Matar al búnker,
construir la vida.
Aunque estábamos preparados
la invasión no llegó;
aunque la esperábamos
en los búnkeres
con la ilusión
de estrenarlos
o de que por fin pasara
algo
que nos sacara
de esta pesadilla
o este sueño,
permaneció inmutable
el horizonte
vacío
del enemigo
y los búnkeres
llenos
de telarañas
y miedo,
lleno
desde hacía unos años
el Gran Búnker Pirámide
de los restos eternos
del Líder eterno
que desde su estatua gigante
en la plaza de Skanderbeg
sigue vigilando
a todos y a todo
para que siga siendo eterno
su eterno régimen
que protegen sus búnkeres.
No, la invasión no llegó,
pero cayó el régimen
cuando derribamos
su estatua:
habíamos derribado antes
los búnkeres
que nos apresaban
el alma;
del mundo
y de la vida,
pero sentíamos
que podían ser
algo mejor
y distinto
de lo que nos habían dicho
y nos habían hecho
vivir o sufrir,
o nos lo habíamos hecho
a nosotros mismos
al construirnos el búnker
que nos habitaba por dentro.
No lo sabíamos,
y tal vez fueran acaso
terribles,
pero queríamos saber
cómo eran
el mundo
y la vida
más allá
de los búnkeres;
algunos habíamos escuchado
que en Berlín había caído
un muro
y que afuera el mundo
cambiaba,
otros que en diccionarios prohibidos
se escondía la palabra
libertad.
No lo sabíamos,
pero sospechábamos
que podía ser
más vida
la vida,
y queríamos la libertad,
aunque no supiéramos
lo que era:
tantas eran las cosas
que sabíamos
que no sabíamos,
pero queríamos
saber.
Por eso la derribamos.
"Matar al búnker,/ construir la vida". Un poemario puede a veces responder a una estructura musical, las palabras reflejar una sinfonía en sus movimientos, su ritmo, su leit motiv. Tal es el caso del poemario Búnkeres de mi Guía poética de Albania, cuyo hilo conductor estamos siguiendo en la serie de entradas de este blog dedicada a la aproximación a la epopeya y el drama de la Albania contemporánea. Unos movimientos que, como señalábamos en la titulada Búnkeres, consignas y poder, comienzan o se inauguran con las que hubieran podido ser consignas o parrulat que el régimen proclamaba y quedaban plasmadas no solo en las voces o el papel, sino también en las montañas, como nos muestra la película de Gjerj Xhuvani que precisamente así, Parrulat, y que nos narra la vida durante el régimen comunista a través de la tarea de construcción de éstas en las montaña por los maestros y los niños de una escuela. Tiene cada época, cada tiempo, su música, su ritmo, su lema, su mantra. Y si bien pudiera haber sido el de “Construir el búnker, / construir Albania” el de la que iniciábamos en dicha entrada y concluíamos con Encerrar el alma en un búnker, bien pudiera ser la de “Matar al búnker,/ construir la vida” la que iniciamos ahora. La que iniciamos con esa invasión que no llega y ese régimen que cae, ese búnker que se disuelve o se mata.
¿Cómo y con qué se mata un búnker?. ¿Cómo se disuelve el búnker que nos habita por dentro, con el cual como si fuera un segundo corazón pareciera que hubiéramos nacido?. ¿Cómo se derriba o cae un régimen político omnipresente y omnipoderoso?. ¿Cómo su poder total deja en determinado momento de ser total o, incluso, de ser poder?. ¿Cómo se produce la metamorfosis y el tránsito de las multitudes llorosas ante el féretro de Enver Hoxha en Abril de 1985 a las multitudes derribando su estatua en Febrero de 1991, que podemos ver en este video?.
