Troya no se rinde

Por: | 27 de enero de 2014

 

S3408

Ilustración del alemán Heinrich Schliemann dibujando en las ruinas de Troya. / CORBIS

Si hay un lugar fascinante para la arqueología por el mito que representa es Troya. La guerra que Homero plasmó en La Ilíada, aupado como uno de los grandes clásicos de la literatura universal, sigue dando noticias. Troya no se rinde, se resiste a mostrar los misterios que los investigadores aún no han podido dilucidar. El periodista inglés Michael Wood (1948) intentó sintetizar en el libro En busca de la guerra de Troya las excavaciones practicadas en el montículo de Hisarlik, el lugar que se supone fue el escenario del asedio y destrucción de la ciudad legendaria, en el noroeste de Turquía. Esta obra publicada en 1985 y revisada veinte años después, se ha traducido al español (Crítica). El texto de Wood -autor de superventas y productor de documentales televisivos- es respetado por unos y vilipendiado por otros, es decir, que recoge la división entre los historiadores que dan carta de realidad a parte de La Ilíada y los que ven en el relato pura fantasía.

En busca de la guerra de Troya es más un libro de preguntas que de respuestas, no es una novela histórica pero tampoco un texto de lectura fácil y amena para aficionados. Estos son algunos de los nombres y cuestiones estudiadas por Wood:

Heinrich Schliemann. El millonario alemán (1822-1890) dedicó los últimos veinte años de su vida "a su obsesión, a su sueño infantil", como dice Wood: hallar las ruinas de Troya y demostrar la verdad del relato de Homero. La historia de este personaje está teñida de aventuras, ambición, entusiasmo e imprudencia. De sí mismo dijo: "Mi peor defecto, ser un fanfarrón y un farolero... pero me proporcionó innumerables ventajas". De Schliemann, que bebió del primer gran explorador de Troya, el inglés Frank Calvert, se conservan 175 volúmenes de cuadernos de excavaciones, 20.000 artículos y 60.000 cartas. Wood lo retrata como un aficionado que paradójicamente podría "ser considerado el padre de la arqueología y, a la vez, un narrador de cuentos chinos". Llegó a ser acusado de amañar las pruebas de sus descubrimientos; fue lo contrario al ejemplo de investigador escrupuloso y metódico. Con su ejército de obreros excavó grandes trincheras, extrajo toneladas de tierra y se llevó por delante parte de las murallas que buscaba. Sin embargo, fijó la clave del yacimiento: Hisarlik era una sucesión de estratos -el más antiguo, del 3.000 a.C.-, fruto de una costumbre de la zona, la constante reedificación, y de sus siguientes colonizadores. Uno de esos estratos fue el escenario de lo que se convirtió en el célebre relato.

'La Ilíada' y Homero. Wood recoge "la opinión general" de que esta obra fue compuesta por un poeta que recopiló antiguos relatos orales. El autor señala que Homero ("si es que este existió") vivió "quizá" en el siglo VIII a.C., cuando el relato de Troya ya se contaba en las cortes egeas. Su calidad como bardo le llevó a difundirlo, a su vez, en otros palacios. La tradición siguió hasta que un tirano de la poderosa Atenas del VII a.C., por aquello de construir un relato épico nacional, decidió que los sucesores de Homero pusieran por escrito la gran epopeya, en la que los siempre enfrentados pueblos de la Hélade habían actuado unidos frente al enemigo troyano.

La fecha de la guerra. Wood se basa, entre otros restos, en la cerámica y las cartas escritas en tablillas por los diplomáticos de la época para aventurar que el asedio y destrucción del asentamiento junto al estrecho de los Dardanelos pudo ocurrir en el siglo XIII a. C. (aproximadamente entre 1275 y 1260). Antes de que fuera una ruina calcinada, Wood, tras recopilar todos los hallazgos y excavaciones, se atreve a dibujar cómo pudo ser aquella "ciudad de ovejas, con fábricas rurales, que criaba caballos" y se defendía de los invasores gracias a sus sólidas murallas.

