La historia de nuestra protagonista, Francisca de Pedraza, puede ser similar a la que podría haber vivido cualquier mujer en Castilla o en otro lugar de aquella Europa de finales del siglo XVI y principios del XVII. Se trata de una historia escrita en letras de discriminación y sometimiento, por cuanto el tradicional papel de la mujer era el de un ser secundario y sometido al varón. Así, con escasas excepciones, su rol, dentro de un mundo construido por hombres y para hombres, no era otro que el del matrimonio o el convento. Sin duda alguna, la primera etapa de aquel calvario comenzaba en el seno de la propia familia, en donde las hijas quedaban bajo la tutela del padre, desempeñando un papel siempre al servicio del mismo. Tras esos primeros años, el matrimonio –en muchas ocasiones pactado entre familias- suponía la salida de la adolescente del seno familiar, para pasar a depender de su marido, al cual en innumerables ocasiones conocía el mismo día de la ceremonia nupcial.