cultivado en vida por el difunto. "Carta autógrafa a una dama, con el sello y el sobre. Del estilo más característico de duque. Se vende al que mayor precio ofrezca". De la fiebre del oro no se libraron ni los profesionales del espíritu: "Un sacerdote tiene en su poder dos cartas, con sus sobres, que le dirigió el difunto duque, las que constituyen un testimonio del alcance de la caridad privada de su excelencia. Las vendería, juntas o separadas, al precio más alto que le sea ofrecido".

Por último, añade Dickens, "llegan las reliquias, los recuerdos preciosos que se llevaron junto al afligido corazón y que los anunciantes no se dejarán arrebatar jamás, a menos que haya de por medio dinero contante". Un viuda ofrece un mechón "cortado en la mañana en que fue coronada la reina". El hijo del peluquero del duque pone a la venta todo el cabello que su padre cortó durante su relación profesional al héroe de la patria. Alguien más vende un chaleco, pero el artículo que el autor de Grandes esperanzas destaca es el anuncio de una oda de Alessandro Manzoni a la muerte de Napoleón: "Se trata de un libro que fue rasgado y tirado por el duque desde el coche en que cruzaba por Kent. Los trozos del libro fueron recogidos por una persona que vio cómo el duque rasgaba el libro y lo tiraba".

 Paseos nocturnos, de Charles Dickens, pertenece a la colección Great Ideas publicada por Taurus.

La vigencia del anarquismo

Por: | 06 de junio de 2013

Por Julián Casanova

Campesina de San Petersburgo. Bernardo Pérez
Campesina de San Petersburgo / Bernardo Pérez

En 1976 James C. Scott, actualmente profesor de Sociología y Antropología en la Universidad de Yale, publicó The Moral Economy of the Peasant. Rebellion and Subsistance in South East Asia.  En esa obra Scott anticipó un enfoque que explicaba la interacción entre la comunidad local y el mundo exterior vista desde la óptica de los campesinos. Nueve años después, el mismo Scott pulía y ampliaba ese modelo interpretativo en Weapons of the Weak. Everyday Forms of Peasant Resistance. Scott tenía razón: las ocasiones en que los campesinos se rebelaban y enfrentaban al estado y a las elites agrarias eran raras y extraordinarias y, sin embargo, la mayoría de los estudios sobre la protesta campesina estaban únicamente interesados en rebeliones y revoluciones. Mejor sería, para no seguir dando vueltas al mismo asunto, introducirse en ese terreno inexplorado, a caballo entre la pasividad y el desafío colectivo abierto, de las formas "corrientes" de la resistencia campesina.

El enfoque y las investigaciones de Scott resultaron tremendamente útiles. Una etapa parecía quedar atrás: la de la búsqueda insistente -"y en vano"- de conflictos y acciones organizadas en el mundo campesino, adaptando crudamente un modelo que ya resultaba incluso estéril para el análisis de las clases trabajadoras urbanas. Nuevos horizontes se abrían: bajo el término "everyday resistance" se recogían todas las "armas" que exhibían comúnmente los grupos subordinados y sin poder, desde el sabotaje e incendio de cosechas, a las roturaciones ilegales, pasando por el robo y el furtivismo. Dos maneras de ver la protesta, en suma: la que arrojaba su mirada a los raros momentos en que los campesinos se oponían abierta y violentamente al estado y a las elites agrarias; y la que prefería centrarse en esas otras formas de resistencia que, aunque menos llamativas y dramáticas, resultaban imprescindibles para comprender lo que los campesinos habían hecho históricamente para defender sus intereses frente al orden, fuera ese conservador, progresista o revolucionario.

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Segadores irlandeses en 1940 / Getty

Las formas de resistencia contempladas por Scott, constantes y persistentes, constituyen, en definitiva, los medios normales por los cuales los campesinos se han opuesto históricamente a las demandas sobre sus excedentes. Han merecido escasa atención por parte de los historiadores, pero en absoluto resultan inofensivas: esa resistencia "rutinaria" puede, "acumulativamente", tener un apreciable impacto sobre las relaciones de clase y autoridad en el mundo rural.

Concebida así la resistencia, no hay por qué darle más importancia a la organizada y revolucionaria que a la individual y a la que parece mostrar, al no tener consecuencias revolucionarias, signos de acomodación con el sistema de dominio. En realidad, dirá Scott, la actividad política organizada y abierta es un "lujo" que históricamente pocas veces estuvo al alcance de las clases subordinadas. Tales actividades resultaban peligrosas, "cuando no suicidas". La mayoría de las clases subordinadas están mucho menos interesadas en cambiar las estructuras socioeconómicas y del estado que en sobrevivir dentro de ese sistema evitando su vertiente más opresiva. Y si alguna vez se producen esas transformaciones profundas en forma de revoluciones es porque el campesinado ha sido movilizado por fuerzas externas en el marco de conflictos más amplios -invasiones extranjeras o guerras civiles, por ejemplo- que debilitan y dividen a los poderes existentes y liberan a los campesinos de sus lazos tradicionales con la autoridad.

