Preguntas cuya respuesta debe plantearse a partir del contexto en que su proclamación tiene lugar. Un contexto, una época que tuve ocasión de vivir en la región, como diplomático destinado en Yakarta y acreditado en Indonesia y en Singapur en la primera mitad de los noventa. De la que recuerdo, junto a ese desencuadre cotidiano de contemplar en el periódico el mapamundi con el Pacífico – y no el Atlántico – en el centro – España y Europa en el extremo, a veces sin caber -, esa efervescencia palpable en el día a día de la región en la época en que se proclamaron los valores asiáticos; ese crecimiento que se palpaba no sólo en las tasas de crecimiento de casi dos dígitos en las estadísticas, sino también físicamente, en ese rascacielos nuevo, que no estaba en esa avenida cuando pasamos hace quince días. Efervescencia en una coyuntura histórica en que, en el deshielo de la Guerra Fría, se plantea, a partir de la de Río de Janeiro sobre desarrollo sostenible en 1992, la celebración de sucesivas cumbres mundiales de Naciones Unidas - desarrollo sostenible (Río, 1992), derechos humanos (Viena, 1993), población (Cairo, 1994), mujer (Beijing, 1995), desarrollo económico y social (Copenhague, 1996) - que pretenden, hasta su culminación en la Cumbre del Milenio, construir los grandes consensos globales sobre las cuestiones que afectan a la viabilidad global del planeta. Perspectiva en la que la proclamación de dichos valores adquirirá particular relevancia política – al proclamar los valores asiáticos los de la sociedad sobre los del individuo –, como pudo comprobarse en los debates previos y en las negociaciones de la Cumbre Mundial de Derechos Humanos celebrada en Viena en 1993, su declaración prueba sin embargo de la posibilidad de consenso sobre éstos desde visiones distintas.
Tuve ocasión una década después de participar como ponente en un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Barcelona que se planteaba precisamente responder a esas preguntas, y analizar las consecuencias de la afirmación de los “valores asiáticos” en la conformación y funcionamiento del sistema internacional, en Asia y globalmente. Dichas ponencias y aportaciones quedaron recogidas en un libro colectivo editado por Séan Golden y publicado por CIDOB bajo el título Multilateralismo versus unilateralismo en Asia: el peso internacional de los “valores asiáticos” (2004), referente en la bibliografía en español sobre esta temática, de necesaria consideración al intentar responderlas.
Así, los “valores asiáticos” responderían a una cultura comunitaria basada en el consenso, la seniority, lo indirecto, la supremacía de la comunidad sobre el individuo y las redes de solidaridad como bases sobre las que construir el régimen político y la justicia social. Los define Golden como un conjunto de valores compartidos por diferentes nacionalidades y etnias de Asia oriental; en que la comunidad prevalece sobre el individuo, y el orden y la armonía sobre la libertad particular; y se rechaza la separación de la religión de otros aspectos de la vida. Su vigencia caracterizaría a dichas sociedades por el énfasis especial en el ahorro y la moderación en los gastos, la insistencia en la necesidad de trabajar bien, el respeto hacia el liderazgo político, una relación no adversaria entre el gobierno y el sector empresarial y el énfasis en la lealtad hacia la familia; y daría lugar a la insistencia en interpretar el éxito económico de estos países en relación con estos valores, y no de acuerdo con modelos supuestamente neutrales ni por la adopción de valores occidentales.