Pues bien es cierto que Enver Hoxha murió en la cama, y fue llorado por las plañideras y las multitudes, y enterrado en el Gran Búnker Pirámide del Boulevard de los Héroes del Pueblo, como soñara en La pesadilla de Enver Hoxha. Bien es cierto también que, lejos de venir de fuera la invasión para conquistar el paraíso en la Tierra que defendían los búnkeres, las antenas de televisión con las que clandestinamente se sintonizaba por las noches la RAI mostraban los exuberantes paraísos de increíbles bienes de consumo y atractivas bellezas de los shows de Raffaella Carrá, como puede contemplarse en la
Bien es cierto que, tras la caída del muro de Berlín ,el sucesor de Enver Hoxha, Ramiz Alia, fue adoptando medidas de apertura, permitiendo progresivamente la libertad de prensa y después la de creación del partidos políticos, que llevó a la del Partido Democrático de Albania el 12 de Diciembre de 1990, y finalmente convocando elecciones en Abril de 1991. Que permitió de nuevo, como relatamos en Decretar constitucionalmente la inexistencia de Dios, la práctica religiosa. Que se retiraron de las calles y las plazas las estatuas de Stalin, y se restablecieron relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y varios países occidentales. Que a finales de 1989 tuvieron lugar ya las primeras manifestaciones en Shkodra, y en Julio de 1990, tras una manifestación reprimida, algunos se refugiaron en la Embajada de República Federal de Alemania y en los siguientes días miles de personas se refugiaron en las embajadas occidentales, dando lugar a una crisis resuelta por la evacuación por las Naciones Unidas de cinco mil personas. Que se inició la huida hacia Grecia a través de las montañas, y en Marzo de 1991 unos veinte mil albaneses tomaron los barcos de los puertos de Dürres y Vlora y cruzaron hacia Brindisi el estrecho de Otranto. Que en la Universidad Enver Hoxha de Tirana profesores y estudiantes se pusieron en huelga en Febrero de 1991 exigiendo que dejara de llamarse Enver Hoxha y que dejara de ser obligatorio el estudio del marxismo leninismo. Que en Octubre de 1990 Ismail Kadaré se había exiliado en París en protesta por la falta de avance de las reformas, afectando a la credibilidad internacional del régimen. Que una semana después de la huelga miles de personas marcharon hacia la Plaza de Skanderbeg y derribaron la estatua de Enver Hoxha.
Esa estatua enorme, de talla de gigante dorado, que tanto recuerda - como podrá comprobar el lector al contemplarlas a continuación - a las del fundador y Presidente Eterno de la República Democrática de Corea, Kim il Sung, en ese Pyongiang al que también recuerdan los documentales y fotos de la Tirana de Enver Hoxha; solemnemente inaugurada tras el fallecimiento de éste para recordar desde el corazón de la capital su eterna presencia, para que siga vigilando a todos y a todo, para que siga siendo eterno su eterno régimen que protegen sus búnkeres.
Derribaron la estatua, y sucedió a ello un eco de quemas de libros y símbolos comunistas.
Todo proceso de cambio, de transformación social, de transición política, tiene algún momento o imagen simbólica, del que todos recuerdan o recordamos lo que hacían o hacíamos cuando eso pasó. Un momento, una imagen tras la que nada será ya igual, parteaguas entre el antes y el después, corte entre el tiempo pasado y el tiempo presente. Foto que simboliza la Historia y sus momentos estelares, mágicos, únicos, que perduran en el siempre; y de alguna manera la hacen.
Ese momento, esa magia, ese clic, tiene algo de salto en el vacío, de paso hacia lo desconocido, hacia lo que no está en el guión ni responde al papel de la gran obra del teatro del mundo desde el poder escrita o dictada, lo que hasta ese momento no se podía ni debía hacer, que una invisible pero omnipresente línea roja nos impedía que hiciéramos. Momento en que el protagonista es el pueblo o la ciudadanía toda que sale del decorado o el coro hacia el centro de la escena, el yo o nosotros colectivo que quiere ser tal, y al serlo – al dejar con ello de ser ese individuo indefenso y atemorizado que tiene un búnker adentro que le obliga a seguir del poder las consignas – se erige en el protagonista de la Historia que hasta ese momento no era. Habitan la memoria colectiva en cada época algunos de esos momentos mágicos, como en la nuestra el de la caída del muro, que hace unos días tan bien describía Hermann Tersch en las páginas de ABC, citando las recientemente publicadas memorias de Alonso Álvarez de Toledo (Notas a pie de página. Memorias de un hombre con suerte), entonces Embajador de España en la República Democrática Alemana, que por azares de la Historia vivió aquel momento único en primera persona primera fila.