Con todo ese bagaje de reconocido científico social e investigador de campesinos, conflictos y pueblos marginales, Scott publicó el año pasado Two Cheers for Anarchism: Six Easy Pieces on Autonomy, Dignity and Meaningful Work and Play (Princeton University Press), que acaba de publicar Crítica en castellano, con el título de Elogio del anarquismo. En ese breve ensayo, de título y subtítulo muy significativos, Scott se pone las gafas anarquistas para combatir el valor de las jerarquías en nuestras sociedades capitalistas y democráticas. Algo muy extraño en los tiempos que corren. Pero vale la pena entrar en la defensa que hace del anarquismo, mezclando historia y presente.

Elogio-del-anarquismo_9788498925739Su interés en la crítica anarquista del estado nació “de la desilusión y de las esperanzas frustradas de un cambio revolucionario”. Con el estudio de la historia, cayó en la cuenta “de que casi todas las grandes revoluciones victoriosas habían terminado creando un estado más poderoso que el que habían derrocado, un estado que, a su vez, podía extraerle más recursos, y ejercer un mayor control sobre la población a la que suponía que tenía que servir”. Ésa, en cualquier caso, ya había sido la tesis ampliamente razonada y divulgada por Theda Skocpol en su estudio States and Social Revolutions (1979). Los ejemplos clásicos de Francia, Rusia y China así lo probaban, pero también los más recientes de Vietnam y de las dictaduras establecidas en nombre del “socialismo real”. De las revoluciones salían estados más fuertes y represivos, y los sueños igualitarios se esfumaban, quebrados por el nuevo orden revolucionario.

Scott considera que “si uno se pone las gafas anarquistas y observa desde este ángulo la historia de los movimientos populares, de las revoluciones, de la política cotidiana y del estado, le saldrán a la luz determinadas percepciones que desde cualquier otro ángulo quedan oscurecidas”. Saldrán a la luz, sin duda, como ya anticipó Pierre-Joseph Proudhon, la cooperación sin jerarquía o sin el gobierno del estado, así como la confianza que los anarquistas depositaban en la cooperación espontánea y la reciprocidad. Esas gafas, así lo cree Scott, ofrecen “una imagen más nítida y una profundidad de campo mayor que la mayoría de las alternativas”.

Pero, dada las existencia de diversos anarquismos, algo que José Álvarez Junco expuso entre nosotros ya hace tiempo, Scott le ofrece al lector el tipo particular de  gafas que se tiene que poner para ver todo eso mejor. Así, rechaza la corriente dominante de “cientificismo utópico” tan omnipresente en el pensamiento anarquista a finales del siglo XIX y principios del XX. Y a diferencia de muchos pensadores anarquistas, no cree que el estado “sea siempre y en todas partes el enemigo de la libertad”.

Durruti
Durruti, fotografíado por Agustí Centelles/CDMH

Esto quiere decir que esas gafas no mirarían bien al anarquismo que triunfó en España en el siglo XX, el sindicalismo revolucionario, el único movimiento de masas anarquista que se mantuvo en la Europa de entreguerras, porque se definía claramente como "comunitario", "solidario", que confiaba en las masas populares para llevar a buen puerto la revolución, pero que tenía también como señas de identidad el antipoliticismo, la negación de las luchas electorales y parlamentarias, y la abolición del Estado. Su apuesta estaría más vinculada al otro anarquismo, al “individualista”, más elitista, que despreciaba a las masas y ensalzaba a la individualidades rebeldes.

En realidad, a Scott no le interesa, para probar sus argumentos, la historia de las diferentes manifestaciones que adquirió el movimiento libertario en el mundo durante las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Una historia de sociedades obreras, de clandestinidad, de terrorismo, de individualidades rebeldes y de lucha política, interpretada por los anarquistas como antipolítica. Ni tampoco su labor ideológica-cultural,  la creación de canales de comunicación e información o  la puesta en práctica de toda una red cultural alternativa, proletaria, de base colectiva.

Y le importa mucho, por el contrario, y de ahí la validez y actualidad de sus planteamientos, la crítica anarquista del poder político y sus falacias acerca del desorden y la espontaneidad.  Viendo la historia con esas gafas, las revoluciones no son obra del trabajo de partidos revolucionarios,  “sino el resultado de una acción espontánea e improvisada ("aventurismo", en el léxico marxista)". Y los movimientos sociales organizados son, “el producto y no la causa” de las protestas y manifestaciones descoordinadas. Y para finalizar, “los grandes logros emancipadores de la libertad humana no han sido el resultado de procedimientos institucionales ordenados sino de la acción espontánea desordenada e impredecible que ha abierto una fractura en el orden social desde abajo”. La tropa existe, sin duda, pero lo que importan son los individuos. Ahí arranca y concluye su “elogio del anarquismo”.

Elogio del anarquismo, de James C. Scott, se acaba de publicar en España en la editorial Crítica.

El País

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