Isabel II luce la corona con el Diamante de Babur el día que subió al trono en 1953. / Agencia EPA
LUIS MAZARRASA MOWINCKEL
Koh-i-Nur, Montaña de Luz, Diamante de Babur... La historia conocida del diamante más valioso y famoso del mundo, que hoy brilla en la corona de la reina de Inglaterra, hunde sus raíces en al menos quinientos años atrás, pero su leyenda arranca bastante antes y algunos estudiosos de las obras sánscritas han querido identificarlo con la joya Syamantaka, con una antigüedad de cinco milenios y propiedad del dios del Sol, Surya.
El Koh-i-Nur hace su primera aparición en la historia en el Baburnama, la autobiografía de Babur -fundador de la dinastía mogol en India-, cuando la rani de Gwalior, madre del maharajá muerto por los invasores mogoles en la batalla de Panipat en 1526, se lo entrega a Humayun, el hijo mayor del nuevo emperador.
A los pocos días de la derrota del sultán de Delhi, Ibrahim Lodi, Humayun es el encargado de asumir el mando en la valiosa ciudad de Agra, mientras Babur se aposenta en Delhi. La familia real de la importante fortaleza de Gwalior, al sur del sultanato recién derrocado, se encuentra también en la ciudad que un día vería alzarse el Taj Mahal y, para congraciarse con los vencedores, ahora que el maharajá Vikramaditya Tomar ha muerto junto al sultán, entrega al príncipe mogol su posesión más preciada como botín de guerra: un cristal de incalculable valor al que se bautiza como Diamante de Babur.
Pero el aura de mala suerte que acompañará a lo largo de los siglos a la gema y que lleva aparejada la pérdida del trono a su poseedor no comienza con los avatares de Humayun, que en 1530 heredaría el Imperio Mogol en la India a la muerte de Babur, para perderlo a manos de una nueva dinastía de afganos irredentos, los Suri, y recuperarlo al final de su vida después de múltiples aventuras y sinsabores, sino que nace con su leyenda.
Es bastante probable que este diamante, que en su origen era de 793 quilates, fuera extraído en una de las legendarias minas de Golconda o en la localidad de Kollur, ambas en el actual Estado indio de Andra Pradesh. Algunas fuentes aseguran que los reyes hinduistas de la poderosa dinastía Kakatiya incrustaron el diamante en una de las deidades de un templo de Warangal.
En 1312 Malik Kafur, un antiguo esclavo castrado y amante de Ala-ud-din Khilji, el caudillo turco-afgano que reinó en el norte del Hindustán en los siglos XIII y XIV, arrasó Andra Pradesh en una expedición militar y volvió a Delhi cargado de riquezas, producto del saqueo de palacios y templos como el fabuloso Hoysala de Halebid y el propio de Warangal. A su rey Ala-ud-din, que había perdido la cabeza por su amor ya hacía muchos años, le obsequió con ese cristal enorme y maravilloso. Cuatro años después, en 1316, el propio eunuco, según la leyenda, asesinó a Ala-ud-din Khilji.
Su siguiente poseedor, el soberano Ghiyasuddin Tughlaq, que inauguró una nueva dinastía al frente del Sultanato de Delhi, sólo pudo reinar cuatro años y murió en 1325, quizás al desplomarse un templo de madera bajo el peso de unos elefantes de la corte.
El rastro del diamante parece perderse durante los siglos XIV y XV, hasta que a principios del XVI emerge en posesión del Maharajá de Gwalior que, de nuevo, perdió el reino luchando contra el sultán Ibrahim Lodi. La joya pasó, pues, a ser propiedad de su hijo Vikramaditya, quien tampoco escapó a un destino trágico al morir muy joven, como vasallo de Ibrahim, en combate contra Babur.
A la posesión del Diamante de Babur por parte del segundo emperador mogol de India, Humayun, se ha querido atribuir las desventuras de su vida. Efectivamente, Humayun heredó el trono en 1530, pero diez años después le derrocó el caudillo afgano Sher Shah.