KorfmannDe la principal puerta de entrada a la histórica población "partía una calle adoquinada" que subía hasta el palacio del rey. Bajo este había una veintena de casas en las que vivían los familiares y también los sirvientes del monarca. A la izquierda de la puerta, una enorme torre cuadrada de bloques de piedra caliza que albergaba un altar. A la derecha, una casa alargada para realizar sacrificios de fuego. Finalmente, Wood conjetura que de las casas conservadas se desprende que Troya podía tener en aquella época unos 1.000 habitantes en el interior de las murallas y una extensión de 183 por 137 metros. A estos troyanos se sumarían unos 5.000 en la ciudad inferior y en la llanura.

La guerra se libró en un periodo en el que eran habituales las incursiones de los griegos en Asia Menor para derrocar reyes. Entre estos reinos, Troya tenía una posición dominante, era una ciudad con riquezas, fruto de la navegación marítima y de los derechos aduaneros, y cuya rapiña convertiría además a sus habitantes en esclavos. Wood supone que algún conflicto diplomático provocó que aquel apetecible cruce de caminos se convirtiera en objetivo de los griegos. Y no hay que olvidar que en la era homérica, ser "saqueador de ciudades" era un gran halago para un rey.

Manfred Korfmann. Después de Schliemann, los otros protagonistas de las excavaciones de "la ruina de una ruina" son el también alemán Wilhelm Dörpfeld (1853-1940) y el estadounidense Carl Blegen (1887-1971), que cerró las trincheras en Troya en 1938. Hubo que esperar medio siglo para nuevos descubrimientos, los de Manfred Korfmann (1942-2005), arqueólogo alemán, que pasó sus últimos 17 años revitalizando las excavaciones. Korfmann, el otro nombre germano vinculado a Troya para siempre, acabó de forma muy distinta a Schliemann. Mientras que este no pudo volver a Hisarlik porque los turcos le acusaban de sacar piezas del país sin su permiso y fue un "maltratador de las ruinas", Korfmann logró que la zona fuera declarada parque nacional por el Gobierno de Ankara para una mayor protección y su labor le permitió obtener la nacionalidad turca.

En la foto, Manfred Korfmann en las ruinas troyanas. / AP

Hay 7 Comentarios

Así anda el país, vascongado y no vascongado, un artículo sobre un libro que resume los hallazgos sobre Troya y ni un solo comentario que se acerque mínimamente al tema.

El artículo es interesante, será cuestión de leer el libro pero me da la impresión, por lo leído en la reseña, que no parece aportar nada nuevo al tema. No obstante, si es ameno y esta bien escrito, siempre se agradece un resumen sobre la materia troyana, es posible que hasta consiga volver a poner de actualidad a Troya, al Ilíada y todos sus descendientes, o sea la literatura occidental en su conjunto.

Poco más se me ocurre antes de leer el libro, salvo un pequeño comentario sobre Schliemann, es costumbre entre arqueólogos, historiadores, filólogos y hasta guías de lugares turísticos (por ejemplo, los de la propia Troya) criticar a este personaje por sus destrozos durante la excavación de la ciudad. No puedo negarlo pues están a la vista para todos los que alguna vez pusimos los pies allí, pero me gustaría señalar que seguramente sin Schliemann y su sueño infantil -pues eso es lo que fue su loco empeño, y no sólo porque lo diga el autor del libro sino porque así fue en la realidad- probablemente aún hoy estaríamos dudando de la existencia de Troya. Es verdad que no era arqueólogo, que no tenía ni idea de cómo excavar una ciudad con tantos estratos y que, lo que es peor, no le preocupaba, el sólo quería encontrar la ciudad homérica y su empeño le llevó a cargarse el resto e incluso gran parte de lo que buscaba. Pero no es menos cierto que entonces la arqueología estaba en pañales y que las grandes excavaciones posteriores aprendieron de los errores de Troya, el mismo Schliemann fue mucho más civilizado en sus excavaciones en Grecia. Añadiría además que en Grecia sufragó el mismo sus excavaciones y donó sus hallazgos al estado griego, fue enterrado en Atenas y recibió honores de héroe nacional.