Desde su perspectiva, el desarrollo de sistemas políticos en las sociedades asiáticas debe hacerse de acuerdo con estos valores específicos de las culturas asiáticas, que no son susceptibles a la reforma o a la crítica basada en principios liberal-demócraticos desarrollados en las sociedades occidentales; y se afirma el convencimiento de la existencia de una gran transformación que está en marcha, y que invoca el ascenso de “Oriente” y el ocaso de “Occidente”, así como la inquietud hacia ciertos “valores occidentales”, relacionados con un excesivo énfasis en el individuo a costa de la comunidad, una falta de disciplina social y un exceso de tolerancia en la excentricidad y la anormalidad en el comportamiento social (que implica que “Occidente” podría aprender de los “valores asiáticos”)
¿Realidad o discurso?. Bien es cierto, como señala Amartya Sen en Desarrollo y libertad (2000) y en Identity and Violence. The illusion of destiny (2006), que en la tradición asiática podemos encontrar, en ciertas lecturas y autores, tradiciones que justifiquen una versión autoritaria de los “valores asiáticos”, como igualmente podemos encontrar y se han encontrado históricamente bases conceptuales para el autoritarismo en el pensamiento occidental; pero también autores y antecedentes defensores de la universalidad los derechos humanos, de la libertad y de la tolerancia. Que si una cierta lectura de Confucio puede presentarse como base de dicha formulación, su obra permite otras lecturas en otros sentidos. Que las culturas asiáticas cuentan con otros pensadores y figuras históricas de honda huella. Que “creer que en la Historia de Asia han predominado los valores autoritarios es no hacer mucha justicia a la rica variedad de ideas que hay en las tradiciones intelectuales asiáticas” (Sen, 2000: 299). Que “da la casualidad de que la idea de que los valores asiáticos son intrínsicamente autoritarios tiende a provenir casi en su totalidad de portavoces de quienes están en el poder” (Sen, 2000: 298). Que el debate en torno a los “valores asiáticos” y los derechos humanos ante la Cumbre Mundial de Derechos Humanos (Viena, 1993) fue ante todo un debate asiático, que contempló una movilización de organizaciones y movimientos de derechos humanos en toda la región reclamando la universalidad y vigencia de los mismos. Que, puestos a cuestionar, hay Asias y Asias: resulta cuestionable que la diversidad de Asia – si bien éstos suelen plantearse respecto a Asia Oriental – sea susceptible de ser reflejada en unos únicos valores compartidos. Que la afirmación de los valores asiáticos
“está claramente influenciada por una manera reactiva de responder a las reivindicaciones occidentales de ser la patria natural de la libertad y los derechos humanos. En lugar de cuestionar tal reivindicación, Lee propone responder a Occidente arguyendo: sí, no hacemos mucho por las ideas occidentales de libertad y derechos humanos, pues tenemos algo mejor. Esta versión de la dialéctica antioccidental está también, en sentido dialéctico, obsesionada con Occidente” (Sen, 2006: 95)
Pero no lo es menos que, así como como señala Kam Louie (Golden ed., 2004: 178) “las interpretaciones del confucianismo han cambiado hasta el punto que sería escandaloso afirmar que la esencia es la misma que hace cincuenta años”, asistimos a una internacionalización del mismo, de una voluntad de proyección internacional de éste de la mano de la creciente centralidad de China. Que la cultura de ésta - y en buena medida de Asia -, su planteamiento y su acción está imbuida de ideas fuerza y lógicas diferentes a la occidental, de necesaria consideración al interactuar con ella, como necesariamente acontece en la actual configuración del sistema internacional. Como el enfoque holístico y el razonamiento circular frente al deductivo e inductivo occidental; la simultaneidad del ying y el yang, el blanco y el negro – o la economía socialista de mercado – frente a la lógica binaria del blanco o negro occidental; o la preocupación por el prestigio (salvar la cara), la actuación indirecta, la confianza y la centralidad como claves explicativas del funcionamiento de las relaciones sociales, hacia dentro y hacia fuera. Que si bien, como señala Guy Olivier Faure (Golden ed., 2004), la sociedad china está experimentando profundas transformaciones – caracterizadas por procesos de adquisición de conciencia individual y de secularización, el creciente materialismo en la estela del “hacerse rico es glorioso” proclamado por Deng Xiao Pin, el retorno de antiguas creencias o la transformación del concepto del tiempo – que llevan a una progresiva convergencia con los valores centrales de la civilización occidental, siguen existiendo sin embargo sustanciales diferencias culturales. Que, frente al rechazo de la cultura tradicional como impedimento a la modernización impulsado en su día por Mao, la vía impulsada por Deng apuesta por la utilización e integración de las técnicas occidentales en la cultura china. Que, como señalaba John Gray en Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global (2000: 246),
“en las culturas asiáticas, las instituciones de mercado se consideran instrumentalmente, como medios para la creación de riqueza y de cohesión social, no teológicamente fines en sí mismos. Uno de los atractivos que tienen los “valores asiáticos” es que, al adoptar una aproximación a la vida económica totalmente instrumental, evitan las obsesiones occidentales que hacen de la política económica un terreno de conflicto ideológico. La libertad “asiática” con respecto a la teología económica permite que las instituciones de mercado se juzguen y se reformen en referencia a cómo sus actuaciones afectan a los valores y a la estabilidad de la sociedad.”
Lo que le lleva a concluir que
“Hemos entrado en la era del ocaso de Occidente. No es una era en que todos los países asiáticos vayan a prosperar y todos los países occidentales vayan a sufrir un declive. Es un período en que la identificación de “Occidente” con la modernidad está terminando. Puede que la propia idea de “Occidente” se haya vuelto arcaica: las viejas polaridades de “Oriente” y “Occidente” ya no captan la diversidad de culturas y de regímenes del mundo.
Un Asia monolítica es, en buena medida, algo tan quimérico como la “civilización occidental”. El crecimiento inexorable de un mercado mundial no da lugar a una civilización universal, sino que hace de la interpenetración entre culturas una condición global irreversible”