Y si lo tiene, si resulta posible, lo es por la superación del miedo. O por su olvido, siquiera sea por un instante. Pareciera ese momento mágico en que el niño del cuento dice que el Rey está desnudo, y todo el mundo de pronto lo dice o lo ve también. Y ya nadie, ni siquiera el Rey, puede seguir interpretando su papel. Ve al poder desnudo, en la desnudez última en que estamos todos los seres humanos, en la misma humanidad que nos iguala a todos. Ve y se da cuenta que de cada uno depende que otro tenga poder sobre él o ella, que si el otro lo tiene es porque se lo damos. Porque le hemos dejado que nos construyera por dentro un búnker que nos aprisiona el alma, y nos niega la vida o nos obliga a vivir la vida de otro. Pareciera como si ese señalar la desnudez del Rey disolviera el búnker, por un momento lo hiciera desaparecer y liberara el alma, pareciera lo hasta entonces imposible posible, y no hubiera ya fuerza alguna que pudiera impedir hacerlo real. Liberación del alma que realiza su ser colectivo, que se sigue a sí misma, que quiere ser lo que es y no lo que quieren que sea, quiere ser.
Se da ese momento por vencer el miedo, por darse cuenta y decir que el Rey está desnudo, sí, mas no solo: también y sobre todo por la ilusión, el deseo de avanzar hacia lo desconocido, la esperanza de lo que pueda esconderse tras él, la sospecha o certeza de que no es esta vida la vida, el ansia y el deseo de la libertad. Ese querer saber cómo son el mundo y la vida más allá de los búnkeres; esa sospecha de que podría ser más vida la vida, ese querer la libertad, aunque no supiéramos lo que era: tantas eran las cosas que sabíamos que no sabíamos, pero queríamos saber. Por eso la derribamos.
Por eso, por esa superación del miedo, por el sentimiento, la esperanza, la ilusión, la intensidad de vida de aquel momento simboliza ese derribo y su foto la transición, el cambio. Pues no es éste solo el que se produce en la realidad, sino la esperanza que se desborda y lo pone en marcha; aunque luego no se realice del todo y venga el desencanto, el no era eso. Mas sin embargo aquella llamarada, aquel torrente de esperanza empuja a seguir adelante, a seguir derribando otros muros o estatuas e intentar construir un mundo mejor, otro país y otro régimen político, donde la gente sea culta y educada, libre y feliz, y el bien del otro sea el propio. Lleva esa esperanza, ese sueño, a seguir deconstruyendo y construyendo, transformando. Lleva también, cuando sobreviene el desencanto y las cosas no son como esperábamos, soñábamos y queríamos que fueran, a recurrir a su memoria para no resignarse e intentar cambiarlas de nuevo, a decirse que no, que no fue para eso que derribamos.
Si hubiera que sintetizar en dos fotos la caída del comunismo y la transpón en Albania, tales serían para mí las de ese derrumbamiento y la de los albaneses desesperadamente subidos a los barcos con las esperanza de encontrar otra vida mejor al otro lado del estrecho de Otranto. Las fotos que – junto a una ilustrativa de la muerte de Franco y otra del Congreso de los Diputados el 23 de Febrero de 1981 – componen la portada del libro Transiciones en el espejo. Una aproximación democrática a los procesos de transformación democrática de España y de Albania (Madrid, AECID, 2010), fruto de una serie de jornadas que en el otoño de 2009 reunieron en Tirana a expertos y protagonistas en ambas transiciones, del que soy editor y coautor con un ensayo titulado “El nacimiento del águila. El proceso de transición democrática y transformación socioeconómica de Albania: una aproximación desde el espejo de España".
