Por Angel Pascual-Ramsay, director of Global Risks en ESADEgeo y Non-Resident Senior Fellow en la Brookings Institution
Mucho se habla, con razón, del imperativo de la internacionalización para la empresa española. Su éxito acostumbra a fiarse a una sola variable: la mejora de competitividad vía reducción de costes laborales e incremento de la productividad. Se habla también, aunque menos, de otros factores importantes, como la necesidad de apoyo institucional a las medianas empresas o la capacidad de generar ventajas competitivas vía diferenciación y calidad. Sin embargo, se ignora casi de manera sistemática una variable cada vez más importante: la necesidad de saber entender y adaptarse a un contexto internacional político y geopolítico cada vez más complejo.
Durante los últimos cincuenta años, las empresas occidentales han podido operar en un entorno de relativa estabilidad geopolítica. Las instituciones y reglas de comercio habían sido creadas bajo el auspicio de los vencedores de la guerra e incorporaban el ADN y los intereses de las potencias occidentales. Más allá de contados sectores estratégicos como el de la defensa, la mayoría de empresas sabían que al salir se encontrarían con mercados donde les era factible operar. Esta contexto favorable permitió a las empresas asumir que los factores geopolíticos eran relativamente estables y por lo tanto no había necesidad de evaluarlos en el diseño de sus estrategias de negociio.
Sin embargo, el siglo XXI, al albor de la eclosión de las economías emergentes, ha traído consigo un entorno geopolítico cada vez más fluido. La interacción de las dinámicas macroeconómicas globales con este nuevo complejo contexto geopolítico condicionan seriamente el entorno en el que las empresas internacionalizadas deben operar. Fenómenos como la crisis del Euro, la revolución energética asociada al fracking y la reducción de costes que ofrece a las empresas norteamericanas, la crisis financiera global y la nueva regulación que va a generar, o el papel de los fondos soberanos como posibles agentes de la política exterior de un país, en la dinámica de lo que Edward Luttwak ha denominado Geo-economía (‘la lógica de la guerra con la gramática del comercio’), han hecho despertar a los líderes empresariales a la realidad de que la política internacional importa.
Es pues esencial para las empresas entender el efecto que los riesgos políticos y geopolíticos tienen sobre las industrias y los mercados extranjeros en los que las empresas operan. No es suficiente ya tener una compresión general del contexto político, sino que se necesita capacidad de anticipar y gestionar los riesgos políticos, que pueden tener un impacto de primera magnitud en la cuenta de resultados. Y no sirven los meros análisis ad-hoc de estas dinámicas, sino que debe incorporarse al núcleo del proceso de toma de decisiones de las empresas y sus estrategias. Todo ello genera también una oportunidad y puede ser una importante fuente de ventaja competitiva: en tiempos en los que la internacionalización es crucial, una capacidad de esta naturaleza permite a las empresas entender mejor países en los que operan o quieren entrar, interpretar el cada vez más volátil escenario global, mitigar riesgos y generar oportunidades de negocio. Incorporar estos elementos contextuales al análisis del negocio es, hoy en día, en definitiva, la diferencia entre mera táctica y auténtica estrategia.
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