Por Josep M. Lozano, profesor del dpto de Ciencias Sociales de ESADE
Como no sabemos exactamente hacia donde transita nuestra sociedad, tampoco sabemos cómo denominarla. O, al revés, la denominamos de diverses maneras en función de la clave que adoptamos para intentar comprenderla. Hoy quisiera detenerme en dos de estas denominacions: sociedad de la información (o del conocimiento, que a veces se utilizan lamentablemente como sinónimos) y sociedad del riesgo. Y lo que quiero plantear es que estas denominacions, hoy por hoy, no son alternatives sino complementarias. Porque la sociedad de la información es a la vez una sociedad del riesgo. Y lo es no como una especie de subproducto lamentable, resultado de maldad y/o de la chapucería humanas, sino como algo intrínsecamente asociado al desarrollo de la sociedad de la información. Porque ya no hablamos de simples amenazas sociales o naturales que escapan al control humano (como podría ser el caso de las sociedades premodernas). Hablamos de riesgos que son consecuencia de decisiones humanas, cuyo impacto tiene un creciente carácter global y se percibe como indiscriminado; como se ha dicho gráficamente, la riqueza es jerárquica, pero la polución es democrática. Claro que hay maldad y chapucería humanas, y a veces en grado superlativo. Pero la característica común a la sociedad de la información y la sociedad del riesgo es la interdependencia. De ahí también el éxito de la denominación sociedad-red que, de hecho, se superpone a las anteriores
Olvidémonos por un momento de un subproducto de lo anterior, como son las nuevas formas de terrorismo y de delincuencia. Vayamos a lo que no es deliberadamente perverso... esperemos. Que la productividad esté cada vez más asociada a la gestión de la información no tan sólo abre la puerta a nuevas oportunidades, sino también a nuevas perversidades, en la medida que comporta decisiones cuyas consecuencias positivas aparecen a menudo como indisociables de las negativas. Y no tan sólo porque dichas consecuencias se soslayen o no se tomen en consideración, como suele ser habitual, sino también porque a veces no son claramente previsibles ni pensables en el momento de tomar decisiones. En este sentido, cabe añadir que lo que caracteriza a la sociedad del riesgo no es la mera existència del riesgo, sino la incapacidad organizativa, institucional y social para afrontarlo. La sociedad del riesgo nos plantea de manera acuciante la cuestión de la gobernanza, que va mucho más allá del debate sobre qué hacen los gobiernos (aunque, evidentemente, lo incluye). Lo que hemos vivido con el sistema financiero (y lo que te rondaré, según parece) lo muestra con claridad: no en balde hablamos de riesgo sistémico... mientras lo seguimos manejando y pensando con parámetros convencionales.
Porque lo que a veces olvidamos es que la sociedad de la información y la sociedad del riesgo son también sociedades de organizaciones. Las organizaciones los son actores primordiales en la gestión de la información y en la generación de riesgos. En este contexto, sería una mala opción convertir la conciencia del riesgo en una gestión del miedo y mediante el miedo. Lo que necesitamos es también activar una comprensión de la responsabilidad y de la lucidez adecuada a nuestras organizaciones. En una sociedad-red, las organizaciones han de interiorizar que la responsabilidad que necesitamos asumir es una responsabilidad compartida (una responsabilidad que se piense también a sí misma en red); no una responsabilidad que se contente con decir “señorita yo no he sido”, aunque quien lo diga lo haga vestido de Armani y exhibiendo tablas y graficos. Hoy una ética de la responsabilidad sólo puede ser una ética de la co-responsabilidad institucionalizada.
Todavía pensamos la responsabilidad desde el esquema causa-efecto. Y hacemos propuestas y creamos mecanismos de resolución de conflictos y de deliberación desde esta clave. Necesitamos concebir la responsabilidad desde la interdependencia, en la que ya no es suficiente dilucidar si puede atribuírsenos de manera clara y distinta determinades consecuencias, sino en la que se incluye la contribución a la gobernanza del sistema. Quien toma decisiones atendiendo solo a las consecuencias directas y no piensa en la gobernanza del sistema es un peligro público, para todos. La responsabilidad vive en los límites de la relación causa-efecto; la co-responsabilidad tiene como referencia la gestión de las interdependencias y su gobernanza. Toda nuestra manera de pensar a las organizaciones y de valorar su actuación se ha construído a partir de la primera. La pregunta es si nuestras organizaciones, nuestras mentalidades o –simplemente- la especie humana seran capaces de esta mutación. Porque desarrollar e institucionalitzar una co-responsabilidad adecuada a la interdependencia es también una cuestión de supervivencia.
Y, ya puestos, vale la pena pensar si la RSE tiene recursos para asumir este registro de la R.
Publicado en el blog Persona, Empresa y Sociedad de Josep M. Lozano
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