Celebramos aquello que somos y en lo que creemos. Celebramos lo que pasó para que fuéramos lo que somos y quienes somos y queremos seguir siendo. Celebramos en lo que creemos y celebramos que creemos. Celebramos los momentos hermosos de la vida, y los celebramos para hacerlos más hermosos. Y la vida misma, y haber nacido. Y la muerte para que en nosotros sigan vivos quienes en nosotros viven. Celebramos que estamos juntos, para estar juntos; y nos juntamos para celebrar. Celebramos que somos nosotros, el nosotros que somos y para ser nosotros. Celebramos lo que hemos hecho, lo que hemos conseguido, lo que hemos sido y queremos ser.
Podemos así considerar los catorce días que figuran como festivos en el calendario laboral como una conquista del movimiento sindical y de la progresiva expansión de los derechos sociales que conlleva el desarrollo del Estado del bienestar. Y sin duda en su existencia lo es. Mas es al tiempo en su contenido – en la decisión de cuáles son esos días festivos y en la celebración de qué – un pacto entre las creencias y las ideas; un acomodo y reconocimiento del pasado, de la tradición, un intento de recoger el legado de la Historia; pero también de crearla, de hacer de las ideas tradición, de asociar su celebración a la manera que se celebran las creencias, de consagrar un día a su celebración como para ellas se hace, de igualarlas en el plano simbólico y en el imaginario colectivo, impregnar a sus motivos de socialidad, promover de alguna manera una socialidad civil, ciudadana o republicana, una mitología y discurso narrativo del Estado y su comunidad. El establecimiento y declaración de un nuevo día festivo – sea el de los trabajadores o el de la Constitución – busca el mito, el símbolo, la ejemplaridad, el tótem.
Esa búsqueda del símbolo, el rito, el mito, el tótem se da en todo poder político que se instaura, y en toda comunidad política que se constituye como tal. Y de alguna manera buscan también éstos a éste y a ésta; como si quisieran ayudarles a ser, a alumbrarse del todo. Cuántas veces una época, un hecho, un anhelo colectivo, un pueblo o un sistema de poder no han quedado atrapados en un símbolo. Cuántas el símbolo mismo puede ser poder.
El símbolo adecuado en el momento adecuado, que puede llegar a hacer un instante único e irrepetible de la Historia, que quienes lo hayan vivido querrán repetir, como el del nacimiento y difusión en la Francia revolucionaria de La Marsellesa, que nos narra Stefan Zweig en Momentos estelares de la humanidad. Una narración de la que pareciera como si no hubiera encontrado un pueblo su canción, sino una canción a su pueblo; que para cantar juntos esa canción mereciera la pena ser pueblo, por cantarla defender esa patria, para quien haya sentido eorgullo de cantarla ninguna dignidad mayor que la de ser uno de los ciudadanos a los que la canción apela. ¿Dónde está La Marsellesa de la Unión Europea?
Canciones, desfiles, uniformes, banderas, arcos de triunfo, estatuas o monumentos, días proclamados sagrados para honrar a la patria. Ese paso de las creencias a las ideas como motor y objeto de realización en la Historia, de la voluntad de Dios a la del pueblo como fuente de legitimidad, de afirmación del contrato social y la soberanía popular, de la nación como sujeto colectivo de la Historia, que se da a partir del triunfo de la Revolución Francesa y su extensión napoleónica, tiene una voluntad y vocación fundacional, de ruptura con lo hasta entonces existente y afirmación de lo nuevo como prueba y símbolo del progreso y avance de la Historia, del nuevo orden y la nueva era que en ella inaugura e instaura; y al tiempo de creación, adopción de nuevos ritos bajo viejas formas, de dotación de los símbolos, la magia, los mitos, el ceremonial y los ritos que definían el carácter irracional y canalizaban la vivencia social del orden que en nombre de la razón se abate. Una simbología, ritual y ceremonial republicano, ciudadano, nacional, que gira en torno a los nuevos astros, conceptos y conmemoraciones referenciales aglutinadores del nosotros, articuladores de la vida colectiva: diferente, distinta, si se quiere rupturista – como nos muestra el intento de la Revolución Francesa de cambiar hasta los nombres de los meses, y nos recuerda en diez y ocho Brumario de Napoleón Bonaparte -; mas no carente de la misma simbología, grandeza y solemnidad del discurso cosmogónico y del relato de lo político que lo precedió. Tal vez porque, como nos señala en su análisis de la Filosofía Política de Marx, el Psicoanálisis de Freud y la Antropología de Lévi-Strauss George Steiner en Nostalgia del absoluto, los saberes que en nombre de la ciencia y la razón han pretendido substituir el discurso cosmogónico de la religión han aspirado a la misma vinculación identitaria que las religiones respecto de sus creyentes. Tal vez, simplemente, porque, consciente o intuitivamente, el poder y las mujeres y los hombres sabemos, en lo profundo de nuestro ser social, que nuestra vida en común necesita de relatos, ejemplos, referentes, héroes y hechos heroicos, ideales e ideas, canciones, consignas y símbolos, rituales, conmemoraciones y tótems para construir, aglutinar y mantener nuestro imaginario e identidad colectiva. Y una Historia de donde venir y a donde ir, que nos ha hecho y por hacer. Y un futuro mejor y un ideal por y desde el que vivir y dar sentido al presente. Porque para ser nosotros necesitamos, sí, esas y otras muchas cosas. Y necesitamos, queremos, celebrar. Necesitamos y queremos días festivos; y con solemnidad fundacional los proclamamos y empezamos a celebrarlos un día. Porque somos y para ser.
