La identidad es, asimismo, única, “aquello que hace que yo no sea idéntico a ninguna otra persona” – nos dice Amin Maalouf en Les identités meurtrières (Identidades asesinas) -, aunque no inmutable; depositaria de dos herencias – “una, “vertical”, nos viene de nuestros antepasados, de las tradiciones de nuestro pueblo, de nuestra comunidad religiosa; la otra, “horizontal”, es producto de nuestra época, de nuestros contemporáneos”; y, aunque esté hecha de múltiples pertenencias, es una y la vivimos como un todo. “Es – por seguir utilizando sus palabras - un dibujo sobre una piel tirante; basta tocar una sola de esas pertenencias para que vibre toda la persona”.
La identidad se construye. Se transforma. Puede transformarse.
Constituye uno de los componentes esenciales, integral de hordas que, siguiendo la metáfora de Solterdijk en En el mismo barco, han permitido a los seres humanos realizar en la Historia esa primera navegación en balsas, de reproducción del hombre por el hombre, o esa segunda de navegación costera, por nosotros conformados en el útero social. Que ha permitido, en definitiva, conformar un nosotros junto a y a partir de los múltiples yo. Que puede permitir, por qué no, si se construye, la navegación del nosotros que somos todos en la nave espacial Tierra destino futuro.
La identidad es única, es una y se vive como un todo; pero al tiempo es compartida, colectiva. Compartida en valores, creencias, principios, experiencias comunes, lengua, nacionalidad o comunidad política. O en esa memoria y esa esperanza que María Zambrano definía como presente del pasado y presente del futuro. En cultura, arquetipos - conscientes o no -, subconsciente e imaginario colectivo. En Weltanschaaung, por utilizar la expresión de Wittgenstein, o visión del mundo. En todo aquello que hace que nos sintamos parte de un nosotros, que frente a determinados seres humanos haya ciertas cosas que no resulte necesario explicar, que nos sintamos en casa, en esa normalidad cotidiana fruto y abstracción de tantas anormalidades concretas. Esa normalidad de supuestos implícitos, de sabores, comidas u horarios comunes, sí; y también de universales comunes, abiertos o cerrados.
Y como colectiva puede ser regulada y dirigida. Puede tener o llegar a tener, religiosos o laicos, profetas y sumos sacerdotes definidores de su esencia, líderes en misteriosa y sobrehumana comunicación con ésta, imbuidos de carisma, legitimidad o poder para guiar al colectivo por los caminos de la Historia hacia su fin, hacia la Tierra prometida o a la reconquista del paraíso perdido. De exigir determinados comportamientos, sacrificios y tributos.
Pues, de alguna manera, las identidades colectivas son como contratos de adhesión: si se quiere ser parte de esa colectividad, de ese nosotros, el individuo no tiene otra opción que aceptar o compartir determinadas normas o creencias, dogmas, autoridades, comportamientos, ritos y apariencias; pensar y no pensar, hacer y no hacer, ciertas cosas, de cierto modo. Compartir o aceptar universales. Según sean éstos abiertos o cerrados, según estén definidas las reglas de funcionamiento de la colectividad, el individuo podrá participar y formular sus propuestas en la conformación de la voluntad, las normas, el pensamiento o la acción colectiva, o deberá limitarse a acatar la prohibición o el mandato superior o divino bajo amenaza de expulsión del paraíso. Pues, frente al contrato de adhesión, le queda la libertad de no adherirse; y afronta la amenaza de expulsión. De expulsión del paraíso que en la propia cosmología y abrahámica y cristiana define y constituye la raíz última de nuestra situación actual, de nuestra condición humana y de la vida en este valle de lágrimas. De retorno a ese estado de naturaleza en que, en definición hobbesiana, la vida es oscura y brutal. La opción de la libertad, la liberación y realización de ser yo por encima de un nosotros impuesto. O el miedo al estigma del expulsado, del apestado, del condenado que no alcanzará en otra vida o en ésta el paraíso; al yo que no puede ser tal fuera de un nosotros. El miedo, también, a la libertad, a partir del cual Eric Fromm nos explicaba la psicología colectiva del nazismo. El miedo a decir que el Rey está desnudo, aunque todo el mundo lo vea.
Las colectividades son y pueden ser múltiples. Pueden ser excluyentes, exigentes a sus miembros del sentimiento, fidelidad y pertenencia a ese nosotros y sólo a ese, de la definición de su identidad única y exclusivamente en función de la pertenencia a ese nosotros; o definir la pertenencia a ellas como compatible con la pertenencia a otras. Tener vocación de universalidad, de constituir el nosotros de todos, o de constituir el nuestro. Definirse frente al otro, contra el otro, o frente a sí mismas.
Aunque única, una y vivida como un todo, la identidad, como las colectividades, es y puede ser múltiple, definida al tiempo por varias pertenencias. Cuya combinación - esa ubicación del yo en el punto de intersección de varios nosotros- la hace - junto al propio yo más allá, por encima o por debajo de sus nosotros -, precisamente, única.
Como necesidad fundamental del ser humano, la identidad puede ser, en su realización, liberadora. Realizadora de nuestra condición de seres humanos en toda su potencialidad. Pero puede ser, también, prisión. Hacer de nuestra vida la interpretación inevitable en el teatro del mundo del papel asignado por el guión de una obra ya escrita. Hacer realidad la expresión de Charles Foucault, de que “la cárcel está en uno mismo”. La cárcel de los comportamientos debidos, los odios y los sacrificios impuestos, las ideas prohibidas o el pensamiento único o simplemente ausente.
Ninguna identidad colectiva es, en sí misma, liberadora. Ninguna, tampoco, asesina. Vale la pena sobre ello recordar de nuevo a Maalouf cuando nos dice
“No creo que la pertenencia a tal o cual etnia, religión o nación u otra predisponga a matar. Basta repasar lo sucedido en los últimos años para constatar que toda comunidad humana, a poco que se sienta amenazada o humillada en su existencia, tendrá tendencia a producir personas que matarán, que cometerán las peores atrocidades convencidas de estar en su derecho, de merecer el Cielo y la admiración de los suyos. En cada uno de nosotros existe un Mr. Hyde; lo importante es impedir que se den las condiciones que ese monstruo necesita para salir a la superficie…”
“…El siglo XX nos habrá enseñado que ninguna doctrina es, por sí misma, necesariamente liberadora: todas pueden degenerar, todas pueden ser pervertidas, todas tienen sangre en las manos: el comunismo, el liberalismo, el nacionalismo, cada una de las grandes religiones, incluso el laicismo. Nadie tiene el monopolio del fanatismo ni nadie tiene, al contrario, el monopolio de lo humano”.
No lo es; pero puede llegar a serlo. Tal vez cuando se ve amenazada, por el otro o por la modernidad, la globalización, que viene del otro. Cuando se define frente al otro y convierte al otro en enemigo. Cuando la supresión del otro llega a ser vista como el precio necesario para la supervivencia del yo y el nosotros, tributo y sacrificio exigido por la Historia. Cuando nos lleva a despojar al otro de su humanidad, esa esencia compartida que define el nosotros último al que pertenecemos todos. Tal vez porque, a la hora de la verdad, de la amenaza y el miedo, es entre todas la concepción tribal de la identidad la que termina por prevalecer. Identidad, identidades, asesina, en primer lugar, de la propia personalidad y libertad, de las otras y múltiples identidades que conviven o pueden convivir en el yo. Identidad exclusiva y excluyente, compuesta por universales cerrados que exigen su realización en la Historia.
Las identidades colectivas, como las herencias que la componen, pueden ser de refugio y pueden ser de proyecto; mirar hacia el pasado o hacia el futuro. Están conformadas por creencias y por ideas, y sobre ambas pueden ser construidas. Y si pueden ser construidas, aunque condicionado por ellas y necesariamente desde ellas, el futuro está por escribir.
Hay 1 Comentarios
Que la identidad existe, es un hecho, pero que sea necesaria para el ser humano, es un tópico que habría que demostrar. Es posible que las identidades colectivas sean potenciadas y exigidas dese la infancia, aprovechando la indefensión del niño, con lo cual son artificiales. Y yo creo que en el mundo global del siglo XXI, son un problema para la Humanidad, pero está potenciado por intereses económicos: es bueno para los negocios que cada colectivo compita por los recursos con los otros colectivos. Si la Humanidad se uniese por su bien, a muchos se les vendría el chiringuito abajo. Hay todo tipo de identidades. La nacional, la religiosa, la racial, la sexual, la política, la futbolera… Yo no creo más que en dos niveles de identidad: la mía propia como individuo, y la colectiva como miembro de la Humanidad.
Publicado por: An Human | 10/04/2013 17:02:15