Vendrán después otras fotos, otros momentos. En el caso de Albania, las primeras elecciones abiertas y plurales el 31 de Marzo de 1991, poco después del derribamiento de la estatua, que ganará todavía el Partido del Trabajo y por las que el Partido Democrático y otros accederán al Parlamento; la huelga general, la transformación del PTA en Partido Socialista y de la República Socialista de Albania en República de Albania en la nueva Constitución, la elección de Ramiz Alia como Presidente, el Gobierno de unidad nacional hasta las nuevas elecciones de Marzo de 1992, que ganará el Partido Democrático y llevarán a Sali Berisha a la Presidencia de la República. Y después la crisis de las pirámides financieras de 1997, que llevará a una revuelta que hará del albanés un Estado fallido, sin control de la población y el territorio hasta que tiene lugar la intervención de la OTAN y tras ella unas nuevas elecciones, que llevan al Partido Socialista al poder, y una nueva Constitución. Y tantos otros momentos que la política y la sociedad albanesa, tan proclive a la proclamación del carácter histórico de los momentos y eventos que jalonan su acontecer colectivo, considera históricos o decisivos de su proceso de transición y transformación, o, más propiamente dicho, de fundación, tras la caída del comunismo.
Otros momentos, mas ninguno como aquel en que por primera vez sentimos que se disolvía el búnker que nos habitaba por dentro y nos apresaba el alma; sentimos el alivio, la relajación, la libertad y la vida de ser de nuevo o por primera vez nosotros por dentro y poderlo ser por fuera.
Pues es esa disolución del búnker, en los destinatarios del poder e incluso en los detentadores del mismo, lo que permite la alquimia, la transformación, el cambio. En los detentadores del poder, pues puede llegar un momento en que éste mismo no se crea ya su papel ni sus argumentos, ni el guión de la obra que para sí mismo y para todos había escrito, y lo que fuera una heroica tragedia llegue a parecerle una farsa que ha perdido la motivación de interpretar. Señala en este sentido Miranda Vickers en ese libro referencia para conocer la Historia albanesa que es The Albanians que, a pesar de haber obtenido dos tercios del Parlamento en las primeras elecciones de Marzo de 1991, el Partido del Trabajo fue incapaz de utilizarla “porque se estaba desintegrando y, lo que es más importante, había perdido la voluntad psicológica de permanecer en el poder”.
Quizá resulte simbólico y significativo que una de las primeras acciones del Partido Democrático tras llegar al Gobierno en las elecciones de Marzo de 1992 fue remover, discretamente por la noche, el féretro de Enver Hoxha de la Gran Pirámide búnker mausoleo del Boulevard de los Héroes a un cementerio. No estaba así ya ésta habitada por el creador de los búnkeres que habitaban a las albanesas y los albaneses por dentro, sino éste muerto entre los muertos. Y pareciera que con ello también los búnkeres que nos habitaban por dentro…
Hay 1 Comentarios
En todos los tiempos, y en todas partes tenemos muros y torreones que derribar por antiguos y obsoletos.
Que atentan contra la dignidad.
Pero es que las personas como entes vivos que somos, estamos en continuo crecimiento, y necesitamos de luces que nos alumbren el camino.
Y ante esa carencia de eminentes lumbreras, los recursos torpes siempre apuntan a torres y torreones, a búnkeres inhóspitos que nos sequen por dentro.
Quitando terapéuticamente la libertad del momento por un por si acaso.
Por falta de luces que nos alumbren el camino.
Los torreones.
Porque vamos muy rápido ahora, sin ir más lejos hoy ya estamos en la Luna y más allá, buscando petróleo.
Por eso los alambres y los búnkeres.
Porque el personal que ha de ir por delante, no tiene tiempo de ponerse a pensar, que ya les estamos la gente aporreando la puerta.
Y sin tiempo para guiar, necesitan los alambres.
Por torpes.
Y poco previsores desde una mecánica lenta de gestión ya sea única o partidista.
Es que no hay más.
Nos falta caletre.
Aunque se busque petróleo con un robot picapedrero, en la Luna o más allá.
No somos nadie.
Publicado por: Casiano | 29/10/2013 9:13:08