Sobre el destino del perdido Tesoro de Troya y lo que hoy conservamos en Rusia podríamos escribir otra novela, ésta sí sobre el chapucerismo humano.

Marat y Casas viejas, eminencias de la relación entre el tocino y de la velocidad. Por otra parte, interesante artículo.

Bueno, ya Aristóteles y Cervantes teorizaron sobre la historia y la poesía; van de las manitos en la memoria!!!

Las mismas dudas que hay sobre Troya las había sobre el caso de los vascongados en esta tierra de conejos. Las había pero ya no las hay. Desde la época de Estrabón se sospechaba que en los vascongados había algo "raro" tirando a feo. El informe K-26 de un equipo de antropólogos y sociólogos de reconocido prestigio certifican que ese algo "raro" y feo es un gen cobarde en el 78% de los vascongados. Queda pendiente de confirmar si el ex obispo de San Sebastián, un tal Setien, hoy un monaguillo a la intemperie, tiene docena o docena y media de esos puñeteros genes. Todo ello independientemente de la recogida de nueces tan podridas como el porcentaje citado. Y en ese plan. Ninguno.

Informe sobre los crímenes de guerra cometidos contra el pueblo sirio: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2014/01/informe-sobre-los-crimenes-de-guerra.html

Supongo que de aquí debe venir la famosa frase cuando algo va mal "aquí va a arder Troya" http://xurl.es/9ik46

Los comentarios de esta entrada están cerrados.

Historia[S]

Sobre el blog

Dado que el presente se levanta sobre lo que ya pasó, no es mala idea echar un vistazo atrás para entender lo que está pasando. Cicerón lo dijo antes y mejor: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser eternamente niños”.

Sobre los autores

Tereixa ConstenlaCoordinadora: Tereixa Constenla. Periodista de EL PAÍS. Descubrió la Historia en 2008, cuando aterrizó en la sección de Cultura, y comprobó que el pasado era un filón para el presente.

Isabel Burdiel recibió el Premio Nacional de Historia en 2011 por su biografía sobre Isabel II. Es especialista en liberalismo europeo del siglo XIX y catedrática de la Universidad de Valencia. "Para que sirva para algo, la Historia no tiene que quedarse en el círculo de especialistas", sostiene.

Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, defiende, como Eric J. Hobsbawm, que los historiadores son "los 'recordadores' profesionales de lo que los ciudadanos desean olvidar". Es autor de una veintena de libros sobre anarquismo, Guerra Civil y siglo XX.

Manuel Morales es periodista de EL PAÍS y profesor de Periodismo Digital en la Escuela de EL PAÍS/UAM. Para liberarse de tanta actualidad busca refugio en historias del pasado, sobre todo las que han dejado huella en la fotografía.

María José Turrión fue la primera directora del Centro Documental de la Memoria Histórica, creado sobre el esqueleto del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca. Cree firmemente que los archivos contribuyen "a la salvaguarda de los derechos humanos y al desarrollo pleno de las democracias".

Javier Herrero es documentalista de EL PAÍS y licenciado en Historia Moderna y Contemporánea. Le interesa indagar en los antecedentes históricos de acontecimientos que saltan a la primera línea informativa.

Eduardo Manzano Moreno es profesor de investigación del CSIC y autor de numerosos libros sobre Al-Andalus, la Edad Media y la memoria histórica. Cree en el poder transformador del conocimiento histórico y en la necesidad de forjar una conciencia que nos convenza de que se pueden cambiar las herencias recibidas.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal