Podríamos hablar de muchas cosas para aproximarnos a Oriente, al orientalismo y los orientalismos. Podríamos hablar, por ejemplo, del otro, o de la frontera y del otro. De su construcción, de su transformación, incluso, en el enemigo. De ese eterno debate entre el síndrome, desde el Imperio romano, de civilización asediada por los bárbaros, y el sentido de la misión histórica de civilizarlos. De esa extraña similitud que en toda obra, cultura, tiempo y lugar tienen entre sí los relatos del extraño, curiosamente poseedor de las virtudes y de los defectos que no sabemos ver al contemplar nuestra imagen en el espejo. Retrato del extraño como género, en expresión de José María Ridao en La paz sin excusa. Sobre la legitimación de la violencia, que responde a que “mientras que los ritos y costumbres de quien narra la Historia aparecen como resultado directo de la razón, los ajenos, los de los excluidos de la corriente principal del relato, adquieren un repentino aire de exotismo”, que “no se encuentra muchas veces en la realidad, sino en la mirada del observador”, origen de “la paradoja en la que suelen incurrir quienes – escritores, viajeros, antropólogos – describen al bárbaro, al infiel, al salvaje, al subdesarrollado: imaginando que muestran seres con hábitos de extrema rareza y singularidad, no hacen sino representar siempre lo mismo, de manera que el perfil del bárbaro es idéntico al del infiel, y el del infiel, por su parte, al del salvaje, y el del salvaje, en fin, al del subdesarrollado, aunque medien siglos enteros entre unas figuras y otras”.
Podríamos hablar, también, de la búsqueda en el otro de la pasión que no encontramos en la razón, y sin embargo buscamos. Que buscaron los románticos en su reacción frente a la Ilustración, la razón y sus luces y monstruos. Búsqueda del espíritu, de la esencia, de lo eterno, de la pureza originaria, de la edad de oro o el paraíso perdido. Más allá, en el tiempo y en el espacio. En la Edad Media frente a la antigüedad clásica. O en ese Oriente de las mil y una noches, sumido en el letargo de un largo sueño que esconde grandezas perdidas, esa primitiva pureza de las cosas o esos ocultos senderos de pasión y placer en cuya busca partieron a Oriente los poetas y los héroes.
Podríamos hablar de esa ancestral tendencia a lo binario en el subconsciente de la cultura occidental. Podríamos, sí, hablar de esas y de otras muchas cosas. Pero desde que Edward Said escribiera su orientador y germinal Orientalismo resulta difícil hacerlo sin tomar su obra como necesario punto de partida y referente, parteaguas en la toma de conciencia sobre la aproximación, aprehensión y conocimiento de Oriente desde Occidente. Un orientalismo que, más allá del título de la obra que lo instaura, se ha convertido en paradigma y concepto analítico referente en los estudios culturales, y en general de nuestra manera de aproximarnos al análisis y comprensión de las culturas y las civilizaciones, implícita o explícitamente. Una de las ideas subyacentes o espejos cóncavos o convexos que – como señalo en mi libro Salir del Callejón del Gato. La deconstrucción de Oriente y Occidente y la gobernanza global - nos mantienen retenidos en el Callejón del Gato, junto a otros como las visiones occidentales de la universalidad, o de la universalidad occidental, y los “valores asiáticos”, de los que hemos venido hablando ya en este blog. Un orientalismo del que resulta especialmente oportuno hablar – como de hecho se ha empezado hacer ya, como muestra la mesa redonda sobre el legado de Edward Said organizada el pasado 28 de Mayo por la Casa Árabe – en este año que se cumple el décimo aniversario del fallecimiento de Edward Said, y a cuya aproximación vamos a dedicar ésta y próximas entradas de este blog.
Aproximación, aprehensión y conocimiento que parte de la opción de afirmar a Oriente como tal, y por ello como algo distinto a Occidente, pero al tiempo conocible por éste. Conocible como tantas otras áreas objeto del conocimiento humano, y sin embargo diferenciada de éstas porque, al afirmar su objeto de estudio, crea las lentes e instrumentos conceptuales para aproximarse al mismo, los supuestos o ideas previas para abordar su comprensión, explicación o análisis, los tipos weberianos a los que responde: de alguna manera lo crea, y al hacerlo deja de ser una disciplina más.
