Iniciábamos en la entrada de este blog Del desencanto de la democracia en América Latina un itinerario analítico sobre el estado y perspectivas de la democracia en América Latina y los rasgos y razones del desencanto sobre ella con la consideración del carácter electoral de la democracia instaurada como fruto de los procesos de transición democrática que ha vivido la región en su Historia reciente, a partir de la cual avanzar en la construcción de la democracia ciudadana y la económica y social.
Hablar de la democratización del Estado y su capacidad efectiva de promover el desarrollo supone, igualmente y sin embargo, previamente el Estado mismo, su monopolio del uso organizado de la violencia al servicio de la implementación de la ley y su capacidad de implementarla como única norma que regula obligatoriamente las relaciones y las acciones de los ciudadanos, así como el sometimiento de su propia actuación a la ley.
Dicha pauta cuenta en la Historia política de América Latina con dos tipos de excepciones: el recurso a los militares para el acceso al poder político, sea directamente ellos mismos, sea en apoyo de líderes políticos, militarismo fundamentalmente superado que plantea la cuestión de quién vigila al vigilante; y la emergencia de organizaciones políticas que promueven la instauración de un sistema político alternativo recurriendo a la violencia y desafiando, movimientos revolucionarios armados que desarrollan una actividad guerrillera, creando en ocasiones “zonas liberadas” en que ejercen el monopolio de la violencia en lugar del Estado o se lo disputan seriamente, fenómeno para el que la Historia ha pasado su página con los procesos de paz y desmovilización tras el fin de la Guerra Fría, con las FARC, el ELN y un EZLN testimonial como únicas reminiscencias a superar. Y si bien esos fenómenos pertenecen al pasado, dejan tras de sí una tradición de uso de la violencia como vía de acción colectiva y resolución de los conflictos sociales.
La finalización de los conflictos civiles en Centroamérica no ha significado así la de la utilización de la violencia como instrumento de acción colectiva, sino la privatización de su fin, que ha dejado de responder a objetivos políticos para hacerlo a fines privados, apoyando frente al ejecutor de la ley la realización de actividades prohibidas por ésta, llevando a tasas de asesinatos y muertes violentas incluso mayores que durante el conflicto armado. Lo que se explica por la confluencia de dos fenómenos: la extensión de las maras y el narcotráfico.
La configuración de América Latina como área protagónica en la producción y tránsito de estupefacientes constituye uno de los principales motores de la extensión del crimen organizado y de ruptura o truncamiento de la legalidad, y su globalización determina la necesidad de globalización de su solución, como muestra que el mayor control en algunos países haya desplazado la producción o el tráfico a otros, o el mayor control de una ruta a la apertura de otra – así, el éxito en el control de la ruta del Caribe ha llevado al desarrollo de la del Pacífico -. Globalización geográfica, y globalización temática, pues a partir del narcotráfico las organizaciones diversifican su actividad, tanto hacia otros tráficos y actividades ilícitas como a negocios lícitos con el capital acumulado.