Podríamos responder, a la luz de las consideraciones expuestas, como Pascal Lamy en La démocratie-monde, que “la ausencia de una escenografía inteligible por todos los europeos hace difícilmente aprehensibles y comprensibles los signos que emite el poder. Europa, desde ese punto de vista, es un poder sin tótem”. Podríamos pensar que, efectivamente, es así y así tiene que ser. Que es distinta la construcción de Europa a la de cualquier otro sistema u orden político preexistente, que no podemos repetir en ella las mismas sustituciones de representación simbólica y totémica que han conllevado en al Historia otras construcciones políticas. Que Europa es, sí, un poder sin tótem; y así tiene que ser, así queremos que sea.
Podríamos preguntarnos también si puede un poder sin tótem ser poder. Si el de la construcción europea no es, también, un reto de identidad colectiva; de construcción de ésta. O de toma de conciencia de la identidad común, complementaria de las identidades nacionales y colectivas existentes. De la común identidad humana, de nuestra común condición humana, de los derechos humanos que queremos preservar y realizar suscribiendo el contrato social.
Nos decía Kant que el hombre es el único ser que se trasciende a sí mismo. Y Foucault que la cárcel está en uno mismo, como también la ley. También está y puede estar en nosotros Europa. Tal vez sea la europea una identidad distinta, aquella que resulte de ese asumir kantiano de la esencia de trascenderse a sí mismo, de trascender las identidades nacionales preexistentes y afirmar frente a ella nuestra común identidad humana.
Humana, mas identidad al fin y al cabo; y por ello necesitada también de símbolos, de tótems, de celebración colectiva de la identidad colectiva.
Asumir, en definitiva, nuestras identidades múltiples y ciudadanía multinivel, la identidad y la ciudadanía europea como elementos esenciales de la construcción europea. Recordar que, al volver la vista atrás sobre los inicios de la construcción europea que inició con la declaración que el nueve de Mayo se conmemora, dijo Robert Schuman que, si tuviera que volver a comenzar, empezaría por la cultura. Pensar que tal vez no hubiera podido empezarse la construcción europea por la cultura; pero preguntarnos si podrá concluirse sin ella.
Podríamos preguntarnos, por otro lado, por qué no se promueve esa celebración desde el poder;
Podríamos pensar, en fin, que no hay Europa que celebrar más allá de la de la Copa de Europa. Pero, si así fuera, podríamos preguntarnos qué Europa queremos para que queramos celebrarla. Y como ciudadanos pedírsela a quienes en nuestro nombre y para la realización del interés general ejercen el poder en los estados y las instituciones europeas. Decirles que queremos Europa. Y una Europa que celebrar. Y que queremos celebrarla. Que celebrando Europa se construye también Europa: cómo la celebremos muestra cómo la construimos; cómo queremos celebrarla cómo queremos construirla. Que queremos que Europa sea, también, una fiesta. Y que queremos que sea festivo su día, este día.
Ha habido días festivos instaurados de arriba abajo, del poder a la ciudadanía; y de abajo a arriba, de la ciudadanía al poder. También de abajo a arriba se construye Europa. De nosotros, de todos y cada uno y cada una también depende recorrer el camino que empieza con la pregunta, la inquietud, el anhelo, el deseo, la aspiración de la celebración de Europa.