El mogol erró en su exilio durante quince años por los desiertos del Sind y las montañas de Afganistán, al frente de una partida de unos cientos de hombres leales, con lo que pudo salvar del tesoro de Agra, que era muy poco pero que contenía el diamante, una joya “cuyo valor bastaría para dar de comer a toda la humanidad durante dos días y medio”, como afirma su padre en el Baburnama.
Así, Humayun se sirvió del diamante para pagar al Shah de Persia, que le había acogido en el exilio, por la ayuda prestada de miles de soldados que le sirvieron para conquistar gran parte de Afganistán y a la postre recuperar el trono de India, al derrotar a los sucesores de Sher Shah en 1555. Sin embargo, quién sabe si víctima de la maldición del diamante, Humayun moriría un año más tarde en un estúpido accidente, cuando resbaló en la escalera de piedra del Sher Mandal, su biblioteca y observatorio astronómico que hoy puede visitarse en las ruinas de Purana Qila, en Nueva Delhi. Su tumba es el monumento más impresionante de la capital de la India.
Tumba de Humayun. / Luis Mazarrasa
Mientras, el periplo del fatídico diamante lo llevaría de nuevo a su tierra madre, India. Hacia 1547 el Shah Tahsmap de Persia –que, al parecer no había valorado en su justa medida el regalo de Humayun, pese al asombro que causó en el embajador de Golconda- se lo obsequió a Burhan Nizam, soberano del Sultanato de Ahmednagar. ¿O se desprendió el emperador safávida del Diamante de Babur para librarse del maleficio?
Otra vez se pierde la pista de la valiosa piedra, aunque es probable que cayera en poder de los reyes de Golconda en el saqueo de alguna ciudad de Ahmednagar. En 1656 François Bernier, el viajero francés que se instaló en la corte mogol, fue testigo del regalo al emperador Shah Jahan –bisnieto de Humayun- por parte de Mir Jumla, primer ministro de Golconda, de “un diamante unánimemente aclamado por su tamaño y belleza sin par”, como lo describió en su Viaje al Gran Mogol, Indostán y Cachemira.
Otros seguidores de la pista del diamante creen que retornó a India mucho antes, en tiempos del hijo y sucesor de Humayun, Akbar. El más grande de los emperadores mogoles nunca lo extrajo de su cofre y a ello atribuyeron los supersticiosos la expansión y prosperidad de su imperio. Una regla que no cumplió su nieto Shah Jahan, el artífice del Taj Mahal, que lo engarzó en su Trono del Pavo Real del que disfrutó hasta que fue depuesto y encarcelado por su vástago, el malvado Aurangzeb.
En 1739 el emperador persa Nadir Shah saqueó Delhi y se llevó el trono con el cristal incluido sobre el que reinaba el mogol Muhammad Shah. El diamante fue rebautizado con su actual nombre persa de Koh-i-Nur, Montaña de Luz, pero la fatalidad o la maldición de la joya una vez más golpeó a su poseedor, que fue asesinado ocho años después.
Durante las revueltas que se sucedieron a su muerte, un militar de Herat, Ahmad Durrani, desgajó el actual territorio de Afganistán del Imperio Persa y se proclamó rey del nuevo Estado. También aprovechó para arramblar con la Montaña de Luz.
Un siglo más tarde, en 1830, el último soberano Durrani, Shujah Shah, escapó a Lahore con el Koh-i-Nur, donde le fue arrebatado por Rajit Singh, el fundador del Reino Sij del Punjab. Con la derrota de los sijs frente a los británicos en 1849, éstos confiscaron el diamante y se destinó como botín de guerra para la reina de Inglaterra. El vapor que lo transportó a Europa sufrió una epidemia de cólera, hubo de abandonar el puerto de la isla Mauricio ante la amenaza de los cañones del gobernador, aterrorizado por la plaga en el barco, y estuvo a punto de naufragar cuando le sorprendió una tormenta que lo zarandeó durante doce horas.
Hoy, de reducido tamaño después de varios cortes en su azarosa historia (solo pesa 105 quilates), puede verse en la Cámara del Tesoro Real de la Torre de Londres, engarzado en la corona de la Reina.
Luis Mazarrasa es autor de Viajero al curry (Editorial Amargord).
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