“Por tanto, el orientalismo – nos dice Said - no es simplemente una disciplina o tema político que se refleja pasivamente en la cultura, en la erudición o en las instituciones, ni una larga y difusa colección de textos que tratan de Oriente; tampoco es la representación o manifestación de alguna vil conspiración “occidental” o imperialista, que pretende oprimir al mundo “oriental”. Por el contrario, es la distribución de una cierta conciencia geopolítica en unos textos estéticos, eruditos, económicos, sociológicos, históricos y filológicos; es la elaboración de una distinción geográfica básica (el mundo está formado por dos mitades diferentes, Oriente y Occidente) y, también, de una serie completa de “intereses” que no sólo crea el propio orientalismo, sino que también lo mantiene a través de sus descubrimientos eruditos, sus reconstrucciones filológicas, sus análisis psicológicos y sus descripciones geográficas y sociológicas; es una cierta voluntad o intención de comprender – y, en algunos casos, de controlar, manipular e incluso incorporar – lo que manifiestamente es un mundo diferente (alternativo o nuevo); es, sobre todo, un discurso que de ningún modo se puede hacer corresponder directamente con el poder político, pero que se produce y existe en virtud de un intercambio desigual con varios tipos de poder: se conforma a través del poder político (como el estado colonial o imperial), con el poder intelectual (como las ciencias predominantes: la lingüística comparada, la anatomía o cualquiera de las ciencias de la política moderna), con el poder cultural (como las ortodoxias y los cánones que rigen los gustos, los valores y los textos); con el poder moral (como las ideas sobre lo que “nosotros” hacemos y “ellos” no pueden hacer o comprender del mismo modo que “nosotros”). De hecho, mi tesis consiste en que el orientalismo es - y no sólo representa – una dimensión considerable de la cultura, política e intelectual moderna, y como tal tiene menos que ver con Oriente que con “nuestro” mundo”.
Orientalismo que “se puede comprender mejor si se analiza como un conjunto de represiones y limitaciones mentales más que como una simple doctrina positiva”; a través del que Occidente se aproxima a Oriente en un viaje que carece de inverso. “Término genérico que empleo para describir la aproximación occidental hacia Oriente, es una disciplina a través de la cual Oriente fue (y es) abordado sistemáticamente como tema de estudio, de descubrimiento y de práctica. Pero además utilizo la palabra para designar ese conjunto de imágenes, sueños y vocabularios que están a disposición de cualquiera que intente hablar de lo que queda al Este de la línea divisoria”.
Qué del orientalismo que nos lleva a preguntarnos por su por qué, para qué y cómo…
Hay 3 Comentarios
Saludos al comentario de Ahmed. Ha dicho la verdad, la terrible verdad de la voracidad occidental cuyos imperios han desangrado y siguen desangrando a los pueblos. Son peores que los vampiros.
Publicado por: RAMÓN | 10/07/2013 12:58:45
Ramón, parece que no te das cuenta que en todos esos orientalismos que mencionas hay un factor común: Occidente, el orientalista. Se trata de la crítica de Occidente y su acercamiento erróneo hacia los demás pueblos.
Aprovecho para llamar la atención sobre otro aspecto en este tema: si de verdad se quiere ser crítico y honesto, habrá que criticar la actuación occidental y determinar sus verdaderos motivos.
Es relajante Don Manuel Montobbio tirar balones fuera, hablar del Otro, de determinar si es salvaje o no, con esa sensación muy profunda y muy arraigada de ser el dueño del planeta, el dios que decide sobre la suerte de los demás, el amo de todo que incrimina y perdona. Y que a veces se autoengaña reconociendo, a veces, rarísimas veces, que se ha pasado en su trato al Otro, que ha cometido algunos errores con el Otro y que no ha sido siempre tan justo. Bajo máscara de autocrítica light, yace la necesidad de relajar un poco la conciencia tan culpable.
Este truco del ego que solo sirve para relajar la conciencia del verdugo occidental egocéntrico y megalómano, es un impedimiento hacia el avance de la humanidad. Occidente sigue cometiendo hasta hoy en día fechorías contra el Otro y contra los débiles de su propia sociedad occidental, fechorías tan graves que merecen ser juzgadas ante cortes internacionales de derechos humanos.
No crea usted don Manuel Montobbio que con su libro se ha enfrentado al Monstruo con solo hacer intentar ese ejercicio tan de amos de Perdonar al otro y quitarle el adjetivo Bárabaro, más bien usted participa en relajarlo y por consiguiente reforzarlo. Es muy probable que este ejercicio de pseudoautocrítica no sea más que la función de esa neurona en el cerebro del monstruo que sirve para relajarlo y limpiarlo con el único fin de velar por la salud mental del monstruo.
El monstruo sigue agazapado dentro. Ese monstruo que expolia a los pueblos -antes por las malas y hoy por las buenas y por las malas si el engaño no es fructífero- sigue amasando las riquezas en su cueva, sigue mandando sus ejércitos a matar a los que pueblos que se resisten contra su imperialismo viejo ya 500 años.
La Verdad, la Justicia, la Limpieza verdadera de la conciencia, todo eso reside en sacar al propio monstruo de dentro, luchar contra él y ajusticiarlo como se ajusticiaba a los dragones en los cuentos medievales.
Publicado por: Ahmed | 06/07/2013 10:28:29
¿A qué orientalismo se refiere el artículo, al chino, al japonés, al indo, al mongol, al árabe, al judío, al tungús siberiano, al tibetano, a cual? La generalización del vocablo "Oriente" conduce simplemente a confusión de lo que se pretende explicar.
Publicado por: RAMÓN | 03/07/2013 20:33:37