Hay 5 Comentarios
Personalmente, y aunque me siento europea, nunca me he sentido parte de ESTA Europa. Las explicaciones huelgan.
Publicado por: Mirna Minkoff | 14/05/2013 13:14:42
Hola, pues a mí me ha gustado leer este artículo. Y quería compartir una página muy interesante que está triunfando en la red con unos contenidos sorprendentes, de mucha calidad.. ¿Podéis echarle un vistazo y decirme que os parece? La web se llama Pastiche y podéis entrar en: http://pastiche.es/pastiche-y-el-valor-de-la-palabra/
Publicado por: Pastiche | 13/05/2013 23:57:38
La cuestión sobre si debe o no celebrarse este día es una espejismo. Las identidades se construyen, al menos en parte pero ciertamente la de los estados modernos, de los que Europa es un paso mas allá, a través de símbolos, himnos, banderas, días nacionales, narrativas históricas, políticas educativas etc.
Y la respuesta de porque no se celebra mas este día es simple. No existe voluntad de nuestros gobernantes de que se celebre. Y dicha voluntad no existe por motivos egoístas
y corporativistas.
Para nuestros gobernantes y burócratas nacionales Europa es algo que está muy bien como un órgano de cooperación gubernamental, es decir, formado por instituciones que permitan que yo, presidente, yo ministro, yo alto funcionario vaya me reúna y discuta con mis homólogos en Bruselas y nada más. Pero Europa deja de ser tan interesante y se convierte en molesta para ellos, cuando les cuestiona y pone en riesgo de hacer desaparecer su rango y sus prebendas y les obliga a trabajar permanentemente con sus colegas europeos en una sola institución (el régimen del servicio exterior europeo, integrado -a diferencia de todos los demás ministerios europeos- en gran parte por diplomáticos nacionales "de ida y vuelta", es un ejemplo flagrante y ominoso de este ultimo defecto).
Y por esa simple razón por la que los burócratas y gobernantes no quieren que se se cree una narrativa nacional sobre Europa, que se hable mas de ella, que se enseñe mas sobre ella, que se celebre su día.
Y por esa misma razón se evita dar a las cosas su verdadero nombre y presentar a las instituciones europeas a los ciudadanos como una entelequia burocrática que no refleja su verdadera naturaleza:
Porque no se llama Gobierno Europeo a la "Comision Europea" (poder ejecutivo y con inicitiva legislativa) y no lo se permite su completa emanación parlamentaria?,
Porque no se llama Ministerios a las Comisarías y ministros, y no comisarios, a sus cabezas visibles?
Porque no se llama Ministerio de asuntos Exteriores (en lugar del mentiroso "Servicio de Acción Exterior" a un ministerio que cuenta con una red de embajadas -141- equiparable o mayor que la de cualquier estado?)
Y porque no se llama simplemente "senado" al "Consejo", puesto que es una cámara legislativa territorial?
Son en gran parte esos mismos dirigentes y burócratas nacionales los que impiden también el funcionamiento eficaz, simple y legitimado de las instituciones europeas, el único posible y que ha ya funcionado, el que que trasciende la cooperación en favor de la integración en organismos con legitimidad democrática y burocracias integradas jerárquicamente.
El peligro que nos enfrentamos es que esa obstaculizacion por nuestros dirigentes y burócratas, está llevando al punto de matar el proyecto y llevándonos 50 años atrás en nuestra historia.
Publicado por: Manuel I. | 12/05/2013 11:38:39
Por que nunca hemos vivido en Europa.
España es un pais sudamericano en Europa , qu eno es lo mismo que un pais europeo. Si te resulta dificil digerir estp, simplemente compara la clase politica de Alemania, Francia, Suecia, Noruega ... con la nuestra, haz un cuadro comparativo de donde estan los proyectos y prioridades y la frecuencia con que van a misa en Europa sus lideres y la cantidad de cruces, virgenes y tontersas de esas que tienen en sus casas...
Bingo... España no esta en Europa.
Publicado por: Josefa Isnar | 09/05/2013 23:01:04
Porque tendrían algo que celebrar 3, el resto estamos como para celebraciones. Por eso nosotros os recomendamos sitios anticrisis donde comer a tope y con calidad por unos precios de risa http://www.capitanfood.com
Publicado por: CapitanFood | 09/05/2013 10:41:58